Lo que hubo el 6 d diciembre fue una “avalancha electoral”. Como en las de las montañas; ocurre cuando un cúmulo de nieve o piedras llega a un punto crítico, de gran desequilibrio catastrófico, cuando cualquier piedrita, cualquier decisión individual, arrastra grandes masas, produciendo el derrumbe. No hay voto aislado. Siempre uno hala otro. Pero sólo en condiciones de máximo desequilibrio puede arrastrar muchos más consigo. Así ocurrió. Por eso se dio este voto masivo contra el gobierno, contra las colas, contra los altos precios, contra la delincuencia, etc.
La derrota del PSUV-GPP la habíamos previsto en el GPC, aunque no con las proporciones en que se dio. Tal vez el deseo de evitar una victoria de la derecha nos impidió asumir que el punto crítico del descontento estaba allí, ante nuestras narices. Posiblemente, la movilización de la maquinaria chavista, de esa militancia que participó en las internas, la cual nos indicaba la consistencia de la lealtad y el razonamiento político responsable del chavismo popular, nos engañó. Como nos engañó (bueno, a algunos compañeros) la supuesta desaparición de la campaña opositora. Pero sí era evidente el descalabro: el descontento estaba allí, nos golpeaba la frente y los dientes. La inflación desbocada, el desabastecimiento, la recesión provocada, no por una fulana “guerra económica”, sino por evidentes errores de política económica repetidas veces advertidos por analistas y economistas leales. La arrogancia buchipluma de la más ramplona de las políticas populistas. La misma que supone que un reparto indignante de cosas, sean casas, tablets o bolsas de comida, iba comprar unos votos asumidos como mercenarios.
Ante la derrota prevista habíamos propuesto, en primer lugar, reconocer esos resultados sin ninguna duda, además de resaltar la calidad de nuestro sistema electoral y del CNE. Insistir en unas 3 R profundas, que incluyeran la renuncia de la dirección del PSUV, incluido (sobre todo) su cogollo “cívico-militar”; el cambio inmediato el gabinete, especialmente el económico. Un plan legislativo que superara la virtual inoperancia que había mostrado la AN de Diosdado, que le entregó la facultad legislativa al presidente. Y, por supuesto, un plan económico de emergencia para recuperar lo que alguien llamó la “sensatez macroeconómica” y la microeconómica también.
Pero ahora, con los resultados en la mano, debemos complementar las reflexiones.
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La pérdida de perspectivas
En repetidas ocasiones advertimos que la dirigencia del chavismo se concentró en el objetivo exclusivo de mantenerse en el poder, cuestión legítima, pero definitivamente incompleta y fatal cuando ello ciega las perspectivas del proyecto político revolucionario. Por el temor de perder popularidad, se cometió una cadena de errores que paradójicamente trajeron la derrota que se pretendía evitar. Por temor a la reacción popular no se tomaron las medidas de ajuste económico, de simple sentido común macroeconómico, que desde hacía años se habían recomendado y que, algunas de ellas, habían motivado algunas campañas preparatorias, como la que explicaba la razón del aumento de la gasolina. Tampoco se unificó el cambio aun sabiendo el carácter corruptógeno del sistema de cambio diferencial. No pudo superarse la mediocridad gerencial que abundaba en las empresas estatizadas. Se siguió exprimiendo la vaca de PDVSA para un gasto que luego se evidenció como simplemente clientelar, del peor populismo criticado por Luís Brito García en su libro “La máscara del poder”, cuando se refiere al discurso adeco que pretende controlar a la masa mediante la dádivas.
No hubo “golpe de timón”. No se prestó atención al dramático llamado del Comandante Chávez de enfilar los esfuerzos hacia la organización del Poder Popular, si era posible eliminando el ministerio correspondiente, aunque en esto Chávez se había quedado corto. En realidad, todo el enfoque de encuadrar el poder constituyente en la burocracia del estado estaba completamente equivocado. Como estaba equivocado al confundir Partido, Estado y Gobierno a todo nivel, desde el más evidente de esos “super-funcionarios” que eran jefes partidistas, ministros y “gerentes” al mismo tiempo, o sea, nunca. La dirigencia chavista se copió el esquema de Lusinchi sin pagar royalty. Ahora tiene que pagar la derrota.
Por supuesto, ni siquiera se pensó en transformar, cambiar, acabar, con el “Petro-estado”. Sólo un estridente discurso demagógico contra el parasitismo de la burguesía, mal que en realidad afecta a toda la sociedad venezolana (por ejemplo, a grandes porciones del sindicalismo). Por el contrario, era obvio que las grandes esperanzas de la dirigencia chavista estaban en que volviera a subir el precio del petróleo milagrosamente, para seguir derrochando la renta en grandes dádivas a unas masas supuestamente capturadas por el chorro de los petrodólares. Es decir, el chavismo actuaba apoyado en el rentismo.
El mismo rentismo populista, “animado” por un discurso lleno de insultos, malacrianzas, clichés y un pensamiento rígido, hecho de consignas y frases que se fueron vaciando cada vez más de sentido. Seguir quejándose de la “guerra económica” para explicar el empeoramiento de las condiciones económicas, era como si un boxeador perdedor se quejara y atribuyera su derrota a que su contrincante en el rin le lanzara golpes. Lo notorio fue que la situación económica se le había ido de las manos al gobierno, y éste insistía terca e inexplicablemente en una línea de acción claramente ineficaz y contraproducente.
Así, se fueron perdiendo una tras otra oportunidades de rectificación durante estos dos años. Tal ineptitud sólo podía ser explicada por incapacidad abismal, ignorancia o la presión de una red de complicidades de sectores que se beneficiaban con los dólares repartidos por el sistema adoptado.
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¿Y ahora?
En el mejor de los casos, el proceso que viene ahora es el de la “vía pacífica hacia un gobierno de derecha”. Una vía que pasa por la toma sucesiva, por parte de la derecha, de los poderes públicos (la directiva de la AN, sus comisiones, el CNE, la Fiscalía, El TSJ, etc.). Para cambiar de gobierno, la derecha deberá decidir entre convocar a una Asamblea Constituyente o un Referendo Revocatorio. Para ellos, quizás sea más productivo lo segundo. Por supuesto, su camino estará lleno de dificultades. Hay una pugna de liderazgo clara para designar su candidato a la presidencia, una vez desplazado Maduro. Todo ello, pasando por revisiones del presupuesto nacional, en las que estarían en peligro las misiones y demás políticas sociales, lo cual pudiera tener una respuesta popular, y posibles auditorías, las cuales darían pie a campañas de desprestigio bestiales donde se mostrará la gran corrupción del chavismo.
Esta derrota (que no dudamos en calificar de histórica) tiene responsables: la dirigencia del chavismo: Maduro, Cabello, el gran mando cívico-militar, la directiva del PSUV. En este sentido, nos sumamos a las exigencias de renuncia a la dirigencia del partido, el cambio total del gabinete ejecutivo, y, en especial, el económico. Y la auditoría general y pública para detectar y castigar la corrupción.
Cabe preguntarse: ¿quedará vivo el chavismo después de este derrumbe? Más allá de esto, habría que plantearse cómo construir un nuevo pensamiento de izquierda que nos permita planear un camino hacia una Venezuela post-rentista, que recupere la perspectiva de una sociedad más juta, socialista, que supere al capitalismo rentista dependiente que sigue intacto en nuestra Patria, continuando las grandes tradiciones revolucionarias de nuestro pueblo, entre las cuales se halla el legado del Comandante Chávez.