Vivimos en una sociedad –la capitalista- donde parecerse a un ateo, declararse o simplemente serlo, nos convierte inmediatamente en objetos de los más duros señalamientos y exclusiones. "¿Pero, tú no crees en Dios?" te preguntan ante la más mínima sospecha que se tenga de tus conductas irreverentes por las imposiciones religiosas, vengan de donde vengan.
Hace unos dos mil años se inventó la iglesia de los supuestos seguidores del Cristo y el negocio dio para tanto que no se conformaron con crear la "católica, apostólica y romana" sino que corrieron a crear otras, también autodenominadas cristianas (luterana, anglicana, evangélica, maronita, pentecostal, y hasta la de los "modernos" mormones, en sus distintas variantes, entre tantas otras). El éxito y el lucro de las iglesias han ofrecido tantos dividendos a sus poderosos creadores, que hasta los partidos políticos con signos ñangarosos y de izquierda, han terminado construyendo sus particulares "cuevas de ladrones" y no precisamente, casas de conciencia, de debate de ideas o "de oración" y meditación.
Como dice el revolucionario, exguerrillero y cantor Julian Conrado, en La canción del arañero, una pieza dedicada al Comandante Hugo Chávez, líder de la Revolución Bolivariana, "Nuestro obrero subversivo (refiriéndose al Nazareno) quedó inofensivo adornando un altar".
La tentación de diosificar a los líderes no es inocente: "Jesús fue crucificado y luego sus mismos crucificadores lo fueron divinizando". Es una manera de matar también en la Memoria, a los enemigos de los poderosos, de los explotadores, de los oligarcas, de los burgueses, ya no solo en una cruz, en una escuelita de La Higuera o en una cama de convalecencia con un cáncer inoculado en sus venas, sino también en el campo de lo simbólico, el valor y significado real de sus luchas y de sus ideas.
También a Ché, asesinado luego de su captura en una emboscada tendida en la quebrada de Yuro, allá en Bolivia, lo quisieron volver un dios, apurando su muerte en la conciencia de los pueblos que despiertan. "¿Quién disparó a tu cuerpo herido o quién tu pensamiento engavetó?", se pregunta otro cantor necesario, contemporáneo, el trovador cubano Vicente Feliú, quien rasgando su guitarra, a 30 años del asesinato de Ernesto Guevara, nos gritó armónicamente que lo defendiéramos de esa muerte eterna, que le salváramos "de ser un Dios".
Convertir a nuestros héroes en dioses es el más dramático acto de memoricidio al que nos convoca la ideología del dominio. Conrado, el cantor guerrillero colombiano en su Canción del arañero, califica -en uno de sus versos- de "muy bello lo de supremo" e inmediatamente sigue su preocupada reflexión hecha estrofa y canción, expresando su temor "a que ciertos señores quieran ponerte en el cielo, para que quedemos lejos de tu amor".
Se niegan, nuestros militantes e intransigentes cultores, a permitir la horrible muerte de nuestros héroes condenados a los altares, a los inmóviles mármoles, a los cultos procaces e indignificantes. Y por eso, el trovador colombiano le dice a nuestro Chávez revolucionario: "Los pobres te defenderemos. No permitiremos que te vuelvan Dios". No aceptan, -precursores desde lo sensible, como lo son- que Che o Chávez mueran eternos en iglesias, en partidos, en imágenes o en cultos y religiones de nuevo tipo: "¡Es con nosotros –acá en nuestro suelo- donde te queremos alzando la voz. En nuestra lucha, disposicionero, planeando febreros de revolución".