También al decir "derecha" tenemos un campo muy amplio de opciones político-culturales. Son de derecha, pro-capitalista, tanto la socialdemocracia nórdica como los halcones belicistas de Estados Unidos, los empresarios industriales como aquellos que medran (mafiosamente) con la especulación financiera, el Opus Dei como sectores modernizantes que pueden permitirse, por ejemplo, el matrimonio homosexual mientras no se toquen los resortes económicos básicos. Pero a todas estas expresiones une algo en común: defienden a muerte la propiedad privada, "su" propiedad privada. Ser de derecha, en definitiva, es eso: tener algo que perder. Los trabajadores, siguiendo el Manifiesto Comunista de 1848, "no tienen nada que perder, más que sus cadenas".
Suele decirse que es un inveterado vicio de la izquierda estar fragmentada y desunida. Gran verdad, por cierto. Pero no lo es menos para la derecha. Acaso las guerras –donde ponen el cuerpo los pobres del mundo, no olvidar– ¿no son una expresión de las luchas mortales entre los grupos de poder? ¿No hay lucha entre distintas facciones de poder político de derecha dentro de los países? Lo remarcable es que, ante la posibilidad de un cambio real en la propiedad privada de los medios de producción, la derecha se une. Como clase sabe claramente, y no lo olvida ni por un instante, que su enemigo mortal es la clase trabajadora (proletariado urbano, obreros agrícolas, pobrerío en sentido amplio –"para utilizar la correcta caracterización que realiza Frei Betto–). Ante la más mínima muestra de protesta y posibilidad de cambio real en lo social, la derecha, cualquiera sea ella, reacciona. Y reacciona cerrando filas, impidiendo los cambios justamente.
Derecha e izquierda, como grandes polos de la sociedad humana, están continuamente enfrentadas, en guerra mortal, tratando por todos los medios de derrotar al enemigo. No hay ninguna duda que la derecha (el sistema capitalista) tiene mucha ventaja en esta guerra. Siglos de acumulación le permiten disponer de toda la riqueza, saber, fuerza bruta, mañas y demás ingredientes para perpetuar su situación de privilegio. La prueba está en lo difícil, terriblemente difícil que se hace cambiar algo de verdad en el aspecto económico-político-social. Cambios superficiales, cosméticos, por supuesto que son posibles. Gatopardismo: cambiar algo para que no cambie nada en sustancia. La derecha lo sabe, y se lo puede permitir. Pero cuando las luces rojas de alarma se encienden, reacciona airada. Si es necesario, reprime, mata, tortura, arrasa poblaciones completas, olvida las enseñanzas religiosas de bondad y piedad y no le tiembla la mano para disparar las más mortíferas armas.
Maduro y Chávez se equivocaron, no preparo a las masas en escuelas ideológicas y, el populismo, termino con el Proyecto Bolivariano, viene una fuerte resaca. El CLAP viene reflejando grandes deficiencias, es lo que resta de PDVAL y Mercados Bicentenarios, una mentira del sentir socialista para los grupos familiares. Alrededor de estos centros de compra se fomentaron los lamperos de hoy.
En esa guerra ideológica total que disputa minuto a minuto, no escatima esfuerzos para derrotar a su enemigo de clase. Por tanto: miente. Miente mucho, tergiversa las cosas, embauca. Logra hacer que el esclavo piense con la cabeza del amo; y para eso tiene a su disposición una monumental parafernalia de herramientas, cada vez más sofisticadas y poderosas: medios masivos de comunicación, especialistas en imagen, en manejo de masas, psicología publicitaria, iglesias fundamentalistas de corte neoevangélico, una clase política psicópata dispuesta a todo, profesionales de la mentira. "Miente, miente, miente. Una mentira repetida mil veces termina convirtiéndose en una verdad", enseñaba hipócrita el Ministro nazi de Propaganda, Joseph Goebbels. No se equivocaba: la derecha es exactamente eso lo que hace a cada instante; la ideología capitalista encubre la verdad del sistema, es decir: la explotación.
¿La gente es tonta por aplaudir esas propuestas? La explicación resulta más compleja: la "tontera" no explica nada. El ser humano es, en términos colectivos, parte de una masa. es decir, las groseras manipulaciones de pensamiento y sentimiento de las masas, existen. Y por cierto: ¡dan resultado! "La masa no tiene conciencia de sus actos; quedan abolidas ciertas facultades y puede ser llevada a un grado extremo de exaltación. La multitud es extremadamente influenciable y crédula, y carece de sentido crítico", anticipaba Gustave Le Bon a principios del siglo XX. Si las religiones por milenios estuvieron haciendo eso, las modernas técnicas de manipulación masiva (¡ingeniería humana se las llama!) no hacen sino llevar a grados superlativos esa tendencia, con precisión científica. El tema de la corrupción, indudablemente, posibilita esos manejos.
¿Cómo es posible, por ejemplo, que en un país como Brasil, con una de las distancias entre ricos y pobres más insultante del planeta, con millones de personas desocupadas, viviendo en condiciones indignas, con niveles de violencia cotidiana monstruosos, hayan permeado tan significativamente las denuncias de corrupción? Porque, sin dudas, ese manejo está muy bien hecho. La corrupción es una lacra, desde ya, pero ni remotamente constituye la verdadera causa de esa situación estrepitosa del país carioca. ¿La gente es tonta y solamente piensa en fútbol y el carnaval, como maliciosamente se ha dicho? No, en absoluto. Pero la ingeniería humana del caso apunta a que así sea.
Junto a esta avanzada ideológica de la derecha, la izquierda parece estar sin rumbo. La represión sufrida en décadas pasadas paralizó grandemente al campo popular. El miedo aún está incorporado. Las montañas de cadáveres y ríos de sangre que enlutaron toda Latinoamérica en años recientes han dejado secuelas. La "pedagogía del terror" hizo bien su trabajo.
Por otro lado, el discurso mediático sin precedentes que va teniendo lugar a través de los medios comerciales y toda la parafernalia comunicacional (consiguiendo resultados evidentes), es una marea incontenible. La izquierda, además de no disponer de todos los medios de que sí dispone la derecha, no puede ni debe apelar a la mentira como método. "En política se vale todo" …, para la derecha. La izquierda mantiene posiciones éticas irrenunciables. La guerra de cuarta generación (guerra mediático-psicológica con operaciones encubiertas) no puede ser, nunca jamás, un medio de acción política revolucionaria. Si de algo se trata en el ideario mínimo de la izquierda, es la pasión por la verdad.
En Venezuela, Nicolás Maduro, dio al traste con su mejor líder de base, Elías Jaua Milano. Hombre revolucionario que conocí desde muy joven en Caracas y colaboraba para ese entonces con el Bloque de Armas.
Aprovechando hechos reales de corrupción, se magnificaron las denuncias consiguiendo "indignar" a buena parte de la población, lo cual sirvió de base para frenar propuestas medianamente progresistas. Y así surgieron, respectivamente, un Macri –aliado servil del FMI y del Banco Mundial– y un impresentable Bolsonaro –un ex militar ultraderechista–.
Pero ¿qué pasa que las poblaciones parecieran rechazar las propuestas de izquierda? ¿Será cierto que la misma "quedó desubicada de la actual metamorfosis del capitalismo"? Porque, sin dudas, el sistema capitalista se va reciclando a una velocidad fabulosa. Décadas atrás, con el auge de un capitalismo industrial, Estados Unidos entronizaba la imagen de "buenos" (acérrimos defensores de la propiedad privada) castigando a "malos" (quien osara enfrentar a esa propiedad). Hoy, con un desaforado capitalismo financiero y guerrerista, el mensaje cambió: se entroniza al "exitoso", no importando cómo logre su éxito. De ahí que la nueva tendencia es vanagloriar al "que la supo hacer". "Mate, robe, viole, transgreda, estafe, haga lo que sea… ¡pero conviértase en el Number One!", pasó a ser la actual consigna. El capitalismo cambia, encuentra nuevas caras, atrapa con sus luces de colores. O, mejor dicho, enceguece. En otros términos: vive transformándose, ofreciendo nuevas mercancías.
Y la izquierda venezolana se dejo atrapar de falsos chavistas y siguieron la juerga con el madurismo, destrozando la nación y la estructura del Estado, se le hizo un daño irreparable. Los oportunistas, acaban con la imagen de Chávez y Nicolás Maduro, el Estado Delictivo nos gobierna.
Tomado literalmente eso de "saber adecuarse a la metamorfosis del capitalismo", podría hacer pensar en la necesidad de "actualizarse" siguiendo los tiempos que corren, con lo que dejaríamos de hablar de lucha de clases para centrarnos en buscar paliativos, amansar al sistema, hacer un capitalismo de rostro humano. Pero ello no es así. Hoy como ayer, "no se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva", como dijera Marx hacia 1850. Pero no caben dudas que el llamado de la izquierda no termina de cuajar. Impactan más las iglesias neopentecostales y un llamado apocalíptico que la consigna de luchar aquí en la tierra.
Ahora bien: estos progresismos, supuestamente a la izquierda, que atravesaron varios países de Latinoamérica en años recientes, no constituyeron, en sentido estricto, propuestas de transformación real. Fueron buenas intenciones (matrimonio Kirchner en Argentina, el PT en Brasil, etc.), pero no tocaron los resortes estructurales de sus sociedades. Por tanto, no hubo ningún cambio sustancial. Y sumado a ello, no dejaron de moverse con las prácticas corruptas y clientelares de cualquier partido político de la derecha. En otros términos: resultaron una muy mala –quizá pésima– propaganda para la izquierda.
Llegados a este punto, la izquierda –la que sienta que aún la revolución socialista sigue siendo posible y necesaria, aquella que sigue fiel al ideal marxista de "no mejorar la sociedad existente sino establecer una nueva"– debe formularse una profunda autocrítica. Es hora de reflexión. ¿Por qué puede ganar una propuesta de ultraderecha en las favelas más pobres? ¿Qué está pasando?
Escrito por Emiro Vera Suárez, Orientador Escolar y Filósofo. Especialista en Semántica del Lenguaje jurídico. Escritor. Miembro activo de la Asociación de Escritores del Estado Carabobo. AESCA. Trabajo en El Espectador, Tribuna Popular de Puerto Cabello, columnista del Aragüeño y coordinador cultural de los diarios La Calle y el Espectador- Valencia. Hora Cero.