Revolución, en sentido filosófico, es solamente el cambio de un estado de espíritu, aunque no se derrame una gota de sangre. La revolución pacífica es un ideal y como tal, difícil de realizar. Si la revolución consistiera en cambiar la posición del bastón, que la contera pasara a ser puño, y éste, contera, el país no habría ganado nada con la sustitución de unas clases suficientes o poderosas por otras. Menos si se pierde la libertad.
(Luis Beltrán Guerrero. El tema de la revolución, p. 118)
Considerando esta definición dada por el autor surgen varias interrogantes: ¿En Venezuela actualmente existe una Revolución? ¿O acaso hace rato que dejó de existir? ¿O tal vez nunca existió?
Tratando de encontrar algunas respuestas en la historia se puede decir que tanto en el siglo XIX como durante el siglo XX venezolano el cambio de los actores políticos que regían los destinos del país no pocas veces estuvieron exentos de verdaderas conmociones sociales que representaban la ruptura de un orden de cosas para dar paso a otro, La lucha de la hegemonía de las distintas ideologías que predominaron en el siglo XIX muchísimas veces estuvo acompañada de enfrentamientos armados, de poca, mediana o gran magnitud, que siempre sus partidarios calificaban de revolución. De igual manera, después de la pacificación lograda a sangre y fuego por los gomecistas durante los primeros treinta años del siglo veinte venezolano, no faltaron luego los numerosos alzamientos armados de quienes lograban obtener el poder político calificándose siempre como revolucionarios.
El chavismo, como fenómeno político, tampoco escapó a esta denominación de auto calificarse como reviolución. Si consideramos la cita al principio de este texto en el que se señala a lo revolucionario como un cambio de estado de espíritu podría afirmarse entonces que Venezuela en algún momento se encontró con una población que en su espíritu tenía aspiraciones de que cambiaran las cosas como se estaba haciendo la política en el país. Este sentir colectivo verdaderamente imprimió todas las esferas de la vida de cada uno de los ciudadanos, estuviera o no de acuerdo con lo que estaba pasado, dando lugar al cambio del manejo del poder de una clase política por otra.
Sin alejarse de la idea central de lo señalado por el autor al principio, hay que considerar que la sustitución de una clase privilegiada por otra no es suficiente para considerar un proceso como revolucionario. Hace falta un espíritu revolucionario signado por el sentido de logro en la colectividad, de aspirar una vida mejor, de que predomine un estado de cosas distinto al que se consideraba que debían cambiarse.
Hoy en día pareciera que este estado espiritual de la población se ha ido diluyendo entre la población. Tal vez sean pocas las personas que se animen a pensar que se está dentro de un proceso revolucionario y, peor aún, pareciera que la sustitución de una clase política por otra ha sido a cuesta de la pérdida de algunas libertades. Si es así entonces pudiera pensarse que no existe tal revolución en la actualidad y que, si en algún momento se intentó, es posible que se haya agotado en la gente la posibilidad de lograr ese anhelo.
De tal manera que lo más legítimo a que puede aspirar la población en la actualidad no es a que las cosas vuelvan a ser como cuando estaba Chávez, mucho mumenos a que fuesen como cuando no estaba. Lo que se debe aspirar es que en el país vuelva a encenderse un auténtico espíritu de lucha para que las cosas verdaderamente cambien y la vida sea mejor para todos.