Algunas personas que dicen apoyar al proceso bolivariano parecen haber encontrado el mantra ideal para que no se dude de su "compromiso", "fidelidad" y "carácter" revolucionario. Dicho mantra
-palabras sagradas que se repiten una y otra vez, en religiones como el
hinduismo y el budismo- en Venezuela consiste en gritar, lo más duro
posible, que se está de manera absoluta y completa con la Revolución, y
que la obediencia a Chávez es total.
Está muy bien la fidelidad,
está muy bien el amor a la Revolución, pero... ¿para qué lo repiten
tanto? ¿Para qué lo gritan tan duro? ¿Por qué lo aúllan aunque nadie
les pregunte? Dime de qué presumes y te diré de qué careces...
Estas
personas han aprendido -porque los demás se lo hemos tolerado- que
apenas importa que tengan o no ideas o pensamientos propios que aportar
al país, que poco importa si creen o no en las transformaciones que
está viviendo Venezuela, que nada importa si son o no unos hipócritas
oportunistas. Se han dado cuenta de que mientras más duro griten
promesas de obediencia irrestricta o declaraciones de compromiso
revolucionario, nadie se fijará en sus obras. Y todos sabemos aquello
de "por sus obras los conocerán". Algunos vociferan para ocultar con
alaridos los buenos actos que no hicieron... o los malos que sí
hicieron.
Estas
son las personas que siempre caen de pie, que están a bien con Chávez,
con AD, con COPEI o con quien sea, según soplen los vientos políticos.
Estas
son las personas que, ante una crítica interna al proceso o cuando no
tienen argumentos, cortan la conversación a voz en cuello, jurando
fidelidad a la Revolución y al Comandante Chávez.
Estas son las personas que, en caso de que hubiera un golpe o se tumbara el gobierno,
serían las primeras en lloriquear, colaborar y acusar, para no sufrir represalias del nuevo orden impuesto.
Estas
personas las encontramos a todos los niveles: en el pueblo, en los
medios de comunicación, en las alcaldías, o en otros puestos de
responsabilidad que los venezolanos y venezolanas les otorgaron.
Hay
que atajar a estas personas. Decirles que no griten tan duro, que se
calmen y que argumenten, que el socialismo se construye dialogando,
aportando, criticando, buscando áreas de encuentro, limando
desencuentros...
El socialismo es un debate de ideas, no de decibelios.
No nos fiemos de quienes hacen política con las cuerdas vocales. No olvidemos que, como decía Rabindranath Tagore, "el cántaro hueco es el que más suena".
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