En estos tiempos de recordatorio y conmemoración del bicentenario de la brillante pluma del Libertador Simón Bolívar, cuando escribió Mi delirio sobre el Chimborazo, teniendo una inspiración melancólica, a manera de conseguir explicación al tamaño de su gesta, dejando ese tesoro que aumentaba el acervo escrito primoroso, visto también en sus cartas y en sus decretos, manifiestos y demás producciones donde la sensibilidad humana en medio de la guerra, nunca la perdió o pocas veces perdió. Seguimos en deuda con el Libertador, somos expertos en interpretar sus discursos y demás legados de la forma como mejor nos viene en gana, nos aprovechamos de su inmortalidad y trascendencia y olvidamos que nos quería unidos, ante cualquier otra posibilidad o circunstancia en la vida de nuestras repúblicas. Desde el mismo momento de su partida se leyeron en Caracas poemas e insultos a su memoria. Algunos connotados héroes querían olvido y les resultó imposible.
Ese frío glacial que penetraba tu delgado cuerpo no mermaba tu aliento por ver el horizonte infinito desde el techo de los cielos de América. ¿Quién hubiera imaginado que diez años antes ese cuerpo delgado y ágil estaba limpiando de alimañas el río Magdalena? ¡Qué grande te hizo el Magdalena! ¡Qué grande fue tu conversión a Libertador! ¡Qué osado tu discurso de la guerra a muerte! ¡Qué inmenso triunfo rescatar la República! ¡Cuánta pasión y lealtad a la patria sembraste en las tierras andinas! Tus delirios tempranos siempre existieron en el imaginario de lo posible y siempre supiste que el tiempo no podría detener los sueños de libertad.
Ahora andas en lo mismo, observando lo que fue un sueño realizado cabalgando sobre témpanos gélidos testigos de insomnios, testigos de grandes batallas y de miedos por el devenir; poseído por el Dios de Colombia reverbera tu mente y el continnus tempus te revela la inmensidad del faltante, con voz del poderoso sentido de la finitud de la estancia,
sin negarte la eternidad de tus glorias. ¿Qué aprendiste de tu delirio sentado en la cúspide
y luego yerto de temores por el destino de las tierras liberadas?
A nosotros, Libertador, se nos escapó el tiempo pensando en la resurrección de tus estatuas delirando sobre un Bolívar de otro tiempo cuando el sacrificio era la moneda de la libertad. ¡Te vemos haciendo planes que otros desdeñan! Te imaginamos sobre el mismo Orinoco donde partiste envuelto en el manto de Iris, te sentimos sublime y atemporal, rompiste el tabú de la eternidad solo para Dioses. Te olemos saturado de perfumes mientras las musas de la independencia se pasean correteando por los barrios donde arengas por la nueva independencia; y nos hablas como aquel padre de los siglos. Dices que lo hecho es poco al tamaño de la diferencia por hacer, que hay espacio y tiempo para nuevas glorias, que somos convocados a ser diferentes y no seguir viviendo de tu gesta y en mi delirio sobre tu delirio, cada estatua de bronce toma vida y una a una se funden en una gran masa del tamaño del Chimborazo.
Pareciera que es la hora de volver al ver el mundo desde el techo de América, solo para constatar la gran deuda que tenemos con tus hazañas.