Grave vulnerabilidad de la Revolución Bolivariana

Llamado del Presidente a los aspirantes a miembros del PSUV

Es visible en el comandante la angustia que le produce la ausencia de un cuerpo sólido de revolucionarios socialistas que se constituyan no sólo en el dinamizador del proceso revolucionario sino en algo aún más importante que esto: en la garantía de continuidad de la Revolución más allá de su propia presencia física. No era necesario que el Comandante Fidel Castro le dijera que esta revolución depende de su propia vida, el Comandante lo sabe, todos lo sabemos, lo sentimos y lo percibimos como una vulnerabilidad letal.

No creo que nadie ponga en duda la condición particularísima de nuestra Revolución firmemente unida a la imagen, el hacer y el pensamiento de un sólo hombre: Hugo Chávez Frías. Sólo si asumimos esta debilidad con humildad, apertura autocrítica y firmeza podremos ponernos en el camino de la construcción de ese sólido movimiento que tanto necesitamos. Vamos caminando en un proceso revolucionario que se alimenta exclusivamente de la palabra del Comandante Chávez. Los más connotados voceros repiten como loros lo que el comandante diga, critican lo que él critica o aplauden lo que él aplaude y listo ya está el mandado hecho. En principio, eso no tiene nada de malo y sólo es un signo de una historia de amor entre Chávez y el pueblo. Ese amor no es en modo alguno una debilidad sino una gran fortaleza sin la cual no estaría la Revolución donde está. Pero ese amor –como reza la afirmación que se hace al casarse por la iglesia- se nos muere, se nos va como arena entre los dedos, cuando la muerte nos separe.

Superando el rechazo natural a plantearnos esos temas porque pareciera pavoso, tenemos que asumir que la revolución tiene que trascender la vida y tiempo del Comandante y las de cada uno de nosotros también. Una revolución que se agote en una o dos generaciones ni es revolución ni es nada. Para lograr su trascendencia en el tiempo –y sin que eso signifique mengua del amor Chávez-pueblo- el pueblo tiene que amar la revolución, el pueblo tiene que amar el socialismo y sólo se ama lo que se conoce. El pueblo tiene que hacer el socialismo suyo conociéndolo, viviéndolo y encarnándolo.

Cuando el socialismo se haga carne y hueso, alma y espíritu de pueblo habremos superado la vulnerabilidad propia de la emoción. Toda teoría es la explicación de una práctica. Toda teoría está situada en un espacio geográfico y humano, en una estructura social y una época particular, se hace carne en unas circunstancias específicas. La teoría socialista es en definitiva la elaboración de una experiencia. Compartir, comunicar y vivir la teoría requiere que el colectivo la comprenda, la utilice, la haga vida, la adapte, la reinvente, e incluso la transforme con su experiencia.

Hacer que la teoría se haga praxis requiere reconocer que la circunstancia en la cual ésta debe hacerlo está preñada de dificultades, de incompatibilidades, de conflictos y de resistencias. Modificar las superestructuras (religión, familia, valores humanos y sociales) exige un enorme esfuerzo. El mecanismo instintivo del ser humano formado por siglos dentro de los valores capitalistas lo incapacitan para ofrecer respuestas armónicas o automáticas.

Es verdad que poseemos la capacidad de transformar la imagen que poseemos de la realidad. Sólo el ser humano dispone de esa capacidad, pero imaginarnos que esa transformación ocurrirá sin resistencias sería un grave error. Basta mirar hacia esos semilleros de socialismo sencillo que son los Colectivos Populares o los Consejos Comunales para darnos cuenta de que –aún dentro de la más buena intención- los valores egoístas, privados, tendientes a la búsqueda del éxito como objetivo, florecen como lo hace la mala hierba en el jardín más cuidado.

Más doloroso aún –al menos más cruel- es fijarnos cómo muchos de quienes más pregonan socialismo, revolucionarismo, marxismo, etc., van construyendo formas de vida y de relaciones de producción en sus propias vidas y empresas absoluta y perfectamente capitalistas. ¿Cínicos miserables?, no lo creo; más bien víctimas de su propia cultura, de su inconsistencia ideológica, de su escala de valores, de no tener conciencia, de estar llenos de la ideología capitalista bajo la que siempre vivieron. El problema es que colocados en lo alto del celemín no son sólo víctimas sino verdugos porque van contagiando con su ejemplo. Allí se da aquello de "yo quiero ser como Ariel, yo quiero ser como él…", yo quiero carro de lujo, yo quiero buen whisky, yo quiero hoteles, yo quiero…yo quiero… aunque grite socialismo a los cuatro vientos...como Ariel, como él.

Por eso mismo he venido insistiendo en los últimos meses en lo que he dado en llamar el "Socialismo de las cosas más sencillas". Esa práctica de vida socialista que se haga vida en el corazón del mismo pueblo. Ir construyendo relaciones sociales, relaciones de producción, distribución y consumo de los bienes económicos plenamente socialistas, haciendo que la teoría se convierta en una reinvención de la realidad; haciendo que la práctica, vivida, sufrida, acariciada y sentida genere por sí misma instrumentos de orientación social, satisfacción y libertad, plenitud y realización humana.

Es necesaria una comunión teórico-práctica verdaderamente transformadora desde esas cosas más sencillas. Limpiando cada día el jardín de los valores socialistas, arrancando la mala hierba, resolviendo las contradicciones, las distorsiones, incluso aprendiendo a no mirar sino con ojos críticos y hasta con lástima a los malos ejemplos; profundizando, construyendo, generando condiciones subjetivas capaces de ir transformando las condiciones objetivas.


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Martín Guédez


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