LA DISCUSIÓN EN EL PSUV
La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela es el proyecto político de la Nación y, además, un instrumento revolucionario que permite profundizar la revolución a partir de sus postulados fundamentales: la soberanía popular intransferible y la participación y el protagonismo popular así como del conocimiento y manejo de nuestra historia contemporánea y las relaciones de poder entre las clases en conflicto a fin de precisar acertadamente las fases, tareas u objetivos a ejecutar, las formas de lucha y de organización que en su conjunto habrán de conducirnos al socialismo bolivariano del siglo XXI. En consecuencia, hay que conocer nuestro pasado para comprender el presente y así poder construir un futuro de plena felicidad para esta y las nuevas generaciones.
Determinar el carácter de una revolución es precisar qué naturaleza asume el proceso de cambios sociales en un contexto histórico de lucha de clases, es decir, qué tipo de revolución tenemos planteada. Así podemos hablar de revoluciones liberal-burguesas, de liberación nacional, antiimperialistas, y de revoluciones socialistas.
El carácter que asume una revolución lo determina el grado de desarrollo de las fuerzas productivas y la correlación de fuerzas o relaciones de poder existentes en cada coyuntura en particular. Sólo así podremos determinar qué tipo de sociedad vamos a construir una vez superada las viejas estructuras de poder y de las relaciones sociales de producción. Se señala con claridad quién es el enemigo principal, qué sectores podemos ganar para nuestra causa, quiénes pueden ser neutralizados, cuál debe ser nuestra política de alianzas tanto en lo interno como en lo externo, etc. He ahí la importancia de determinar el carácter de una revolución en marcha en sus aspectos objetivos y subjetivos.
En este sentido, hemos visualizado tres fases ininterrumpidas e interrelacionadas: el proyecto democrático nacional, la transición, o proyecto democrático social revolucionario y el proyecto estratégico socialista. Así, ante la ausencia de una burguesía nacional con vocación de patria que completara la revolución de carácter democrático-burguesa, existen tareas pendientes desde el pasado siglo que son un pesado fardo en los hombros de la joven Revolución, a saber: adelantar la reforma agraria y el proceso de industrialización sustentable.
Podemos precisar, entonces, tres fases que resumen el carácter programático antiimperialista y anticapitalista que asumió progresiva y objetivamente la Revolución Bolivariana:
1. La democracia nacional popular que condujo, por su ejecución consecuente, a un enfrentamiento con el imperialismo y la oligarquía interna, tanto en lo nacional y regional como a escala internacional. Se trata de la confrontación radical con el capital monopólico y transnacional que hoy hegemoniza el imperio estadounidense. No se trata de crear ilusiones con el desarrollo de una supuesta burguesía nacional para que construya las bases materiales de un futuro socialismo. Se trata de agrupar a todos los sectores antiimperialistas que estén comprometidos con nuestra revolución socialista. El papel del Estado revolucionario en esta fase es determinante, dado el carácter petrolero de nuestra economía.
2. La fase de transición, que, aunque no está desvinculada de la primera, es clave a los efectos de avanzar hacia el socialismo revolucionario. Esta fase de transición se caracteriza por jalonar hacia una democracia social, revolucionaria, participativa y protagónica que resuelva los problemas vitales del pueblo mediante la autogestión protagónica del poder popular. Hacia allá hay que apuntar con inteligencia y sin pausa. Particular estudio, evaluación y aplicación amerita el Taller de Alto Nivel sobre Los 10 Objetivos Estratégicos o Salto Adelante del presidente Hugo Chávez (Noviembre, 2004) de manera de engranarlo con los últimos Siete Lineamientos Estratégicos, base del Plan de Desarrollo Económico y Social 2007-2013, y los Cinco Motores Constituyentes que trataremos más adelante.
La transición es un proceso necesario y en el cual nos encontramos hoy. Implica la acumulación de fuerzas sociales y políticas, la elevación del grado de conciencia revolucionaria del pueblo y la construcción de un partido revolucionario que permita la unidad de acción de una amplia mayoría de los venezolanos y venezolanas. Es el momento revolucionario previo al salto cualitativo al socialismo y una revolución supone, en mi opinión, no sólo la toma del poder como tradicionalmente se dice. El poder no es una cosa que se toma ¡No! Una revolución es la construcción de una nueva hegemonía democrática, en la cual una mayoría consciente y organizada comienza a ejercer directa e intransferiblemente la soberanía o poder popular revolucionario y a controlar la toma de decisiones fundamentales adoptada por los órganos, o mejor, voceros administrativos, legislativos y judiciales, etc., que fungen de representantes. No olvidemos que nuestra democracia es participativa y protagónica. Pero hay que agregar: sin una verdadera revolución cultural que subvierta radicalmente la ideología y el sistema de valores capitalistas de la vida cotidiana no podremos construir el socialismo, permaneceremos en el estrecho marco del ritualismo reformista subordinados a la lógica del capital: la explotación del hombre por el hombre
En fin, hegemonía revolucionaria democrática supone consenso, ganar la mayoría consciente, la conducción ético-político de la sociedad y organizar la violencia popular legítima para enfrentar la contrarrevolución en las distintas formas que asuma, externa o internamente. Para ello es necesario conciencia revolucionaria, organización del pueblo y unidad de acción del bloque político-social favorable al cambio histórico. Como se sabe, la contrarrevolución en Venezuela ha asumido la vía violenta y no va a ceder en su propósito de recapturar el aparato estatal para frenar el proceso de cambios y restaurar el viejo orden. Tenemos el deber de derrotarla y reducirla a su mínima expresión al tiempo que trabajamos por ganar la gran mayoría consciente del pueblo en la consecución de nuestro objetivo histórico: el socialismo revolucionario del siglo XXI.
3. El socialismo revolucionario. Es la meta en esta etapa histórica de la humanidad. El punto de partida está en la propia Constitución: soberanía popular intransferible y la participación y el protagonismo popular. Esta es la clave para dar el salto cualitativo del capitalismo al socialismo. Pero hay que ser consciente de que los objetivos socialistas trascienden las concepciones socioeconómicas burguesas aún presentes en las fases anteriores. Dado que trascender el capitalismo es asumir la propiedad social y la gestión por el colectivo social de los medios de producción fundamentales. Tal y como hemos dicho, con una mayoría determinante del pueblo venezolano y el aislamiento y derrota de los grupos neofascistas podríamos convocar, primero, una Reforma Constitucional que hiciera los ajustes pertinentemente a nuestra Constitución Bolivariana de 1999 y abriera las compuertas al socialismo revolucionario en paz y democracia hasta donde sea posible...
Más adelante podríamos pensar en una Constituyente si el pueblo, poder constituyente originario y permanente, así lo decide a objeto de incorporar nuevas experiencias, profundizar y radicalizar nuestro proceso bolivariano teniendo presente las relaciones de poder local, regional y mundial.
A grandes rangos, la revolución bolivariana como proceso político-ideológico de naturaleza democrática, ha tenido y tiene planteados la resolución de los siguientes problemas fundamentales:
1. . Resolver la cuestión del control del poder. Luego de la constituyente del 99, los revolucionarios asumen algunas posiciones de importancia relativa en el aparato estatal. Pero no puede hablarse de gobernabilidad en el sentido de un efectivo control del poder. Ese período (2001-2003) estuvo signado por una marcada inestabilidad, dado que la correlación de fuerzas revolución-contrarrevolución no era determinante a favor de la revolución. Tanto es así que una combinación contrarrevolucionaria de fuerzas internas patrocinadas por el imperialismo lograron derrocar el gobierno legítimo de Hugo Chávez el 11 de abril de 2002, con la colaboración de la derecha infiltrada en las filas patrióticas desde la constituyente (Miquilena y el generalato traidor al juramento constitucional). Esta situación de inestabilidad se prolonga entre diciembre de 2002 y 2003 con el golpe petrolero, las guarimbas y la introducción de paramilitares con el criminal objetivo de un nuevo asalto al poder para justificar el magnicidio. Derrotado el golpe de abril y el paro-sabotaje de PDVSA por la alianza cívico-militar, el gobierno comienza a tomar una serie de medidas que posteriormente van a definir el rumbo antiimperialista de nuestro proceso.
Luego del referéndum revocatorio, ganado sobradamente por Chávez y las fuerzas de la revolución, entramos en un nuevo período (2004-2006) en cuanto a las relaciones de poder entre la revolución y la contrarrevolución, favorable, progresivamente, a la revolución bolivariana que va a consolidar sus posiciones de poder con la reelección de 2006 del presidente Chávez con el 63% de los votos y la subsiguiente confrontación interna y desmoralización de la oposición, tanto de la golpista como aquella que dice creer en una salida constitucional. Sin embargo, esto no significa que la conspiración haya cesado. Su derrota aún no es definitiva, el imperio ha seguido articulando las fuerzas internas apátridas recalcitrantes con fuerte apoyo económico y mediático.
2) Desmontar la vieja estructura de poder, representada por el Estado Puntofijista aún incrustado en la esfera del poder público y construir el nuevo Estado revolucionario comunal en el que el pueblo soberano asuma el poder.
3)Transformación radical de la estructura económica y en general de las relaciones de producción capitalista de explotación y dominación, por las nuevas relaciones socialistas de colaboración y solidaridad, sobre nuevas bases de propiedad social de los medios de producción fundamentales. La propiedad privada debe garantizarse si no proviene de la explotación del hombre por el hombre.
4)Resolver la cuestión de la hegemonía ideológica revolucionaria, del necesario cambio cultural y del sistema de antivalores heredados del capitalismo periférico dominante en nuestro País. Todo lo cual conduce a la gran batalla de las ideas.
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