La constitución como programa del PSUV

El bautizo del libro de Amilcar Figueroa LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA – Nuevos desafíos de una creación heroica, tuvo un público selecto de más de un centenar de representantes de todas las tendencias y edades de la “subversión” venezolana, desde Douglas Bravo hasta jóvenes camaradas que alcanzaron la mayoría de edad en la Quinta República. El autor y la obra se lo merecen, como se merecen las valiosas exposiciones que allí se dieron sobre las contradicciones, riesgos y perspectivas del proceso venezolano.

Quiero referirme a la intervención de un joven vocero del PSUV que preguntaba cómo era posible que en este partido se discutieran los estatutos antes que el programa y que sin discusión previa lo proclamaran “policlasista”. El partido según él, si entendí bien, no debería admitir capitalistas o empresarios, ni limitarse a promover el votar SI a la reforma, sino formular y defender tesis radicales, luchar contra la derecha enquistada en el gobierno y promover la revolución proletaria al interior de la revolución burguesa.

¿PARTIDO POLICLASISTA?

Es perfectamente comprensible la repugnancia ante el partido policlasista cuyas expresiones más representativas el PRI, el APRA y AD fueron cadalso de sueños, pantano de conciliación y sepulcro de soberanía. No es errado temer que ese sea el PSUV que quiere la derecha chavista, bajo el lema “adeco que no es ladrón es chavista”. Pero lo opuesto no es “El Partido” de tipo leninista, que fracasó como instrumento de revolución en Venezuela y Latinoamérica, con las honrosas excepciones del FMLN salvadoreños y las FARC, que no han conquistado el poder pero siguen en la batalla a diferencia del medio centenar de PC’s fundados en el continente durante el Siglo 20.

La Revolución Bolivariana y otras herejías exitosas en Latinoamérica probaron la efectividad de los grandes movimientos de masa que, sobre un programa mínimo de reivindicaciones básicas, puedan dar batallas políticas y electorales. Si las condiciones se lo imponen pueden, aún dentro de la legalidad, convertirse en plataforma de reclutamiento, organización, finanzas y logística para una organización político-militar.

El programa del PSUV no es otro que la Constitución (con sus futuras reformas) programa mínimo de la Revolución Bolivariana. Ni partido ni movimiento, el PSUV nació para abolir al grupo de partidos del Bloque del Cambio, cuyo apoyo electoral salía demasiado caro por su clientelismo, su cabildeo y sus parcelas burocráticas. Para que el PSUV no se convierta en lo mismo que reemplaza, la única vacuna posible es la más amplia democracia interna y el derecho de tendencia. El PSUV es la vanguardia de la Nación, no la vanguardia de la revolución. Pretender que el PSUV sea la vanguardia de la revolución y vocero de los sectores más radicales, es acabar con su unidad.

LA SUPERSTICIÓN DEL PARTIDO

El Comandante Douglas Bravo, en su intervención, recordó que “El Partido” es una invención burguesa, la expresión política de la división del trabajo como trabajo intelectual de la división entre vanguardia y masa.

El partido leninista fue, en su momento, la apropiación necesaria e inevitable, del modelo burgués: la revolución bolchevique vestida a la francesa, como la revolución francesa se vestía a la romana. A ese modelo de partido le tocó la triste tarea de aniquilar a los soviets, reestructurar la centenaria burocracia rusa y degenerar a la revolución en gobierno.

UN BUEN PARTIDO

La superstición de “El Partido” domina el pensamiento de la izquierda que quiere creer que sólo gracias a él lograremos la toma del poder por los trabajadores, la represión de la derecha chavista, la abolición inmediata del capitalismo en Venezuela, la supresión de los derechos políticos de la burguesía y el corte de suministro de petróleo a los Estados Unidos en solidaridad con el pueblo de Irak. En realidad hay mucho de pequeño-burócrata en este pensamiento y es ocioso preguntarse si, llegados al poder, lo harían mejor que Chávez o siquiera diferente, enfrentados a las mismas realidades nacionales e internacionales.

Entre los supersticiosos de “El Partido” hay camaradas estimables y valientes que dominan el marxismo pero se les escapa la dialéctica, porque definen las partes sin ver su movimiento. Ejemplo de esto último es que hoy en Venezuela nada impide a nadie crear el famoso Partido que proponga, difunda y aplique las tesis más radicales. Además de expresar en abstracto la necesidad de El Partido, sería pertinente que trataran de entender y explicar por que no se ha fundado.

LA LUCHA SIGUE

La Revolución Bolivariana no congeló la lucha de clases. La colocó en otros niveles. Presenta al pueblo objetivos inmediatos y lejanos, forma combatientes populares y prepara el terreno para las batallas. La lucha de clases está presente en ciudades y campos, al interior del Estado y al interior del PSUV, no como polémica sobre ideología sino como conflicto sobre asuntos prácticos, inicialmente organizativos.

Aunque la Revolución Bolivariana da la impresión de avanzar a saltos cuando el gobierno decreta misiones, formas de organización popular o nuevos principios estratégicos; en realidad lo que hace es adaptar su estrategia a nuevas realidades geopolíticas y responder a necesidades puntuales o reclamos populares contra la realidad burguesa, la ineficiencia de los partidos y la administración.

La oposición mediática es tan fuerte y la maquinaria comunicacional del gobierno tan mediocre, que la ventaja electoral de Chávez debe ser repotenciada a cada elección; y así como la fuerza actual del movimiento popular depende en gran parte del gobierno, la supervivencia del gobierno depende de Chávez y éste del apoyo popular. Quien ve esta simple relación, entiende la dinámica entre gobierno y movimiento bolivariano.

CHÁVEZ Y LA VANGUARDIA

Muchos de los que aún creen en lo imprescindible de El Partido, son “condescendientes” con Chávez y lo reconocen como líder natural, alumno aventajado al que sólo le falta “algo” para ser el Lenin que necesitamos. Les cuesta reconocer el acierto teórico de quien “recorrió la cantera del tiempo hasta llegar a la veta de la oportunidad”, atribuyendo su éxito no a lo avanzado y universal de su razonamiento sino a lo atrasado de las circunstancias. No pueden fundar El Partido como una organización que difunda y defienda sus posiciones dentro del movimiento quienes lo definen necesariamente como un instrumento para tomar y ejercer el Poder.

La actualidad prueba que la toma y ejercicio del Poder no es la tarea de una vanguardia intelectual sino de sectores cada vez mayores del pueblo porque requiere un conocimiento práctico y un análisis de la realidad que plantea problemas teóricos y prácticos que la ideología no puede resolver. Ser vanguardia es andar al paso de la realidad. Por eso el programa del PSUV es la Constitución con sus reformas.

Termino con la frase que termina el libro de Amilcar Figueroa: “En todo caso, este texto es la lectura de un proceso muy novedoso, muy rico, muy diferente a la idea libresca de la revolución. Tal vez esta sea bastante distinta a la revolución que imaginábamos en décadas anteriores, pero es la revolución que tenemos, la real; con sus limitaciones, pero a la vez con la fuerza, con la dosis de esperanza que este mundo necesita”.


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Eduardo Rothe


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