Hasta hoy la humanidad no ha podido sostener la tensión amorosa que exige la existencia en comunidad bajo los preceptos de igualdad, solidaridad y cooperación. Los variados logros que luego de enormes sacrificios hemos alcanzado para concretar la utopía se nos ha escurrido –hasta ahora- como agua entre las manos. En ese combate diario entre el instinto egoísta y el mandato solidario de la conciencia ha sido el instinto el que se ha impuesto.
Una mirada a la historia –incluido nuestro proceso actual- pone en evidencia que el peor enemigo de la utopía realizable –amén de la poderosa resistencia del sistema basado en la explotación, la ambición, la vanidad y el egoísmo- es precisamente ese ser humano dual que llevamos dentro. Capaces de actos heroicos de generosidad, amor y entrega, somos -al mismo tiempo- portadores de las peores miserias. Al modo como Pablo de Tarso le ruega a Dios, sabemos la diferencia entre obrar el bien o el mal pero hacemos –muchas veces- el mal que no queremos y dejamos de hacer todo el bien que debemos.
La misma persona que hasta ayer no más era un luchador por la igualdad y la justicia, humilde y sencillo deviene hoy –apenas unos privilegios de por medio- en un ser soberbio, arrogante, indiferente, manipulador y egoísta hasta el paroxismo. Pareciéramos estar siempre tentados por el mal y además siempre vulnerables a caer en la tentación sólo dependiendo de la circunstancia.
En nuestro proceso revolucionario esta debilidad se presenta hoy como un formidable enemigo que aleja cada día más el horizonte de la utopía concreta. Eso que llaman poder constituido –no estoy muy de acuerdo con el concepto, puesto que salvo la Asamblea originaria todos reciben un mandato incluidos los Consejos Comunales- ofrece resistencia, manipula, compra voluntades, trampea, todo para conservar la pequeña parcela de poder recién adquirido. Repitiendo los mismos vicios que la vieja oligarquía, impide –al menos lo intenta- que el Poder Popular realmente resida en el pueblo.
Ernst Bloch, el llamado filósofo de la utopía-esperanza concluye que el ser humano en solitario jamás podrá resistir la tentación. Nos perdemos por actos individuales pero nos salvamos en racimo o no nos salvamos. Ese “excedente” en la tensión ética necesario para resistir la tentación de convertirnos en “dioses” de los otros sólo se encuentra en forma difusa en el colectivo. Al final, el capitalismo es individualista y el socialismo colectivo.
Los valores necesarios para anular la tendencia instintiva al egoísmo, ese “excedente” esquivo al individuo se hace presente en el colectivo, en la comuna. No recae en forma permanente o exclusiva en uno u otro miembro de la comuna sino que rota como patrimonio común. Es, entonces, la comuna la que tiene que activar esos “excedentes” en la forma de valores necesarios para un pueblo en marcha hacia el socialismo. Es la comuna –todos y cada uno de sus miembros- la que debe ir haciendo presente los valores necesarios para frenar los brotes de egoísmo. Hoy esos valores recaerán en uno o una y mañana en otro u otra.
Baruch de Espinoza, concluye en su obra ÉTICA, luego de estudiar con rigor el comportamiento de comunidades a lo largo de la historia, que es la comunidad la que tiene y puede hacer presente los valores necesarios para lograr que el individuo sienta la felicidad de vivir en el amor colectivo, y que es la sanción del colectivo la que preserva de las caídas individuales en el error. El Estado, o cualquier otra figura que se erija en vigilante o administrador de esos valores termina constituyéndose en opresor y nueva clase dominante.
Debe el Estado Revolucionario ser eficaz cooperante con las Comunas haciendo posible que ellas nunca pierdan su protagonismo de modo que cultiven con poder los valores necesarios para desarrollar el proyecto de vida socialista sin la amenaza de nuevos señoríos. Deben los cuadros del Partido de la Revolución ser la bisagra que articule armónicamente las acciones del Estado con las tareas de la Comuna. Conocimiento y conciencia son las más urgentes tareas para estos cuadros de inserción en las comunidades.
EL VALOR DE LO PROFÉTICO
Sin profetismo no hay marcha. Una comunidad sin este carisma pierde su capacidad de analizar el presente y, sobre todo, de tender utópicamente hacia el futuro. El profetismo es aquel valor que se manifiesta taladrando el presente con sus miserias y abriéndose al futuro. Es esa suerte de contraloría social colectiva que señala lo que está mal y su lenguaje no admite componendas; denuncia la falta de radicalidad, la señala y la enmienda con radicalismo real poniendo en evidencia las causas del mal. Deja las cosas al descubierto y sitúa en colectivo al individuo frente a las exigencias inapelables del rigor socialista. Es el valor que puede resultar menos agradable, antipático, duro y hasta desabrido pero absolutamente imprescindible para una comunidad en marcha socialista hacia la utopía concreta.
Ahora bien, lo que diferencia la contraloría comunal profética de simples precursores de calamidades, chismosos o críticos sin causa, es que esta contraloría comunal nunca está exenta de esperanza, de posibilidad de enmienda, no aplasta, no execra, ayuda a la corrección y se pone en camino.
EL VALOR DEL CANTO NECESARIO
Mientras la comunidad va de camino, mientras se trata de modelar la historia personal y comunitaria de acuerdo con los valores humanistas del socialismo, se van produciendo hechos, señalando objetivos y soñando horizontes que deben ser cantados. El cantor y la cantora, los cantores y cantoras deben animar la marcha, hacerla deseable, alcanzable y bonita.
El cansancio es un enemigo tremendo para una comunidad en marcha. Muchas veces se hará presente la enorme desproporción existente entre los esfuerzos invertidos y los resultados cosechados. ¿Quién y qué alentará la marcha en las horas de cansancio y desaliento? Lo profético no. Lo profético tiene unas ciertas tendencias a profundizar en las miserias y la esperanza que anuncia es “anuncio”. Aquí debe hacerse presente ese hombre o esa mujer con capacidad para captar y cantar la utopía ya presente en la comunidad en toda forma de amistad profunda, en el andar y la resistencia. El socialismo –transición al comunismo- es siempre un horizonte inacabado, pero es también amor que se hace presente con toda su luz y fuerza. Cuando por la dureza de las tareas el socialismo se hace a veces imperceptible, son los cantores y las cantoras los encargados de señalarlo con su canto y son ellos y ellas los únicos capaces de volver a poner a la comunidad de pie para profundizarlo. Una marcha continuada, alegre y resistente a un mismo tiempo, necesita del canto como la fiesta de la música que la acompaña. La canción revolucionaria debe estar presente en todos los actos y encuentros comunales, de lo contrario se volvería todo demasiado serio y con poco espacio para celebrar la vida
EL VALOR DE LA AYUDA NECESARIA
En toda comunidad habrá siempre débiles, enfermos o desangelados. Esto es particularmente cierto en una comunidad en marcha porque la marcha agota y a veces enferma. No todos pueden resistir con igual fortaleza las exigencias de la marcha. A unos les dolerá el corazón y a otros los planes, y casi todos llevamos heridas profundas en el alma. Una comunidad que no admita esto no es una comunidad que tiende al socialismo; pero el problema no es llenarse enfermos sino el hacer presente quien les de una mano. Quien los cure. Al enfermo no lo pone a caminar el reclamo profético duro y radical, ni el cantor o la cantora con su canto. El enfermo usualmente no está ni para cantos ni para regaños. Lo que necesita es quien lo cure.
Debe tener la comunidad ese instinto médico que consiste en saberse acercar a cada persona y percibir cuando está mal, intuir sin muchas preguntas donde está la herida y curarlo devolviéndole la confianza en sí mismo y en la obra que se persigue. Esta presencia es absolutamente necesaria y preciosa dentro de la comunidad. Al que se sienta al borde del camino cansado no se puede dejar a un lado sino ponerlo a caminar de nuevo. La comunidad tiene que desarrollar el don del samaritano.
EL VALOR DE LA AUTORIDAD
Toda comunidad tienen que desarrollar en su seno el servicio de la autoridad. Una autoridad correctamente entendida como aquella que procura y logra el bien común. No esa autoridad casi siempre asociada al que manda más sino al que sirve más. Cuanto más rica sea una comunidad en presencias carismáticas más necesaria se hace su coordinación. Sin ese servicio, el mundo interior de la comunidad puede resultar caótico, y la expresión de los diversos valores derivar en mutua e ineficaz neutralización.
La voluntad de una comunidad en marcha tiene que disponer del correcto discernimiento socialista que, a largo plazo, podría no ser convenientemente animado, coordinado y realizado sin el servicio de la autoridad. Es la autoridad comunitaria la que evitará que los distintos carismas presentes se excomulguen mutuamente. Por un lado definiendo tareas específicas, pero por otro lado, señalando con claridad que esos no son roles asignados a perpetuidad y que en algunos momentos todos deberán ser profetas, cantores, médicos o autoridad.
Los equilibrios y el dinamismo interno de estos carismas en una Comunidad en marcha al socialismo deben ser cuidados con esmero para evitar la tentación siempre presente de asumir roles de privilegio. En todo caso estas reflexiones nos dan pie para introducirnos en el ejercicio de armonizar y desarrollar los valores que permita a la Comunidad encontrar el camino al paraíso (socialismo) perdido.
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