El Caballo de Troya aparece como mito en la Odisea de Homero y en la Eneida de Virgilio, las fuerzas griegas que asediaron a Troya durante diez años, no pudieron superar las altas murallas que la defendían. Odiseo propuso a los jefes griegos construir un enorme caballo de madera, en cuya barriga habrían de caber los más valerosos héroes griegos. La flota griega se retiraría a la cercana isla de Ténedos, tras quemar el campamento, para que los troyanos lo advirtieran y salieran confiados al campo. Un griego, fingiéndose fugitivo, quedaría fuera y contaría a los troyanos que este caballo está consagrado a la diosa Atenea.
Bajo las instrucciones de Odiseo, el caballo fue construido por Epeo el Feocio, el mejor carpintero del campamento. Tenía una escotilla, una puertita escondida en el flanco derecho. Los troyanos, grandes creyentes en los dioses, cayeron en el engaño. Lo aceptaron para ofrendarlo, ignorando que era un ardid de los griegos para traspasar sus murallas. Dentro del caballo se escondía un selecto grupo de soldados. El caballo era de tal tamaño, que los troyanos tuvieron que derribar parte de los muros de su ciudad. Una vez introducido el caballo en Troya, los soldados ocultos salieron de él, abrieron las puertas de la ciudad, tras lo cual la fuerza invasora entró y la destruyó.
Todo proceso de cambio, y nuestra Revolución lo es en profundidad, tiene caballos de Troya, simuladores de oficio, disfrazados que pretenden confundir, y que desde adentro hacen más daño, que quienes desde afuera disparan incesantemente. Los caballos de Troya son peor que los enemigos abiertos y declarados. Los primeros nos engañan, no sabemos que son lo que realmente son: peligro. Los segundos son los enemigos declarados, están al frente; ellos plomo con nosotros, y nosotros plomo con ellos. No hay posibilidad de equivocarse.
El Caballo de Troya escondía hombres peligrosos, fornidos gladiadores como Codisco, Acamante, Talpio, Demofonte, Idomeneo y Oyálmeno. También el caballo de Troya de nuestra Revolución encierra en su vientre personas con nombres y apellidos que deben ser denunciadas y castigadas formalmente.
Pronto vuelvo sobre el tema de los caballos de Troya, porque hay muchas formas de serlo. Hoy hago referencia sólo a dos tipos: los cómodos y los corruptos.
Aquellos compatriotas que no gustan trabajar, que prefieren estar siempre en espera de que otros hagan lo que a ellos corresponde, los que no asumen responsabilidades, o asumiéndolas no las cumplen, son caballos de Troya. Con cuanta frecuencia encontramos camaradas de lucha que son sólo para la fotografía, que están siempre pescueceando, tratando de que los vean, para que se crea que están haciendo, pero que no dan un golpe, no arriman una pal’mingo. A ellos los contamos como piezas del batallón, pero son un engaño, nunca están, nunca sirven, nunca hacen. Al momento de la acción debilitan el resultado, ya que en papel contábamos con ellos, pero nunca aparecieron, nunca sumaron fuerzas, abriendo así puerta al adversario. Son caballos de Troya.
Con profundo dolor -obligado por la autocrítica a la que nos invita el Presidente Chávez- debo reconocer la existencia de corruptos entre nosotros. Hay revolucionarios neorricos que no aguantan una auditoría, que no soportan una lupa sobre sus cuentas bancarias, que no pueden explicar legalmente, cómo se hicieron multimillonarios de la noche a la mañana. Nuestros adversarios, para mofarse de nosotros los llaman “boliburgueses”, yo los llamo caballos de Troya, están acabando y acabarán con la Revolución, si no somos capaces de sacudírnoslos, de ponerlos al descubierto y sancionarlos. Yo no tengo por qué encubrirlos, menos aún el Presidente Chávez, ni el partido, ni la Revolución. Nosotros no los mandamos a robar. Roban por su cuenta y para sus cuentas bancarias. Que paguen su delito. A esos caballos de Troya que pueden derrumbar el proceso, no los quiero, no los queremos.
Alerto a manera de reflexión sincera y urgente, que tenemos que crear mecanismos populares y revolucionarios que nos permitan pronto detectar los caballos de Troya, para lanzarlos fuera y lejos de nuestras murallas. El asedio a nuestra Revolución, como lo fue el asedio a Troya, no puede dar como resultado el triunfo de nuestros enemigos. Parodiando a José Félix Ribas -numerosas veces citado por Chávez- “necesario es vencer".
(*)Escritor Municipalista
Cesar.dorta62@gmail.com