Introducción
“Los niños imaginan con facilidad las cosas que desean y no tienen. Cuando en su madurez conservan esa facultad maravillosa se dice de ellos que son locos o poetas” (Anatole France)
En una Pradera, lejos del Cielo y del Infierno y del Limbo y del Purgatorio pero muy cerca de la Tierra, viven los poetas, los cantores, los ideólogos, los filósofos, los literatos muertos -en fin, los que clamaron redención en la Tierra- entre flores que no se marchitan y pueden –éstas- cambiar de color como tantas veces necesite el tiempo resguardar intacto ese hermosísimo espacio de aquellos que viven de la depredación de la poesía, de las letras que se declaman o se cantan, de las palabras que tienen el sentido exacto de su pronunciación, y que pueden ser leídas y entonadas en todo el universo sin distingo de ninguna naturaleza por los que sueñan, aman, piensan y luchan por la emancipación del ser humano. Pradera, donde los árboles más altos, como los dioses más cerca del Cielo, protegen a los más pequeños de los ventisqueros y de las lluvias largas. Pradera, donde se talla la piedra con el verbo. Pradera, donde un fuego hace un fiax lux. Pradera, donde a las 6 de la tarde y a las 6 de la mañana el sol se besa con la luna demostrando lo anchuroso de su corazón y las bondades de su alma. Pradera de luces y de voces inocentes que llegan de los niños y de las niñas que son olvidados en esas cumbres de gobernantes que se turnan la decisión del destino del mundo para que siga andando patas arriba y reinen la pobreza y el dolor. Pradera de lloviznas cristalinas que se casan con la neblina afable y cariñosa, para que los poetas muertos hagan su coloquio o su tertulia nocturna o los cantantes muertos realicen sus conciertos entre círculos de luz de velas encendidas que no se apagan, porque la misma brisa se encarga de resguardarlas. Y ¿por qué no?: para que las almas de filósofos sonrían convencidos que ya no tienen que dividir sus conceptos para unir el pensamiento mientras que las de los científicos se lamentan de no haber dividido sus conocimientos para que ningún malvado los hubiese unido en perjuicio de la humanidad. En la Pradera la ciencia sigue uniendo sin dividir mientras que la filosofía continúa dividiendo para poder unir. Si Lenin dijo en la Tierra que sin teoría revolucionaria no existe movimiento revolucionario, en la Pradera se dice: sin la palabra creíble no existe compromiso de almas honestas.
Las montañas de la Pradera se reflejan en la belleza de los esteros que comunican las distancias sin que ninguna alma encuentre algún espacio que le sea lejano o ajeno. Las brumas son como una especie de espuma donde cualquier niño o niña pueden escribir sus versos ingenuos y el viento los recoge para dejarlos escritos sin que nadie se atreva a corregirlos. Son perfectos como el amor y la solidaridad que sienten todas las almas entre sí. La diosa de todas las diosas, la única que no fue creada por la mente del ser humano quiso que la Pradera fuera un lugar privilegiado en el universo para que cada objeto y cada sujeto expresen la armonía de lo que casi es perfecto en las manos que hacen pensar el alma. No existen los desposeídos ni los descalzados, y los que en la Tierra llamaron descamisados ahora sus almas viven abrigados por el infinito calor solidario de la Pradera. Toda noche es un pasaporte para que nazca un mañana feliz. Nadie porta espada para que ni una sola gota de sangre chorree en la arena. Todas las ideas son la confirmación de la redención. Nadie se siente desgraciado y nadie se ocupa de andar hablando de derechos humanos que en la Tierra fueron inventados por la democracia política de la minoría que gobierna sobre la mayoría.
Es una Pradera donde no existen entuertos que enderezar, sinrazones que emendar, viudas que socorrer, abusos que corregir, villanos que combatir, cautivos que liberar, locuras que sanar, ni deudas que satisfacer. Pradera en que no existe razón de la sinrazón que a la razón se haga, de tal manera que la razón no enflaquece, porque razón de queja no se tiene contra ninguna felicidad que es toda su realidad. Pradera en que los bajos cielos y los altos bosques son una divinidad divinamente con las estrellas que os fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece su grandeza como, tal vez, lo diría Cervantes luego de plagiarle un poema a Sancho o una oda –no importa si altisonante- a don Quijote. Pradera en que ya Freud no es intolerable para el rumiado de la psicología.
Una noche, en que el sol se quedó mirando extasiado la redondez de los senos de la luna, sus muslos torneados, sus labios de finura perfecta y ansiosos de besos y sus brazos largos y suaves clamando abrazos, los poetas colgaron chinchorros de los árboles en que ninguna hoja deja de cumplir su ciclo exacto de vida productiva, y donde los frutos invisibles terminan alimentando el alma, entonaron las estrellas una especie de himno solemne sin definición de tiempo. Parecía como si todos los luceros estaban vestidos de colegiales tocando en armonía los instrumentos de una grandiosa orquesta en una pradera llena de pizarrones, en los que se exponía la concepción más inocente y sencilla pero más profunda del universo: los frutos verdaderos para todos de la libertad. Todos los conceptos estaban descifrados en versos o metáforas de poesía. Había consignas escritas en tinta de agua cristalina reflejando el cambio de aquellos que en la Tierra padecieron un dolor y ahora en la Pradera vivían todos los encantos que les fueron negados por el hombre-lobo que los gobernó en la vida de sus cuerpos. Impresionaba una que decía: “¡Al fin feliz!”. La brisa la giraba sobre un eje imaginario para que todos los ojos de la Pradera la miraran y la leyeran y la disfrutaran.
En la Pradera la palabra tiene el poder de la felicidad, porque penetra los sentimientos más recónditos y espaciales de las voces de todas las almas vivientes en su seno. Las palabras son como musas eternizadas por la belleza de su contenido y la hermosura de su forma. En la Pradera la poesía, la música, las artes en general no sólo son bien interpretadas sino correctamente transformadas en la vivencia de todas y cada una de las almas. Pareciera que se confirma lo que en la Tierra dijo un día Oscar Wilde: “La naturaleza imita el arte”. Lo que sucede es que cada artista cuando piensa y cuando actúa modifica la Pradera sin que pierda ningún vestigio de su felicidad. Todo es novedoso por ser todo esperado en el sentido de la creación púrpura de las letras, de las palabras, de los pensamientos. Y nadie, como los niños y las niñas, gozan de tanto poder en sus palabras, porque nacieron sin conocer la mentira. Ya nadie, en la Pradera, pierde su tiempo luchando por la inmortalidad. Robinson Crusoe es una ficción simpática que en la Pradera no tiene imaginación por ser demasiado irreal. Más se identifica la causa con el arte que el arte con la causa. Todo lo subjetivo del pensamiento es confirmado en la objetividad del fiax lux de cada amanecer. En la Pradera todas las almas saben debatir y dialogar con las palabras, porque éstas tienen como testimonios irrefutables las realidades escritas en los libros. Virginia Wolf ya no tiene ficciones que describir y se ha dedicado al realismo de sus visiones. Dickens, Dickinson, Kets, Rilke, Elliot, Rimbaud, Baudelaire, Mallarmé, Carroll, Ibsen, Henry James, Kafka, Celán, Buchner, Hölderlin, Chaucer, Blake, Montaigne, Apuleyo, Petronio, entre otros, dictan clases magistrales sobre agendas literarias y comentan, para satisfacción de todas las almas, las películas de James Dean. Los consejos amorosos de la Celestina nunca llegaron a los predios de la Pradera. Boccaccio escribe idilios concretos y no mitológicos. Kafka ya no escribe por casualidad sino por placer. Gogol y Blok encontraron en la Pradera el sendero de un camino que en la Tierra se les había perdido. En la Pradera todas las almas, sin distingos, confiesan que viven como si el libro de Neruda “Confieso que he vivido” fuese antes escrito por todas. Brecht sigue siendo el gran maestro de las tablas, pero ya no escribe óperas de centavos. Reverón y Juan Félix Sánchez disfrutan combinan la pintura con la arquitectura que no nace de las universidades sino del ingenio de sus diseñadores. Descartes comenzó a convencerse que primero existe y luego piensa. Las canciones de Sadel son tenidas en la Pradera como símbolo de serenatas que despiertan el anhelo por la pasión amorosa de almas que en la Tierra fueron contradictorias. Cheo García sigue siendo el guarachero preferido de Billo Frómeta. Aunque las almas de la Pradera no le desean la muerte a nadie en la Tierra sueñan con ese día, aspiran que sea lejano por la mano del Dios de la naturaleza humana, que la voz de Vicente Chente Fernández deleite las multitudes preñadas de satisfacciones espirituales del arte totalmente ideológico. Tony Aguilar sigue siendo un ranchero privilegiado de la música mexicana. El negro Pimentel continúa siendo una expresión hermosa de la solidaridad humana en las almas de la Pradera. Los grandes maestros de la política de redención, de tanto estudiar y reflexionar en el campo de las ideas de la libertad, de vez en cuando, hacen un reposo para incorporarse a los coloquios de poetas muertos o cantos de cantores muertos como para seguir creyendo y profesando que los artistas siguen siendo seres especiales. Proudhon, reconociendo haber plagiado a Juan Crisóstomo en la Tierra, sostiene que en la Pradera la propiedad ya no es un robo sino la legalidad de la justicia abrazada a la libertad. Bakunin solicitó que Marx lo disculpara por haber creído que éste atiborraba de ideología a los obreros en la Tierra. Sísifo, pidiendo perdón por sus pecados cometidos en la Tierra le fue exonerado de andar subiendo piedras a las cimas de la Pradera, porque son alcanzables para todas las almas y en la Pradera no ha castigo de ninguna naturaleza.
Nunca existe crisis de sociedad, porque todas las almas tienen un común denominador que les otorga densidad, perseverancia y unidad espiritual en todo el horizonte geográfico de la Pradera. Todo tiempo y toda la literatura y todo el conocimiento asignan, siempre, el más alto sentido de las libertades para todas las almas y que éstas vivan en el privilegio más elevado del escalafón humano: la felicidad integral.
En la Pradera no hay anales de grupos ni de clases, porque las nuevas generaciones llegan del reino de la Tierra por la suma de las bondades que pusieron en provecho y bien de los demás. No existe la devoción por un alma específica negándole los valores a la enseñanza, a la sabiduría y a la experiencia que se transmiten sin distingo a todas las almas que necesitan asimilar los avances de la cultura y el arte universales. Todas las almas en sí llevan el fulgor de arcángel, ninguna se vale de otra para cubrir de resplandores alguna gloria propia del individualismo. Todo pensamiento es volcánico, porque jamás se ancla en la parcialidad del momento. Nunca se concentra el deber en la liturgia de efemérides, sino en las labores creativas de los hechos nuevos. En la Pradera es como si no existiera la involución, todo es progreso y los valores antiguos, incompatibles con la solidaridad humana, no llegan con las nuevas almas que hacen entrada al reino primaveral, aunque de la vida anterior arranca toda creatividad de futuro en el presente.
Nadie desdice del tiempo que va dejando atrás, porque todo porvenir que se levante sobre él, es brillante, es una epopeya sin necesidad de ser odisea. Nadie achica el pasado para engrandecer ficticiamente el futuro. Todo es dialécticamente armonioso en la vida de la Pradera. Ningún acto provoca el odio sino el aplauso de la audiencia. Nadie escribe o habla sobre leyendas negras ni de doradas leyendas del esclavismo. Toda oda es un canto temprano a la libertad. Existe mayor fe en la síntesis que en el análisis. Todo concepto que pueda entenderse como contradictorio con otro, jamás se interpreta con repugnancia. La disidencia sigue siendo siempre una fuente creadora de ideales prósperos que tratan de ser perfeccionados en la práctica social. Nadie le da a la Pradera un sentido litúrgico ni personalista, porque la historia cuenta con el protagonismo de todas sus almas. Ninguna época se hace bárbara. No hay intermediarios entre el poder de la naturaleza y las almas visibles de la Pradera.
Entre las virtudes que sobran están la tolerancia y la comprensión. Nadie hace mal a nadie, porque todas las almas se hacen el bien entre sí sin distingo de ninguna especie. Ninguna tiene necesidad de ser heroica, porque la guerra no existe. La paz es universalizada por la conciencia común de la felicidad. Nada es lúgubre y la palabra sólo tiene el peso de su compromiso posible. Ninguna alma reclama homenaje para sí, sino para las bondades de los actos de la naturaleza misma. Ningún vicio o defecto se hace sustantivo ni adjetivo, porque se corrigen antes de entrar a la Pradera. Todo hecho, por la ley misma de la contradicción, tiene su pro y su contra, pero siempre pesa y vence el primero sobre el segundo. Nunca hay necesidad de regatear una garantía social, nada se hace con enfermiza pasión y lo aberrante y asqueroso no existe.
No se produce la desagregación mental, porque nadie lleva en sí un reato doloroso de nacionalismo. A nadie se le escucha calumniar las buenas tradiciones ni se anda detrás de algún signo moral para darse perfil propio en la cultura y el arte de la Pradera. Neruda se parece tanto a Withman que Withman termina siendo Lorca o Machado, Vallejo o Guillén, Rubén Darío o Hernández, Celaya o Andrés Eloy, Alberti o Mistral, Martí o Byron, y todos cultivan las rosas, el trigo, el maíz y siembran los árboles de sombra y frutales sin que se rompan las buenas relaciones con el sol, porque las almas de niños y niñas guían el espíritu de los sueños comunes. Los hechos no se producen desarticulados ni hay egoísmos ni recelos entre ellos. Ninguna jornada es oscura, porque la luz es para todas. Los villancicos siguen alegrando el recreo de las almas infantiles. Para siempre lluvia y sol al mismo tiempo dejó de ser una pelea entre Dios y el Diablo, son cosas extrañas pero ciertas de la naturaleza misma.
Todas las almas asimilan de manera integral la historia de la Pradera y se arman de todos los valores que contribuyan a enriquecer la sabiduría. La pasión por los paisajes se convierte en la viva función de las almas despiertas. Cunde la levadura que hace que leude el trigo hecho pan y todos meten las manos en la cocina para que el gusto sea completo y agradable a todos los paladares. En el diálogo todas las almas tienen igualdad de oportunidades para expresarse y que les tomen en cuenta sus opiniones siempre en el buen sentido de las palabras. Fácilmente se interpreta el pensamiento expuesto, porque nadie maniobra para introducir el gato por liebre. La solidaridad y la ternura son deberes de todo presente, ya que nadie invierte tiempo en imaginarse fantasía de futuro. Nadie le pone mala cara a algunas vicisitudes que son propias de las contradicciones de la naturaleza cuando tiene necesidad de un ronquido o un estornudo. Todas las tradiciones son apreciadas como dinámicas y creativas, pero jamás estáticas y de resignación, porque nadie es un simple contemplador de los valores que se mueven y se manifiestan en la Pradera. Ninguna alma confunde la tradición con el espíritu arcaico y el fanatismo con que algunos en la Tierra expresan su conservadurismo por la riqueza y el privilegio individuales.
Ninguna palabra cae en el vacío, porque todos los oídos son receptivos a su pronunciación; las proas miran el cielo sin recelo, los océanos son sosegados como las almas que no pierden sus ventisqueros. Los degollados inocentes por los patíbulos en la Tierra recuperan sus cabezas sin andar maldiciendo el pasado. En la Pradera la satisfacción de las necesidades materiales y espirituales está determinada por la propiedad social de los medios con que dominan la naturaleza como las fuerzas productivas determinan las relaciones de solidaridad, porque también pertenecen a todas las almas sin distingo de ninguna especie.
La relación entre el arte y la vida en la Pradera desempeña un rol de gran importancia en toda expresión literaria para su grado de desarrollo. Nadie hace arte por distraerse del fastidio que no existe, porque las labores de las almas sirven al conocimiento, por lo cual nada es vano ni nadie cumple ociosas ocupaciones. El progreso del arte es la manifestación de más elevada vitalidad y de la importancia de una era en la Pradera. En ésta el arte goza de bienestar y de abundancia, porque tiene a su disposición los hornos bien calientes, las ruedas giran con mucha rapidez, las lanzaderas corren con mayor velocidad y las escuelas laboran con brillo. Son las almas las que preparan los hechos en la Pradera, los realizan aunque los hechos accionan a su vez sobre las almas y las hacen cambiar pero siempre en dirección del bien común. Por eso el arte refleja, de una u otra manera, la vida de las almas que ejecutan o se desenvuelven en los acontecimientos. No existen los líricos super sublimes, porque no existen los valles de lágrimas. No hay sátira estúpida ni cosquilleo verbal. A ninguna alma se le ocurre vestirse de uniforme militar pintándose la cara de una bandera como símbolo de nación. Ningún químico ultraja o rasga la piel.
Nada es estéril, porque la voz de la lira despierta la Pradera en la inspiración del saber. La palabra amiga y solidaria, la ternura de la risa, la alegría de ser feliz como las ciencias son guías del espíritu creador de las almas. El misticismo perdió los estribos antes de salir de la Tierra en busca de su paraíso soñado, porque demasiado antagonismo lo enfrenta a la razón. Nadie conoce nada de nihilismo, porque todas las almas creen entre sí su existencia.
La Pradera parecía un Alma Mater donde los y las poetas semejan como ser rectores y rectoras de un destino de palabras de cristales que se vuelven espejo tan pronto el eco las impulsa hacia los oídos receptivos que tienen la sensibilidad de lanzar un grito, levantar la mano o hacer un gesto de protesta contra toda injusticia social que se cometa en el universo entero. En esa Pradera se funde el todo con la parte y la parte con el todo y nada es extraño, de solidaridad y del bien, a las almas que la habitan. Pedro Infante había sembrado flores que ya no regaba con lágrimas de sus ojos, porque el agua de la Pradera es tan límpida que riega las almas dejándolas bendecidas de por vida. Desde el Infierno Churchill había mandado un poema para que lo recitaran como preludio al Coloquio argumentando que la guerra es un invento de la mente humana, y fue cremado por las manos de mineros que en la Tierra murieron bajo los escombros de la irracionalidad de sus patrones. Ricardo Corazón de León fue aceptado en la Pradera no por su posición reaccionaria de guerrero en la III Cruzada, sino por lo que de poeta llevaba su alma por dentro. León Felipe cree que la Pradera está gobernada por los sentimientos de Sancho y un loco como don Quijote es el guardián de las buenas intenciones para que nunca haya entuertos que enderezar. En la Pradera no existen los mercaderes de sombras, porque éstas son reflejos de la luz para que ninguna piel se rasgue de sol.
En la Pradera Jara tiene sus manos completas y los cantores le regalaron una guitarra recuperada de los escombros en un estadium de fútbol que fue ensangrentado por un bonapartista que en la Tierra se creyó un apóstol de la justicia y en el Cielo lo condenaron por genocida. Alí sigue cantando como si nunca hubiese conocido la necesidad de la moneda. José Angel Lamas recuperó su cordura, porque en la Pradera sí saben valorar su “popule meus”. Mozart ya no escribe Réquiem para la muerte, sino para la vida. Ya nadie encuentra una hora que sea tarde en la Pradera. John Milton recuperando su visión en la Pradera, escribió “El paraíso encontrado”. Los hermanos Karamazov nunca se separan de Dostoievski. Marcel Proust escribió “He hallado el tiempo deseado”. Voltaire dejó de tenerle miedo a la tristeza permanente, porque en la Pradera ese mal no existe. Ahora Rousseau saborea el perejil sin pensar en que lo quieran envenenar. Guiseppe Verdi vive convencido que en la Pradera existe mayor felicidad que en la “casa del reposo” que creó con su fortuna en la Tierra como refugio de músicos virtuosos. Eugenio ‘Neill, ¡por fin!, perdonó a Charles Chaplin que sigue amando a Oona. Para Lope de Vega todas las almas en la Pradera son fénix de los ingenios. En la Pradera ningún cartujo es ya taciturno ni retraído. Dante tiene escrita “La divina Pradera”. Shelley sigue leyendo los poemas de Byron con la misma pasión con que escribe los de él. Tchaikowski ya no tiene que invertir tiempo en pensar que las aguas hervidas evitan epidemias. Alfredo Nobel, desde la Pradera, cree que no ha habido justicia con aquellos que se les ha negado el Premio Nobel de Literatura por oposición a sus opiniones políticas o ideológicas. Mahatma Gandhi aspira escribir su primer poema en la Pradera cuando cumpla ciento veinticinco años de vida su alma. Shakespeare y Sófocles se sienten eternamente felices, porque nunca más tendrán que escribir una tragedia en la Pradera ni en lo individual ni en lo colectivo. Pablo Casal ahora tiene la convicción que en la Tierra murió pero en la Pradera gozará de vida eterna. Carlos Gardel se convenció que veinte años en la Tierra es como un siglo en la Pradera. Para Tolstoi la Pradera vive y disfruta tanto la paz que no se conoce la guerra. Frida Kahlo es la que sabe mezclarle las pinturas a Diego Rivera para que pinte los murales de la alegría en la Pradera. Oscar Wilde sostiene que su homosexualidad se extinguió en la Pradera por la virtud del entendimiento de las almas a los dolores que sufrieron sus habitantes cuando vivieron en la Tierra. Las locuras del Quijote ya no tienen las manos largas en las cortas manos de Sancho. Diógenes se convenció que en la Pradera ya no le hace falta su linterna para alumbrarse y prometió que nunca más desearía que un árbol diera fruto de mujeres ahorcadas. Ahora Isadora Duncan nunca usa bufanda para sus bailes. Jorge Luis Borges cambió su testamento por la felicidad de la Pradera. Esquilo le compuso una oda a la tortuga que le regaló un águila. Para Bécker ya no existen las oscuras golondrinas. Para Freud en la Pradera ninguna alma necesita del psicoanálisis salvo la de Reich que cree que el origen de esa felicidad sigue siendo el argón. Para Moro, la Pradera no es una utopía sino la ciudad del sol descrita por Campanella. Sócrates confiesa que la Pradera libera a los filósofos de la miseria que viven en la Tierra. Víctor Hugo sigue siendo un verdadero maestro de la escritura en el silencio de sus éxtasis, porque en la Pradera no hay espacio para los miserables. Pushkin ya no hace alarde de sus 113 amoríos relámpagos que vivió en la Tierra y que en la Pradera cualquier alma femenina es una elección respetable por la del hombre que la ame. Stefan Zweig ya nunca más quiere saber de suicidios. Van Gogh, siente que su alma es también la de su hermano menor que nació muerto y llevaba su mismo nombre.
Rocinante relincha cada vez que Cervantes se sienta bajo un árbol con papel y lápiz para escribir sus percepciones donde nada necesita ser negado por la razón. De vez en cuando rebuzna el asno de Sancho de la felicidad de haber dejado para siempre ser esclavo de las locuras del Quijote y de las corduras de Sancho. Tennesse Williams ya tiene escrita su novela “Una Pradera llamada deseo”. Jack London se maravilla de la amistad de los perros entre sí –en lo particular- y de todos los animales –en lo general- en la Pradera. Goya dibujó su “Alma desnuda”. Beethoven también observa la Pradera por el tacto de sus dedos con las teclas del piano. Allan Poe recuperó el alma de su esposa curándose de la tuberculosis. Balzac regala copias de su obra “La comedia humana de las almas en la Pradera”. Wilhem Grimm escribió “Nieves sin color”. Luis Braille se convenció que su método braille para ciegos perdió toda su vigencia en las escuelas de la Pradera. Sebastián Bach disfruta poniéndole música a los poemas. Flaubert cree que ninguna de las cosas de la Pradera son tonterías como muchas en la Tierra. Thomas Mann escribió “La Pradera mágica”. Freilegrath admira los brazos fuertes de las almas que en la Tierra lucharon por la emancipación del cuerpo. Aquel niño que Febo en la Tierra hizo castigar argumentando que había escrito odas altisonantes, ahora es un gran poeta de la Pradera y nadie es juez para juzgarlo. No pocas veces, dicen algunos fugados del Infierno que llegan a la Pradera, el Diablo se siente resentido de no haber sido un poeta en la Tierra tan mortal como todos los poetas y los seres humanos con derecho a ganarse la felicidad eterna en la Pradera. Si no fuera por tanto oler a azufre y amoníaco en el Infierno podría soñarse más con la Pradera que con el Cielo. Los caballos galopan la Pradera sin dañar la hierba y beben de la misma agua que consume el mundo de almas. Todos le reconocen a rocinante sus locas y graciosas aventuras en la Tierra. Todas las almas se guían por la educación, el hábito y la opinión pública. No se conocen las inversiones golondrinas ni las políticas de la zanahoria y el garrote. No hay venas abiertas y el molino sabe jugar con los repartos que va dejando el viento a su paso. No hay marchas peregrinas sin destino ni nunca existe la necesidad del optimismo por la muerte que no existe. Los conejos cambian zanahoria por galleta a las ardillas y jamás se corta el hilo de un papagayo. ¿Para qué buscar la causa primera de las cosas si existe la eternidad de las almas en la Pradera sin peligro de la extinción? Toda aurora que nace es como un ir perfeccionando la vida en la Pradera, porque el sol es para todos como la luz, el aire, la tierra, el agua y todos sus frutos.
No existen leyes de excepción ni nadie concibe una barricada para protestar contra el orden de convivencia social en la Pradera. Como no existe el esclavismo no hay necesidad de contradicción con la libertad. No existen lobos de la Bolsa ni disensiones agudas en las ideas porque todos los besos y abrazos son fraternales. Nadie lamenta estragos porque todos los frutos son placeres. No hay recelo porque no existe la vileza. En la Pradera todo marcha hacia delante sin ningún apresuramiento. Nadie escribe una palabra pronunciando otra, porque no existe el acto fallido ni el lapsus mental. Las pelotas de goma ruedan sin abismos que las desaparezcan. Los cantos de alborada ya no son para burlarse de almas cornudas que no existen, sino para alegrar la llegada de los niños y las niñas a las escuelas. El fin es siempre el nacimiento despierto de un sueño nocturno. Rafael Orozco canta sus vallenatos acompañado de Francisco el Hombre tocando su acordeón entre pañuelos blancos sin manchas de sangre y nada justifica el padrenuestro al revés. La más hermosa de todas las utopías que se hacen realidad en la Pradera es escuchar el silbido de una flor enamorada de un jardinero. En fin y concretando, en la Pradera se enseña haciendo, se explica mostrando y se aprende haciendo y siendo también demostradores, porque siempre se produce la fusión de lo que se pronuncia con lo que se ejecuta. Como en ningún otro reino jamás se llega a desvalorizar el tiempo, porque nunca se confunde el presente con el futuro, porque futuro es presente. Las aromas del café y de las flores se confunden en el olfato de todas las almas de la Pradera. Los cisnes juegan con los lagos como los niños con los trompos y las niñas con las zarandas. Todas las almas, sin excluir la opinión de los niños y de las niñas, reflexionan, meditan, perciben, analizan y concretan la arquitectura de su destino. La luz es vida, la luz es conocimiento, la luz es el iris de los ojos, la luz es la mirada eterna del horizonte naciendo para toda la Pradera. Alfonsina va del mar al río y del río al mar mojado su cabello ya sin ninguna pena ni silencio. Ninguna calle es solitaria de árboles frutales ni de faroles encendidos.
Esa noche correspondió el turno de coloquio a once poetas: siete de América y cuatro de España. Parecía como si ningún ángel se recordase que hubo tiempos pasados de colonialismo, de hombres oprimiendo niños, de hombres explotando niños, de hombres asesinando niños en la Tierra. Todos los poetas se parecían en la bufanda que les cubría el cuello, en la alegría de la vida, en el amor a la imaginación que no se divorcia de la realidad y en la dimensión del pensamiento solidario. Como nunca jamás en otro lugar del universo el silencio había sido tan perfecto y tan armonioso respetando la palabra que se pronunciaba o se declamaba o se cantaba. Los árboles parecían escuchar y grabarse los poemas como si tuvieran una larga memoria de tiempo. Los ojos de cada uno parecían el mundo de todos los corazones de la Pradera. Las olas del mar y la brisa y el viento parecían como si bailaban la vida en la alegría que conquista un mundo que por siglos le fue negado por los usurpadores del tiempo y del espacio de la vida misma del ser humano. Las espigas de trigo y los granos de maíz se juntaban sus manos como si la solidaridad de las almas se rompiera con todos los silencios y miedos que se viven en la Tierra contra sus depredadores y opresores. Ese día el poeta Octavio Paz no participó en el coloquio, porque estaba en un diálogo de diplomacia en representación de los poetas vivos que aún no han llegado a la Pradera, mientras Whitman podaba las hojas de la hierba que había creído fueron destruidas para siempre en el reino de la Tierra; en un otero, Chabuca la Grande, extasiada observando los jardines, entonaba “La flor de la canela” y Lennon ensayaba su clásico de “Imagina” para un concierto al siguiente día en el Teatro “Los cantores nunca mueren” donde Byron haría el papel de presentador leyendo uno de sus poemas que en la Tierra recogieron cosechas de corazones. Sentado en un tronco de madera que nunca ha envejecido porque tiene venas y tiene vida, estaba Goethe mirando la belleza casi indescriptible de la Pradera, diciendo repetidamente: “Todo lo digno que muere en la Tierra, tiene vida eterna en la Pradera si no ha manchado sus manos ni su mente con sangre de inocentes”. El poeta Aquiles Nazoa, de tanto creer en los poderes creadores del pueblo, sigue siendo su poesía un arma de futuro en las manos de los niños. A Ho Chi Ming, por su poesía, todas las almas le continúan llamando Tío Ho. Los cóndores sobrevolaban la Pradera con sus alas abiertas como brazos largos de gigantes de viento. Esa noche las golosinas se confundían con las risas de los labios que las degustaban. Atahualpa Yupanki engrasaba los ejes de su carreta sólo con caricias de sus dedos untados con aroma de rosas venidas de huertos de una sierra que lanzaba neblina desde su larga y blanca cabellera de largo tiempo.
Miguel Angel, Rafael y Leonardo da Vince fueron los autores de los dibujos de la cúpula de la tarima desde donde declaman los poetas o cantan los cantores. Una enorme pancarta sirve de fondo a la tarima, con la siguiente inscripción:”Las almas adultas de la Pradera no son perfectas porque antes vivieron en la Tierra, donde aún sigue existiendo el pecado”.
Alguien dijo que son los niños los primeros que abren las puertas a los visitantes de las palabras, esos visitantes diurnos y nocturnos de lo imaginario. Tal vez o quizá, por ello también dijo que privar a un niño del hechizo de la narración es una especie de pecado mortal, de entierro en vida. En la Pradera gobiernan los niños y las niñas porque todas sus guerras de paz son hechas con soldados de golosinas.
Toda noche de “coloquio vivo de poetas muertos” o de “canto vivo de cantores muertos” en la Pradera es, sencillamente, inolvidable. Así lo describen poetas, cantores, filósofos y escritores de todo género de literatura creadora de conocimientos. Para las almas que siguen creyéndose locas como en la Tierra, sencillamente son coloquios que le devuelven la cordura en su plenitud del amor, la solidaridad y la ternura.