La verdad tarda pero llega. Siempre ha sido así. Años atrás, allá por 2002-2003, se tuvo noticias de unas insólitas reuniones de jefes paramilitares, entre otros, Salvatore Mancuso, Carlos Castaño, Rodrigo Tovar Pupo (alias Jorge 40), El Iguano, con militares y políticos venezolanos.
En esos tiempos ocurrió la famosa incursión en el país de más de un centenar de "paras" que tenía como propósito asaltar el Palacio de Miraflores y asesinar al presidente Chávez. Los efectivos fueron concentrados en la finca Daktari --propiedad del cubano Robert Alonso, sórdido personaje reclutado por la oposición en los bajos fondos donde se mezcla la política con el delito--, y se disponían a cumplir la misión usando uniformes del Ejército venezolano.
El hecho, extremadamente grave y revelador de la audacia y recursos de la conspiración, lo banalizó la oposición. Los medios lo trataron con el cinismo que los caracteriza, y aún recuerdo las burlas que provocaban las declaraciones del Gobierno nacional y el enigmático silencio del Gobierno colombiano. Las versiones de lo sucedido se diluyeron en un caudal de comentarios manipulados.
Sobre todo cuando se filtraron los nombres de algunos venezolanos que participaron en los encuentros en solicitud de apoyo. Hubo muchas conjeturas y salieron a relucir nombres.
Pero lo fundamental, es decir, la existencia de una conjura de venezolanos con los criminales de las AUC, fue relegado a un segundo plano. Con posterioridad circularon otros datos de las reuniones --no fue sólo una sino varias, en localidades tanto de Zulia como de Colombia-- y se conocieron nombres: el de un exgobernador, un banquero, un dirigente político, el expresidente de un gremio y militares de rango, unos retirados y otros activos.
El tiempo pasó implacable y ahora se reactiva la información sobre el oscuro episodio. Que tendría un despliegue mediático desbordante si, por ejemplo, afectara a Chávez. Pero como lo que confirman los declarantes revierte contra personeros de la oposición, entonces se impone el silencio o se publican, a lo sumo, unas pocas líneas. ¿Cuál es la novedad? Para mi ninguna.
Tan solo que todo cuanto circuló como rumor ahora lo confirma uno de los principales jefes paramilitares colombianos, Salvatore Mancuso. Éste declaró desde la prisión en EEUU a la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia de Colombia, mediante teleconferencia, en los siguientes términos: 1º) Que militares y civiles venezolanos solicitaron los servicios de las organizaciones paramilitares bajo su mando, y de Carlos Castaño, para derrocar al presidente Chávez; 2º) Que el presidente Alvaro Uribe recibió el apoyo electoral de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC); que el Ejército, el DAS y la Fiscalía colaboraron con las AUC, y que el exministro de Defensa, hoy candidato presidencial, Juan Manuel Santos, le propuso tanto a él como a Carlos Castaño dar un golpe de Estado al presidente Ernesto Samper. En fin: una pelusa.
No es que lo dicho por un jefe paramilitar sea santa palabra. Frente a lo que diga cabe la duda, más es indudable que personajes como Mancuso, Castaño, El Iguano, Jorge 40, Don Berna, son claves en el engranaje política-delito que se creó en Colombia.
Los límites entre una y otra actividad, la delictiva y la política, prácticamente dejaron de existir. Esa relación mafiosa se extendió a todas las instituciones, tanto las privadas como las del Estado. El narcotráfico, el miedo a la acción guerrillera, la crisis social, conformaron un amplio telón de fondo de violencia y terminaron por erosionar el Estado de derecho.
El catalizador de ese proceso fue el uribismo. El vientre podrido que parió el nuevo orden: la feroz repuesta del tambaleante establecimiento político-económico.
Los paramilitares, usados al comienzo para la ejecución de las tareas más abyectas cobrarían, con el tiempo, fuerza propia hasta convertirse en factor clave de la violencia de Estado.
Luego, cuando se tornaron incómodos y creció contra ellos el repudio nacional e internacional, fueron segregados. Con el lógico costo que tiene una operación de desembarco de este tipo.
Todo lo conocen, y nada pierden contando lo que vivieron como protagonistas de excepción. ¿Creerles o no creerles? Ese no es el punto. Porque lo cierto es que saben demasiado de lo que ocurrió en Colombia durante los últimos años y de lo que, del otro lado de la frontera, se ha planeado contra Venezuela.
Ahora, con la crisis que afronta el uribismo, se conocerán otros hechos comprometedores, y se sabrá el papel que algunos venezolanos jugaron y juegan en la siniestra trama.