No son simples razones de Estado, ese odio bilioso de Uribe contra el presidente Chávez

Nunca hubieran podido entenderse: son dos razones, dos fuerzas que se oponen en sus raíces, en sus fuentes, en sus naturalezas.

El verdadero militarista y guerrero, no es el mandatario de la Revolución Bolivariana: es Uribe, surgida de la noche aterradora de los zurriagueros, de los empaladores de niños, expertos en cortes francés o de franela, las hordas del viento seco de las guerras entre liberle y conservadores. Toda la maldición que la Guerra a Muerte de Bolívar no pudo extinguir en l Nueva Granada, porque en 1813 a esas regiones no llegó la mano de Bolívar-

Cada vez que se reunían, Uribe escuchaba atentamente a nuestro Presidente, con los ojos redondos y la mente congestionada. El Comandante Chávez, incansablemente le hablaba de la unidad continental, del pensamiento bolivariano, del proyecto ALBA, de la paz en Colombia, de la muerte del ALCA, de la tragedia que representa depender de las imposiciones del Norte,…

“Todo aquello pudiera ser glorioso para alguien que hubiese llegado al poder limpiamente, sin compromisos con los paramilitares o con el narcotráfico ni las grandes deudas pendientes con el poder norteamericano, pero venirme a pedir lo que en absoluto represento ni puedo representar…”, pensaba Uribe.

Y continuaba en sus meditaciones: “Todo lo que tú hagas, Chávez, atenta contra mí. Todo lo que sostengas, todo lo que prediques, cuanto desees tanto para tu pueblo como para el mío, me está negado por la razón misma de mi cargo, de mi ascendencia, de mi triste condición de peón aduanero en este país de narcos y cipayos. ¿De dónde provengo yo? ¿Acaso puede desconocerse cómo me hice, cómo llegué a donde me encuentro y quienes me controlan y adoptaron?”

Recordaba Uribe, lo bien que se entendían los gobiernos venezolanos del pasado con los presidentes neogranadinos. Las melosas palabras con que se intercambiaban Tratados como aquel de Pombo-Michelena; los corredores de la muerte de aquella frontera plagada de olas de desesperados que huyeron de Colombia durante la Batalla de la Humareda y la Guerra de los Mil Días, y que eran generosamente acogidos por Venezuela.

Uribe escuchaba de la familia Santos decir que Venezuela siempre se había inclinado ante la diplomacia colombiana porque en el fondo le temían a la fuerza traicionera de Santander, y que por eso el viejo pendejo de Eleazar López Contreras aceptó el tratado de 1941, que despojó a Venezuela, sin echar un solo tirito, de 108.000 kilómetros cuadrados. Por esa criminal estupidez de tamaño canalla como López Contreras, vino la Patria de Bolívar a sufrir las terribles amenazas de permanente invasión al Golfo de Venezuela.

“¡Qué bellos tiempos aquellos!”, recordaba Uribe, cuando era poderoso y los gringos los tenían por su mejor perro sabueso. Ya todo aquello ha pasado. La historia da otro giro y ahora sólo le queda entregar. Se va… se va…


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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