En su corta existencia, el capitalismo ha ido convirtiendo al planeta en un revoltijo de escombros. Venezuela es un ejemplo atinado. El lecho del Lago de Maracaibo, por ejemplo, es un plato de espaguetis conformado por las tuberías que la industria petrolera fue abandonando allí durante décadas. Sacó el petróleo y por poco no nos deja el Lago convertido en una suerte de segundo Mar Muerto. Si nos descuidamos, hará lo mismo con el Lago de Valencia y con el resto del país. Ahí está el Golfo de México.
No haré el llanto ecológico, ahí está el planeta, o lo que queda de él como testimonio. No soy, además, experto en el tema.
De lo que sí sé algo es de la vida de los signos en el seno de la vida social. Y allí también hay escombros. Parto de la tesis marxista más importante de nuestro tiempo: ‘la plusvalía ideológica’, que es el título de un libro magistral y fundamental escrito por Ludovico Silva. Dicho en pocas palabras, la plusvalía esa es lo que producimos fundamentalmente con nuestra mente, es decir, signos convertidos en mercancías, que se venden en almoneda. Es lo que producimos como intelectuales en alguna empresa, ejerzamos como juristas, poetas o nos dediquemos a la filosofía. Y no solo en esos menesteres excelsos, sino en nuestra vida cotidiana. Sí, se llama alienación o enajenación. Y es enajenación porque tu mente es poseída como dicen que pasa con las personas posesas. No creo en nada sobrenatural, pero la idea medieval de la posesión me sirve de metáfora para explicar lo que quiero decir en este artículo.
El ser humano en el capitalismo se vuelve mercancía todo entero, su cuerpo, su apariencia, su ciudadanía, su trabajo tanto manual como intelectual. E intelectual no es solo el trabajo de la filosofía, la novela, la publicidad sino también el de cualquiera que ve televisión, oye radio, lee periódicos y libros y vuelve su cerebro un apéndice de esos medios. Tu producción mental se subordina a las necesidades simbólicas del capital, el producto perfecto del capitalismo es la sifrinería, que vive solo de la moda, la comida rápida y no sabe en qué contexto histórico, cultural ni geográfico vive, como esos estudiantes gringos que creen que Beethoven es un perro y Miguel Ángel un virus de computadora.
La mercancía perfecta es Paris Hilton. Si la reina María Antonieta fue la Sifrina Mayor de su tiempo, hoy lo es Paris. Es perfecta. Dice Platón que la esfera es la figura más perfecta porque es idéntica a sí misma en todas sus partes. El mundo es, pues esférico, no tiene ojos porque no hay nada que ver fuera de él, no tiene pies porque no tiene a donde ir fuera de él ni tiene manos porque no tiene nada que asir fuera de él. Como ves, Paris es lo más parecido a eso. Se basta a sí misma. No estudia, no leer, no trabaja, no lo requiere. En su economía de medios lo único que hace es bonchar, es decir, consumir al máximo, sean mercancías, para lo cual atiborra su automóvil de peluches, por ejemplo, sean amantes, que desecha como servilletas. Va del capital al capital en una suerte de mística de la sifrinería que la lleva a pensar que en Europa todo el mundo habla francés y no sabe ubicar en un mapa el hotel que lleva su nombre y que es su propiedad. No necesita hacerlo, tiene quien lo haga por ella. Da rabia y por eso las autoridades la acosan y le descubren marihuana, exceso de velocidad, pero siempre tiene un pagapeos, que, con el perdón así se llaman, que asume la responsabilidad de la marihuana, del perico, de lo que sea. Solo pagó unos meses de cárcel por conducir ebria.
Por aquí cerca vemos cómo cierta parte de la población emula y fantasea con ser como Paris, egoístas, ignorantes, caprichosos, consumistas y arrogantes. ¿Verdad que sabes quiénes son?
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