1.- Para el PRI un triunfo contundente en la entidad significaría la seguridad de regresar a Los Pinos en el 2012 y apuntalaría a Peña Nieto en la candidatura. Esto último hace que no necesariamente todos los priístas estén interesados en un resultado contundente; es de suponerse que al grupo de Beltrones le interese que el triunfo sea por un margen escaso, incluso cuestionado, en términos de no otorgar el pase automático a Peña Nieto. Ciertamente, ese grupo algo hará, o algo omitirá, para lograr tal objetivo y habrá que tenerlo muy en cuenta.
2.- Para el PAN, que hasta antes de las últimas elecciones legislativas y municipales tenía una fuerza considerable en el Estado de México, una nueva derrota lo colocaría en la más absoluta certeza de no poder retener la presidencia en el 2012. De ahí que, apelando al más mezquino pragmatismo, busque aliarse con el PRD para tratar de parar el carro priísta, sabedores que yendo solos no pueden ganar e ignorando que la suma de dos perdedores resulta en un doble perdedor. No obstante, al PAN le asiste la ventaja de ser el partido en el poder actual en la presidencia, además de que en la elección no está en juego su compromiso ideológico ni el patrimonio de sus favorecidos que, en todo caso, son compartidos con el PRI.
3.- El razonamiento es similar para el PRD, aunque con los agravantes de no ser el partido en el poder y de aceptar un papel secundario en la alianza con el PAN que, además, es el partido que le robó la presidencia por el fraude del 2006. En estos términos, el PRD no sólo va a perder la elección del Estado de México, sino que le hace perder su vigencia en tanto que alternativa de la izquierda para la transformación de México.
4.- Para el movimiento popular que encabeza Andrés Manuel López Obrador, acompañado por el PT y Convergencia, la elección en el Estado de México reviste también una importancia toral e, independientemente del resultado de la elección, lleva todas las de ganar. En primera instancia, AMLO gana por el hecho de consolidarse como la única real oposición al modelo depredador impuesto por el PRI y el PAN; en segunda, porque captura a la mayor parte del electorado agraviado por el actual régimen que, a su vez, es la mayor parte del electorado total; en tercera porque lo vuelve a colocar en el centro de la atención política del país.
5.- La alianza entre el PAN y el PRD podrá restarle votos al PRI entre su electorado natural, pero ambos sacrificarán a su electorado tradicional, por lo menos en un número significativo; esos electores difícilmente votarán por el PRI y se repartirán entre la propuesta de AMLO y el abstencionismo.
6.- Desde luego que todo este panorama se pinta en el vacío mientras que no se definan los candidatos que habrán de contender por las diferentes fuerzas. Para el PRI no se anticipa que pueda haber fracturas en la selección del candidato, la misma fuerza del actual gobernador lo asegura. No sucede lo mismo con la alianza del PAN con el PRD, que no cuenta hoy con figuras de peso para contender y que no le será fácil encontrar a quien pueda conciliar un proyecto común aceptable. AMLO tiene mayor grado de libertad para designar candidato, pero no puede inventar una figura que no cuente con méritos propios para competir y estas no abundan.
Creo, para terminar, que independientemente de lo que me gustaría que sucediera, el movimiento popular tiene una enorme posibilidad de triunfo y que, en su cálculo político no sólo no se cae en el pragmatismo estéril, sino que se finca en la plena vigencia de los principios. Se dice que AMLO es un gran calculador y, tal vez así sea, pero de lo que sí estoy seguro es que juega a la política coyuntural sin perder el norte; su mayor especialidad es la política digital, esa que consiste en el ligero frote de los dígitos índice y pulgar para decidir por dónde llegar al objetivo.