Comienzo por dar continuidad al artículo de la semana pasada (La maldita vecindad) atendiendo a la extraña circunstancia de haber merecido múltiples comentarios. Me voy a referir únicamente a los que rechazaron lo por mí escrito y que consideran falto de patriotismo el trato prudente con el maldito vecino, poniendo por ejemplo el abierto enfrentamiento que han sostenido los regímenes de la Revolución Cubana y de la Venezolana. Vale. Acepto que en ambos casos se expresan el valor y la dignidad de dos pueblos que, convocados por sus dirigentes, deciden actuar con plena independencia y combaten al imperialismo yanqui, arrostrando todos los riesgos que ello implica. Comparto la admiración que tales casos representan y los respeto sin cortapisa, como creo que ha quedado de manifiesto en los diez años que llevo de escribir mis opiniones. Ahora bien, y sin menoscabo de la antes dicha admiración, insisto en aseverar que nunca son repetibles las circunstancias históricas de cada país, así como que tampoco los liderazgos se dan en maceta. Ni Fidel Castro ni Hugo Chávez son susceptibles de clonación ni su actuación tendría los mismos efectos en sitios y momentos diferentes. Para comenzar, habrá que reconocer que ninguno de los dos planteó abiertamente la lucha antiimperialista al inicio de sus respectivos procesos; fue la obstinación imperial la que los fue empujando a la adopción de posturas cada vez más claramente opuestas a la política de sojuzgamiento de los gobiernos gringos. En ambos casos el discurso oficial de Washington ha sido de agresión contra los pueblos cubano y venezolano, con acciones abiertas de promoción del derrocamiento de sus líderes. Tal cosa no se ha dado en México, que ha sufrido un brutal intervencionismo de guante blanco.
Otro de los comentarios se refiere al sistema político mexicano como funcional para los intereses yanquis en México y, por ende, que fue impuesto por ellos. Difiero de tal opinión. Si algo es rescatable de la Revolución Mexicana lo es el sistema político que generó, en virtud del cual fue posible la canalización de la movilidad social provocada por el estallido revolucionario. Tras el asesinato de Obregón el riesgo del retorno a la época de los levantamientos y los golpes armados era inminente; Calles inventó la fórmula del partido como instrumento para incluir, equilibrar y controlar a los grupos con poder de armas y, sólo marginalmente, responder al postulado democrático del levantamiento maderista. Independientemente de que su diseño fue alimentado por las experiencias del leninismo y del corporativismo fascista, la del Partido Nacional Revolucionario fue sui generis, inventado para responder a la realidad mexicana del momento y cumplió cabalmente su objetivo.
Lázaro Cárdenas aportó el complemento del sistema basado en un presidencialismo sólido y en la estructuración de las organizaciones que representaban a los grupos de presión política, incorporando a obreros, campesinos y a la pequeña burguesía, así como a patrones, industriales, comerciantes, banqueros, ganaderos y terratenientes. Conforme al diseño, la pugna por las decisiones de política se dio entre los grupos de presión fungiendo el presidente como el receptor y dador de las decisiones que, finalmente, todos respetaban o acataban. No comparto la idea de que el poder presidencial era absoluto, ni siquiera lo fue para la designación de su sucesor; sus decisiones atendían a la correlación de fuerzas vigente. Con variantes propias del estilo personal de gobernar, el sistema así creado operó con efectos afirmativos hasta el inicio de la década de los 80, cuando se rompió el equilibrio entre los factores de poder.
Admito que la democracia formal quedó como una factura pendiente. La lucha política, sin mengua de su intensidad, se dirimió por debajo de la mesa y dentro del mismo partido hegemónico. Las elecciones sólo eran un proceso de confirmación automática de las decisiones tomadas y, en tanto que el país se desenvolvía en paz y con eficacia gubernamental, las cosas marcharon bien. Difícilmente pudo haber sido de otra forma; de haberse abierto una democracia electoral plena, el enorme poder de los curas hubiera desviado el proceso en su beneficio y en contra de los intereses nacionales, por sólo mencionar un ejemplo.
El
sistema político fue el mayor legado de la Revolución Mexicana. Primero
plasmado en la Constitución de 1917 y luego estructurado en fases sucesivas
por Obregón, Calles y Cárdenas, ofreció una peculiar forma de
organización social y política eficaz. Es mucho lo que tenemos por
conmemorar y celebrar en este Centenario de la Revolución Mexicana,
para confirmar nuestra decisión de transformar la realidad en beneficio
de México. El 20 de Noviembre estaremos con Andrés Manuel en el Hemiciclo
a Juárez.