El capitalismo, ahora más atroz que salvaje llamándose globalización capitalista, se tiró una parada de loco cuando nos anunció que había llegado el “fin de la historia”. No nos dijo de cuál historia se trataba, pero hemos de suponer que se refiere a la que aún no se ha iniciado de verdad verdad de manera global: la socialista. Fue, simplemente, una parodia de humor japonés en servicio de contribuir a recomponerla imagen deteriorada del imperio capitalista.
¡Ha comenzado el grande y decisivo cuestionamiento de la globalización capitalista! Cuestionamiento, que no significa, de hecho, el derrumbe, la caída, la derrota o desaparición completa del capitalismo pero sí ese paso necesario que conducirá a la mayoría del planeta, especialmente al proletariado, a iniciar un despertar de conciencia sobre la importancia de luchar para hacer posible un mundo nuevo que sustituya el mundo viejo que está bien representado por el capitalismo. Pero, lamentablemente, aún la globalización capitalista cuenta aún con generales que despachan soldados a los campos de la muerte sin que éstos tengan conciencia de cuál ideología defienden; poseen aviones no piloteados que descargan bombas de destrucción masiva sobre hospitales, puentes, fábricas, barrios y urbanizaciones, siembras y escuelas; tienen bolsas de valores donde un día se aplaude la ganancia y en el otro se incentiva el suicidio por la pérdida; posee epígonos en otras naciones que le aseguran la materia prima casi regalada; gozan de armas atómicas para aterrorizar a la humanidad; controlan científicos capaces de crear o de inventar los virus que desarrollan enfermedades o epidemias de mortalidad masiva; tienen la potestad de poner en circulación dinero ficticio; y aún disfrutan de círculos de influencia donde sus órdenes son palabras santas y cumplidas al pie de la letra por unos cuantos jerarcas de Estados capitalistas.
Y como el “fin de la historia”, para sus anunciadores, está llegando al darse evidencia de inicio de otra historia, no se dieron cuenta que al momento de gritarlo se habían quedado sin ideólogos y sin poder crear una nueva ideología que sustente su posibilidad de alargamiento de tiempo perenne como modo de producción y reproducción de la vida social. Los brujos, astrólogos y pitonisos ya no quieren seguir siendo payasos de un circo que está conduciéndose irremediablemente hacia su derrumbe. Los animales aún siguen “pensando” que mejor viven entre los suyos que con el hombre-lobo que también, como a los seres humanos, los explota y los oprime.
No decimos que se haya quedado sin hombres y mujeres inteligentes, pero o no los saben utilizar o los políticos y los magnates de la economía no los quieren escuchar, que es lo que parece ser cierto. Y eso se nota con mucha facilidad en que algunos estudiosos, muy meticulosos y con verdadero sentido científico, de las realidades de la globalización de crisis políticas –surgidas del fondo de crisis económicas- y que no son precisamente comunistas sino firmes partidarios del capitalismo, han alertado de las nefastas consecuencias para ese régimen de las locuras que están cometiendo –fundamentalmente- los gobiernos imperialistas. No se dan o no quieren darse cuenta que el peor enemigo de la globalización capitalista es ella misma, no sólo porque sus atrocidades la desprestigia, sino que las fuerzas productivas ya no desean seguir siendo sus cómplices y han entrado, de forma definitiva, en profunda contradicción con sus relaciones de producción y con las fronteras nacionales, condición indispensable para que la historia justifique la pronta llegada del socialismo, sin entender por “pronta” un reducido momento de tiempo. Tres décadas, por ejemplo, no es nada para el tiempo, pero para la historia puede resultar, en determinadas circunstancias, un período demasiado largo que acumulando incertidumbres, deseos reprimidos, silencios peligrosos, voluntades reprimidas, en un instante –el menos inesperado para los gobernantes de turno- se producen estallidos sociales que amenazan todo un régimen si llegan de verdad a traspasar los hitos del pacifismo político tan celosamente resguardado por el capitalismo. Lo que ha sucedido en el Medio Oriente o en países musulmanes o islámicos es sólo un indicativo de esos estallidos sociales pero que, lamentablemente, terminan en reconciliación con los principios esenciales del capitalismo, es decir, no llegan a convertirse en revolución. Sin embargo, gobernantes, aliados del imperialismo como los casos de Egipto, Yemen, Túnez, Jordania, Turquía y otros que igualmente pueden seguir el mismo camino de los mencionados, deben entender que alargar sus mandatos dando la espalda a los pueblos no les garantiza estabilidad política. La experiencia de la extinta Unión Soviética y del llamado campo socialista del Este, es digno de estudiar y valorar en su justo término sobre lo que se hizo que no debió hacerse y de lo que no se hizo que debió hacerse como acontecimiento histórico revolucionario.
La caída del capitalismo está anunciada por su arrogancia, su producción cada día más elevada de la miseria y el sufrimiento para la gran mayoría de la humanidad mientras más reduce a poquísimas manos la riqueza y el privilegio, su criminalidad que constantemente cobra mayor dimensión de salvajismo antihumano, su militarismo cada vez más acentuado y costoso no hace más que desangrar su economía sometiendo a sus pueblos a niveles insostenibles de pobreza y necesidades materiales, su endeudamiento le producirá un cerco que no le permitirá respirar con libertad y las convulsiones sociales le ajustarán sus cuentas pendientes. No tiene alternativa alguna de sostener –sin crearse heridas gangrenosas- su déficit entre ingreso y egreso como sus “proezas” militares se verán reducidas a derrotas angustiosas. Ya no le queda ni un solo rasgo de servicio que valga la pena destacar en beneficio de la humanidad entera. Todo depende, en última instancia, del proletariado –esencialmente global- y de su vanguardia política en cada región de este planeta. Las condiciones objetivas son óptimas desde el ángulo que se le mire o aprecie. Sólo faltan las subjetivas que viene siendo lo más difícil. Y esto lo demuestra las realidades de luchas políticas en el Medio Oriente donde son escasas o casi nulas las condiciones subjetivas para producirse la revolución socialista en este momento histórico, incluso, de cuestionamiento al imperialismo y a sus gobiernos serviles.
Pero nada se hace con creer o pensar que los mandatarios imperialistas tomen siquiera medianamente en cuenta las verdades que brotan como realidades que golpean a la globalización en los órganos esenciales que son los que garantizan la vida social. Muy pronto, más pronto de lo que aún no se han percatado los especialistas económicos de la globalización capitalista, caerán telones que le subirá la fiebre a un grado de convulsión; habrá mal del zambito en las bolsas de valores de New York, Londres, Paris, Tokio, Berlín pero también en Moscú y Pekín, cuando tendrán sin querer que anunciar el estrepitoso rodaje de instituciones financieras internacionales –entre ellas el usurero y tramposo Fondo Monetario Internacional- hacia el abismo y de donde no volverán a emerger jamás, porque las gravísimas crisis económicas, en determinado momento histórico, arrastran soluciones políticas convulsionadas que tienden a ponerlas en jaque mate.
Como la historia no marcha hacia atrás ni que todas las grúas traten de arrastrarla, sino que su mirada está siempre puesta hacia delante, eso nos permite aseverar con la mayor seguridad que la globalización capitalista ha quedado totalmente huérfana de esas personalidades o ideólogos que ilustran las cabezas para el surgimiento de una nueva revolución capitalista. Es, más bien, la llegada de la hora para los ideólogos del proletariado y del socialismo. Ya no le es posible a la globalización capitalista un nuevo Rousseau, un Voltaire ni siquiera como cantante, un Diderot, un Condorcet, un Beumarchais, un Montesquieu, y menos un Danton que a punta de audacia los libere para siempre del atolladero en que se ha metido. Incluso, ya no le es posible inventar un Kant, un Feijoo y, muchísimo menos, un Anaxágoras que les fabrique una pancarta universal de salvación con un nus grandemente escrito. Si un nuevo Anaxágoras naciera en este tiempo y se buscara en el pasado alguna razón sobre la existencia de la globalización capitalista, terminaría creyendo que la necesidad de emancipar el mundo humano de todo vestigio de esclavitud social está por encima de todas las nus (razones) que tengan cabida en la mente humana.
No decimos que caerá el telón, en un momento de crisis convulsionada, de toda la globalización capitalista, porque ésta se sustenta también sobre la mayor pobreza y el mayor dolor de muchas naciones o pueblos sometidos a los designios del salvajismo capitalista, se sostiene fundamentalmente sobre la esclavitud de miles de millones de personas que aún siguen resignándose a las atrocidades de sus depredadores, se basa en los hombros de los que guardan silencio y no gritan a todo pulmón contra sus explotadores y opresores. Voltear la tortilla depende –hay que repetirlo- en mucho de las reacciones del proletariado a nivel internacional, de ese proletariado que tiene conciencia que no posee fronteras de chovinismo, de ese proletariado que con su ejemplo de lucha es capaz de arrastrar tras de sí a millones y millones de masas para incorporarlas a la revolución, de ese proletariado que se arma de su instrumento político de vanguardia para ponerse al frente de la lucha de clases por los intereses de la redención social, de ese proletariado convencido que la única alternativa de derrumbe definitivo del capitalismo es el socialismo.
Llegar la hora no significa “ya”, porque la historia, aunque en pocos días se produzcan radicales cambios políticos, no se mide por años sino por décadas. Todo régimen necesita agotar sus fuerzas principales antes que lo desplacen por una u otra vía. Pero para este fin se necesita, por encima de todas las condiciones objetivas y subjetivas, una organización de vanguardia política clasista que, mezclada con las masas ansiosas de cambios profundos en la estructura y superestructura de la sociedad, sea capaz de trazarse una táctica y una estrategia correctas midiendo acertadamente no sólo el descontento y la disposición de lucha –esencialmente- del proletariado sino, igualmente, tomándole el pulso a la correlación de fuerzas tanto en el plano nacional como en el internacional en favor de la causa social que representa.
De todas maneras, lo que está aconteciendo en el mundo actual, especialmente en el Medio Oriente o en las naciones musulmanas o islámicas, es un indicativo que el cuestionamiento al capitalismo salvaje, por amplias masas de la población del planeta, es un hecho que debe servir de guía al espíritu de los pueblos con ansias de justicia y libertad. Empieza, se pudiera decir sin optimismo inconsciente inmediatista de triunfo revolucionario socialista como tampoco sin pesimismo extremo, a andar por el mundo elementos de una correlación de fuerzas desfavorable al imperialismo y favorable a los anhelos de cambios económico-sociales para la mayoría de la humanidad. Dos siglos más dos décadas y un año han sido ya demasiadas pruebas de que la historia humana comienza a dar evidencia de ansiar una nueva materialización de la producción y reproducción de la vida social.