La pobre España: encandilada por la ilusión europea; aturdida por el espejismo, este sí efímero, de la abundancia; abatida por el síndrome del nuevo rico. España mezclada con dudosos socios en los peores capítulos de la historia solo para figurar entre “los grandes” sin pensar en que la historia los señalará como “los culpables”. España balbuceando en pésimo inglés conspiraciones contra pueblos con quienes comparte parentesco, porque la historia nos obligó a compartir historia, lengua, credo y costumbres. España veraneando con las tetas al aire ajena a su futuro, despojada de su peseta, con una moneda nueva, plástica, con la que hipotecaron hasta al perro. La “España va bien” de Aznar, mentiroso mayor en quien creyeron.
España siempre descubriendo América con aire conquistador, con defensores de otras democracias a donde nadie los llamó: Alejandro Sanz y su very spanish “Chávez sucks”, Andreu Buenafuente y sus conatos de chistes, faranduleros de la desinformación. La España amarrada a parasitarios monarcas bufones y la innoble nobleza que ocupa las tardes vacías de la tele, y las páginas de mil revistas que se venden mucho y que no dicen nada. La España que, mirando hacia afuera señalando, criticando hasta la burla, se dejó burlar adentro, y en sus narices.
El vano ayer engendró un mañana vacío que quiso tragarse a la juventud de un país añoso. Botellones, pastillas y coches, el pelotazo la albañilería, el sueño de todo adolescente: deserción escolar a cambio de euros de ladrillo.
Ladrillo inflable como las tetas y los labios de las famosillas de la tele, el sueño de toda muchacha: tirarse a un torero o a un futbolista para luego contarlo a mil euros por palabra a una insaciable prensa rosa que, por dedicarse a la mierda, debería llamarse marrón. Burbujas mentales y materiales que revientan en la caras incrédulas de gente buena y engañada, atrapada en una sociedad idiotizante, calco malo de la sociedad gringa, niños españoles comiendo Big Macs, largas colas de insomnio para ver a Justin Bieber, idioteces que nadie debía imitar. Y el español luchador aplastado.
Los jóvenes despiertan al presente y no ven nada; y los abuelos, otrora niños de la guerra, tras un engañoso respiro, se enfrentan hoy al hambre que ayer bien conocieron. Y termina el poeta donde espero que, por fin, todo comience: