La Gran Muralla China, con un poco más de cinco mil kilómetros, se construyó como muro de contención para los chinos defenderse de sus enemigos que querían pisar su territorio bajo las clarinadas de la guerra y la bandera de la colonización, porque de lo contrario no se hubiese construido. La historia dice que el ejército de Gengis Kan ha sido el más poderoso y bárbaro de un imperio invasor y tenía por costumbre alimentarse sólo de todo cuanto iba conquistando en su carrera belicista y sus victorias. Claro, Gengis Kan no está vivo para calcular la dimensión que lo separaría del carácter salvaje y atroz del imperialismo capitalista actual. Pero los chinos, en ese tiempo ya viejo de construcción de la muralla, sentían temor ante los mongoles. Actualmente, Mongolia no está en capacidad de invadir y someter a nadie y menos a China. Es, por lo demás, un país atrasado aun cuando perteneció a la extinta Unión Soviética.
La Gran Muralla separa a China de Mongolia y si no se ha derrumbado es porque hoy día es patrimonio cultural o artístico de la humanidad. Ni el muro de Berlín (que separó a las dos Alemanias) ni el muro construido por Estados Unidos (que lo separa de México) llegaron o han llegado a reunir condiciones para ser declarado patrimonio de la humanidad. El primero ya fue derrumbado hace años y sus pedazos de concreto fuero vendidos (¡qué horror!) como piezas de arte a los impresionistas del capitalismo y a los segmentados de euforia antisocialista. El segundo, cada día que pasa más se mancha con sangre de inocentes o de personas que sueñan erróneamente con ir a enriquecerse a la región imperialista más agresiva y déspota del planeta.
Si se revisan las estadísticas de los muertos, como consecuencia de intentos de traspasarlos, de los muros de Berlín (ya fallecido) y el de Estados Unidos (en pleno apogeo) es asombroso el porcentaje superior que caracteriza al segundo. El primero, al parecer, no alcanzó la cifra de los cien pero el segundo, en menor tiempo, sobrepasa los cuatro mil. Pero algo mucho más terrible caracteriza el muro que separa a Estados Unidos de México y que explicamos a continuación: el muro de Berlín separó a los propios alemanes por diferencias de regímenes socioeconómicos supuestamente diferentes (una Alemania capitalista y una Alemania socialista), enemigas en objetivos, pero el muro que construyó el Estado imperialista estadounidense lo hizo en territorio que realmente pertenece a México. No nos olvidemos que a éste le fueron arrebatados siete estados y algunos bastante ricos en naturaleza.
El continente que los conquistadores denominaron América nació tan libre como el resto de lo continentes que conforman el planeta Tierra. Los aborígenes, en sus comienzos, ni siquiera tuvieron noción de fronteras que les separaran de otros aborígenes. Incluso, los vikingos que llegaron y pusieron sus pies sobre tierras que actualmente son de Estados Unidos no osaron, por razón de no apreciar posibilidad de hacer riqueza económica, ningún intento por colonizar a sus aborígenes. Fueron los ingleses quienes despertaron ese espíritu maligno en estadounidenses para creerse4 superiores a los pobladores del resto del continente y abrogarse el derecho o la potestad de esclavizarnos o de someternos a sus designios. “Pobre México tan lejos del Cielo y tan cerca de Estados Unidos”, lo dijo alguien y siempre ha tenido razón desde entonces. Pero Bolívar fue mucho más allá, cuando dijo: “Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar la América en nombre de la libertad”. En verdad no por la Providencia sino por el desarrollo de sus fuerzas productivas que lo hizo saltar dela esclavitud al capitalismo, por el espíritu pragmático y colonizador de sus mandatarios y empresarios y por la fuerza de la técnica militar. Los mexicanos, especialmente, pueden dar fe de ello o de esa verdad.
La migración, sin duda convertida en inmigración, es un grave problema para cualquier nación escogida para asentarse y hacer su hogar, bien sea permanente o temporal. Se calcula que para el 2050 será tan grave y caótico como el hambre, la sed y las enfermedades sin posibilidades reales de cura o sanación. Estado que no controle o tome medidas preventivas contra la inmigración que se le avecina, quedará atrapado en un callejón si salida. Pero eso no indica que se establezcan políticas criminales o represivas contra los inmigrantes, tal como acontece en Estados Unidos donde no sólo impera el racismo de color sino, también, la xenofobia contra los latinoamericanos que, incluso, se deja notar en el deporte en general, donde negros y latinos destacan como los mejores.
Si algún Estado es experto en dividir para reinar restando soberanía a otras naciones para sumar epígonos y multiplicar sus robos a riquezas ajenas es, precisamente, el estadounidense. La diplomacia internacional imperialista se guía por las más esenciales reglas de las matemáticas y no por principios de la política. El continente se llama América pero el imperialismo ha hecho ver o entender a sus pobladores que sólo los de Estados Unidos son americanos. En verdad, todos somos americanos pero no todos somos estadounidenses.
La miseria que se vive o que sufre mucha gente, la mayoría de la población, en países subdesarrollados hace o abre la esperanza para que un buen porcentaje emigre hacia las naciones de capitalismo altamente desarrollado, creyendo encontrar allí la fuente de trabajo que les permitirá superar con creces su precaria situación socioeconómica. No pocas veces a muchos le doblan las características de esclavo para poder devengar un salario en una moneda que al cambio dela de su país original se observa atractivo. Pero el que emigra para Estados Unidos, por lo general, está dispuesto hasta con correr el riesgo de la muerte. Es la desesperación más crítica lo que le impulsa a ello.
Los mexicanos que cruzan la frontera que antes no existió y lo hacen buscando mejor vida en el epicentro más poderoso del capitalismo imperialista (Estados Unidos), se vuelven prisioneros en su propio territorio bajo el mando de sus expropiadores. Los verdugos imponen las leyes en los territorios que ocupan para despojar a otros pueblos de sus pertenencias temporales en el sentido histórico del tiempo y del espacio. ¿Qué significado tienen cuatro mil asesinatos para un imperio que criticó con saña y alevosía los cien asesinatos que se produjeron en o sobre el extinto muro de Berlín? Ninguno. Es la defensa del territorio robado por el ladrón.
Algún día los habitantes del planeta podrán andarlo sin gendarmes que les soliciten visas ni pasaportes, porque las fronteras quedarán reducidas al olvido para siempre y ondeará en todo el mundo la bandera de la emancipación para que nunca más algún rasgo de esclavitud social entorpezca la solidaridad, el amor, la libertad, la justicia, la equidad y la ternura entre los seres humanos. Entonces, los mexicanos sin identificación nacional podrán pisar las calles de New York sin que vuelvan a escuchar el desagradable término de inmigrantes. Mientras tanto ¿quién responde por los más de cuatro mil muertos cuyos cadáveres están a la sombra del muro que separa a Estados Unidos de México? ¿Qué papel han jugado los presidentes de Estados Unidos e esos asesinatos? Si Dios no lo sabe, los mexicanos –especialmente- sí lo saben.