Han caido las vendas de los indignados y las máscaras de los gobernantes capitalistas

Si este mundo es terrible ¡creemos otro mundo mejor!

En muchos países capitalistas, en especial en Europa y los Estados Unidos, miles de personas, que suman en total millones de indignados, se manifiestan en las calles reclamando a las clases dirigentes, económicas y políticas, derechos fundamentales que el sistema imperante les niega y arrebata, pues esa plutocracia está más interesada en la búsqueda de soluciones macroeconómicas que les permita continuar expoliando a los sectores más pobres y garantizar la acumulación de capitales por las clases más ricas, que atender necesidades vitales y garantizar derechos básicos de la población mayoritaria.

En fin, el gobierno de los menos aprieta los grilletes del cepo que atenaza a los esclavos modernos de las sociedades, que representan a los más. La apropiación de las riquezas por los menos es el despojo de los recursos mínimos indispensables de vida de los más. Esta es la contradicción esencial que hoy está presente en el movimiento de los indignados y las represalias que sufren de los gendarmes del sistema, empleando cuantas armas poseen en los arsenales militares y en los recintos legales y penitenciarios.

Cuando las noticias permiten escuchar los argumentos y consignas de los indignados, uno se percata de que las vendas que impedían percibir la realidad, ahora manifiesta en toda su crudeza, y ver con claridad la explotación, y las miserias acumuladas durante decenas de años y siglos, a pesar de un supuesto paraíso de libertades y bienestar, es en estos momentos de crisis bien visible y comprensible por los protestantes. El mismo tratamiento gubernamental a las protestas pacíficas en parques y avenidas, caracterizado por la indiferencia, por desoír los reclamos justos, la falta de implementación de políticas que responda a los intereses legítimos de minorías o mayorías que representan millones de personas en cada país y, para mayor agravamiento de los problemas, las represalias y el apresamiento de decenas o centenares de personas en forma reiterada acá y acullá, refleja que, como expresara José Martí, el Héroe Nacional de Cuba, es legítima la ira de los vencidos y la indignación ante la codicia y la avaricia, así como que “… del desdén a la ira no hay más que un paso, y de la ira a la rebelión otro”.

Alertaba también el Maestro que la ira es de los vencidos y que la indignación es una fuerza potente y tiene su lenguaje, pues estaba consciente de que las grandes cóleras vienen de los grandes agravios. Con clarividencia sentenció: “Las cóleras contenidas al fin estallan…La miseria las mueve: es necesario vencer a la miseria.”

Eso es lo que sucede, con mayores o menores ribetes y circunstancias, con las masas que, aún insuficientemente organizadas, levantan sus voces, sus puños, sus consignas, sus discursos, como denuncia a un sistema que no sólo las abandona a su propia suerte, sino que las precipita al abismo del desamparo social de la noche a la mañana y no se muestra sensible ni preocupado por salvarle a través del reparto de las inmensas y colosales riquezas acumuladas por los responsables de la crisis nacional y global.

Y es que los atildados personajes que dirigen las finanzas y los gobiernos, bien puliditos por fuera pero de muchas malas entrañas por dentro, son en última instancia cobardes que temen hacer justicia y a decir la verdad de los pobres y, menos, afrontar la solución de sus problemas. Por eso, las máscaras democráticas, con las que han cubierto su verdadero rostro de calaveras vampiras, por ser cómplices de muertes atroces o de vidas miserables, han ido cayendo estrepitosamente y el prestigio de toda la clase dirigente está en la picota pública como reos impúdicos e ignominiosos.

La dictadura real, bajo el supuesto manto del hechizo democrático, ha sido visible en toda su desnudez. Los potentados y los políticos que les sirven, son esa oligarquía parásita pero ventruda que almacena y engulle capitales con la misma fruición con la que se alimenta con gula de los mejores y más abundantes manjares y con la que disfruta de los placeres más exquisitos de la vida terrenal.

Desde Europa a los Estados Unidos, y mucho más allá, el mundo anda revuelto, y el cacareado capitalismo competitivo y eficiente, modelo del bienestar por las riquezas conquistadas y arrebatadas en guerras de rapiña y en estados de bonanza expoliadora, está en crisis en el orden material y, por supuesto, en el de los valores que supuestamente le conferían al sistema su carácter de paraíso terrenal. Se han caído las fachadas del edificio erigido sobre la argamasa de la sangre, el dolor y la lágrima de las multitudes desposeídas.

Han caído gobiernos en periodos de crisis de meses o incluso de semanas, y nuevos gobiernos han asumido sus papeles, se han colocado las caretas respectivas, y los pueblos, herederos de la sapiencia popular, han descubierto rápidamente que son los mismos perros con diferentes collares.

Ahora cabe esperar, en un proceso que puede durar años, a que el sistema se vista con otros ropajes hechiceros, o se decida a sacar de las arcas y cajas fuertes parte del dinero que sobra para resolver todos los problemas actuales y venideros, pues sí los hay en cantidades suficientes para ello, o siga tan avaro como siempre. Esa será una decisión que tomarán los menos, o sea, la oligarquía.

La decisión de los más, indignados de hoy, o de los indignables de mañana, de los sumisos de hoy o insumisos del mañana, de los neutrales actuales o los partidarios futuros, dependerá de los acontecimientos, y se expresará por la vía organizada de carácter pacífica o, simplemente, la iracundia se convertirá en rebelión de carácter electoral u otra. Eso se decidirá en cada lugar, en el momento justo en que los pueblos despierten y no soporten más lo insoportable.

Para empezar, las protestas anti-sistema que están en marcha contra los poderes plutocráticos, es un buen inicio para recorrer los caminos que conducen a la salvación de cada uno de los pueblos y, quizás, a la supervivencia de la humanidad, amenazada no sólo de crisis económicas, sino de crisis sociales integrales, crisis políticas, crisis ideológicas, crisis espirituales y crisis ambientales.

Por eso, si este mundo es terrible: ¡creemos otro mundo mejor! Y no olvidemos que para convertir en realidad un sueño, se requiere, en primer lugar, la capacidad de soñar. Y, en segundo lugar, perseverar en la lucha hasta verlos convertidos en una realidad tangible.

wilkie.delgado@sierra.scu.sld.cu



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Wilkie Delgado Correa


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