La regeneración avanza

Ha sido un importante acierto la decisión de Andrés Manuel López Obrador de dar a conocer, desde ahora, la conformación de su gabinete presidencial. Contrario a la costumbre mexicana de mantener en secreto tal información hasta la víspera de la toma de posesión, el candidato de las izquierdas demuestra su capacidad para convocar a lo mejor de la inteligencia mexicana para participar en el esfuerzo de regeneración nacional. Esta semana quedó plenamente confirmada la aceptación entusiasta de Ramón de la Fuente –que fuera rector de la UNAM- a la responsabilidad de conducir la educación pública, asunto respecto del cual los conocidos levantacejas habían mostrado serias dudas de realización. Queda de manifiesto que la selección realizada obedece al objetivo de ofrecer al electorado la certeza de gobernar con los mejores, muy al estilo juarista, sin amiguismos, compadrazgos o pagos de facturas políticas facciosas.

El efecto logrado ha sido tal que hasta los más  ácidos críticos de AMLO han tenido que guardar silencio; sólo la Vázquez Mota, con su elefantiásico tino, se atrevió a decir que, así como el nefasto Peña Nieto reúne a su alrededor un equipo que merecería mil quinientos años de cárcel,  el de AMLO reúne los mismos años pero de edad. No tardó en darse cuenta de tal pifia y tratar de corregir lo dicho. A esos comentaristas a sueldo, que seguramente andan escudriñando el historial de los propuestos en busca de alguna mancha curricular, no les ha quedado de otra que continuar machacando con la misma retahíla de infundios viejos los que, por cierto, cada vez van quedando más desnudos ante la opinión pública.

No ha corrido con la misma suerte el tema de la república amorosa, no obstante ser el elemento de mayor riqueza conceptual de la propuesta progresista. En un medio altamente dominado por el individualismo y, sólo en último término, por el altruismo mercantilizado del Teletón, el amor se limita a su concepción erótica. Esos mismos comentaristas han optado por entrecomillarlo,  mofarse y colocarlo en condición de propuesta electorera tendiente a borrar la tilde de rijosidad con que se ha querido encasillar al proponente. El asunto es grave, en primer lugar por confirmar el grado de descomposición al que ha llegado  la cultura nacional, pero principalmente porque sin su contenido moral el Nuevo Proyecto de Nación dejaría de tener sentido e, incluso, la regeneración nacional carecería de motivo.

Seguramente los expertos en mercadotecnia electoral jamás recomendarían una estrategia basada en el amor al prójimo y a la Patria: es un producto difícil de vender. Pero justamente se trata de no sólo ganar una elección “haiga sido como haiga sido”  dejando los principios escondidos en el closet, sino de hacer explícitos los motivos profundos del quehacer político, cuando de la convicción de servir se trata. Si de simplemente ganar la elección fuera el tema, bien podría contratarse un equipo de maquillistas, negociar prebendas para los poderosos y lanzarse al tobogán de la frivolidad electorera; con ello sin duda se ganaría el puesto pero se perdería el país. Cito a Simón Bolívar: “El gran poder existe en la fuerza irresistible del amor”. Los grandes transformadores de la realidad; los grandes movimientos que han hecho progresar al mundo, en toda la historia, han tenido como esencia el amor, la fraternidad, la solidaridad o como se le quiera llamar a la necesidad de convivir los unos con los otros en una sociedad justa. Sea Jesucristo o Confucio; Erasmo o Nezahualcóyotl o Morelos; Ghandi o el Che Guevara, entre muchos, han apelado al gran poder del amor.

Quienes estamos comprometidos con el cambio verdadero nos toca asumir con veracidad y entusiasmo el sentido real de la convocatoria obradorista. Hay todavía mucho México amante de la paz y la justicia; hay mucho más país amedrentado por la política del odio; no podemos ignorar nuestra responsabilidad histórica. La sed de justicia es hambre de amor. ¡Vámonos queriendo recio!

 gerdez999@yahoo.com.mx



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Gerardo Fernández Casanova


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