el fuego que talló un sol
Freddy Yépez
Fidel: el fuego que talló un sol (en PDF)
Queramos o no reconocerlo, en los tiempos en que la emancipación social siga siendo un sueño y no la realidad que se ansía y por la que lucha una gran parte de la humanidad, algunos personajes públicos y, especialmente, los que juegan el rol de la personalidad en la historia, se transforman en mitos vivientes y no ficticios, necesarios no por sus dogmas y milagros sino por la tronadora fuerza de sus pensamientos y acciones en procura de la libertad para el mundo, para el género humano. Fidel, como Jesucristo, pero sin apóstoles es un mito que durante la segunda mitad del siglo XX y los primeros años del siglo XXI ha seguido siendo un fiat lux para iluminar conciencia más allá de las aguas del mar que bordean la isla de Cuba llevando la esperanza de que un día, temprano o tarde, brillará un sol con una inscripción no más: “¡El mundo ha entrado definitivamente bajo el dominio del reino de la libertad!”. Amén
Que los dioses, que son los pueblos cuando deciden hacerse libres, las ciencias y la tecnología le den larga vida para que siga reflexionando y con sus reflexiones hacer que millones de millones de hombres y mujeres de este mundo reflexionemos que lo que más vale la pena en este tiempo es transformar el mundo y hacer realidad el sueño del socialismo en todo el planeta Tierra.
Aclaratoria necesaria
Sólo en una oportunidad estuve muy cerca de Fidel, creo que como a un metro de distancia. Estaba rodeado de estudiantes y junto a él se encontraba Felipe Pérez. Fue, si mal no lo recuerdo, en 1990. Se realizaba un Congreso de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU). Hice un intento por estirar el brazo y no pude. Me impresionó demasiado los gritos de soldados y estudiantes que decían: “¡Fidel, pa’lo que sea, Fidel!” y los saltos que pegaban. Era, sin duda, una prueba fehaciente de un verdadero líder de masas. Sin embargo, he escrito y publicado dos folletos que tienen como personaje central al más grande estadista revolucionario que haya tenido el continente americano durante el siglo XX: “Fidel y los estudiantes” y “Crónicas: Cuba y Fidel”.
Me hubiese gustado conversar con él, entrevistarlo casi exclusivamente sobre sus conocimientos de la Revolución de Octubre de 1917, de sus protagonistas, de lo qué realmente leyó sobre ella, de su creencia del por qué fracasó el socialismo soviético, del por qué Trotsky fue por tanto tiempo un excluido de la Revolución Cubana; es decir, de todo cuanto ha sido capaz de saber de ese grandioso e inolvidable fenómeno histórico y de sus protagonistas que quisieron cambiar el mundo y no se pudo por razones muy adversas a ellos.
Ya Fidel tiene un poco más de 8 décadas de existencia. Es para mí, no sé si otros lo cataloguen como lisonja o idealización o culto a la personalidad y realmente no es así, el último Libertador que conoce la historia de América –especialmente la latinoamericana y caribeña- hasta final del siglo XX y comienzo del siglo XXI. Para mí ya es una utopía pretender entrevistarlo, conocerlo personalmente. Sencillamente: Fidel es Fidel. Fidel es el fuego que talló un sol.
Pudiéramos decir, sin temor a equivocación, que desde el advenimiento teórico de Cristo en América, la revolución cubana es el más grandioso hecho práctico que haya conocido el género humano americano. Sin duda sigue siendo un progreso incompleto, pero no se puede negar que ha sido y es sublime, independiente de lo que suceda durante las primeras décadas de este siglo XXI. Aún el mundo sigue sin despejar todas sus incógnitas sociales, pero muchos ánimos de libertad se han sembrado, muchos hombres y mujeres se han ilustrado, se ha logrado hacer correr sobre todo en un continente rasgos de verdadera civilización humana. Sólo falta que el socialismo triunfe en toda la faz de la tierra para que la revolución proletaria haga que la humanidad se consagre definitivamente, a un solo paso, como el reino de la libertad. Y cuando eso suceda, en la memoria y el recuerdo de la humanidad muchos nombres seguirán siendo relevantes, muy relevantes y, entre ellos, Fidel. El comunismo será, para siempre, la afirmación verdaderamente humana tanto del hombre como de la mujer. Y eso requiere, no sólo de los pueblos, sino de hombres y mujeres capaces de tallar un sol.
Víctor Hugo dice que la vista del espíritu no puede encontrar en ninguna parte más resplandores y más tinieblas que en el hombre. Por eso cree que hay “… un espectáculo más grande que el del mar, y es el del cielo; hay un espectáculo más grande que el del cielo, y es lo interior del alma”. Busquemos la grandeza de Fidel en ese espíritu, en esa alma, en ese pensamiento, que es más grande que el cielo, porque lo ha pensado y lo ha luchado para que sea la felicidad del ser humano en la tierra.
El Autor
Explicación necesaria y no casual
Mucho tiempo costó al hombre descubrir el fuego. Milenios que fueron siglos enteros divididos por eras o fases de la historia humana. Frotar las piedras fue producto del ingenio de la mente del hombre actuando en el mundo de las necesidades. Estas, cuando son gigantescas y de gran urgencia histórica, hacen brotar cualidades, inquietudes y conocimientos que en la vida ordinaria pasan casi completamente desapercibidos, como sólo en la miseria se levantan las más altas, claras y precisas banderas de la redención social. El primero que talló la piedra fue un verdadero ingenioso, de unas manos extraordinariamente laboriosas, fue el primer gran artista de la historia humana. Frotar las piedras para descubrir el fuego fue una “brutalidad” de la historia que maltrató las manos del hombre, pero gracias a ello hizo avanzar al género humano.
Siglo por siglo, haciendo analogía histórica, Fidel Castro es el cerebro más privilegiado de la naturaleza humana en todo lo que se conoce como continente América. ¿Es esto una fantasía o producto de un sueño ficticio de pies a cabeza? Que lo diga la historia. Me someto a ese veredicto. Y conste que eso no va en desmedro absolutamente de nadie, ni siquiera de los libertadores que lograron la primera y grande independencia de América Latina y el Caribe del poder colonialista español de siglos ya pasados. Nuestro Libertador Simón Bolívar como también San Martín, Morelos, Artigas, y tantos otros hombres privilegiados de la historia, grandes en la dimensión de la lucha de las naciones por su independencia, así lo han entendido y lo entenderán generaciones enteras porque se ganaron el derecho a perdurar siglos en la memoria de los pueblos. Por supuesto que no hay que olvidarse de las diferencias de tiempos -como hechos concretos-. La necesidad de la independencia de los países latinoamericanos hizo surgir, porque reunían las cualidades, a Bolívar, San Martín, Morelos, Artigas, Céspedes, Martí y otros libertadores, pero la necesidad de la lucha por el socialismo en Cuba y en América fue lo que hizo surgir a Fidel.
Fidel ha sido hasta un privilegiado en las casualidades. A éstas hay que darle lo que son de las casualidades para no andar buscando en Dios o en un santo milagroso el favor de un azar privilegiado. Si un teniente del ejército de Batista no se hubiera opuesto a que lo mataran, Fidel no fuera Fidel. Si Abel no hubiera existido, tal vez, el asalto al Cuartel Moncada no se hubiese producido en 1953. Si “La historia me absolverá” no se hubiera pronunciado en el juicio, tal vez, la amnistía se hubiese producido años más tarde y la preparación y desembarco del Granma hubiera quedado en la utopía. Y sin el desembarco ¿quién sabe en qué momento hubiese triunfado la revolución cubana? Si Cuba no fuera una isla, la revolución hubiera tenido que vencer también a los ejércitos burgueses de las naciones colindantes. Fidel, reuniendo las condiciones suficientes para jugar el papel de la personalidad en la historia de Cuba, igualmente contó con las casualidades para llenar el rol de un personaje que asumiera, en su tiempo, las esperanzas de redención de todo un continente sometido a los dictámenes del imperialismo más poderoso y salvaje que haya conocido el género humano: el estadounidense.
Fidel no sólo ha vivido más de ocho décadas haciendo uso de su grandiosa inteligencia, sus maravillosas habilidades, su extraordinaria capacidad de audacia, sino también, de esa excelente facultad de saber apreciar, respetar y moverse dentro del mundo de las casualidades. Marx, como si hubiese estudiado a Fidel, a más de ochenta y ocho años antes del triunfo de la Revolución Cubana en 1959 y a más de nueve, diez, once, doce o trece décadas que lo separan de su carta a L. Kugelmann (1871) a la existencia actual de Fidel (2008), dijo: “Desde luego, sería muy cómodo hacer la historia universal si la lucha se pudiese emprender sólo en condiciones infaliblemente favorables. De otra parte, la historia tendría un carácter muy místico si las ‘casualidades’ no desempeñasen ningún papel. Como es natural, las casualidades forman parte del curso general del desarrollo y son compensadas por otras casualidades. Pero la aceleración o la lentitud del desarrollo dependen en grado considerable de estas ‘casualidades’, entre las que figura el carácter de los hombres que encabezan el movimiento al iniciarse éste”. ¿Acaso la lucha, en la que Fidel ha jugado el papel de la personalidad en la historia cubana, no ha sido más en condiciones desfavorables que favorables?
Helvetius decía que toda época social requiere de grandes hombres y, si no se producen, los inventa. Fidel nunca pudo ser un invento de la historia, sino el producto de un tiempo en que se necesitaba un líder, nacido de las entrañas objetivas de las realidades que no dependen de las voluntades humanas, que sintetizara no sólo las exigencias de justicia y libertad del pueblo cubano, sino que fuera capaz de vislumbrarle futuro, de hacerle realidad sueños atrasados, de hacer brillar una luz de esperanza redentora a todo un continente. Ese es Fidel. Si Marx naciera de nuevo y le tocase escribir un “Dieciocho Brumario” adaptado a las realidades de América, el nombre de Fidel, si apareciera, fuese como ejemplo del verdadero hombre que la historia de su tiempo necesitó para jugar ese papel de protagonismo individual, sin el cual –amén de la participación de las masas que es lo esencial- ninguna obra grande del género humano se puede materializar alcanzando los sueños de justicia y libertad, por los cuales se sacrifican, luchan, piensan, viven, se desarrollan y mueren líderes como igualmente mucha masa social. En cambio, permitan que lo nombre en este folleto, Bush y otros, sí son expresión de ese invento apresurado de que habla Helvetius o de lo que Marx tenía como el personaje mediocre y grotesco creado, en un momento determinado, por la lucha de clases para representar el papel de héroe, tal como lo hizo con Luis Bonaparte en la Francia de la primera mitad del siglo XIX.
No vamos a dedicarnos en este breve ensayo o folleto a la vida de Fidel desde su nacimiento, su infancia, su juventud, sus luchas y su vejez. No, ya otros lo han hecho con una rigurosidad y conocimiento que no tengo. Por ello me limitaré al estudio, análisis, meditación, es decir, a una reflexión sobre elementos específicos y muy relevantes del pensamiento de un hombre que, como lo canta Pablo Milanés, dignificó la obra y el pensamiento de hombres que como Bolívar y Martí, quienes nos legaron un caudal de valores que en sus tiempos no fue posible cristalizar. A ello, debemos agregar que gracias al estudio riguroso, dialéctico, científico y revolucionario, llevado a la práctica, que Fidel ha hecho del marxismo, logró de verbo transformarse en fuego y, de esa manera, pudo tallar un sol.
Reconozco, sin envidiarle nada a nadie, que miles, muchos miles, de hombres y mujeres especializados en biografías, en sociología, en historia, en política, en ideología, en psicología, en literatura, escritores, con irrefutables conocimientos y con la autoridad que no tengo ni nunca tendré, con el mismo título “Fidel: el fuego que talló un sol”, pudieran legarnos una obra inmensamente rica en contenido, completa desde el punto de vista de la narración, con datos más precisos, con un estilo ameno y gramaticalmente –por lo menos- casi perfecto sobre los mismos aspectos que trato para demostrar la veracidad de lo que sintetiza el título. Seguramente, es necesario, que la escriban para que las generaciones que aún no han nacido tengan la oportunidad y la facilidad, en las primeras luces del alba de su tiempo, desde muy temprano, de adquirir conocimiento sobre el más gigantesco de los políticos, de los ideólogos, de los estadistas del siglo XX en toda la faz del continente americano.
Pero, además, ¿por qué este breve folleto o ensayo sobre el pensamiento de Fidel en este momento? Por lo siguiente: muchos, pero muchos, de los que antes admiraron, escribieron, hablaron y elogiaron como un ejemplo ya de simbolismo universal a la revolución cubana y, en lo particular, a Fidel; muchos, pero muchos, de los que antes viajaron a Cuba, encontraron cobijamiento, anduvieron por sus ciudades y sus campos, recibieron atención en salud o en educación o en otros aspectos; muchos, pero muchos, de quienes se dieron a conocer a través de la política o de la literatura por sus lazos de amistad o de solidaridad con la revolución cubana, juzgan a ésta ahora y, especialmente, a Fidel, como cosas pasadas en la historia, como desfasados de las realidades en este tiempo, como un hecho y un personaje que ya no tienen vigencia en un mundo bajo las reglas o normas de la globalización capitalista; que ya el mundo cambió con el derrumbe de lo que antes fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y el campo socialista del Este; que el socialismo demostró no ser un régimen viable, confiable ni capaz de resolver los grandes problemas que padece el mundo; que el marxismo perdió todo su contenido al demostrarse que el comunismo es un sueño imposible de realizar, porque lleva el germen interno de la destrucción de la humanidad y la peor de todas las utopías; e, incluso, no han faltado unos cuantos –reconocidos mundialmente por su arte o por su ciencia o su literatura- firmando documentos diciendo que en Cuba se violan los derechos humanos, que Fidel es un dictador autócrata que juega con la vida de los cubanos y de las cubanas; otros, políticos que viven del radicalismo en las ideas, acusan al gobierno de Cuba de ser pequeñoburgués y que es necesaria una nueva revolución política que lo derroque; y no han faltado los que creyendo adivinar el destino del mundo por los relámpagos de la astrología o las sandeces de un juego de naipes, dicen que Fidel ya debe voluntariamente entrar y acostarse y dormirse para siempre en el museo de las antigüedades. De allí, sin que tenga el conocimiento suficiente, sin que tenga autoridad de ninguna naturaleza, escribo “Fidel: el fuego que talló un sol”, porque me nace del alma, me nace del corazón, porque así lo pienso y lo creo y lo digo. Si no vale la pena este pequeño folleto o ensayo más de breves análisis de pensamientos que de biografía –pudiera decirse así- sólo pido que me disculpe Fidel, sólo Fidel.
Si hacemos una analogía de pensadores universales, para valorar la influencia en las luchas de América Latina para el logro de conquistas primordiales de cada época, pudiéramos decir que nadie –en las primeras décadas del siglo XIX- como Jacobo Rousseau influyó más en la conciencia del patriotismo que se planteó el logro de la Independencia del campo latinoamericano para salir del poder ya insoportable de despotismo social que representaba la España feudal. Las luchas por la independencia latinoamericana adquirieron un carácter de intenso contenido liberal y social. El radicalismo roussoniano quedó demostrado en la admiración de notables dirigentes independentistas por los jacobinos. La Inquisición se vio en la necesidad de condenar y prohibir las ideas de Rousseau en América, alegando que su obra era “… perniciosa, destructora de la moral y destinada a minar la autoridad de Su Majestad”. El Contrato Social de Rousseau hizo en América lo que el Manifiesto Comunista en Europa: despertar conciencia revolucionaria pero –el último- con ansia de redención. No sería exagerado, no sería una desconsideración, no sería una falacia, no sería un invento de mal gusto, sostener que Fidel (sin que nunca nos propongamos compararlo con Marx, con Engels, con Lenin y con Trotsky) ha sido el personaje más influyente en la conciencia de los revolucionarios durante la segunda mitad del siglo XX en América entera, pero no con el arma teórica de la burguesía ni fundamentándose exclusivamente en la primacía de la razón. No, sino con el arma del marxismo como también asumiendo lo mejor del ideal de hombres que, como Martí, Bolívar y otros, dejaron huellas para el fermento de conciencia de lucha revolucionaria contra el colonialismo, contra el imperialismo, contra la injusticia social. Pero, a diferencia de las ideas de Rousseau que ya perdieron su vigencia porque la lucha ya no es por una independencia específica nacional de un colonialismo feudal ni tampoco por el capitalismo, las ideas expresadas y profesadas por Fidel ahora es cuando siguen vigentes, ya que aún falta completar la histórica misión del proletariado mundial: hacer la revolución internacionalmente para hacer posible el socialismo en toda la faz de la tierra.
Quienes, en este tiempo de dominio de la globalización capitalista salvaje y de profunda crisis mundial de dirección revolucionaria –especialmente- en los países del capitalismo altamente desarrollado y en toda Europa, miran a Cuba, a su revolución y a Fidel, por el simple efecto de la percepción, del órgano de la vista, del radicalismo de las ideas, del sectarismo o del dogmatismo, no van a observar las realidades más allá de las narices; y, lo más seguro, terminarán haciendo lo del avestruz: esconder la cabeza para no darse cuenta de nada. Es el momento de mirar a Cuba, su revolución, su pueblo y a Fidel con el ojo clínico del corazón para entender correctamente –así lo creo- lo que han tenido que sacrificar, lo que han tenido que ceder, lo que no han podido conquistar, lo que se ha debido hacer y no se ha hecho, lo que se ha hecho que nunca se haría de haberse producido la revolución en el mundo entero. La historia verdadera necesita es de verdades y no de deseos que no pasan más allá de las fronteras de la utopía.
Platón decía que los hombres serían felices cuando los filósofos fuesen reyes o los reyes filósofos. Bonitas palabras de un cerebro ilustrado. El mundo de hoy plantea que los hombres serán felices cuando la sociedad, culta en el conocimiento y satisfecha en sus bienes, haga valer el reino de la libertad sobre el de las necesidades, y ya no existan filósofos que se crean reyes ni reyes graduados de filósofos explotando y oprimiendo al ser humano; cuando la fortuna social no sea envidia ni trastorne al individuo; cuando lo divinum sea lo creado por la gente más en el espíritu colectivo que en lo personal; cuando la verdad sea la reina de la búsqueda del conocimiento y no haya necesidad de ser custodiada por una legión de mentiras; cuando la humanidad, abrazada a la ciencia, logre arrancarle a la eternidad de la muerte un pedazo de tiempo más para vivirlo.
Y, es necesario decirlo, creo que hay hombres y mujeres cuyo pensamiento es también su práctica social. Así ha sido el de Fidel, por lo cual no me meteré en descripciones de su práctica revolucionaria, porque hasta un liceísta cubano lo narraría o lo escribiría muchísimo mejor y más completo que yo, aunque millones de africanos, de americanos, de europeos, de asiáticos y de australianos tienen un vasto conocimiento de la práctica revolucionaria de Fidel a través de sus grandes e incuestionables actos de solidaridad o de internacionalismo revolucionario.
El autor
Fidel: el fuego que talló un sol
Fidel es, sin duda, el pensador más talentoso que ha dado a luz la naturaleza humana del siglo XX en todo el continente americano. El más grande de sus estadistas. El político de mayor relevancia y más querido –en lo particular- por el pueblo cubano y –en lo general- por los pueblos de América. Incluso, en lo militar, los generales de todos los ejércitos burgueses del mundo tienen que parársele firmes. Si no me creen, que hable el Africa por él o por la verdad. Como economista, ni siquiera sus adversarios se han ocupado de inventar argumentos dignos de consideración analíticos para refutar todas las denuncias que ha hecho Fidel contra el capitalismo, el neoliberalismo o la globalización capitalista salvaje.
Nadie, como Fidel, durante todo el trayecto del siglo XX en América, supo captar con la facilidad las ideas de su tiempo. Su multifacético talento, su ingeniosa inteligencia, su firme voluntad, su serio temperamento y su vocación indeclinable por la libertad, desde muy temprano lo colocaron a la cabeza de esas luchas que fueron avizorando un tiempo difícil de combates y batallas de la lucha de clases en Cuba pero llevando encima el estandarte de la victoria definitiva. Fidel, nunca se ha distraído de sus luchas y de sus pensamientos. Jamás, ni en su intelecto ni en su carácter, ha habido espacio para las ideas del diletantismo de la intelectualidad que revisa los principios para terminar mezcladas en ese mundo absurdo de complacencia con los intereses que chocan abierta y antagónicamente con los intereses de los pueblos que claman o se proponen su redención social. Nunca Fidel, como analista o como orador, se ha olvidado de la materia que trata o se ocupa; jamás imágenes literarias o de otra naturaleza lo han alejado del desarrollo específico de su razonamiento. Nunca ha oscilado entre la derecha y la izquierda ni entre la izquierda y la derecha y, menos aún, nunca jamás ha jugado a los favores del centrismo político. Fidel siempre, en todas sus actividades –especialmente políticas e ideológicas- se ha desenvuelto en el contexto de su pensamiento básico. No se deja atraer por esos juegos imantados de novedades políticas o filosóficas, pero que en esencia llevan el germen de la resignación al régimen que explota y oprime al trabajador.
Fidel, desde joven y luego durante décadas, ha cautivado a viejos y jóvenes no sólo con su oratoria sino con la multiplicidad de sus conocimientos, de su educación, de su nivel de cultura, su carisma, su amabilidad y su profunda concepción de la solidaridad. Fidel, sin duda, ha sido un hombre inmensamente bondadoso, pero no complaciente en todo lo que a su alrededor se piensa y se hace. Defiende su ideal, lo que cree verdadero y justo, lo hace frente a sus amigos como ante sus enemigos sin humillar ni burlarse de nadie. Tal vez, no lo sé, Fidel ha tenido la suerte –otra vez la casualidad- que nunca ha estado bajo la influencia de intelectuales menos capacitados o instruidos que él, ni tampoco bajo personajes menos firmes que él. No hay en Fidel ese rasgo que ha caracterizado a otros hombres talentosos del marxismo que han concluido acomodándose a un ideal socialista como una forma nueva de religión, por lo cual jamás se ha dedicado al descubrimiento de nuevos ritos ni mucho menos a tratar de inventar un nuevo Dios para que se pueda hacer una revolución. Fidel no ha sido político de saltos impresionistas, aun cuando es hombre de buen carácter y muy agradable. Fidel, podemos decirlo, es un ¡bárbaro! capaz de desplegar, en el momento que lo desee o se lo exijan las circunstancias del momento, la más formidable erudición de su tiempo. Aunque me juzguen de lisonjear, cosa que no es cierta, Fidel ha sido demasiado culto para el nivel de cultura del siglo XX.
No me equivoco al decir que Fidel vino a ser el genuino heredero de la causa de Lenin y Trotsky –por no decir Marx y Engels- en el continente americano durante el siglo XX. Al carácter y al nivel –bien alto- de conocimientos de Fidel, o mejor decir: a su personalidad y su pensamiento, nunca les ha faltado esos dos ingredientes sin los cuales no es posible concebir una política revolucionaria: envergadura y audacia.
Fidel no es Dios ni tampoco Jesucristo. No es Santo ni tampoco brujo. No vive en el aire y no tiene facultad de pitoniso astrológico. No nada en la tierra ni camina en el mar. Es un ser humano de carne y hueso que también le circula sangre por las venas, que tiene la misma cantidad de órganos que los otros seres humanos normales y corrientes. Ese hecho en sí mismo a nadie exonera de la posibilidad de errar, porque eso es de humanos. Fidel, ha errado y sus errores, como sus aciertos, son grandes y no pueden ser de otra manera, ya que le ha tocado jugar el papel de la personalidad en la historia cubana y de su tiempo durante casi toda la mitad del siglo XX y unos pocos años del siglo XXI. Errores, algunos, que fueron siendo superados por la misma revolución donde Fidel ha jugado el rol de máximo dirigente; y otros, incluso sin la participación activa del propio Fidel. Este, aun desenvolviéndose en un medio extremadamente difícil y complejo y donde existen posibilidades de derrota, nunca ha perdido el sentido racional de la orientación, porque, entre otras cosas, no agota en un solo momento específico todas las posibilidades políticas de hacer avanzar el proceso revolucionario. Fidel, para cortar una tela, siempre se ha guiado por ese axioma de medir siete veces antes de hacer uso de la tijera. De sus errores que escriban y los analicen los que se sientan con autoridad para ello, yo no.
Y ahora, para completar este brevísimo capítulo, me permito plagiar a Trotsky, copiar parte de sus palabras y juicios de su biografía sobre Lenin en el transcurso de este ensayo. Nadie entienda por ello que esté comparando a Fidel con Lenin. No, eso nunca, aunque cada personaje en su tiempo. Si a Dios hay que darle lo que sea de Dios, a Lenin lo que es de Lenin, también a Fidel lo que es de Fidel. “No es fácil trazar el retrato”, dijo Máximo Gorki de Lenin y eso vale también para Fidel. Como es difícil trazar la vida y la obra de un personaje histórico con sólo decir es “grande” o es “genial” sin aditivos.
Fidel no es ningún héroe de epopeya u odisea imaginada como leyenda. Decir que él ha sido siempre sencillo y recto, es irrespetarlo, es como no decir absolutamente nada, es como no comprender el Fidel de La Habana, de Santiago, de la cárcel, del exilio, de México, del desembarco, de la Sierra Maestra, de Cuba y del mundo. Es como desconocerle su objetivismo tenaz, su condición de profesionalismo revolucionario, su capacidad destructiva de los vicios y de las mentiras y su lucha implacable por la verdad. Quien pretenda hacer un retrato de Fidel dibujándolo con un pincel de romanticismo, de leyenda homérica o cervantina, es mejor que se dedique a los modelos del republicanismo y del democratismo estadounidenses.
Otra es decir que Fidel, con mucha sencillez magistral, toma sus decisiones, llega a sus conclusiones, aplica sus métodos y ejecuta sus acciones. Sabe oponerse, desechar y rebatir aquellas menudencias que carecen de valor, lo accesorio y superficial. Ha sabido aclarar los problemas, concretarlos, sintetizarlos a sus justos términos luego de bajar al fondo del pozo para estudiarlos en todas sus dimensiones.
Es mentira creer que Fidel siempre haya marchado y vivido en línea recta. La historia no es así y tampoco lo puede ser la biografía de un grande hombre. No pocas veces se ven en la necesidad o en la obligación de actuar por senderos o caminos tortuosos, de muchas dificultades, de múltiples retorcidas en la conquista del objetivo invariablemente definido en su pensamiento y en su acción.
Fidel ha sido un talentoso certero y agudo en la política y en la revolución; ha vivido la pasión del virtuoso que ha sabido derrotar a sus grandes adversarios que han llegado a caer en sus tácticas y estrategias. ¡Fidel sí ha sabido vivir la tensión hacia el objetivo!
Fidel ha sido un hombre de una gran pasión, de un ímpetu excelso, de una formidable tensión decidido a conquistar sus objetivos contra todos sus enemigos pero, al mismo tiempo, tierno –especialmente- con los niños y las niñas respetándoles al máximo todos sus derechos humanos. En Fidel ha funcionado armónica y dialécticamente su subconsciente con su consciente. Ha entregado, no como sacrificio personal sino por convicción, toda su vida, toda su personalidad, de manera desbordante, al servicio del sueño que él se ha propuesto de la forma más libre posible. Su gran labor ha sido la de unir y despertar a los explotados y oprimidos por el capital para poder derrocar el yugo de los explotadores y opresores. Sus desvelos por el género humano han sido infinitos; siempre ha subordinado lo personal a lo colectivo; jamás se ha olvidado de los intereses de la causa revolucionaria que la historia colocó en sus manos; nunca ha dejado de someterse a la lógica del proceso material; en fin, Fidel ha sido y es hombre de una sola pieza, “… Pedazo de suma calidad, de compleja estructura, aunque resistente en todas sus partes, y en donde todos los elementos se…” adaptan “… unos a otros de manera admirable”, digamos copiando palabras de Trotsky.
Fidel considera la existencia del mundo, de la sociedad, como una globalidad, en sus factores primordiales, discierne las diversas tendencias de su desarrollo y sabe subordinar a éstas todo lo demás. Mejor dicho, parafraseando a Trotsky, se puede decir que Fidel distingue todo lo que es honesto, todo lo que es personal, se fija en todas las particularidades, en todos los detalles. Y cuando los simplifica, cuando rechaza los factores secundarios o superficiales, no lo hace por no haberlos mirado, sino porque posee un conocimiento seguro de las proporciones de los hechos o de los fenómenos.
Yo acuso
Además de su extraordinaria poesía, don Pablo Neruda había tenido una participación destacada en la política chilena. Gobernaba el país el terrible Gabriel González Videla durante el lapso 1946-1952. Neruda era senador. En 1948, un día 6 de enero, cuando los niños ansían ver y compartir momentos de tiempo con los reyes magos, don Pablo Neruda despertó a Chile con su Yo acuso, para denunciar ante el mundo el nepotismo de González Videla que había prohibido al Partido Comunista hacer vida política legal y había desatado una ola de represión contra los adversarios a su régimen de dictadura bonapartista.
Un 26 de enero de 1952 en conmemoración de un nuevo aniversario del natalicio de José Martí, no sé si Fidel sabía o había leído el Yo acuso de don Pablo Neruda, hizo público su Yo acuso al presidente de Cuba, Carlos Prío Socarras, casi por la misma esencia de razones. Prío, para Fidel, había traicionado los altos intereses de la nación. Fidel, sin equivocación o duda de alguna naturaleza, comenzaba a despuntar, en plena juventud, como la gran figura política cubana de su tiempo. Citamos o recurrimos al Yo acuso de Fidel, porque allí ya se encuentra el rostro juvenil de su pensamiento que, luego, a través de varios hechos como el Asalto al Cuartel Moncada (1953), “La historia me absolverá” como expresión de una prisión fecunda (1953), el desembarco del Granma (1956), la toma del poder político por la revolución (1959), la derrota a los invasores obedientes del imperialismo estadounidense (1961), y la consolidación del proceso revolucionario derrotando todos los intentos por hacerla derrumbar, desarrollaría con magistral visión de estadista, de estratega político y militar y de marxista.
Asalto al Cuartel Moncada
Como es suficientemente sabido el asalto al Cuartel Moncada fracasó militarmente pero no desde el punto de vista político. No pocas veces en la historia una derrota se convierte en la madre de una futura victoria, porque siendo minuciosamente analizada la primera permite corregir los desaciertos y lograr mayor tino en nuevas acciones. Los factores accidentales primaron sobre lo que realmente habían planificado los moncadistas. Allí estuvo el fracaso militar. Por eso Fidel describe el legado aportado a los revolucionarios por la derrota militar que sufrieron en el asalto al Cuartel Moncada. Dice: “El Moncada nos enseñó a convertir los reveses en victorias. No fue la única amarga prueba de la adversidad, pero ya nada pudo contener la lucha victoriosa de nuestro pueblo. Trincheras de ideas fueron más poderosas que trincheras de piedras. Nos mostró el valor de una doctrina, la fuerza de las ideas, y nos dejó la lección permanente de la perseverancia y el tesón en los propósitos justos. Nuestros muertos heroicos no cayeron en vano. Ellos señalaron el deber de seguir adelante, ellos encendieron en las almas el aliento inextinguible, ellos nos acompañaron en las cárceles y en el destierro, ellos combatieron junto a nosotros a lo largo de la guerra. Los vemos renacer en las nuevas generaciones que crecen al calor fraternal y humano de la Revolución…”.
La historia llega a un momento en que puede aceptar un hecho pero maldice la victoria que se conquista para sostener un nepotismo social. Si con algunas palabras pudiéramos describir literariamente la derrota militar de los revolucionarios en el asalto al Cuartel Moncada, no tendríamos más que recurrir a ese eminente hombre de las letras, el autor de “Los miserables”, don Víctor Hugo, cuando dijo: “A veces una batalla perdida es un progreso conquistado. Cuanta menos gloria, más libertad. El tambor calla, y la razón toma la palabra. Es el juego del gana-pierde…”. “La historia me absolverá” fue la razón tomando la palabra, ratificando el progreso conquistado, el futuro de la victoria de la libertad. En concreto, como el mismo Fidel lo dijo hace tiempo, el asalto al Cuartel Moncada fue la chispa que desató la tempestad revolucionaria por todo el país cubano.
Podemos decir que el asalto al Cuartel Moncada fue una victoria militar siniestra para Batista que, luego a los pocos meses, fue vencida por la libertad de “La historia me absolverá”. Por eso esa acción del Moncada deslumbró a la historia y se convirtió en una gran luz para el pueblo cubano.
La prisión fecunda con “La historia me absolverá”
La cárcel fue, para Fidel y sus camaradas de causa, una nueva trinchera de lucha; tal vez, esa trinchera de ideas de que habló Martí como más importante que una trinchera de piedras. Por eso fue una prisión fecunda para el pensamiento revolucionario de Fidel y sus camaradas, incluso, para el proceso de lucha revolucionaria en Cuba.
“La historia me absolverá”, discurso pronunciado por Fidel en el juicio que se le hizo a él y sus camaradas por el asalto al Cuartel Moncada, es la mejor de todas las pruebas de que su prisión fue fecunda en expandir las ideas revolucionarias en Cuba, en denunciar las tropelías de la dictadura, en motivar a muchos cubanos y cubanas a continuar el ejemplo dado por los moncadistas. Y, además, hizo conocer internacionalmente las ideas de los presos, denunciar el juicio que se les siguió, hacer conocer la verdad sobre la dictadura, y estimular simpatías hacia los revolucionarios. “La historia me absolverá” no sólo justificó históricamente la lucha de los revolucionarios contra la dictadura bonapartista de Batista, sino también hizo que se acelerara la amnistía que llevó a los moncadistas al exilio, y, luego, a la preparación del desembarco del Granma… Después, viene la continuidad de la historia que el mundo conoce.
“La historia me absolverá”, concluye con el siguiente párrafo: “En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no lo ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa, la historia me absolverá”.
El desembarco del Granma
La preparación de las condiciones materiales y espirituales en México para navegar en el Granma y desembarcar en Cuba es obra, primordialmente, de la perseverancia de Fidel en el pensamiento revolucionario, en su idea de la liberación de Cuba; es consecuencia directa de “La historia me absolverá”.
En México la casualidad volvió a estar al lado, a favor de Fidel. La ciudad de México era una especie de epicentro de ideas políticas e ideológicas, donde convergían hombres y mujeres que en ningún otro país de América Latina (y mucho menos en Estados Unidos) les hubiesen permitido libertades para desarrollar sus actividades en base a la creencia doctrinaria de su preferencia. Incluso, ciudad de México era la sede del gobierno republicano español en el exilio. El golpe de Estado contra Jacobo Arbenz en Guatemala, azar pero un azar doloroso para el pueblo guatemalteco, hizo que un hombre de la categoría del Che Guevara, estimulado por Antonio Ñico López, viajara a México y se incorporara al ideal de Fidel.
El agravamiento de las contradicciones en Cuba, el incremento del descontento popular contra Batista y algunos inconvenientes tenidos por los revolucionarios en México, puso a la orden del día el viaje y desembarco del Granma. La noche del 24 al 25 de noviembre de 1956 levantó ancla el Granma en Tuxpan con ochenta y dos hombres a bordo. Veinte eran moncadistas, cuatro no eran cubanos (Che –argentino-, Gino Doné –italiano-, Guillén –mexicano- y Ramón Mejías –dominicano-).
El 30 de noviembre se produjo un levantamiento en Santiago de Cuba bajo la dirección del Movimiento 26 de Julio y donde destacaba Frank País. Factores casuales –ahora aparentemente en contra de Fidel y de los revolucionarios- no permitieron el desembarco en la fecha prevista y los revolucionarios en Santiago sufrieron bajas importantes. Por fin, el desembarco se hizo el 2 de diciembre en la Playa de las Coloradas y no como se quería en Niquero.
Sin embargo, el desembarco del Granma, aun en medio de las vicisitudes y pérdidas, fue el acontecimiento que estimuló y favoreció la continuidad de la lucha revolucionaria y el acercamiento de la victoria de la revolución.
Es bueno destacar una anécdota o un hecho que pone de relieve la grandeza humana de Fidel frente a quienes siempre le han hecho una campaña presentándolo como un monstruo que asesina, tortura y hasta come niños en carne viva. En la travesía del Granma uno de los camaradas (creo que fue Ramón Mejías) cayó al mar y Fidel ordenó detener la nave hasta encontrar al compañero de causa; es decir, puso el destino de la empresa libertaria en incertidumbre por la vida de un camarada. Precisamente lo rescataron sano y salvo. ¿Qué jefe, qué general, qué dirigente de una empresa que vaya a conquistar una nación o un pueblo para someterlo a la esclavitud sería capaz de hacer lo que hizo Fidel iniciando una empresa para liberar una nación o un pueblo?
Sierra Maestra y el triunfo de la revolución en 1959
El desembarco resultó, en cierto sentido, catastrófico, de mucha confusión, de muchas pérdidas humanas, de unos cuantos detenidos y asesinados, de otros detenidos y torturados, de otros heridos, es decir, de muchas penalidades, de difícil reagrupación de los que se salvaron para continuar la lucha, cosa que lograron gracias a la solidaridad de Crescencio Pérez (un camionero) y sus hijos. Mientras tanto los medios de comunicación difundían que Fidel había muerto en el desembarco. Hubo tanta confusión y como nadie presentaba el cadáver de Fidel, los revolucionarios dejaron de creer en la falsa noticia e, incluso, Batista llegó a contradecirse y sostener que Fidel ni siquiera había salido de México. La cantidad de reagrupados para seguir hasta la Sierra Maestra dicen fue de pocos, y posterior al triunfo de la revolución circularía un pequeño libro cuyo titulo, si mal no lo recuerdo, está relacionado, de alguna manera, con ellos: “Cuba: el libro de los doce”.
Como no trata este breve folleto o ensayo de narrar la historia de la lucha revolucionaria cubana, vale la pena destacar que en la Sierra Maestra se concretó el triunfo de la revolución; de allí salieron las razones con sus palabras victoriosas a recorrer toda la isla y más allá de sus fronteras; allí nacieron las esperanzas definitivas para el triunfo por medio de la violencia revolucionaria; de allí salieron las directrices inequívocas que iban a culminar en la victoria; allí se hicieron los combatientes y los mandos de la lucha revolucionaria capaz de derrotar al ejército de Batista; de allí partió la construcción verdadera del ejército rebelde; de allí salieron las órdenes de combate más decisivas de la lucha guerrillera; de allí surgió la mayor inspiración para el desarrollo de la solidaridad revolucionaria con los rebeldes; allí se gestó el embrión de una fuerza popular que abarcó casi toda la nación cubana; allí se inspiró la propaganda que despertó una conciencia nacional e internacional para la solidaridad y la admiración por la lucha de los barbudos; allí se construyó la sepultura del régimen de Batista.
Es oportuno recordar de nuevo aquel párrafo de información que recorrió el mundo escrito por un distinguido reportero del New York Times y por ser éste, un prestigioso periódico a favor del imperialismo, Herbert Matthews: “Fidel Castro, el jefe rebelde de la juventud cubana, vive y pelea dura y victoriosamente en las escabrosas montañas de Sierra Maestra, situadas en la zona más meridional de la isla. El presidente Batista ha lanzado sobre dicho territorio a las unidades más aguerridas de su ejército, pero libra una batalla perdida contra el más peligroso enemigo con el que haya tropezado jamás el dictador cubano en su larga y agitada carrera”.
No sería justo olvidar, como aliento de lucha revolucionaria, el famoso asalto al palacio presidencial -13 de mayo de 1957- por el Directorio Revolucionario del cual era su figura más prestigiosa el estudiante José Antonio Echeverría. Fue un fracaso militar, sin duda, pero en la conciencia del pueblo cubano quedarían grabadas para siempre aquellas palabras pronunciadas en una emisora tomada por los rebeldes en la voz de Echeverría: “¡Pueblo de La Habana! La revolución está en marcha. ¡Nuestras fuerzas han tomado el palacio presidencial y el dictador ha sido ejecutado en su guardia!”. No era cierto lo del dictador, pero sí lo de la revolución en marcha. Treinta y cinco revolucionarios murieron en la acción y cinco guardias. Desproporción militar evidentemente, pero la victoria política pertenecía a los treinta y cinco muertos y no a los triunfantes militares del hecho.
Lo cierto es que la lucha revolucionaria cada día fue creciendo, cada vez más combativa, más popular, más arraigada al pueblo, recibía más solidaridad, se le incorporaban constantemente hombres y mujeres de todas las edades, de diversas tendencias del pensamiento social. Fue rápida la lucha y rápida la victoria. Descompuesto por completo el régimen y los revolucionarios dominantes en el sentimiento masivo del pueblo cubano, dieron al traste con la dictadura bonapartista de Batista. Las acciones militares victoriosas de los rebeldes se transformaban en el acto en triunfos políticos grandiosos e inobjetables e, incluso, con sus beneficios ideológicos para los rebeldes.
La noche del 31 de diciembre de 1958, dos años y unos meses después del desembarco del Granma, se convirtieron en las horas más tensas, largas e inciertas para el régimen de Batista. Oriente estaba perdido; el Centro estaba perdido; Occidente estaba perdido; el pueblo casi por completo estaba contra la dictadura, a Batista le quedaban pocos amigos y partidarios. Los tragos y los bocados exquisitos no calmaban las inquietudes. Fulgencio Batista decidió, con sus más allegados epígonos o colaboradores, abandonar Cuba. Con la huida del dictador no cambió la situación, sino, simplemente, el régimen fue continuado por hombres ya viejos en la estructura de mandos. Los rebeldes ahora es cuando más ordenan el avance de la lucha revolucionaria. Las plazas que quedaban en manos del gobierno se rendían ante los rebeldes como sucedió con Santiago de Cuba. La senilidad política en el poder había dejado de tener influencia en la juventud cubana.
Los comandantes Che Guevara y Camilo Cienfuegos con sus fuerzas victoriosas entran en la noche del 1 al 2 de enero de 1959 a La Habana. El 8 de enero lo haría Fidel. La revolución había conquistado el poder político. El imperialismo estadounidense no había podido evitar la victoria de los rebeldes. El pueblo cubano había vencido al régimen maligno de Batista y sus epígonos. Desde allí en adelante la revolución, sorteando todos los obstáculos, se ha mantenido incólume en el poder al servicio del pueblo cubano y de los pueblos hermanos que tienen el mismo sueño de redención social.
Victoria sobre los invasores en 1961
En la historia de la revolución y en la vida política de luchador y gobernante de Fidel, no podría dejarse de lado, lo más brevemente siquiera, el desembarco de los enemigos en Playa Girón o Bahía de Cochinos, como se conoce popularmente en Cuba y en el mundo. El imperialismo hacía todo lo posible por derrocar al gobierno presidido por el primer ministro Fidel Castro. Los lazos de amistad y de solidaridad que se estaban desarrollando entre Cuba y la URSS, preocupaban y movían tensiones en la mentalidad imperialista del gobierno estadounidense.
En abril era inminente la invasión a Cuba. Los especialistas gringos en invasiones habían hecho difundir la noticia que el desembarco sería por el Oriente. Los revolucionarios cubanos no se chupaban ni el dedo ni se sometían a las mentiras y maniobras de los gringos imperialistas. La revolución estaba en los huesos, en las carnes, en la sangre, en el agua, en los músculos, en todos los órganos del cuerpo humano y, muy especialmente, en sus sentimientos del pueblo. Este, casi entero, era revolucionario.
El 15 de abril de 1961, a las 6 de la mañana, aviones bombardean el cuartel general de La Habana y otros aviones hacían lo mismo en Santiago de Cuba, en San Antonio de los Baños y en Baracoa. El gobierno estadounidense no previó las medidas de coerción o preventivas inmediatas de la revolución, y que se materializaron en detener a todos los reconocidos enemigos de la revolución en Cuba para aislar a los invasores de base social, de solidaridad interna. Pero, además, en lo inmediato el gobierno cubano mostró pruebas al cuerpo diplomático extranjero acreditado en Cuba sobre la intervención de Estados Unidos en la invasión.
Los sentimientos de odio al imperialismo del pueblo cubano se manifestaron en la grandiosa multitud que se congregó, en la despedida a las víctimas del bombardeo, para que Fidel hablara, se dirigiera a la nación cubana y al mundo entero. “¡Asesinos!... ¡Cobardes!... ¡Patria o muerte!”, fueron los gritos en un solo coro de la gigantesca muchedumbre. En esa concentración, en ese mitin, fue cuando Fidel anunció al mundo el carácter socialista de la revolución. Como se sabe, la invasión fracasó, no convenció a nadie, no encontró apoyo en el pueblo cubano, y, más bien, fortaleció a la revolución, unió más al pueblo cubano en torno a Fidel y los revolucionarios.
Se sabe, también, que en 1962 fue expulsada Cuba, a solicitud del gobierno estadounidense, de la Organización de Estados Americanos. Se pensaba que haciéndole un cerco, un bloqueo, aislando a la revolución, podía lograrse la caída del gobierno presidido por Fidel. Fue, igualmente, el año conocido internacionalmente como el de la crisis de los misiles y que luego fue concluida por un acuerdo entre el primer ministro soviético Kruschev –quien no consultó a Fidel- y el presidente estadounidense, John Kennedy. El imperialismo y sus epígonos sólo conseguían sumar sus reveses mientras que la revolución sumaba sus victorias. Y en eso, sin rendirle culto a la personalidad, hay que reconocer el papel protagónico y decisivo de Fidel y punto.
La revolución en marcha
Nada –hasta ahora- ha podido detener la marcha de la historia de la revolución cubana como lo han soñado o como se lo han propuesto los enemigos y, especialmente, los imperialistas. Por supuesto, que Cuba o su revolución no ha marchado al ritmo como lo han querido los dirigentes revolucionarios y, particularmente, Fidel. Hay que repetirlo, cuantas veces sea necesario, la historia no depende –hasta el momento- de la voluntad de las personas sino de factores, fundamentalmente económicos, que le imprimen su comportamiento, su desarrollo.
Todo ese sacrificio, todo ese esfuerzo, toda esa solidaridad brindada por la revolución a que se produjera igualmente la revolución en todo el territorio latinoamericano y caribeño no cristalizó en la década de los sesenta. Fidel eso lo sabe, pero la revolución cumplió y cumple y cumplirá –ahora en otras condiciones- con su papel internacionalista. Pero la historia tampoco la pueden detener las voluntades de las personas, ella marcha, tiene su motor que si se avería nacerán muchas fórmulas de repararlo y hacer que marche. Lo dijo un convencional y lo publicó Víctor Hugo, que las revoluciones son las brutalidades del progreso, pero cuando se concluyen se reconoce que el género humano que se ha sido maltratado, ha marchado.
La locomotora está latente, que es la revolución, anda en la entraña –por lo menos- de una parte del proletariado mundial y, tarde o más temprano, hará que el tren recorra toda la faz de la tierra y llegue feliz a su meta: el socialismo. Y en eso, la fuente más rica de los triunfos será, sin duda alguna, la solidaridad revolucionaria. La revolución es indetenible. Fidel recoge en pocas palabras esa gran verdad histórica cuando nos dice: “Y el tiempo es el viento que sopla a favor de nuestras velas revolucionarias. ¡Y la nave revolucionaria marchará adelante! El futuro nos pertenece. El pasado era del coloniaje y del imperialismo; el futuro es de la humanidad, es de los pueblos, es de la revolución…”
El pensamiento de Fidel
Fidel comprendió la historia del pensamiento de su tiempo no sólo basándose en el legado de conocimientos y luchas del pasado con especial atención en el marxismo, sino, además, porque supo dar ese paso vital que se conquista del conocimiento de la economía a la psicología social, sin lo cual ningún pensamiento, ninguna doctrina podría dar una explicación científica y materialista de la historia. Dice Plejánov que “No existe ningún hecho histórico que no deba su origen a la economía social; pero no es menos exacto que no existe ningún hecho histórico al que no haya precedido, acompañado y seguido un determinado estado de la conciencia”. Mientras no se produzca una transformación de las relaciones sociales, no puede haber transformación de la psicología social. Es igualmente necesario entender, para valorar el pensamiento de Fidel, eso que Labriola señalaba como el papel de las supervivencias de ideas y corrientes heredadas de los predecesores y hasta mantenidas únicamente por tradición.
En 1977, Fidel publicó en Verde Olivo un interesante documento denominado “La continuidad histórica de las luchas heroicas de nuestro pueblo”, donde expresa no sólo la influencia, en su formación política e ideológica o su pensamiento, que tuvieron en él, entre otros, José Martí con su ardiente patriotismo, su amor apasionado a la libertad, su dignidad y su decoro del hombre, su repudio al despotismo y su fe ilimitada en el pueblo; Manuel de Céspedes con su sublime ejemplo de dar inicio, con pocos hombres, a una guerra que duró diez años: Maceo, Gómez y otros con su coraje y espíritu combativo y la adopción que hicieron de la lucha armada popular a la topografía del terreno, a la superioridad numérica y en armas del enemigo.
Pero, Fidel, consciente de su tiempo y de las leyes de la historia de la sociedad humana, de la imposibilidad de que los hombres puedan hacer su historia a su capricho, nos dice en ese documento lo que el marxismo representó o influyó en su lucha revolucionaria. Dice: “El concepto clasista de la sociedad dividida entre explotadores y explotados; la concepción materialista de la historia; las relaciones burguesas de producción como la última forma antagónica del proceso de producción social; al advenimiento inevitable de una sociedad sin clases, como consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas en el capitalismo y de la revolución social. Que el gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa. Que los obreros modernos no viven sino a condición de encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta capital. Que una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte en víctima de los otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etcétera. Que la burguesía produce ante todo sus propios sepultureros, que es la clase obrera”
Agrega Fidel: “El núcleo fundamental de dirigentes de nuestro movimiento que, en medio de intensa actividad, buscábamos tiempo para estudiar a Marx, Engels y Lenin, veía en el marxismo-leninismo la única concepción racional y científica de la Revolución y el único medio de comprender con toda claridad la situación de nuestro propio país”.
Continua diciendo: “En el seno de una sociedad capitalista, contemplando la miseria, el desempleo y la indefensión material y moral del pueblo, cualquier hombre honesto tenía que compartir aquellas irrebatibles verdades de Marx, cuando escribió: Os horrorizáis de que queramos abolir la propiedad privada. Pero en vuestra sociedad actual la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros. Precisamente porque no existe para esas nueve décimas partes existe para vosotros. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad”
De tal manera que para Fidel: “El marxismo nos enseñó sobre todo la misión histórica de la clase obrera, única verdaderamente revolucionaria, llamada a transformar hasta los cimientos a la sociedad capitalista, y el papel de las masas en las revoluciones”
“El Estado y la Revolución, de Lenin, nos esclareció el papel del Estado como instrumento de dominación de las clases opresoras y la necesidad de crear un poder revolucionario capaz de aplastar la resistencia de los explotadores”
“Unicamente a la luz del marxismo es posible comprender no solo el curso actual de los acontecimientos, sino también toda la evolución de la historia nacional y el pensamiento político cubano en el siglo pasado”.
No ha existido duda alguna que el ideal, la doctrina que ha profesado Fidel es el marxismo, y éste lo interpretó en su sentido profundo y crítico, en su aspecto más humano. Por eso dijo Fidel un día: “¿Quién ha dicho que el marxismo es la renuncia a los sentimientos humanos, al compañerismo, al amor al compañero, al respeto al compañero, a la consideración al compañero? ¿Quién ha dicho que el marxismo es no tener alma, no tener sentimiento? Si `precisamente fue el amor al hombre lo que engendró el marxismo, fue el amor al hombre, a la humanidad, el deseo de combatir la desdicha del proletariado, el deseo de combatir la miseria, la injusticia, el calvario y toda la explotación sufrida por el proletariado, lo que hace que de la mente de Carlos Marx surja el marxismo, cuando precisamente podía surgir el marxismo, cuando precisamente podía surgir una posibilidad real y más que una posibilidad real, la necesidad histórica de la revolución social de la cual fue intérprete Carlos Marx. Pero, ¿qué lo hizo ser ese intérprete sino el caudal de sentimientos humanos de hombres como él, como Engels, como Lenin?...”
No estamos diciendo ni podemos creer que ya en la década de los cincuenta del siglo XX Fidel se había leído y había comprendido todo el legado de la doctrina marxista, pero no debe quedarnos duda, en base a lo que él mismo señala, que ya le había entrado al conocimiento del marxismo con cierta profundidad y claridad en el entendimiento. Pero el pensamiento de Fidel, no le quede duda absolutamente a nadie, es el que más se enriqueció de conocimientos durante la segunda mitad del siglo XX, hasta el nivel que se pueda imaginar el género humano más consciente de su tiempo. Exigirle más, ahora cuando ya pasó las ocho décadas de existencia, es no tener conocimiento de que el cerebro es un órgano que también se agota, se cansa, envejece más o menos como los otros órganos del cuerpo. Es como querer idealizarlo, convertirlo en un Dios que todo lo sabe, todo lo ve, todo lo tacta, todo lo escucha y todo lo de degusta. Aun así, Fidel, lo demuestran sus reflexiones, mientras tenga vida y no lo dificulte alguna enfermedad –ni quiera Dios ni la naturaleza humana- que le inmovilice su capacidad racional, nos seguirá aportando ideas nuevas y frescas. Que sus reflexiones no sean leídas por la cantidad de personas que las necesitan para enriquecer también sus conocimientos, no es culpa de Fidel, sino de que aún seguimos siendo alienados por esas ofertas culturales o artísticas que no nos dejan romper las barreras de la desmemoria, de la alienación, de la enajenación. Que sus reflexiones no motiven a la lectura como esos artículos o panfletos que se burlan, humillan, ultrajan a otros o se dedican exclusivamente a lisonjear con descarada zalamería a otros, no es culpa de Fidel, sino de ese esquema rígido de los medios que nos hacen agradar más ver unos glúteos de mujer en tanga promocionando una crema dental o a un hombre haciéndole propaganda a una específica marca de interior que a las fuentes propias del conocimiento científico. Que sus reflexiones sean menos leídas que los artículos dedicados al chisme o al impacto del amarillismo en la conciencia, no es culpa de Fidel, sino el resultado de un estado de indiferencia por los grandes problemas que vive el mundo actual a nivel internacional y en lo nacional. Fidel es quien mejor recoge o sintetiza lo mejor o más dialéctico, científico y revolucionario del pensamiento social de la segunda mitad del siglo XX en América y, también lo pudiéramos decir sin equivocación, del mundo entero.
Sólo dos personajes, haciendo diferencias de tiempo, durante el siglo XX, en mi humilde juicio, representan un escalafón de conocimiento social y de estatura revolucionaria más elevado o superior a Fidel en el mundo: Vladimir Lenin y León Trotsky. Que Dios y la humanidad me perdone si estoy equivocado, pero como así lo creo, así lo expreso. Eso no es lisonja sino una verdad para mí que puede resultar ser una mentira para otros.
Fidel, sin duda, ha sido el más productivo estudioso de Marx, Engels y Lenin durante el siglo XX en América. Pero, además, también ha sido un estudioso prolífico de otras tendencias del pensamiento social y de las ciencias, incluyendo las naturales. No sé si estudió o ha estudiado con el mismo apasionamiento a Trotsky. Pienso que no, porque, lo digo con conocimiento de causa producto de una visita a Cuba en 1988, Trotsky o, mejor dicho, su pensamiento no era muy conocido, leído o debatido entre los militantes revolucionarios o del partido comunista cubano. Hasta hace poco, especialmente hasta el derrumbe de lo que fue el campo socialista del Este y –fundamentalmente- de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Trotsky –por lo general y en casi todo el mundo- era tenido como un contrarrevolucionario, como un agente del imperialismo, como un enemigo de la URSS y del socialismo, como un revisionista del marxismo. Incluso, al extremo deformado, los textos creados a partir de la muerte de Lenin (1924) en la URSS y otras naciones del campo socialista del Este, execraron a Trotsky de la propia revolución de octubre, le negaron su participación, le anularon su papel de ser el conductor práctico de la insurrección y constructor del ejército rojo, entre otras cosas. Era prohibitivo la lectura o estudio de sus obras. Y eso, queramos o no, influyó en la mentalidad, en la conciencia, en el conocimiento y el pensamiento de millones de millones de personas que eran atraídas por las ideas del socialismo y, muy especialmente, de los principales dirigentes de los partidos comunistas en el mundo entero. Sin embargo, eso no desmerita en nada el pensamiento de Fidel.
Y, téngase esto como una señal de los conocimientos políticos de Fidel, que ha sido el único político que estudiando el capitalismo en sus diversas expresiones de gobierno llegó –en 1975- a la misma conclusión de Trotsky de no creer que en Estados Unidos pueda instaurarse un régimen fascista, porque dentro de “… su sistema político se han cometido graves errores e injusticias –muchas de las cuales aún perdurar-, pero el pueblo norteamericano cuenta con determinadas instituciones, tradiciones, valores educativos, culturales y éticos que lo harían casi imposible…”. La frase casi imposible demuestra que también en determinadas circunstancias –que actualmente se están vislumbrando como estrategia de la globalización capitalista salvaje- pudiera el Estado estadounidense evidenciar serios rasgos de fascismo. Si se busca minuciosamente en el pensamiento de notables marxistas de América –hasta 1975- no encontramos una idea parecida a la de Fidel, sino más bien –hasta hoy- es de acusaciones de fascista a los gobiernos de Estados Unidos.
Fidel y las ideas
Hubo todo un largo período de la vida humana en que se creía que la concepción de la historia, como lo dijo Engels, “… descansaba en el supuesto de que las últimas causas de todas las transformaciones históricas habían de buscarse en los cambios que se operan en las ideas de los hombres, y de que todos los cambios, los más importantes, los que regían toda la historia, eran los políticos. No se preguntaban de dónde les vienen a los hombres las ideas ni cuáles son las causas motrices de los cambios políticos. Sólo en la escuela moderna de los historiadores franceses y en parte también de los ingleses, se había impuesto la convicción de que, por lo menos desde la Edad Media, la causa motriz de la historia europea era la lucha de la burguesía en desarrollo contra la nobleza feudal por el Poder social y político…”. Era, en general, un tiempo en que igualmente se atribuía al hombre, incluso ya visto con poderes extraños o sobrenaturales como los reyes, la potestad de hacer la historia en base a sus ideas.
La importancia de las ideas no se discute, pero es indispensable darle la ubicación exacta de su papel en la historia del género humano. No vivimos en un paraíso celestial de puras almas, sino de hombres y mujeres de carne y hueso, que tienen órganos que forman su cuerpo y, entre esos, está el cerebro que garantiza la facultad de raciocinio, de pensar. Los hombres –también las mujeres- en la vida productiva para su existencia no lo hacen en el aire o en la fantasía, sino en base a las facultades productivas, en determinadas relaciones sociales y, éstas, con arreglo a su producción material, que es lo que hace generar la creación de ideas, las categorías; es decir, “… las expresiones ideales abstractas de esas mismas relaciones sociales…” (Engels), que son, siempre, productos históricos transitorios. La idea no fue primera que la acción. Sin embargo, lo dijeron Marx y Engels y tienen razón, que, aun cuando el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real, la situación económica es la base “… pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta –las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas- ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego muto de acciones y reacciones entre todos estos factores, en el que a través de toda la muchedumbre infinita de casualidades (es decir, de cosas y acaecimientos cuya trabazón interna es tan remota o tan difícil de probar, que podemos considerarla como inexistente, no hacer caso de ella), acaba siempre imponiéndose como necesidad del movimiento económico. De otro modo, aplicar la teoría a una época histórica cualquiera sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado… Somos nosotros mismos quienes hacemos nuestra historia, pero la hacemos, en primer lugar, con arreglo a premisas y condiciones muy concretas. Entre ellas, son las económicas las que deciden en última instancia. Pero también desempeñan su papel, aunque no sea decisivo, las condiciones políticas, y hasta la tradición, que merodea como un duende en las cabezas de los hombres”. Eso nos da una noción exacta del papel de las ideas en la vida de los hombres y, especialmente, mientras haya necesidad de lucha de clases. Sin embargo, jamás una revolución –para realizarse- debe sustentarse en la idea de que es necesario o imprescindible, primero, crear la conciencia revolucionaria en las mayorías de las masas para luego realizar la acción revolucionaria.
Fidel entendió correctamente a Lenin, en su razonamiento del marxismo como una ideología, por eso no ha rechazado nunca las más valiosas enseñanzas o aportes o conquistas hechas por la burguesía o el capitalismo en el campo de las ideas. Más bien lo que ha hecho es asimilarlas y reelaborar todo ese legado que sirve a la construcción de una nueva sociedad, al avance de la técnica y las ciencias, al desarrollo de una nueva educación.
Para Fidel la ideología es, ante todo, conciencia, pero en el sentido revolucionario, de los principios, de la lucha contra la injusticia, como arma de combate, como teoría que cuando prende en la conciencia de las masas se hace práctica social. Entendió perfectamente bien a Lenin en su concepto de que sin teoría revolucionaria no existe movimiento revolucionario. Y Fidel, aunque lo nieguen sus empecinados adversarios o enemigos, ha aportado en el campo del pensamiento social –en lo general- y del marxismo –en lo particular-
Fidel ha sabido siempre, desde que comenzó a incursionar en la lucha política y en los textos de ciencias sociales, que una revolución, por lo menos la socialista, no se concibe sin ideología que ofrezca libertades al hombre y la mujer pero también alimentos, salud, educación, vivienda, recreación, trabajo digno, economía de tiempo. Por eso Fidel ha planteado que es “… necesario que empecemos a transformarnos la mente para mediante un esfuerzo de conciencia y de opinión ir marchando por el camino que tenemos que marchar dándonos cuenta de que en el poder tiene la clase obrera su representación, que es el poder de los campesinos, de los obreros, del pueblo, señores, de los que nos necesitan…”.
Para Fidel la conciencia debe enseñar a ver y tener una noción exacta de las grandes injusticias que se cometen en el mundo, en cada país, en cada región, en cada lugar donde haya seres humanos. Por eso concibe a la revolución –la socialista por supuesto- “… como una luz que se enciende en medio de la noche… como un sol, cuyos rayos alumbran un amanecer…” Por eso para él, esa revolución enseña a comprenderse los unos a los otros, a quererse los unos a los otros. De allí que Fidel educa en ese deber de crear conciencia, porque “… mientras más conciencia creemos en nuestros compatriotas, más fuerte será la revolución y menos necesidad tendremos de usar medidas drásticas, porque la intriga vale tanto cuanto sea capaz de confundir, las campañas contrarrevolucionarias importan tanto cuanto sean capaces de confundir y desorientar; y mientras mayor sea la conciencia del pueblo, menos vale la mentira…”.
Fidel da a la idea el valor que adquiere cuando se convierte en idea de todo un pueblo, en la conciencia de toda una nación, y en eso ve un pilar esencial para el vencimiento de los obstáculos, el que no se violen los postulados de una revolución. No encuentra en las ideas una generación a las crisis, sino en éstas como generadoras de ideas, conciencia y, al mismo tiempo, unidad, programa de lucha para los que abrazan las ideas, la conciencia de encontrar fórmulas de solucionar las crisis a favor del pueblo, de la nación. Por eso dice: “… Yo creo que en la medida en que estas ideas salgan de las torres de marfil; en la medida en que estas ideas se hagan ideas de las masas, de la opinión pública, del pueblo; en la medida que estas ideas se hagan las ideas de los obreros, de los campesinos y de los estudiantes, de los intelectuales y de las capas medias de América Latina, estas ideas, más tarde o más temprano, triunfarán, entre ellas la idea de la integración económica”.
Fidel le atribuye a la trinchera de ideas lo que el marxismo caracteriza cuando prenden en la conciencia de las masas y se hace práctica social. Por eso nos dice que: “… Nosotros planteamos que hay una razón esencial: la gente nuestra tiene ideas, tiene valores morales, el cemento que une al pueblo son las ideas, los valores morales, no el odio contra nadie, la hostilidad contra nadie; no es el nacionalismo, el chovinismo, el espíritu de hostilidad hacia otros pueblos, hacia otros países. En realidad, eso es cosa de fascistas, de reaccionarios que no tienen otros valores, otras ideas, que acuden –digamos- a los peores sentimientos del hombre, como la envidia, o el odio, o la idea de superioridad racial, al extremismo nacionalista. Eso es propio de los procesos políticos que no tienen ideas, que no tienen en qué basarse; pero nosotros nos sentimos realmente satisfechos de que nuestra fuerza política consiste en las ideas, en la conciencia de la gente, en la educación de la gente…”.
Para Fidel más poderoso que el dinero es la idea, la conciencia. Por eso le atribuye un papel de suma importancia en la vida social, en la lucha de clases, en la revolución, en el partido, en el hombre mismo. Fidel llega a una conclusión muy básica, importante y guía para todo revolucionario y toda revolucionaria, que cree en el pueblo como el gestor fundamental de una revolución. Se trata de obtener, de recibir ideas del pueblo como una fuente extraordinaria de las ideas, ya que son millones y millones de inteligencias, de diversos conocimientos, que generan u ofrecen fórmulas concretas de enseñanza y de aprendizaje en los diversos órdenes de la vida social.
Pero Fidel dice, sobre las ideas, algo que es de vital importancia no sólo saberlo sino aplicarlo en la práctica social: “… ninguna idea triunfa así, fácilmente. Para que una idea triunfe hay que empezar a pensarla bien, hay que predicarla, hay que defenderla, hay que persuadir a mucha gente, y entonces al final la idea triunfa…”. Si alguna idea, ideología, teoría o doctrina ha tenido que ser sometida a todos los combates y batallas de la lucha de clases, a enfrentarse con muchas tendencias del pensamiento social, a todas las experiencias históricas de su tiempo, ha sido –precisamente- el marxismo que ha triunfado en muchos campos y terminará por triunfar en toda la faz de la tierra sobre todas esas tendencias que, de una u otra manera, buscan perpetuar el régimen capitalista de producción y que los pueblos se desengañen, para siempre, del socialismo.
Fidel dijo que el mundo actual es el de la gran batalla de las ideas. Sin embargo, es necesario que nadie entienda que con ello ha planteado que no sea la lucha de clases el motor de la historia, que no sea la práctica social la que lleva en su entraña la mayor importancia y el mayor peso de la lucha contra el capitalismo y por el socialismo. Las ideas, la batalla entre ellas, alumbra ese camino. Fidel dijo una vez o muchas veces que los “… hechos enseñan más que las palabras…” y señalaba que la revolución cubana no era de muchas palabras sino de muchos hechos. Eso es una gran verdad. Como vivimos en un mundo de lucha de clases como motor de la historia, la lucha ideológica ciertamente no es la decisiva, aunque por ello no deje ser de muchísima importancia –especialmente- para crear conciencia revolucionaria.
Fidel y la economía
Fidel ha sido el político o estadista del siglo XX en América quien mejor y más científicamente comprendió los problemas de la economía no sólo del capitalismo, sino también de la transición del capitalismo al socialismo y de éste mismo. Sabe a ciencia cierta y con la exactitud de un análisis científico que el mundo actual está dominado por el capitalismo altamente desarrollado, el imperialista que controla la economía de mercado, pero también está consciente que las fuerzas productivas han entrado en contradicción permanente y antagónica con las relaciones de producción capitalista y con la existencia misma de fronteras nacionales. Los grandes teóricos de la economía –especialmente política- de la segunda mitad del siglo XX se quedaron asombrados de los conocimientos de Fidel sobre la materia; se quedaban lelos y sin argumentos para refutar las ideas que escuchaban del gran conductor de la revolución cubana. Lo mismo podemos decir de los especialistas económicos, de tendencia capitalista o de tendencia socialista, en la actualidad ante los análisis que ha expuesto Fidel sobre las realidades de la economía de mercado, del capitalismo salvaje, de los países subdesarrollados, las instituciones monopólicas que prestan dinero para hipotecar la economía de sus deudores, de la miseria globalizada que vive el mundo y de la riqueza concentrada en pocas manos, de la imposibilidad de salir del atraso sin que se produzca la revolución socialista a nivel internacional.
Fidel domina las categorías económicas esenciales de este tiempo. Sabe que ningún país subdesarrollado o llamado del tercer mundo está en capacidad o en condiciones de alcanzar un nivel capitalista de alto desarrollo y que, mucho menos, puede plantearse la construcción del socialismo –propiamente dicho- aisladamente, sin que se produzca la revolución proletaria -por lo menos- en las naciones de capitalismo avanzado. Si alguien ha tenido una concepción marxista de la economía ha sido Fidel. Este sabe que el ultramoderno nacionalismo económico, como lo decía Trotsky, está irrevocablemente condenado por su propio carácter reaccionario; retrasa y disminuye las fuerzas productivas del hombre. Pero, al mismo tiempo, un gobierno revolucionario se ve en la obligación, con todas las desventajas de la ley del desarrollo desigual, a echarle manos a fórmulas que hagan activar una economía nacional sometida, por supuesto inevitable por ahora, a las leyes del mercado mundial. La ingrata experiencia del derrumbe de lo que fue antes la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y el campo socialista del Este no han hecho más que confirmar esa gran verdad histórica que nos legaron Marx y Engels y, después, Lenin y Trotsky. La idea de construir el socialismo en Cuba, independiente del mundo que le rodea, el internacional, fuera de las leyes del mercado mundial, nunca ha estado en la cabeza de Fidel. Sin embargo, está consciente que existe un período de transición entre el capitalismo y el socialismo, al cual estarán sometidos todas las naciones, donde el proletariado o la revolución tome el poder político, que se planteen el socialismo como fin en sí mismo durante el tiempo que sea necesario mientras no se produzca el carácter permanente de la revolución; es decir, mientras no triunfe la lucha revolucionaria en los países de capitalismo altamente desarrollados.
Fidel maneja las categorías económicas de la transición del capitalismo al socialismo con la maestría de un educador que sabe que no se pueden saltar libremente, por efecto de la voluntad de los hombres y las mujeres, las etapas del conocimiento. No es posible concebir, por ejemplo, que una persona sin saber las reglas elementales de las matemáticas (suma, resta, multiplicación y división) vaya a dictar lecciones de análisis matemático o de ecuaciones de cualquier grado. Si una persona no domina la concepción materialista de la historia no puede, de ninguna manera, dar una explicación científica de las leyes dialécticas que rigen los fenómenos sociales. Fidel está plenamente consciente que la clase obrera, el proletariado, el trabajador es la fuerza social fundamental de una revolución. Y si eso no se comprende, no hay revolución posible, no hay transformación que valga la pone proponerse. Eso quiere decir que no sólo es esencial tener una concepción marxista de la economía, de las realidades económicas del capitalista, de las leyes del mercado mundial, sino que igualmente es indispensable, y eso lo ha dominado muy bien Fidel, explicarles los problemas fundamentales de la economía a los trabajadores que son los productores de la riqueza social. Fidel dice: “… a los trabajadores nadie les explicaba antes los problemas de la economía, porque explicarle al obrero los problemas de la economía era descubrir las grandes ganancias, era descubrir la explotación, y por eso al trabajador no se le explicaba estos problemas y cuando leía en los periódicos tradicionales alguna alusión a los problemas económicos eran explicaciones en un lenguaje que no entendía nadie, y encaminadas sólo a justificar el estado de explotación existente…”. De allí el gran deber teórico de una revolución que según Fidel tiene que explicarse “… a los trabajadores los problemas económicos, para que ningún trabajador ignore las realidades económicas de la nación, las realidades económicas de la producción, de los medios correctos para elevar el estándar de vida del pueblo… A cada trabajador hay que arrancarlo de la ignorancia, ya que la revolución no tiene nada que ocultarle a ningún trabajador, sino, por el contrario, la tarea de la revolución es enseñar al pueblo, enseñar a los trabajadores, que han entrado en una nueva etapa, que han entrado en una nueva vida, en una economía que hoy no está sometida a las decisiones anárquicas de intereses particulares, sino en una economía cuya trayectoria la dirige el gobierno revolucionario y el gobierno revolucionario está consciente de todas las medidas que debe tomar, está consciente de todos los pasos que toma y que debe tomar…” al servicio del pueblo.
Si alguien conoce que la nacionalización de los medios de producción, la expropiación de los expropiadores no es en un país aislado ni en un país subdesarrollado jamás una garantía de construcción del socialismo es, precisamente Fidel. Pero también sabe que eso es imponer prerrequisitos que conduzcan hacia el socialismo, tal como el desarrollo planificado de las fuerzas productivas. Fidel pone énfasis, en toda su concepción de la economía, en el interés del futuro, en el interés interno de los trabajadores, sin que por ello haya que descuidar todo lo concerniente al presente, a mejorar las condiciones de vida y de trabajo de la sociedad sobre lo cual se va construyendo y garantizando un futuro más digno, más justo, más coherente y más equilibrado que el presente. Fidel sabe, por ejemplo, que en un período de transición del capitalismo al socialismo los factores económicos, los fetiches burgueses o capitalistas siguen siendo mucho más poderosos que los elementos socialistas; que en esa transición se produce una lucha a muerte entre los elementos de capitalismo todavía fuertes y poderosos y los elementos socialistas aún débiles que sólo cuentan con el aval del poder político en manos de la revolución y con el apoyo, fundamentalmente, del proletariado.
Para Fidel es imprescindible que los trabajadores aprendan las categorías económicas, que tengan noción o concepción de la economía, de la producción, porque, lo explica, son los propios trabajadores los llamados a recibir directamente todos los beneficios que implica el aumento de la producción, en calidad y cantidad, de bienes de consumo. Eso es esencial entenderlo en una nación donde los fundamentales medios de producción han pasado a manos del Estado pero que no son aún de verdadera propiedad de toda la sociedad, ya que cuando eso suceda se habrá alcanzado realmente entrar de manera definitiva en una fase desarrollada del socialismo propiamente dicho. Fidel reconoce que al pasar los medios de producción al Estado se acaba con la explotación al trabajador por la minoría privilegiada, pero la explotación al trabajo aún no ha cesado, no ha desaparecido, mientras los medios de producción no pasen a ser de propiedad de toda la sociedad y se alcance un nivel de cultura avanzada que supere lo mejor del legado venido del desarrollo capitalista. En 1981, hace más de medio siglo y la situación mundial ha empeorado para la mayoría de la humanidad, Fidel dijo en la 68 Conferencia de la Unión Interparlamentaria, lo siguiente que sigue teniendo más validez hoy que ayer: “La actual situación económica mundial se caracteriza por la notoria desigualdad que existe entre los países desarrollados y los países subdesarrollados. Cientos de millones de seres humanos, en países que abarcan más de las tres cuartas partes de la población mundial, viven en la pobreza, sufren hambre, son víctimas de la enfermedad y la ignorancia. Mientras esta dramática situación que padece la inmensa mayoría de la humanidad no se resuelva mediante la implantación de nuevas relaciones económicas mundiales basadas en la equidad y la justicia, poco podrá avanzarse en el camino de una paz efectiva y duradera… El deterioro acelerado de la situación económica mundial que ha tenido lugar en los últimos años y su repercusión dramática en los países del Tercer Mundo dio origen a la búsqueda ansiosa de fórmulas para detener inicialmente e invertir después una tendencia, que llevaba a la gran mayoría de los países de la tierra a una crisis económica sin solución, con las graves y peligrosas consecuencias que tal situación acarrearía para todo el mundo, desde el punto de vista social y político…” ¿Alguien duda que ahora es peor?
Nadie como Fidel, hasta ahora, ha denunciado con tantos argumentos irrefutables las realidades del capitalismo de este tiempo –especialmente el de las últimas décadas del siglo XX y los primeros años del siglo XXI-, las ventajas de los países altamente desarrollados y las desventajas de los subdesarrollados; es decir, nadie nos ha explicado con tanta sabiduría y metodología la desproporción –a favor de pocas naciones y en perjuicio del resto del mundo- que existe entre la ley del desarrollo desigual y la ley del desarrollo combinado.
Nadie como Fidel ha explicado, con lujo de detalles si se quiere, las razones o causas de las crisis que crea el capitalismo –ahora más salvaje que antes-; de la imposibilidad de evitar las convulsiones sociales y la inminencia de las revoluciones; la finalización no muy lejana de ese capitalismo que ha hundido al mundo en el caos, la anarquía, la miseria, el sufrimiento, la excesiva desigualdad para provecho exclusivo de pocos y poderosos monopolios económicos, de pocas familias, pocos Estados. Muy pocos seres, de elevado talento y que juegan un rol de la personalidad en la historia, se ocupan de meditar, de contemplar, de estudiar o de reflexionar como lo ha hecho Fidel durante toda su vida al frente de un gobierno y un Estado revolucionarios. El mismo lo dijo, refiriéndose a lo real de este mundo capitalista, “… a veces he meditado que, por ejemplo, los países industrializados no sólo nos han dejado una herencia terrible en todos los sentidos, y las sociedades de consumo no sólo nos han dejado esa herencia del hábito y ansias de consumismo: sociedades presididas por el espíritu de la ganancia, por el espíritu mercantil, no por el afán de resolver los problemas del hombre, no por el afán de satisfacer las necesidades reales, espirituales y materiales del hombre, sino que se guían por otras leyes y por otros objetivos egoístas, que no tienen nada que ver con el hombre, apelado a la filosofía de que coinciden esos intereses con los intereses de la sociedad, desde que Adam Smith proclamó ese principio, allá frente al feudalismo, de que el interés de los individuos era el interés de las naciones, y que había que dejar que el individuo hiciera todo lo que quisiera y que sus intereses coincidieran siempre con el de las naciones –y me pregunto hasta qué punto hoy día los intereses de las grandes transnacionales coinciden con el interés de los individuos, de los pueblos y las naciones; todos se rigen por leyes distintas que están en constante contradicción con los intereses de la sociedad en el mundo de hoy-, ese liberalismo que en un tiempo tuvo su razón de ser y que fue un día incluso revolucionario frente al feudalismo… Pero, bien, estas sociedades desarrolladas han alcanzado gran nivel de desarrollo tecnológico; las fuerzas productivas se impulsaron considerablemente; saben explotar el trabajo, lo saben explotar bien; imponen la disciplina a base de condiciones objetivas muy duras para el individuo, no es una disciplina consciente, como la que tiene que crear el socialismo, puesto que no puede renovar, o no puede recrear las condiciones en que funciona y trabaja el capitalismo; tienen ya, incluso, muchas industrias automatizadas, robots, etcétera; solo que en este caso el robot desplaza al hombre: ponen una máquina a producir allí y al lado tienen millones de desempleados, como le pasa a Estados Unidos y como le pasa a Europa, y les va a pasar peor en esos famosos programas de reconversión industrial, que son programas, siempre, siempre, como ocurre en el capitalismo, a costa del ser humano, a costa del hombre. No sé, en definitiva, cómo van a resolver esas contradicciones entre los robots, las máquinas automatizadas y el hombre; pero, bien, tienen mucha más productividad que un país del Tercer Mundo. Los países del Tercer Mundo tienen que desarrollar su fuerza productiva, su economía…”. Y ese desarrollo de las fuerzas productivas y esa economía que piensen y actúen en beneficio del hombre, de la sociedad entera, tiene necesidad de revoluciones que pongan fin al mandato del imperialismo, del capitalismo para construir el socialismo sobre lo mejor de su legado cultural y artístico.
Fidel es el político y gobernante que ha resultado ser el más exacto en el uso de estadísticas para demostrar sus verdades sobre el capitalismo, sobre el nivel de injusticias creado por el capitalismo. En 1999, 40 años después de haber visitado por vez primera el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela al triunfo de la revolución cubana en 1959, Fidel dijo la siguiente, cruda y tenebrosa realidad del mundo actual: “:… Después de 300 años de capitalismo en el mundo cuenta con 800 millones de hambrientos, ahora, en este momento; 1000 millones de analfabetos; 4000 millones de pobres; 250 millones de niños que trabajan regularmente, 130 millones sin acceso alguno a la educación, 100 millones que viven en la calle, 11 millones menores de 5 años, que mueren cada año por desnutrición, pobreza y enfermedades prevenibles o curables; crecimiento constante de las diferencias entre ricos y pobres, dentro de los países y entre los países; destrucción despiadada y casi irreversible de la naturaleza; despilfarro y agotamiento acelerado de importantes recursos no renovables; contaminación de la atmósfera, de los mantos freáticos, de los ríos y los mares; cambios de clima de impredecibles y ya visibles consecuencias. En el último siglo, más de 1000 millones de hectáreas de bosques vírgenes han desaparecido y una superficie similar se ha convertido en desiertos o en tierras degradadas… Hace 30 años casi nadie mencionaba este tema; hoy es cuestión vital para nuestra especie. No quiero mencionar más cifras. Creo que estos datos sirven para calificar un sistema que pretende excelencia, otorgarle 100 puntos, 90, 50, 25 o tal vez menos 25. Todo es posible de demostrar de manera muy sencilla, sus desastrosos resultados pueden conceptuarse como verdades evidentes”.
Pero Fidel no es sólo un maestro, un especialista o experto en analizar la economía global, la economía de mercado, el capital en general, sino que también lo hace continente por continente, nación por nación, región por región, con los datos más exactos, menos refutables, más científicos, más coherentes, más completos en la verdad verdadera, esa que es el reflejo fiel de la realidad tal cual es y no como queremos o no que sea, o como la pintan los ideólogos del capitalismo que todo falsifican para engañar al mundo y, de esa manera, obtener mayores ventajas, más espacios, más sumisión, para más esclavizarlo y más explotarlo. Basta con sólo leer o estudiar algunos discursos de Fidel dados en diversos momentos, pero donde se encuentra un hilo dialéctico preciso y correcto de sus análisis y de sus conclusiones científicas e irrefutables.
Nunca, por ejemplo durante la segunda mitad del siglo XX, un político y estadista se ha ocupado tan minuciosamente de hacer un estudio, un análisis, una investigación de los problemas económicos, de la deuda externa, de las bolsas, de la inflación, de la recesión, del caos y la anarquía en la producción, de las leyes del mercado mundial, como Fidel. El mundo, o mejor dicho, los explotados y oprimidos o los pueblos aun cuando no sepan analizar esos problemas, son capaces de entender muchas realidades por los efectos nefastos que generan las políticas económicas del capitalismo y, especialmente, de las naciones del capitalismo imperialista hacia los países subdesarrollados o llamados del Tercer Mundo. A una pregunta, por ejemplo, que le hizo a Fidel un congresista (Mervin Dymally del país imperialista más poderoso del mundo sobre la deuda de los países latinoamericanos con el Fondo Monetario Internacional, sobre las políticas del Fondo Monetario Internacional para nuestras naciones, le respondió de la siguiente manera: “Sin duda de ninguna clase auguran un desastre económico, un desastre político y un desastre social, van a engendrar una crisis sin precedente, de consecuencias impredecibles. Sé como está pensando mucha gente en América Latina y cuál es su estado de ánimo. Esto incluye personas de todas las categorías sociales y de la más diversa ideología. Una conciencia casi unánime se desarrolla en torno a la deuda y la imposibilidad de su pago, y en torno a las relaciones económicas injustas e intolerables que se le han impuesto al Tercer Mundo. De una forma o de otra esta situación tendrá que cambiar. El Fondo Monetario, que ahora está haciendo mucho daño, al final será acreedor de nuestro agradecimiento, porque está creando una gran crisis, y de la crisis surgirán las soluciones. Es la ley de la historia que los grandes problemas nunca se han resuelto mientras no han hecho crisis. Los hombres nunca han sido suficientemente previsores para actuar de otra forma. Entonces, el Fondo Monetario y el sistema –el Fondo Monetario es un instrumento del sistema- van a provocar la rebelión de los países del Tercer Mundo. Y la rebelión va a promover la solución a estos problemas, que no es sólo la cuestión de la deuda, sino del conjunto de relaciones económicas injustas y ya insoportables entre un puñado de naciones industrializadas y ricas, y más de cien naciones donde viven las tres cuartas partes de la humanidad. Esto no se va a resolver en virtud de un milagro, ni en virtud de proclamas, o de ideas, o de argumentos, o por la persuasión de alguien o por la subversión de alguien. No. La crisis es la que va realmente a promover la solución…”. Eso demuestra la interpretación correcta de la concepción materialista de la historia, de la economía política, de la sociología de este tiempo, de la política misma, de las instituciones económicas que planifican la miseria de los muchos para garantizar el enriquecimiento de los pocos e, incluso, de las ideologías o las ideas que se disputan el destino del mundo actual. ¿Acaso eso no se está comprobado en la práctica actual?
Fidel y la educación
Bolívar decía que moral y luces son nuestras primeras necesidades. Para un marxista eso requiere de un estudio que valore tiempo y lugar. La vida humana se enfrenta a su primera gran necesidad en la producción y reproducción de la vida misma. Marx descubrió una cosa muy sencilla pero no concebida por los historiadores, los políticos, los economistas, los sociólogos, los psicólogos, los científicos sociales y naturales, que el hombre –o la mujer- antes de dedicarse a labores de política –incluso ideológicas y de educación- necesita alimentarse, vestirse, tener salud, un techo. Y eso es cuestión de la vida material como primera necesidad del ser humano. Cobraría vigencia, entonces, la idea del Libertador –sin que él lo entendiera o se lo propusiera- en la fase comunista propiamente dicha, donde el ser humano tiene garantizado la solución de todas sus necesidades materiales y espirituales. Allí sí se convertiría en una primera necesidad las luces –educación- como expresión del enriquecimiento continuo del conocimiento, del pensamiento, de la conciencia. No debemos olvidar, lo dijo Engels, que se puede decir que el trabajo mismo fue quien creó al hombre. Fidel lo ha sabido que el ser humano tiene un dictador que el capitalismo trata de hacerlo eterno, el de la ignorancia. Por eso, para Fidel, el ser humano tiene que luchar y alcanzar ese punto de la historia en que gobiernen las ciencias.
Fidel tiene una concepción marxista de la educación y siempre la ha explicado correctamente y la ha tratado de llevar a la práctica en todo lo que ha permitido la transición del capitalismo al socialismo en Cuba. Sabe que la educación viene determinada por las relaciones sociales que son realidad objetiva en una época determinada. Por lo tanto, en la sociedad actual del mundo, especialmente en nuestra América Latina, la educación está determinada por los intereses del capitalismo neoliberal y globalizado y, con marcada especificidad, por los intereses de la burguesía monopolista, por la imperialista. Y lo que es mucho más importante, la educación lleva el sello del capitalismo. Fidel sabe también, como ningún otro estadista de América, que no es cierto que en la medida que los seres humanos se instruyan sean más libres, porque la escuela en el capitalismo no es liberadora del hombre y la mujer por ella misma. Si el régimen se fundamenta en la esclavitud del hombre por el hombre, primero, hay que arrancar el poder político a los esclavistas; luego, despojarlos de los medios de producción e implantar una política económica de carácter socialista o que conduzca al socialismo para que también cambie la educación. Esta, por ejemplo y lo sabe Fidel y lo ha explicado, no comienza en la escuela sino en el vientre de la madre que germina al ser humano y eso necesita de alimentar bien a la progenitora, garantizarle buena salud, entre otras cosas. Marx lo decía ya en 1869 en el Consejo General de la Primera Internacional, que “De una parte, para crear un sistema conveniente de enseñanza, es indispensable un cambio de las condiciones sociales, por otra parte, para poder cambiar las condiciones sociales, es indispensable tener un sistema de enseñanza conveniente”. Sólo así, como lo dijo Engels, “La educación permitirá a los jóvenes recorrer rápidamente todo el sistema productivo, los pondrá en condiciones de desplazarse de una rama a otra de la producción, conforme lo exijan las necesidades de la sociedad o lo demanden las propias inclinaciones”.
Fidel entiende por educar el “… preparar al hombre –por supuesto que también a la mujer- desde que empieza a tener conciencia para cumplir sus más elementales deberes sociales, para producir los bienes materiales y a producirlos por igual, con la misma obligación de todos”. Por eso no concibe a una revolución sin educación, porque aquella implica un cambio completo, profundo, en la vida de un pueblo, de una nación, en todos los órdenes, por lo cual se le presenta en su camino resolver el dilema de cómo combatir y cómo vencer la influencia de las viejas ideas, de las viejas tradiciones, de los viejos prejuicios, y cómo las ideas de la revolución van ganando terreno y van convirtiéndose en cuestiones de conocimiento común y de clara comprensión para todo el pueblo. Para Fidel la educación es fundamental, porque “… es la inculcación de valores positivos creados por el ser humano…”.
Para Fidel a cada cosa, compleja o simple, debe hallársele –de la forma más objetiva posible- su explicación; y, entre otras cosas, en eso encuentra la superioridad del socialismo sobre el capitalismo. Para él, mientras más el pueblo aprenda más preguntará sobre la esencia de los sujetos y de los objetos. De allí que es fundamental que la educación sea deslastrada de los elementos negativos, todos esos factores que conforman el crimen del capitalismo contra la sociedad. Por eso es imprescindible una educación que llegue a todo el pueblo para que sus miembros se formen, se culturicen, aprendan a realizar los análisis más profundos de las cosas y armarse de argumentos científicos para dar explicaciones correctas a cada cosa en concreto.
Fidel entiende y explica que toda revolución, lo ha demostrado la experiencia histórica, es un extraordinario proceso de educación. Por eso dice que “… revolución y educación son una sola cosa… Ahora bien, revolución e instrucción, revolución y enseñanza, revolución y capacitación de técnicos, revolución y formación de profesionales, son otras tantas tareas de la revolución…”. Eso implica que una revolución debe poner a disponibilidad del pueblo todos los medios de divulgación, los libros, la educación misma, la experiencia histórica acumulada. Fidel no concibe una revolución que no ponga fin al analfabetismo, porque cuando una persona “… no sabe leer ni escribir está situada realmente, en la escala más inferior en que pueda situarse un ser humano. En primer lugar, sus conocimientos quedan limitados de manera extraordinaria. En segundo lugar, hay una riqueza, una gran riqueza, de la cual toda la humanidad es heredera. No se trata de un central azucarero, ni de una mina de oro. No se trata de bienes materiales, pero que en realidad viene a ser la riqueza más valiosa del hombre, porque es lo que el hombre ha creado con su inteligencia y con su esfuerzo. Existe la riqueza cultural de la humanidad. Todos los hombres de talento de la humanidad, todos los genios, han producido algo: han escrito, han enseñado. Existe una gigantesca riqueza cultural, producida por la humanidad, de la cual es heredera toda la humanidad. El hombre más humilde, el hombre más pobre, el hombre que carezca de bienes, tiene la riqueza de todas las obras, todos los libros y toda la enseñanza que le han legado miles y miles de hombres más prominentes del género humano. Desde el momento en que un hombre no sabe leer ni escribir, es un hombre que ha renunciado a esa herencia. Es un hombre desposeído por completo de esa inmensa riqueza espiritual que la humanidad ha producido”.
Para Fidel el concepto de educación, de la formación, el saber de la persona va estrechamente ligado al de sembrar la cultura (entendiendo por ésta todo el cúmulo de conocimientos, técnica, organización social, producción de bienes, es decir, se ocupa de todos los órdenes de la vida social). Así como en un campo se siembran millones de árboles, de igual manera es necesario sembrar en “… la inteligencia también millones de libros, que van a producir frutos incalculables para el bienestar futuro de la nación…”. De allí que para Fidel sea de vital importancia que una revolución tenga por finalidad lograr que el ser humano aprenda con mayor rapidez y en el menor tiempo posible. Y eso pasa no sólo por el mejoramiento de las condiciones materiales de vida de la gente, sino también porque la persona se llene de pasión por saber, ya que eso hace que el ansia de conocimientos se convierta en la primera necesidad espiritual del ser humano y en un deber sagrado de una revolución de ponerlo a disposición de su pueblo. Para ello, es igualmente necesario que se estimule la capacidad de percepción, analítica, de indagar, de leer, de estudiar, de investigar, de la persona para que no se transforme en un autómata, en un dogmático que acepte los conceptos y juicios de las demás personas sin preocuparse por tener una capacidad propia de razonamiento. Por eso Fidel sostiene que una labor o tarea fundamental de una revolución es preparar hombres y mujeres, enseñar y educar, lograr que el pueblo estudie, se capacite, asimile los conocimientos y los haga valer en su práctica social. Para Fidel, tal como lo concibieron y hasta lo aplicaron los grandes forjadores de la revolución proletaria o socialista, la educación, para ser productiva especialmente en calidad, tiene que estar siempre estrechamente vinculada con la práctica social.
Fidel, especialmente por la experiencia de una revolución que triunfa –toma del poder político- en una nación subdesarrollada, ve una de sus realidades o necesidades fundamentales en la educación. Nos dice que “… cuando se habla de países y países subdesarrollados económicamente, tal vez no se recalque suficientemente la tragedia de un país subdesarrollado –subdesarrollo que es consecuencia de la secular explotación colonialista e imperialista, que mantenía a los pueblos sumidos en el atraso y en la ignorancia- si no se resalta suficientemente la tragedia que implica la falta de personal calificado, la falta de técnicos calificados, la falta de conocimiento en el pueblo…”.
Pero Fidel no ve sólo la importancia en la persona que debe educarse, ser educado, en la que tiene que aprender, sino también en la que educa, en la que enseña. De allí que nos haya dicho que un “… educador no debe sentirse satisfecho con sus conocimientos. Debe ser un autodidacta que perfeccione permanentemente su método de estudio, de indagación, de investigación. Tiene que ser un entusiasta y dedicado trabajador de la cultura… La autopreparación es la base de la cultura del profesor. Es esencial la disposición que cada compañero tenga para dedicar muchas horas al estudio individual, su inquietud por saber, por mantenerse actualizado, por mejorar su trabajo como educador… Para llegar a ser un educador respetado por sus conocimientos, hay que dedicar mucho tiempo a la lectura, al estudio e, incluso, sacrificar horas de descanso, si fuere necesario. La autopreparación tendrá calidad si existe el espíritu de superación; si se es exigente consigo mismo, si se está inconforme con los conocimientos que poseen. La inquietud intelectual de un profesor es cualidad inherente de su profesión. Cuando se tiene clara conciencia del papel que desempeña, el estudio se convierte en un placer, además de una gran necesidad… Un maestro que imparta clases buenas, siempre promoverá el interés por el estudio en sus alumnos… Sólo se `puede despertar el interés de los alumnos por un aspecto del conocimiento, demostrándoles su importancia, motivándolos legítimamente a investigar…”.
Pero Fidel no se queda allí, va más allá diciéndonos verdades irrefutables sobre el papel de la educación en la persona, en la necesidad que adquiera conocimientos y en el deber de quienes deben impartirlos. Fidel dice que las “… verdaderas convicciones del hombre se manifiestan cuando sus puntos de vista concuerdan con su modo de vida… La vinculación de la palabra con la acción, de las convicciones con la conducta, son la base del prestigio moral del educador…”.
El capitalismo forma, midiendo el nivel de la educación, fundamentalmente al hombre y a la mujer con el objetivo –casi exclusivo- de que estén en capacidad de sustituir la fuerza de trabajo –especialmente envejecida- que ya no rinde adecuadamente a las exigencias del capitalista. El socialismo, en cambio, forma integralmente al hombre y a la mujer; le garantiza el acceso a todas las fuentes del conocimiento; hace cumplir eso que Engels decía: “Todos los hombres –eso tiene la misma validez para la mujer- tienen derecho igual a la instrucción y deben gozar por igual de los beneficios de la ciencia”. Fidel –así lo pienso- eso lo interpreta correctamente cuando nos dice: “… la naturaleza humana no produce a todos los hombres exactamente iguales. Hay sólo una cosa que puede hacer a todos los hombres –incluyamos a las mujeres- más o menos iguales, hay sólo un medio de hacer que todos los hombres se asemejen –agreguemos: también a las mujeres y éstas con los hombres-, y ese medio es la educación”. Ciertamente, la meta del comunismo es hacer a todos los hombres cultos y a todas las mujeres cultas.
Para Fidel la educación es el arma más poderosa que tiene el ser humano para crear una ética, para crear una conciencia, para crear un sentido del deber, un sentido de la organización, de la disciplina, de la responsabilidad. Fidel dice que la esencia de una revolución es la de combinar la educación con el trabajo, porque nadie nadará sobre la tierra y nadie caminará sobre el mar. Por algo los estudiantes cubanos han obtenido el primer lugar en eventos que valoran internacionalmente el nivel de la educación en el mundo.
Fidel está consciente que la educación contribuye enormemente a la creación espiritual y que ésta no se desarrolla sin libertad. De allí que para él una revolución tiene que liberar definitivamente las facultades creadoras del ser humano de los obstáculos, las expresiones humillantes y las imposiciones obligatorias, porque las relaciones individuales, la ciencia, el arte, tienen que marchar hacia ese tiempo en que no padezcan de ninguna planificación impuesta, donde no haya ni una sola sombra de obligación. Sin embargo, Fidel sabe que en la transición del capitalismo al socialismo no se está en capacidad de garantizar, aunque mucho se quiera, esas condiciones de libertad, porque el mismo hecho de una dictadura revolucionaria, un gobierno revolucionario está en la necesidad de tomar medidas –muchas veces- drásticas contra sus enemigos, contra sus conspiradores, contra quienes pugnan por derrocarla; es decir, tiene que imponer restricciones en muchas actividades, donde se incluye –inclusive- la espiritual. Sólo en el comunismo propiamente dicho, cuando el ser humano esté en capacidad de realizar múltiples actividades materiales y espirituales, se darán todas las condiciones para la más absoluta libertad en todas las áreas de la cultura y las artes que serán siempre universales.
Fidel: el trabajo y el proletariado
Fidel posee un concepto científico, marxista y humano del trabajo. En el capitalismo es el obrero quien trabaja y el capitalista –como dueño del capital- es quien se apropia de la mayor parte de la riqueza social. Al comprender con mucha exactitud la realidad de la economía actual, cuando el mundo está sometido a los rigores de la globalización capitalista salvaje, nos dice Fidel: “El presente es de amargo trabajo, de sufrimiento, de paciencia, en que se necesitan toda la entereza y la fe de los revolucionarios alentados por un mañana que sí sabemos que será muy distinto, cuando esas masas de jóvenes verdaderamente preparados se incorporen a la tarea, se incorporen al esfuerzo… Mañana los problemas serán otros, los que correspondan a nuevas y nuevas etapas de progreso. Todo lo que hoy falta, sobrará mañana…”. Por eso Fidel diferencia el trabajo –productor de plusvalía y explicado antes como amargo y sufrido- que realiza un explotado en el capitalismo del trabajo que será, sin ser una carga pesada para el ser humano, en el comunismo una fuente de riqueza social para toda la humanidad. Nos dice: “El trabajo no es un castigo, el trabajo es una función honrosa y digna para cada hombre y para cada mujer. El trabajo creador, el trabajo que no es producto de la explotación y para beneficio del pueblo, es la función más honrosa que pueda tener el hombre…”. Y nos brinda un ejemplo de ese pan, de ese vestido, de esa casa, de las cosas materiales de la existencia que se ganan con el trabajo creador, digno y honroso. Incluso, nos recuerda lo que dice Engels en el papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, porque es aquel lo que distingue a éste de los animales, ya que éstos viven de lo que les da la naturaleza, mientras que el hombre vive de lo que produce, tiene la capacidad de transformar a la naturaleza, por lo cual todo el desarrollo que ha tenido el ser humano ha sido impulsado por el trabajo. De allí que Fidel nos diga: “¡El trabajo ha sido el gran maestro de la humanidad, el gran propulsor de la humanidad! Por eso el hombre domina cada vez más la naturaleza…”.
Como para que a nadie le quede duda del papel del trabajo en el desarrollo de la humanidad y del hombre mismo, Fidel enfatiza diciendo: “No debe olvidarse nunca: ¡que sólo el trabajo nos llevará a la satisfacción de nuestras necesidades!...” Por supuesto, eso está sobrentendido que ese género de trabajo sólo es posible luego del triunfo de la revolución socialista en el mundo entero.
Es necesario creer en que el hombre no es un animal, creer en la justicia, creer en la libertad, creer en la solidaridad, para poder creer en el trabajo digno y honroso, en el trabajo creador de bienestar colectivo y no fuente de enriquecimiento de unos pocos explotadores, creer en el trabajo de una sociedad o de una humanidad para la satisfacción de todas las necesidades de esa sociedad o de esa humanidad. Sólo con el socialismo se crean las condiciones, materiales y espirituales, para que no sólo cambie, definitivamente en el sentido liberador, el concepto de trabajo sino –también- para que el trabajador sienta respeto y amor por el trabajo propio y de todos los seres humanos. Por eso dice Fidel: “Creer en la posibilidad de que un día la sociedad humana sea capaz de poseer todos los bienes que necesita, es creer en el trabajo del hombre, es creer en la inteligencia del hombre…” Y, para Fidel, el comunista cree en el trabajo del hombre, cree en la inteligencia del hombre.
Para Fidel es indispensable que el hombre tenga una concepción del trabajo, porque éste no es lo mismo en el capitalismo que en una sociedad comunista. Para Fidel es una desgracia que vive un hombre que no conozca el trabajo, porque éste –aunque quienes han dominado y explotado el mundo no lo expliquen- hizo al hombre, logró que el hombre se desarrollara en sus diversos aspectos, como ya antes ha sido reseñado. Y el mejor concepto de trabajo, por el cual la humanidad está obligada a luchar contra y vencer al capitalismo, no es ese trabajo despreciable que resulta un verdadero sacrificio para el hombre por necesidades apremiantes, sino ese trabajo que es agradable, lo más agradable, lo más hermoso que el hombre puede y debe hacer; ese trabajo que se convierte hasta en placer donde se invierte el tiempo con alegría, con espíritu de solidaridad, como lo ha explicado en muchas oportunidades Fidel.
Fidel se guía por la concepción marxista del trabajo. Sabe que éste, mientras no exista el socialismo ya realmente avanzado o que haya preparado las condiciones para entrar a la fase comunista propiamente dicha, es una mercancía como cualquier otra; que en el capitalismo es imposible que el trabajador –incluso en un trayecto de la transición del capitalismo al socialismo- no podrá percibir por su trabajo más que lo indispensable para existir, y si eso no se supera, la miseria será eterna para el trabajador.
Para Fidel el concepto del deber no debe verlo el revolucionario como el concepto de un sacrificio, de un sufrimiento, sino que debe ser enmarcado en un concepto nuevo como el trabajo, para que en éste encuentre el hombre uno de sus mayores incentivos. Por eso dice Fidel: “Y si queremos que un día todos los hombres trabajen con ese espíritu, no bastará el sentido del deber, no bastará el concepto moral: será necesario que en el propio contenido del trabajo presidido por la inteligencia del hombre, el contenido maravilloso del trabajo sea una de las motivaciones fundamentales. Y ello sólo será posible en la medida en que toda la sociedad sea capaz de asimilar ese contenido, de dominar ese contenido y de descubrir ese contenido”. Fidel tiene exacta claridad en que para lograr eso no sólo bastan la conciencia y el entusiasmo, sino que es imprescindible hábitos de trabajo, hábitos de organización, precisión incluso, educación; es decir, una cultura que lleve los rasgos de la universalización de los conocimientos, de la técnica, de las ciencias, de la solidaridad.
Y Fidel sintetiza lo que debe ser el trabajo para una revolución, diciéndonos: “… sólo del trabajo pueden surgir los bienes materiales y espirituales capaces de satisfacerlas necesidades del hombre. Por eso nuestra revolución rinde tanto respeto al trabajador. Por eso nuestra sociedad es una sociedad de trabajadores y nuestra revolución es una revolución de trabajadores…”. Para que nadie crea que Fidel hacía discriminación entre el hombre y la mujer, entiéndase que es a partir de hace pocos años cuando prácticamente es obligado o deber al hablar o escribir de hombre también hacerlo de la mujer, porque ya no se generalizan los dos sexos con el solo uso del término o palabra hombre.
Fidel nos explica, de manera muy sencilla pero realista y científica, la concepción que tiene el capitalismo del trabajo. Nos dice: “La sociedad capitalista no podría engendrar una concepción educacional para el trabajo, una educación para la vida, una educación para el trabajo. La sociedad capitalista incluso lo idealizaba todo: creaba esa mentalidad mística, esa esperanza de vivir del trabajo de los demás, esa enajenación del hombre y los bienes, que creaba el hombre. La sociedad capitalista, además, engañaba a la juventud, no la preparaba para la vida. Educar es preparar para la vida, comprenderla en sus esencias fundamentales, de manera que la vida sea algo que para el hombre tenga siempre un sentido, sea un incesante motivo de esfuerzo, de lucha, de entusiasmo…”.
Fidel, además, jamás ha puesto en duda que el proletariado sea la clase social portadora de la revolución socialista; que es la que realiza el trabajo que produce la riqueza a la sociedad capitalista; que sin un proletariado organizado y con un partido político de vanguardia clasista no es posible la revolución; que mientras el proletariado –a escala mundial- no se decida a jugar su papel revolucionario de emancipador de sí mismo y de los demás explotados y oprimidos, el mundo seguirá sometido a la opresión y explotación del capitalismo; que la globalización capitalista no hace desaparecer la lucha de clases sino que agrava las contradicciones entre la burguesía y el proletariado, por un lado, y, por el otro, entre los capitalistas y todos los explotados y oprimidos por el capital; en fin, execrando o negándole su papel protagónico de gestor de revolución socialista al proletariado no puede concebirse la redención del mundo.
Fidel y los derechos humanos
Si en algo los enemigos de Fidel han invertido cuantiosas sumas de capital ha sido en la propaganda, en la promoción de las mentiras para presentarlo como el dictador que más viola los derechos humanos en América, unas veces, y, en otras, en el mundo entero. Sin embargo, el pueblo cubano -en lo particular- y los pueblos del mundo –en lo general- saben que si alguien respeta y hace respetar los derechos humanos es, sin duda alguna, Fidel, porque no sólo tiene una concepción marxista del humanismo, sino también una práctica humanista.
Fidel es el político gobernante de América –y no se dude del mundo actual- que más ha respetado los fundamentales derechos humanos, como son: el derecho a la vida, el derecho a la libertad, el derecho a la seguridad personal y social, a la libertad de pensamiento, de opinión, de expresión, de reunión, de asociación, al trabajo, el derecho a trabajar la tierra, a la protección de la mujer, a la educación, al deporte, a la salud, a la recreación, a la libre participación en las actividades culturales y artísticas, a un nivel de vida que asegure bienestar social a la sociedad, todos los derechos de los niños, incluso los derechos a una vida en el respeto y lo más dignamente posible de aquellas personas que por una u otra causa sufren de trastornos mentales o físicos; y, muy especialmente valioso, el derecho que es también deber del internacionalismo, de la solidaridad. Por eso dice Fidel: “… Creo que este tema de los derechos humanos es una de las banderas más hermosas que pueden esgrimir los revolucionarios y los hombres progresistas y democráticos del mundo; no tienen que ser marxista-leninistas. Pero creo que nadie debiera estar por delante de un revolucionario, de un marxista, de un leninista, en la idea de la realización de los derechos humanos”.
Antes de hablar de los derechos humanos, Fidel se pregunta ¿qué son los valores humanos? ¿Qué hay de valores humanos o derechos humanos donde el hombre es obligado a vivir en tales condiciones de desigualdad e injusticias sociales y es educado en tales formas de egoísmo e individualismo, que resulte difícil esperar un acto de solidaridad o, incluso, el supremo acto de solidaridad que es dar la vida por otro pueblo, por otro país, no ya sólo por su propio pueblo? Por eso dice Fidel: “… las libertades más esenciales del hombre nada significan si no son satisfechas también las necesidades materiales de los hombres…”.
Fidel siempre ha tenido un concepto muy humano de la ley no sólo para quienes deben cumplirla, sino también para quienes tienen por misión velar para que sea cumplida por otros y que eso no los exonera para violarla. Fidel dijo hace muchos años: “No hay que violar ninguna ley, no tenemos que caer en ninguna ilegalidad. Si las leyes no son lo suficientemente fuertes, ¡hacerlas más fuertes! No hay que cometer ningún abuso de autoridad. ¡No! No hay que caer en prácticas de violencia. ¡No! Nosotros no podemos caer en lo que caen las sociedades capitalistas que organizan escuadrones de la muerte, cometen crímenes, etcétera, y hacen cosas de esas…”.
Entre las cosas más sagradas que existe para Fidel es la de respetar la libertad de pensamiento, su derecho a pensar libremente y a creer en la ideología que considere es de su preferencia. Eso implica el respeto igualmente a la libertad de culto, el respeto por las ideas, por las religiones, por las diversas expresiones del arte o de la literatura. Y mucho más allá, Fidel es profundamente respetuoso de la libertad de expresión, nunca ha sido partidario de controlar la opinión ni ponerle fronteras al pensamiento, al derecho de juicio. Precisamente, si alguien ha manejado con mucho tacto y sabiduría el concepto de democracia ha sido Fidel. Este nos dice: “…por democracia se entiende (…) no democracia teórica, sino democracia real, derechos humanos con satisfacción de las necesidades del hombre, porque sólo con hambre y miseria se podrá erigir una oligarquía, pero jamás una verdadera democracia, sólo con el hambre y la miseria se podrá erigir una tiranía, pero jamás una verdadera democracia. Somos demócratas en todo el sentido de la palabra, pero demócratas verdaderos, demócratas que procuran el derecho del hombre al trabajo, el derecho del hombre al pan, demócratas sinceros porque la democracia que habla sólo de derechos teóricos y olvida las necesidades del hombre, no es una democracia sincera; no es una democracia verdadera, ni pan sin libertad ni libertades sin pan…”. En fin, para Fidel, la democracia es un régimen político que no es verdadero, no es real, no es sincero sin justicia social, olvidándose de las necesidades del pueblo, negando o violando los fundamentales derechos humanos. Precisamente, cuando llegue ese momento en que no haya ninguna necesidad material insatisfecha, cuando el ser humano sea culto, cuando haya triunfado para siempre la cultura y el arte sin clases y sean universales, cuando ya no exista necesidad de ningún mecanismo de coerción o de crear leyes para explotar u oprimir al hombre, cuando reine la libertad y la solidaridad, ya no habrá tampoco ninguna necesidad de la democracia política ni de la ciencia política. Quizá, por ello Lenin decía que el socialismo sería cada vez más economía y menos política. De allí que Fidel haya tenido igualmente por derecho sagrado el que tiene la sociedad a luchar, a pensar, por un régimen de vida donde pueda satisfacer todas sus necesidades materiales y espirituales, donde logre ser completamente libre de todos los vestigios del derecho burgués, donde el imperio de la solidaridad y el abrazo de los trabajadores con las ciencias permitan –sin muchas dificultades- superar todos los obstáculos sociales en la marcha del género humano.
Fidel y las ciencias
Fidel le presta atención, mucha atención, a todos los factores de la vida económico-social y sabe, entre otras cosas esenciales como el trabajo, la educación y la salud, por ejemplo, que una revolución no debe escatimar ningún esfuerzo, ningún sacrificio, no mezquinarle ningún recurso al campo de las ciencias para su desarrollo. Sabe que la sociedad futura necesita de científicos capaces de poner todos sus conocimientos al servicio de la humanidad, del progreso social. Fidel ha sabido comprender aquello que decía Lasalle que cuando las ciencias y los trabajadores se abracen, aplastarán en su abrazo fuerte todos los obstáculos sociales. Conoce Fidel muy bien la relación que existe entre la técnica y la ciencia y, cuánto ésta del estado y las necesidades de la primera. Por eso Fidel ha manejado con mucho tino la enseñanza de Engels cuando dice: “El hecho de que la sociedad sienta una necesidad técnica, estimula más a la ciencia que diez universidades juntas”. De allí que para Fidel el ser humano esté llamado, y en eso la revolución juega un rol decisivo con sus transformaciones económico-sociales, a adquirir esa conciencia que sea la suma de conocimientos, de ciencias, de técnica, de cultura y de arte universales; es decir, que lo coloque como culto.
Fidel está consciente que mientras más se desarrollen las ciencias mayor impulso cobran los conocimientos no sólo en el aspecto social, sino también para el dominio del hombre y de la mujer sobre la naturaleza. Fidel no olvida que los seres humanos están dotados de conciencia, que activan estimulados por la reflexión, la pasión, procurando conquistar sus fines. Igualmente tiene un vasto conocimiento que los capitalistas han utilizado la ciencia cuando les ha servido para incrementar sus ganancias, la plusvalía que producen los obreros; pero, también, la han usado con indiferencia, con repugnancia y con muy mala fe cuando se trata de producir bienestar público como en los campos de la salud y de la educación; y se niegan a darle utilidad cuando se trata de estudiar, analizar y reflexionar para la transformación del modo de producción capitalista por el socialismo.
Fidel sabe que la misión de las ciencias es la revolución permanente de la naturaleza; la transformación de la humanidad en el sentido progresivo y nunca regresivo; contribuir de manera decisiva –junto a la técnica- a crear condiciones para que la humanidad obtenga con la menor cantidad de trabajo posible la mayor suma de felicidad posible. De allí, que Fidel nos diga que, quizás, “… la tarea más difícil que se impone en un proceso de marcha hacia el comunismo, sea la ciencia de saber conciliar dialécticamente las fórmulas que nos exige el presente, con el objetivo final de nuestra causa”.
Fidel sabe también que la cuestión de la salud es uno de los problemas más sensibles con el que los enemigos tratan de herir a los pueblos. De allí que una revolución tenga el sagrado deber de hacer desarrollar las ciencias, invertir en promover la investigación científica, incentivar a nuevos descubrimientos que vayan en provecho del conjunto de la sociedad, para que la mortalidad infantil se reduzca, el promedio de vida de cada ciudadano se prolongue, haya medicina preventiva, se pueda combatir con éxito las enfermedades; que una revolución no debe limitarse a exponer o explicar ideas y conocimientos, sino que debe materializarlos, realizarlos, comprobarlos en la práctica social.
Es sorprendente el número de escuelas, politécnicos, universidades que existen en Cuba, lo cual reafirma la atención que pone la revolución en la preparación científica, en el desarrollo de las ciencias y de la técnica. Si copiáramos los datos, por ejemplo de lo que la revolución ha logrado en el campo de la salud, algunos ideólogos del capitalismo dirían que estamos exagerando, que eso no es cierto, que los socialistas viven del engaño a los demás. Sin embargo, bastaría con consultar a los cubanos y las cubanas que hoy día tienen muchísimo menos problemas de salud que antes; que han hecho posible descubrimientos científicos puestos al servicio del pueblo que dejan con la boca abierta a las más ilustradas instituciones científicas de los países del capitalismo altamente desarrollado. ¿En qué país del mundo se encuentra un servicio de salud tan gratuito y tan científico como en Cuba?
Fidel está plenamente consciente que el destino de la sociedad cubana tiene que ser el futuro de hombres y mujeres de ciencia, de hombres y mujeres del pensamiento, porque la revolución siembra oportunidades a la inteligencia, siembra inteligencia, siembra reflexión, siembra estudio, siembra cultura, siembra técnica, siembra arte, y eso tiene que recogerlo el pueblo, vivirlo el pueblo, disfrutarlo el pueblo.
Por algo Cuba, dirigida por la revolución estando Fidel al frente del gobierno y del Estado, logró conquistar importantísimos triunfos y méritos en varios campos de las ciencias y, especialmente, de la salud. Si o lo creen, pregúntenselo a los miles de miles o millones de personas que han sido tratados, dentro y fuera de la isla, por los científicos y científicas de Cuba y en la mayoría de los casos sin tener que pagar un solo centavo de peso.
Fidel y la religión
Si algún marxista, gobernante o político de América –y hasta del mundo- ha tenido una concepción científica sobre la religión, ha sido Fidel. Y no sólo eso, sino que ha sabido tratar las realidades, las contradicciones de la religión con el Estado, con la concepción materialista de la historia, con el socialismo. De allí que no es difícil que cualquier ciudadano cubano creyente en Dios tenga por respuesta a la interrogante de cómo se explica que siendo cristiano o católico apoye a la revolución, la siguiente: “Dios en el cielo y Fidel en la tierra”.
Quien desee conocer la concepción que tiene Fidel sobre religión basta, simplemente, que se lea el libro escrito por el fraile dominico Frei Betto, que se titula: “Fidel y la religión”. Sin embargo, es necesario reseñar acá algunos aspectos relevantes de esa concepción, porque si algo no han sabido tratar, con la meticulosidad científica y dialéctica, las revoluciones proletarias –en la transición del capitalismo al socialismo- ha sido, precisamente, las contradicciones, las realidades de las religiones. Empecemos por decir que eso le sucedió a la gran revolución de octubre de 1917, que a cuya cabeza se encontraban hombres de la dimensión intelectual, revolucionaria y científica de Lenin y Trotsky. Existe una anécdota que lo sintetiza todo: Yarolavski, estando Lenin enfermo y en cama, fue designado para dirigir la comisión del partido que tenía por misión la lucha contra la religión. Cuando Lenin se enteró de tal cosa, casi sufre un infarto, porque para él Yarolavski no estaba en capacidad ni siquiera de debatir correctamente las diferencias o las contradicciones de la revolución con la religión. Lenin, en cambio, creía que sólo dando solución a las necesidades materiales y espirituales, creando cultura en la población, podía lucharse contra los dogmas, los mitos y las concepciones sobrenaturales de una religión.
Nunca ha estado en la conciencia de Fidel atravesar en las relaciones entre revolucionarios el problema religioso, la conciencia religiosa, la creencia en una determinada religión. Esta, como es sabido, crea profundas tradiciones y dogmas en la conciencia de la gente que nunca deben ser combatidas, que no deben ser refutadas, confiando en que es suficiente limitarse o fundamentarse exclusivamente en los argumentos teóricos o científicos. La tradición, hasta la actualidad y en todos los campos ideológicos como lo dijo Engels, es una fuerza muy conservadora. La religión, por lo demás, suele acompañarse también de una concepción de idealismo filosófico sobre el mundo, la vida y el hombre mismo; y, por otra parte, puede aferrarse a una concepción política y moral, que resulta cambiante de acuerdo a las relaciones entre el Estado y la misma religión. Esta, generalmente en los regímenes de dominación de clase, procura corresponderse a la situación económica general, ser expresión suya, por lo cual trata de presentarse en todo momento de una forma y de un contenido coherente.
La religión, como la mayoría de los filósofos, se ocupa mucho más de dedicar su tiempo en que las masas de creyentes se dediquen a interpretar el mundo que dedicarse a transformarlo. Fidel tiene plena conciencia que los cambios que se han producido, se produce, y seguirán produciendo en la conciencia religiosa de la gente tiene que ver, imprescindiblemente, con las relaciones de clase y, por consiguiente, de las relaciones económicas de los seres humanos que producen esos cambios. El marxista no olvida que la religión, como lo dijo Lenin, es el reflejo “... anormal, fantástico, en la cabeza de los hombres, de las fuerzas naturales y sociales que los dominan”. Fidel siempre se ha guiado por ese principio marxista de revelar todas las formas y contenidos de antagonismo en la sociedad; en seguir –en la generalidad y en las particularidades- su evolución, porque conoce a ciencia cierta lo transitorio de los modos de producción, de la sustitución de un régimen viejo por otro nuevo; que todo lo que nace crece, se desarrolla, agota sus fuerzas y muere, pero naciendo otra expresión de vida que lo desplaza para cumplir también su ciclo de existencia. Y si en algo Fidel está sumamente claro es que el hombre y la mujer del futuro, con el desarrollo del socialismo y la garantía inevitable del triunfo de la sociedad comunista, en que todos los seres humanos serán cultos, científicos de una u otra manera, lo cual conducirá a la emancipación espiritual que barrerá para siempre con ese mundo de supersticiones, de poderes sobrenaturales, de divinidades eternas e inmutables.
La religión, también se sabe y es necesario repetirlo sin que ningún creyente se sienta ofendido, tiene su principal fundamento metódico en la fe en las fuerzas sobrenaturales, en Dios que es donde encuentra la explicación a las causas de todas las cosas, de su concepción del mundo, de la vida y del hombre. Trotsky nos dice que con ello, “... desvía la atención del conocimiento real al ficticio, de la lucha por una vida mejor a las falsas esperanzas de recompensa en un más allá”.
La religión rechaza de por sí el método materialista dialéctico y jamás su doctrina puede tener comprobación a través de la experimentación. Para ella, la virtud debe ser el camino que lleve a la felicidad, y el amor al prójimo algo secundario. Eso refleja lo alejado que se encuentra del verdadero análisis científico de las cosas que sí hacen posible conquistar la auténtica felicidad de la humanidad. Decía Engels lo siguiente: “Queremos apartar de nuestro camino todo lo que se nos presenta bajo el signo de los sobrehumano y de lo sobrenatural... Es por lo que declaramos la guerra de una vez para siempre a la religión y a las nociones religiosas”. Pero esa declaración de Engels nunca debe ser entendida en el sentido bélico, de guerra militar, sino científica, con elevación del nivel de conocimientos o de cultura de la gente sobre una vida material donde se puedan satisfacer las necesidades de la vida humana, una lucha teórica persuasiva y no violenta. Fidel ha sido muy claro en esas cosas, por lo cual nunca ha estado de acuerdo con las persecuciones, con las humillaciones, con el desprecio hacia las personas por discriminaciones de alguna naturaleza y, mucho menos, por creencias religiosas.
Fidel tiene plena conciencia que es en la fase comunista propiamente dicha donde se resuelve por completo, como lo dijo Marx, el contraste entre trabajo manual y trabajo intelectual, no habrá subordinación esclavizada de los hombres a la división del trabajo, se alcanzará un apoteósico desarrollo de las fuerzas productivas y fluirá con todo su caudal los manantiales de la riqueza social en beneficio y provecho de todos los integrantes de la humanidad. Será entonces cuando el principio supremo de la vida humana “de cada uno, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades” se impondrá definitivamente sustituyendo todas las expresiones de la desigualdad social, sobreponiéndose el reino de la libertad sobre el de la necesidad, como lo decían Marx y Engels. Incluso, Fidel lo sabe, en la segunda fase del comunismo y sin temor a equivocación, muchos textos del marxismo –como El Capital, por ejemplo-, quedarán como simples documentos históricos. Incluso, el materialismo dialéctico, del cual no puede desprenderse ninguna ciencia en el capitalismo, en la transición del capitalismo al socialismo, y en el socialismo mismo, permanecerá en la fase superior del comunismo como simple material de estructuración porque el pensamiento científico creará una doctrina muchísimo más profunda que lo suplantará, como lo explica Trotsky “En defensa del marxismo”.
Un marxista, lo ha explicado muchas veces Fidel entendiendo correctamente las ideas de Marx y Engels, no sólo no puede creer en que las etapas de la historia no deben ser distinguidas unas de otras por las transformaciones o cambios religiosos, sino que el corazón del ser humano no es esencia de ninguna religión; que los sentimientos, la relación amistosa o solidaria entre los seres humanos no puede buscarse en el reflejo fantasioso de la realidad o en imágenes sobrenaturales y divinas. El marxista sabe que, como dice Engels, “… las relaciones de sentimientos entre seres humanos, y muy en particular entre los dos sexos, han existido desde que existe el hombre…”. Lo que sí es científico y verdadero es que las grandes transformaciones que se han producido en la historia siempre han sido acompañadas de cambios, fundamentalmente, en las tres grandes religiones universales que se conocen hasta el sol de la actualidad: el budismo, el cristianismo y el islamismo.
Se sabe que la palabra religión viene de “religare”, lo cual significa unión, por lo cual es incorrecto creer que toda unión signifique religión, porque los términos tienen un significado en base al desarrollo histórico de su uso objetivo y no lo que debe denotar por su originalidad. No será nunca correcto ni científico invertir tiempo un marxista en encontrarle a la religión un fundamento materialista de la naturaleza, una religión sin su Dios, ya que eso sería igual o semejante a descubrir que la alquimia podía existir sin su piedra filosofal.
Un marxista tiene resuelta la respuesta sobre la relación entre el pensar y el ser, entre el espíritu y la naturaleza, entre la conciencia y el hombre, en que lo primero es el ser, en que es éste quien determina la conciencia y no lo contrario. Mientras que toda religión parte del hecho que Dios creó a la naturaleza y al hombre, es decir, primero fue la idea, la conciencia, el verbo y luego la acción, el ser. No es posible encontrar, durante la segunda mitad del siglo XX en América por lo menos, un político, un sociólogo, un ideólogo o estadista que haya conocido tanto -desde el punto de vista teórico o científico- o tenga tantos conocimientos sobre religión como Fidel. Cuando se lee el libro de Frei Betto no queda duda alguna de esa verdad.
Sería una mentira descarada decir que entre la revolución cubana y la Iglesia no se hayan presentado contradicciones, conflictos, profundos desacuerdos. Eso no lo diría ni el más sectario ni el más dogmático de los partidarios de la revolución. Sin embargo, Fidel siempre ha sabido dar un trato político, ideológico y verdaderamente humano a los problemas que se han presentado con la religión –en general- y con la católica –en particular-. Tal vez, haya sido –otra casualidad de por medio- muy favorable a la revolución el que Cuba haya sido –y ahora lo es más- el país de América Latina donde menos ha tenido activación la Iglesia, la religión, porque esa minoría burguesa que dominó la nación durante décadas no permitió un acceso masivo del pueblo a las intimidades de la religión. Pero nunca ha habido un acto de violencia, una medida política de drasticismo contra las diversas expresiones religiosas en el pueblo cubano de parte de la revolución. En Cuba no puede citarse un solo ejemplo de un hecho que haya conducido al cierre o clausura de una Iglesia, y la visita del Papa Juan Pablo II confirmó que en Cuba existe la libertad de creencia, la libertad de pensamiento, la libertad de juicio, la libertad de expresión y, además y muy importante, jamás ha estado sometida la Iglesia a presiones, coerciones o dictámenes humillantes de parte del Estado y, menos, de Fidel.
Fidel siempre ha manejado con mucha maestría, sabiduría, humildad, inteligencia y humanismo algunos criterios básicos de la religión que se asemejan a criterios básicos de una revolución. El le dijo a Frei Betto, lo siguiente y es verdad: “En conversación con los obispos yo no la tuve en ánimo polémico, ni en ánimo crítico, sino como una meditación sobre la experiencia histórica y sobre los acontecimientos. Después les dije que había cosas comunes, que nosotros podíamos suscribir perfectamente casi todos los mandamientos de la ley de Dios, tienen mucho parecido con los nuestros. Si la Iglesia decía: “no robar”, nosotros aplicábamos con rigor también ese principio: “no robar”. Una de las características de nuestra revolución es que suprime el robo, la malversación y la corrupción. Si la Iglesia decía: “amar al prójimo como a ti mismo”, eso es, precisamente, lo que nosotros predicábamos a través de los sentimientos de solidaridad humana que están en la esencia del socialismo y el comunismo, el espíritu de fraternidad entre los hombres, que es también uno de nuestros más apreciados objetivos. Si la Iglesia decía: “no mentir”, entre las cosas que nosotros más censuramos, que más duramente criticamos y más repudiamos, está la mentira, el engaño. Si la Iglesia decía: “no desear a la mujer de tu prójimo”, nosotros consideramos que uno de los elementos éticos de las relaciones entre los revolucionarios es, precisamente, el principio del respeto a la familia y el respeto a la mujer del compañero, a la mujer del prójimo, como dirían ustedes. Cuando, por ejemplo, la Iglesia desarrolla el espíritu del sacrificio y el espíritu de austeridad, y cuando la Iglesia plantea la humildad, nosotros también planteamos exactamente lo mismo cuando decimos que el deber de un revolucionario es la disposición al sacrificio, la vida austera y modesta”.
De tal manera, que Fidel también ha sido un marxista profundo, un político objetivo, un verdadero humanista en el tratamiento que ha dado a la religión en nombre de la revolución. Y si alguien no lo creyese, contemos brevemente un hecho que verifica el respeto de Fidel por lo religioso aunque no esté de acuerdo con las esenciales ideas que sobre el mundo y el hombre tenga una determinada religión o todas las religiones. En un acto que fue invitado Fidel, alguien o no sé si algunos cometieron la desafortunada idea de borrar de un escrito o del testamento de José Antonio Echeverría su creencia religiosa. ¿Qué les dijo Fidel, entre otras cosas?: “¡Será posible, compañeros! Vamos a hacer un análisis. ¿Seremos nosotros, compañeros, seremos tan cobardes y tan mancos mentales que vengamos aquí a leer el testamento de José Antonio Echeverría y tengamos la cobardía, la miseria moral, de suprimir tres líneas? ¿Sencillamente porque esas líneas hayan sido expresión, bien formal de un modismo, o bien de una convicción, que a nosotros no nos toca analizar, del compañero José Antonio Echeverría? ¿Vamos a truncar lo que escribió? ¿Vamos a truncar lo que creyó? ¿Y vanos a sentirnos aplastados por lo que pensó, por lo que haya creído en cuanto a religión? ¿Qué clase de confianza es esa en las ideas propias? ¿Qué clase de concepto es ese de la historia?...”
Fidel y el líder revolucionario
Fidel es sin duda, el más grande, capaz, prestigioso y querido líder revolucionario de todo el siglo XX en América y en muchas partes del mundo. Como él, a juicio de muchísimos, nadie ha reunido todo ese cúmulo de cualidades que construyen al líder de la manera más óptima, coherente y armónica posibles. Pero, al mismo tiempo, Fidel tiene un criterio marxista, revolucionario y dialéctico del líder, de un verdadero líder de masas, de pueblo, de una revolución.
Fidel ha sintetizado dialécticamente todos los sueños, las esperanzas, las inquietudes, los anhelos, las luchas y los pensamientos de su tiempo, de su pueblo, de todos los pueblos que claman, viven y sufren, luchan por la auténtica emancipación social. Y esos pueblos, esas luchas, necesitan líderes que sean capaces de compenetrarse y de mezclarse con las masas, de expresar los deseos y objetivos de las mayorías sociales, de sacrificarse por las esperanzas de las masas; es decir, de ponerse al frente de las masas, del pueblo, en la lucha por conquistar sus fines. Por eso, para Fidel como lo decían los vietnamitas, el líder es el primero que cruza el río y el último que llega a la fiesta, es el primero que llega a trabajar y el último en cobrar, es el primero en el sacrificio y el último en comer, es quien primero se hace una autocrítica antes de criticar a otros, es el primero en levantarse y el último en acostarse, es el primero en ponerse a leer y el último en cerrar el libro…
Fidel, a los poquísimos años de haber iniciado el triunfo de la revolución, le decía a sus camaradas: “Empecemos por nosotros mismos, que en estos dos años hemos ido adquiriendo experiencia, y al mismo tiempo que hemos ido aprendiendo hemos ido tratando de enseñar. Al mismo tiempo que hemos ido razonando hemos tratado de hacer que los demás razonen junto con nosotros, enriqueciendo la experiencia del pueblo con la experiencia de cada uno de nosotros, y también enriqueciendo la experiencia de cada uno de nosotros con la experiencia del pueblo. Porque no es que nosotros hayamos enseñado al pueblo. Nosotros hemos aprendido mucho más del pueblo que lo que le hemos enseñado al pueblo, porque lo que nosotros sabemos lo extraemos del pueblo…”.
Para Fidel, un verdadero líder de masas, un líder revolucionario, en sus métodos de aprendizaje, debe estar el buscar en el pueblo la información, en buscar en el pueblo la experiencia, ir al pueblo para conocer sus necesidades y sus inquietudes; mezclarse con el pueblo para saber determinar sus sentimientos, sus aspiraciones, sus deseos, sus preocupaciones; recibir del pueblo ideas, enseñanzas, experiencias, conocer la inteligencia de un pueblo, para luego ocuparse de elaborar ideas, políticas. Fidel nos dice, que hay “… una cuestión esencial, en lo que se refiere a los compañeros que tienen responsabilidades de orientación revolucionaria: lo primero que es imprescindible para orientar es estar orientados. Eso es lo primero y lo más importante. No se puede orientar a los demás si el problema no se comprende adecuadamente; si la persona que trata de orientar a los demás no está perfectamente orientada. De ahí la necesidad de especializar a los compañeros que tienen esas tareas. Es imprescindible que los compañeros responsabilizados con las tareas de orientación revolucionaria estudien, es necesario que estudien. No hay otra manera de superarse, de penetrar a fondo en los problemas; no hay otra manera de orientarse que estudiando, analizando, meditando”.
En una comparación que hizo alguien del orientador revolucionario (líder revolucionario) con una antena sensible para captar las ideas, las realidades que necesiten ser explicadas, que impliquen su trabajo, Fidel analizó esa comparación o analogía pero desde un punto de vista distinto, y lo hizo porque su visión, sus conocimientos –debemos reconocerlo sin tapujo de ninguna naturaleza- han sido superiores y eso no depende –como algunos erróneamente lo creen- en el exclusivo nivel de la inteligencia de la persona. No, eso depende, también, del estudio, de la meditación, de la contemplación, de la investigación, de la reflexión y hasta del interés que la persona tenga por adquirir conocimientos, ideas, teorías, doctrinas, para enriquecer su pensamiento. Por eso Fidel pudo decir que “… el orientador revolucionario debe ser una antena también para ayudar a rectificar errores, ayudar a superar deficiencias, porque nadie mejor que el que tiene que enfrentarse al problema y darle una explicación sabe de qué lado está cojeando un administrador, un departamento de Estado, una empresa, una autoridad de cualquier índole; nadie mejor que él, que tiene que dar la explicación, puede ser sensible a las cosas que anden mal y luche por rectificar aquellas cuestiones y problemas que le hacen muy difícil su trabajo de orientación revolucionaria”.
Para Fidel, un orientador y que lo interpretamos como un líder con responsabilidades de orientar revolucionariamente a la gente, debe ser capaz de comprender las diversas realidades, los diversos momentos, las diversas circunstancias concretas en que se desenvuelve, tener noción psicológica del estado de ánimo de la gente. Por eso nos dice que: “… hay cierto momento que no le debes endilgar un discurso a nadie, porque le cae pesado el discurso, el discurseador, y todo lo demás. Hay que saber escoger el momento psicológico, el momento propicio, para las reuniones, para las conferencias; hay que hablar mucho en grupos pequeños. Es decir, no tiene que verse siempre el orientador en pose de orador, encaramado en una silla, metiendo un discurso. No, puede estarles hablando a seis o siete, dándoles una explicación que resulte interesante, y que se van sumando gente, dos o tres más, hasta que llega a tener un grupo de quince. Y es más familiar, más ameno, menos formalista; porque al irle a hablar, hay que buscar el lenguaje sencillo, claro…”.
Como el lenguaje es de importancia capital para la comunicación entre los seres humanos e, incluso, de éstos hacia los animales, Fidel recomienda hablarle claro a la gente como la manera más segura, viable y capaz de que lo entiendan; recomienda dejar de lado los formalismos, las posturas que no son bien vistas o aceptadas por la gente, no hacer nada que haga al orientador o el líder caer pesado en el ambiente o cuando está dirigiéndose a las masas.
Fidel recomienda a los líderes, muy especialmente como principio elemental de una revolución, el método de la persuasión, no imponerle nada a la gente por el hecho de ser líder o creerse que eso es suficiente para darle potestad de mandar y que los demás obedezcan. La persuasión acompañada de la verdad, de armas o ideas limpias, inspira confianza, inspiran fe, inspiran credibilidad y seguridad en la gente. Y con esas armas se puede lograr aplastar a los enemigos de una revolución –que está en el poder- sin tener que estar recurriendo cada momento en coerciones. Para un líder lo más importante es que el pueblo entienda, que el pueblo conozca, que el pueblo vaya adquiriendo ideas o conocimientos, porque una revolución no es nunca una obra de dirigentes, de líderes revolucionarios, sino que es obra del pueblo, de las masas del pueblo. Por ello es imprescindible que esas masas entiendan que la revolución tiene fines que no se conquistan por decretos ni se logran de la noche a la mañana.
Para Fidel el líder debe corresponder acertadamente, con honestidad, con probidad la confianza que el pueblo o las masas del pueblo depositan en él, porque la revolución que el pueblo pone en manos sus líderes para que la dirijan “… no tiene ningún problema, en tanto todos y cada uno de sus hombres –incluyamos las mujeres- hagan el máximo esfuerzo y el pueblo lo sepa, y en tanto el pueblo sepa también cuáles son nuestras dificultades, qué medidas hemos tomado, qué cosas podemos hacer, qué cosas no está en nuestras manos de inmediato hacer. De manera que todos, de manera que la nación entera esté informada, conozca los problemas y haga su máximo esfuerzo; de manera que la inmensa mayoría de la ciudadanía participe en ese esfuerzo nacional”. Eso es labor de buenos y capacitados líderes del pueblo, de las masas, de la revolución. Por eso un líder debe hacer sus estudios, sus análisis, sus meditaciones, sus investigaciones, sus reflexiones de la manera más objetiva posible, donde lo subjetivo casi no tenga espacio para colarse y desviar la atención de los problemas esenciales a las cosas menos significativas. Por eso Fidel recomienda que aprender a pensar es aprender a buscar soluciones adecuadas.
Y, quizá, la condición primordial que debe tener un líder revolucionario o un revolucionario en sí mismo, sea esa que Fidel describe como aquel que tiene un concepto muy elevado del ser humano, que ve en éste no una bestia ni un instrumento para explotarlo, que cree en el hombre y cree en la mujer, que cree en los seres humanos, porque si no es asi, no puede ser un revolucionario, no puede ser un dirigente revolucionario, no puede ser un líder ni de las masas ni de una revolución humanitaria, una revolución que transforme de pies a cabeza la sociedad.
Fidel: la juventud y los estudiantes
Si en algún sector de la sociedad Fidel invierte buena parte de su tiempo es, precisamente, en la juventud y los estudiantes. No sé hasta qué punto haya tomado en cuenta la famosa frase del poeta Rubén Darío cuando decía “juventud: divino tesoro”, pero si sé que Fidel tiene la plena convicción que en la juventud está el futuro de una sociedad, de una revolución, de una transformación económico-social y la garantía de la continuidad del pensamiento y la acción hacia el socialismo.
Para Fidel es en la juventud donde pone sus esperanzas una revolución. Por eso dijo una vez: “… en esta juventud están puestas las más legítimas esperanzas de nuestro pueblo, y en esta juventud están puestas también las más legítimas y las más humanas esperanzas de nosotros los revolucionarios, de todos los revolucionarios. Y a esta juventud hay que hablarle, a esta juventud hay que exhortarla, a esta juventud hay que educarla, hay que orientarla, hay que forjarla. Hay que hacer de esta juventud lo que todos soñamos para el porvenir. Hay que hacer de esta juventud lo que todos soñamos que habrá de ser el pueblo del mañana, las generaciones nuevas de la patria. Hay que hacer de esta juventud lo que todos soñamos habríamos querido ser y lo que todos nosotros habríamos querido vivir como ustedes. Hay que hacer de esta juventud el porvenir…”.
Fidel ha participado, hasta el momento en que por problemas de salud se vio en la obligación de ceder su puesto de mando en la revolución, en todas las actividades esenciales de la juventud y de los estudiantes; ha tenido presencia activa en todos los congresos juveniles, de los estudiantes, escuchando sus inquietudes, conociendo de sus realidades y ¿por qué no?, de sus contradicciones, de sus críticas, de sus desacuerdos. Pero Fidel, a diferencia de la mayoría absoluta de los gobernantes en el mundo, lleva a los congresos, a los eventos importantes de los jóvenes y de los estudiantes, a su plana mayor del gobierno, para que cada funcionario –responsable de un área- escuche las opiniones, las valore, mida sus propias responsabilidades, adquiera compromisos que deben ser cumplidos, responda a las críticas, elabore sus políticas sobre realidades objetivas y verdades concretas irrefutables. Por eso, para Fidel, la juventud y los estudiantes no deben ser robots, no deben ser dogmáticos, no deben ser sectarios, deben ser críticos, deben ser autocríticos, deben ser disciplinados, organizados. Por eso Fidel dijo: “¿Y qué juventud queremos? ¿Queremos, acaso, una juventud que simplemente se concrete a oír y a repetir? ¡No! Queremos una juventud que piense. ¿Una juventud, acaso, que sea revolucionaria por imitarnos a nosotros? ¡No! ¡Una juventud que se convenza a sí misma a ser revolucionaria…! Una juventud que se convenza a sí misma, una juventud que desarrolle plenamente su pensamiento…”.
Pero, además, Fidel sí ha demostrado, con hechos y palabras, confianza en el papel de la juventud y de los estudiantes, en el futuro de la juventud, en su capacidad. Por eso dijo: “¿Y por qué creemos que se desarrollará esta juventud revolucionariamente? Sencillamente, porque tiene todas las condiciones para lograrlo, tiene todas las condiciones que le permitirán desarrollarse revolucionariamente, pensar y actuar revolucionariamente. No decimos que el ejemplo no valga; el ejemplo influye, el ejemplo vale. Pero más aun que la influencia, que el ejemplo, vale la propia convicción, vale el pensamiento propio. Y sabemos que esta juventud será revolucionaria, sencillamente porque creemos en la revolución, porque tenemos fe en las ideas revolucionarias y porque sabemos que esas ideas se ganarán el pensamiento y se ganarán el corazón de esta juventud.”.
Para Fidel es imprescindible que los dirigentes revolucionarios, que los líderes de una revolución, crean en los jóvenes, crean en los estudiantes, porque si creen en sus jóvenes, si no creen en sus estudiantes y creen sólo y exclusivamente en una determinada clase, en un determinado sector social para que sin ayuda absolutamente de nadie, de ningún otro estamento social, nadie puede ni siquiera imaginarse la realización de una obra grande, la construcción de un sueño o de una esperanza colectiva grande. Fidel nos dice: “Creer en los jóvenes es ver en ellos, además de entusiasmo, capacidad; además de energía, responsabilidad; además de juventud, ¡pureza, heroísmo, carácter, voluntad, amor a la patria, fe en la patria! Amor a la revolución, confianza en sí mismos, convicción profunda de que la juventud puede, de que la juventud es capaz, convicción profunda de que sobre los hombros de la juventud se pueden depositar grandes tareas… Creer en la juventud es ver en la juventud la mejor materia prima de la patria, la mejor materia prima de la juventud, de la revolución. Creer en la juventud es mirar todo lo que nuestra juventud puede hacer, es ver en esa juventud los dignos continuadores de la obra revolucionaria, es ver en la juventud a los mejores continuadores o constructores de la obra revolucionaria, mejores que nosotros mismos… Creer en la juventud es ver en ella la generación del mañana, una generación mejor que nuestra propia generación, una generación con muchas más virtudes y muchos menos defectos que las virtudes y los defectos de nuestra propia generación… Porque creemos en los jóvenes es por lo que tenemos una determinada actitud ante los jóvenes…”.
Fidel siempre ha estado pendiente de los problemas de los jóvenes y de los estudiantes; siempre ha mostrado inquietudes por estar en conocimiento de las diversas situaciones vividas por los jóvenes y sus clamores. Por eso cree que la revolución necesita del joven que posea en sí mismo confianza, tenga en sí mismo un elevado sentido de la responsabilidad, tenga un alto grado de preparación, que viva entusiasmado, que trate de forjarse un carácter, que se proponga en sí mismo ser un gran revolucionario, un joven verdaderamente comunista, y ¿qué significa, para Fidel, que un joven sea comunista?: que no tenga privilegio de ninguna naturaleza, sino todo lo contrario “… ser joven comunista significará sacrificio, significará renunciamiento, significará abnegación. Ser joven comunista significará que por su conducta, dondequiera que se encuentre ese joven, podrá contar con el reconocimiento y con la admiración de los demás jóvenes, con el reconocimiento indiscutible y la admiración ilimitada, por su conducta, de todos los demás jóvenes… No será, de ninguna forma, que cuente con el reconocimiento porque alguien lo haya señalado de dedo, porque alguien lo haya designado de dedo o porque alguien lo haya situado en un cargo determinado. El principio, ahora y siempre, tendrá que ser el principio de la calidad y el mérito. No será la autoridad que la organización le dé a ese joven, sino que la autoridad de ese joven debe provenir, esencialmente, de su comportamiento, de su conducta y de sus méritos ante las masas. Y no será, como a veces ocurre, que la organización le dé prestigio y le dé autoridad al joven, sino precisamente a la inversa: que el prestigio y la autoridad que ese joven tenga ante las masas sea prestigio y autoridad que ese joven transfiere a su organización”.
Fidel describe ciertas características para que un joven sea comunista. Nos dice: “… hay que tener temple para ser joven comunista, hay que tener carácter para ser un joven comunista, hay que tener abnegación para ser un joven comunista, hay que tener vocación para ser un joven comunista. Si se es estudiante, hay que ser inexorablemente buen estudiante. Si se es trabajador de una fábrica, hay que ser obrero modelo en esa fábrica. Hay que ser ejemplo de buen compañero, hay que ser ejemplo de sacrificio, hay que ser ejemplo de voluntad. Han de ser los primeros en todo: en el trabajo, en el estudio, en los deportes, en la vida de relación con los demás compañeros…”. Pero Fidel, además, nos dice o señala rasgos de los que no pueden ser jóvenes comunistas. A tal efecto nos dice que un joven orgulloso no lo puede ser, quien “… se crea superior a los demás, o que trate a los demás con espíritu de superioridad, no puede ser un joven comunista. Quien le restriegue a otro sus presuntas virtudes, no puede ser un joven comunista. Quien le niegue a otro el compañerismo, quien le niegue a otro la ayuda, quien le niegue a los demás el brazo generoso para ayudarlo, quien quiera hundir a un joven, pisotearlo, en vez de ayudarlo, no puede ser un joven comunista”.
Para Fidel un joven comunista no puede albergar, ni en su pecho ni en su conciencia, odio individual, porque el odio debe dirigirlo hacia los explotadores, hacia los opresores, hacia los enemigos jurados de la justicia y la libertad, hacia los imperialistas, hacia los guerreristas, hacia los fascistas, hacia los sionistas, hacia aquellos que conspiran y traten de derrumbar el sueño de redención de los pueblos; es decir, su odio debe ser de clase y nunca personal contra nadie.
Para Fidel es de suma importancia que una revolución despierte fe en los jóvenes, en los estudiantes; despierte entusiasmo, los motive a que sean algo sumamente importante en la sociedad, algo sumamente apreciado en la sociedad. Por eso, para Fidel, los niños, los jóvenes, los estudiantes, son como decir la razón de ser de una revolución, el objetivo de la revolución, porque son los continuadores de la revolución. Tal vez por ello Fidel dijo: “… El éxito de nuestra revolución, el porvenir de nuestra revolución, dependerá de la forma en que seamos capaces de formar a las nuevas generaciones”.
Fidel: los niños y las niñas
Quizá, no, mejor seguro, nada, absolutamente nada, tiene para Fidel la importancia de la infancia, cuidar la infancia, estar pendiente de todas las problemáticas de la infancia, de la educación de la infancia, del presente de la infancia, brindar toda o la máxima solidaridad posible a la infancia, darle todo el amor social a la infancia. Precisamente, eso queda demostrado en el tratamiento que la revolución le brinda a toda mujer en estado de gravidez. Fidel, lo repito, sabe que la educación, la salud, las bases para una infancia en condiciones óptimas de existencia parten del principio de una buena alimentación a su progenitora. Lo mismo sabe que nada es más importante para una revolución, para el socialismo, que armonizar la relación entre el hogar y la escuela a favor de los niños y de las niñas y en provecho del porvenir. Lo uno no funciona sin lo otro, son como esa especie de causa y efecto lo uno de lo otro.
Si en algo la revolución, bajo el gobierno presidido por Fidel, no ha escatimado –incluso en los períodos más críticos de su economía- en el uso de sus recursos ha sido en crear las mejores condiciones materiales y espirituales posibles para la infancia. Fidel, conoce muy bien que en esa infancia, mientras no haya socialismo en toda la faz de la Tierra, está la continuidad de la patria, de la revolución, de la única probabilidad de alcanzar las metas de la mayor suma de felicidad posible para el ser humano.
El capitalismo ha demostrado ser demasiado cruel con los niños, los explota y los oprime, los pone a sufrir, les niega sus derechos de niños, los somete al hambre y les niega educación y salud como también techo digno y recreación, no se ocupan de la infancia, crea enormes y antagónicas diferencias entre los niños de la burguesía y los niños de las clases explotadas y oprimidas, desampara a la mayoría, los obliga a pedir limosnas, a ser mendigos, a la temprana prostitución y actividades delincuenciales. Esa es la realidad trágica, terrible a que el capitalismo somete a la mayoría de los niños y de las niñas. Millones de infantes mueren antes de nacer por estar las madres muy mal alimentadas o en estado de desnutrición, millones mueren por falta de atención médica al nacer, millones mueren por hambre o enfermedades que no sólo son curables sino que ya la ciencia tiene fórmulas para prevenirlas o evitarlas. La revolución cubana, con Fidel al frente, ha hecho posible que el ciento por ciento de los niños y de las niñas tenga escuelas y educación, recreación, servicio de salud, no sean explotados, no pasen hambre, sean alegres, vivan con entusiasmo, sean ciertamente la garantía del porvenir de una sociedad.
Nadie es más inocente que una criatura recien nacida. A nadie como la infancia ataca la injusticia con tanto dramatismo y tanta tragedia. De allí que una revolución que se proponga la redención del ser humano es capaz de invertir todo para que la infancia sea lo más feliz posible. Dentro de las probabilidades –especialmente económicas- que han sido reales para la revolución cubana, Fidel ha sabido poner el acento en todo cuanto sea de provecho, de justo para la infancia, tratando que no le falten las cosas o los bienes elementales, garantizándoles los medios posibles para un desarrollo en favorables condiciones humanas.
En Cuba, la revolución pone el mayor de los acentos en la infancia. Desde prácticamente que nacen los niños y las niñas se les comienza a inculcar el sentido de la sociabilidad, se les comienza a educar en el espíritu de la hermandad y de la solidaridad. Se pudiera decir, dentro de las probabilidades económicas de Cuba bajo el mando de la revolución y del gobierno presidido por Fidel, que en un cierto nivel elevado el Estado revolucionario ha absorbido muchas funciones económicas de la familia cubana, uniendo a los cubanos y las cubanas por la solidaridad y la asistencia mutua, proporcionándole a la mujer y a la pareja características de liberación. La creación de maternidades, jardines de infancia, casas cuna, guarderías, escuelas infantiles, hospitales, espacios de recreación para la infancia y otras, es una prueba de la atención, del trato, de la relación armónica que existe entre el Estado y la sociedad y entre éstos con la infancia. Podemos decir que Fidel siempre ha estado consciente que es imprescindible terminar con esas viejas costumbres medievales de servidumbre, de combatir con éxito la histeria obligada que ha padecido la mujer bajo el régimen de la esclavitud y ponerle coto a las humillaciones cotidianas de la infancia y de las supersticiones de una y del otro.
Fidel siempre ha dicho que la revolución plantea que la educación no es un trabajo sólo de las escuelas, de los maestros y de los profesores, “… sino que la educación depende mucho del trabajo del hogar y de los padres, si hay un control o no hay control de los niños, si asisten o no asisten a la escuela. Cuando se empieza por tolerar que el muchacho no vaya a la escuela, menos puede influir la escuela en el muchacho. Siempre, desde el principio, la revolución captó la importancia de esto”.
En Cuba existe la organización de los pioneros que es como decir la generación de niños y de niñas que comienzan a entrar en la formación del futuro, de la continuidad de los grandes sueños de justicia y libertad de una sociedad. Y ser pionero tiene sus características como estudiar, comportarse bien con sus compañeros, no ser egoísta, que no lo quiera todo para sí, porque hay que enseñarle a los niños desde temprano que empiecen a ser revolucionarios y eso parte desde ser pioneros. Fidel dice que sobre el trabajo de la organización de pioneros casi no es necesario resaltar su importancia, porque ella se expresa por sí misma, ya que es a esa edad donde “… todo esfuerzo de educación y de formación es más fecundo. En la medida en que sea exitoso el trabajo con los pioneros, será exitoso el trabajo de la juventud, será exitoso el trabajo del partido”. Se sobreentiende que también lo será el de la revolución. ¿Por qué es así y no de otra manera? Fidel lo explica en los siguientes términos: “… Lo más importante de todo es el esfuerzo que la revolución realiza para convertir a cada uno de los pioneros en hombre y mujeres integrales el día de mañana. Y no habrá riqueza material comparable a la riqueza espiritual e intelectual que la sociedad pueda ofrecerle a cada uno de ustedes. Y no sólo la preparación cultural, técnica y científica, sino por encima de todo la preparación ideológica y política que la revolución pueda darle a cada uno de ustedes”. Si se sigue ese norte, ese cauce de esfuerzo, de preparación, de educación, de formación del hombre y de la mujer desde cuando se es pionero, para Fidel, se puede adquirir la conciencia de la importancia del trabajo y la importancia de educarse y de prepararse para desarrollar la nación, aumentar los recursos del país, ya que el trabajo lo hace todo y con éste se puede lograr hacer maravillas. Pero es necesario destacar que Fidel entiende por trabajo para los pioneros el estudio. De allí que Fidel dijo delante de los pioneros: “… Claro, el primer deber del pionero es estudiar. Tiene otros muchos deberes, tiene el deber de ser disciplinado, de ser respetuoso con los padres, con los maestros, de ser bien educado; no sólo hay que aprender matemática y español y geografía, historia, hay que saberse comportar en cada lugar de manera perfecta. Ustedes no se pueden conformar hasta que no logren hacer las cosas de manera perfecta en todo: en la escuela y en la casa. Y entre las cosas que ustedes tienen que hacer de manera perfecta, está también adquirir la educación formal, y ponerse de pie cuando tienen que ponerse de pie, y saludar cuando tienen que saludar, y decir buenos días y buenas tardes. Si eso no cuesta nada. Y saberse arreglar, y saberse vestir, y saber llevar los atributos, y saber usar el uniforme… También ustedes tienen que educarse en una conciencia comunista, tienen que educarse en los sentimientos patrióticos y los sentimientos internacionalistas. Y, además de eso, tienen que practicar deportes y tienen que practicar actividades recreativas y culturales…”.
Quienes hayan estado en Cuba, quienes hayan tenido información de datos de la UNESCO, saben del nivel de educación que existe en la isla, conocen el nivel de educación de los niños y de las niñas de Cuba, el nivel de formación y la metodología de enseñanza y de aprendizaje que se aplica en la educación cubana; pero, igualmente, todo el valor, todo el esfuerzo, todo el sacrificio que pone la revolución al servicio de la infancia para su educación, para su formación, para su organización, para su comportamiento, para su vocación internacionalista y solidaria, para su recreación.
Fidel y el internacionalismo
Si de algo sabe el mundo, los pueblos del planeta, los enemigos como los amigos del socialismo, el pueblo de Cuba, es la concepción revolucionaria, marxista, que ha caracterizado a Fidel en la aplicación del principio del internacionalismo socialista, revolucionario, proletario. Si alguna revolución y si algún gobernante revolucionario han sido solidarios con los pueblos, con las luchas de los pueblos por la justicia y la libertad o en los dolores por tragedias de cualquier naturaleza, han sido, sin duda alguna, la cubana y Fidel.
Todo el mundo, amigos y enemigos, revolucionarios y contrarrevolucionarios, saben o conocen de la enorme capacidad de sacrificio, de voluntad solidaria, de convicción internacionalista de Fidel. Han sido muchas las regiones del mundo donde los cubanos y las cubanas han ido a prestar sus servicios en diversos campos de la vida social. Precisamente Fidel parte del concepto que patria significa un espacio, unos derechos, unos deberes, unos sueños, unos objetivos, que van mucho más allá de las fronteras de Cuba. Fidel lo dijo un día, a los pocos años del triunfo de la revolución en Cuba: “Seguiremos el esfuerzo en la lucha con el movimiento comunista internacional. Están completamente locos los imperialistas si creen que van a separarnos una pulgada. A nosotros no nos separan una pulgada del campo socialista, ni en broma, ni en serio. Que no se hagan ilusiones siquiera. Si quieren discutir con nosotros, olvídense de eso. Nosotros somos comunistas y pertenecemos al campo socialista, y nuestra suerte será la suerte de todos los comunistas, del movimiento comunista internacional, de la revolución comunista. Es el futuro inevitable, absolutamente inevitable… Hay que luchar por la mayor unidad, la mayor comprensión, la mayor hermandad. Que se comprendan todos los problemas. Crear cada vez lazos más fuertes, de mayor solidaridad entre los pueblos, de mayor sentimiento internacionalista entre los pueblos…”.
Para Fidel el principio del internacionalismo revolucionario es “… como el que siembra una semilla, que fructifica, que nos ayuda hoy a nosotros y ayudará mañana a otros, y otros ayudarán a otros, hasta que el último pueblo de la tierra se haya liberado de la explotación del hombre por el hombre, y hasta que en el último pueblo de la tierra se haya establecido el socialismo y hayan triunfado las ideas marxista-leninistas”.
Fidel sabe que sin la aplicación, sin la puesta en práctica del internacionalismo proletario, de la solidaridad revolucionaria no es posible concebirse la construcción del socialismo y, ni siquiera, pasar triunfalmente el período de transición del capitalismo al socialismo. Nos dice: “Nosotros tenemos el concepto de que el internacionalismo es la esencia mejor del socialismo. Sin internacionalismo, es decir, sin solidaridad entre los pueblos no se puede predicar la solidaridad en el seno del pueblo, la solidaridad entre los individuos. Cuando se quiere medir, desde un punto de vista revolucionario, a un país, hay que analizar en primer término su espíritu internacionalista”. Fidel, seguro, entendió correctamente eso que Marx tenía por revolución y que explicaba con una sola palabra: solidaridad.
Por eso, para la revolución cubana, para el pueblo cubano y, especialmente, para Fidel, el internacionalismo es una de sus banderas más sagradas, desarrollándola en la práctica revolucionaria de la solidaridad, sin lo cual nunca habría verdadera conciencia comunista. De allí que se tenga por conclusión que el espíritu internacionalista es la esencia de los ideales revolucionarios. Por eso Fidel dice: “¡Y sólo un pueblo que es capaz de luchar por los demás, es también capaz de luchar por sí mismo!” Y ese internacionalismo nada material pide a cambio, sino que se guía por un pensamiento común, un sueño común, el de la emancipación de toda la humanidad.
Fidel dijo que para los revolucionarios, todos los pueblos son hermanos, todos los trabajadores deben unirse para luchar contra la explotación del hombre por el hombre, para luchar contra el imperialismo, para luchar contra la injusticia, para luchar por la fraternidad de toda la humanidad. Esa es la esencia del internacionalismo proletario o revolucionario. Por eso dice Fidel que si “… las revoluciones tienen muchas flores hermosas, la flor de la solidaridad humana, de la capacidad de sacrificarse por los demás –por los demás en su patria y aun fuera de su patria-, es la más hermosa de todas”.
La solidaridad, el internacionalismo revolucionario no sólo es una necesidad sino un deber repartido por el mundo con la misma esencia de visión revolucionaria: conquistar la redención del género humano. De allí que el internacionalismo proletario no es comercial, no persigue prebendas, no condiciona materialmente a los que van a recibir ayuda internacional, se ajusta a la necesidad de la solidaridad entre los pueblos para el triunfo de una misma causa, la que libera material y espiritualmente al ser humano de toda expresión de esclavitud social. Por eso, lo dice Fidel, una conciencia internacionalista implica la renuncia a los chovinismos, implica combatir los egoísmos nacionales, ya que éstos no tienen nada de marxista, nada leninista, nada de comunista. Por algo Lenin, ya estando la revolución en el poder en Rusia, consideraba a la revolución alemana como muy importante, y que la primera debía sujetarse a la segunda. Eso es internacionalismo proletario.
Fidel también señala algunas condiciones indispensables para ser internacionalista. Nos dice: “En primer lugar, el internacionalismo es una cuestión de conciencia; implica, sí, implica privarse de cosas para ayudar a otros que las necesitan mucho más, que son muchos más pobres. Desde luego, tiene mérito el pobre cuando da algo de lo suyo, y nosotros que somos un país subdesarrollado damos algo de lo nuestro. Yo creo que eso es una manifestación de conciencia internacionalista. Y creo que si en el mundo, incluso, no hay la conciencia de la colaboración internacional, el futuro del mundo va a ser un gran desastre”. Y si alguna revolución ha sacrificado gran parte de lo que ha necesitado su pueblo ha sido, precisamente, la cubana. El mundo entero sabe que el internacionalismo revolucionario, mostrado o materializado por Cuba, ha sido en hombres, recursos, esfuerzos, sacrificios, por la libertad de otros pueblos.
Fidel y el deporte
Fidel no concibe la educación y la salud sin el deporte, sin la educación física. Una anécdota así lo testimonia. En un acto el 28 de enero de 1960 en la ciudad escolar 26 de julio, Fidel dijo: “No vayan a creer que nosotros aprendimos a hacer la guerra en la Sierra Maestra, nosotros aprendimos a hacer la guerra, jugando pelota, jugando básquet, jugando fútbol, haciendo todos los deportes”.
No sé si el mundo perdió un extraordinario beisbolista o basquetbolista por haberse dedicado Fidel a la política. Demos, ¡gracias a Dios!, que así fue. Lo cierto es que Fidel ha implementado políticas que han logrado elevar a un primer plano el deporte cubano y que antes del triunfo de la revolución se limitaba casi exclusivamente al béisbol y a algunas categorías de boxeo, ambos profesionales y no amateur. Las ideas de Fidel le han dado un gran impulso al deporte; sus iniciativas han estimulado a la práctica del deporte y al estudio de la educación física. Cuba hoy día figura entre las diez naciones más importantes desde el punto de vista deportivo. Ese es un logro de la revolución, del pueblo cubano, de los jóvenes de Cuba y, especialmente lo quieran o no reconocer los adversarios de la revolución, de Fidel.
No es necesario escribir mucho sobre la calidad deportiva y de la educación física en Cuba. Basta sólo buscar los números que determinan el lugar de Cuba en los más importantes eventos deportivos del planeta. Es todo. Amén.
Fidel y el socialismo
Si alguien, como máximo dirigente de un proceso revolucionario socialista en América, sabe a ciencia cierta lo qué realmente es el socialismo, sus fundamentales características, sus niveles de desarrollo cualitativo es, precisamente, Fidel. Por ello, pienso o creo que es así y no de otra manera, cuando Fidel habla del socialismo en Cuba, de los logros de la revolución en Cuba, no nos está diciendo que Cuba vive la plenitud del socialismo, que ya en Cuba no existe ningún elemento de capitalismo, que ya la revolución cumplió cabalmente con la conquista de todos los objetivos socialistas, que ya no hay clases y no es necesaria ninguna institución –como el Estado, el partido, por ejemplo- en la sociedad cubana. No, para Fidel –cuando habla de Cuba socialista- lo que está diciendo es que el Estado está en manos de la revolución, de los revolucionarios, de los socialistas; que esa es la condición primera para la transición del capitalismo al socialismo; que los medios de producción –hasta ahora los fundamentales- están en propiedad del Estado y éste tiene que ser el más seguro funcionario al servicio del pueblo; que los elementos de socialismo están en una lucha de guerra a muerte con los elementos de capitalismo; que la economía cubana depende, en primera instancia, de los ciclos, los flujos y reflujos, los zigzag, de las leyes del mercado mundial. Nadie, como Fidel, sabe que en este mundo –donde el capitalismo imperialista dicta las pautas y lo domina- no es posible de manera aislada construir el socialismo propiamente dicho en ninguna nación, en ninguna sociedad, en ninguna región del planeta.
Si alguien tiene la claridad, en la América actual, sobre la conjugación de los verbos en presente, pasado y futuro es, precisamente, Fidel. De allí que ha estado plenamente consciente que ninguna, como lo dice Plejánov guiado por las enseñanzas de Marx y Engels, “… formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización”.
Fidel domina científica, dialéctica y revolucionariamente la doctrina marxista como ningún otro en este planeta actual; es quien mejor en América ha asimilado sus enseñanzas y nunca las ha considerado como una panacea, como una piedra filosofal que sana todas las enfermedades del cuerpo social o las previene de las mismas. Fidel sabe, como ningún otro estadista –en este momento- del mundo entero, que el socialismo tiene que ser un régimen superior al capitalismo más altamente desarrollado; que es un desarrollo más elevado de las fuerzas productivas que las legadas por el capitalismo y de mucha mejor satisfacción de las necesidades materiales y espirituales de la gente.
No creo que exista duda alguna en que Fidel siempre ha creído –y es su guía ideológica o doctrinaria, en que el socialismo es, de la manera sencilla, la socialización de todos los medios de producción, de la organización de la sociedad, del control y la administración, de la distribución, de todos los servicios públicos, de la riqueza producida, de la solidaridad, del amor; en fin, de la cultura y el arte.
Se puede decir que nadie como Fidel domina las características esenciales de una sociedad para poder asegurar que realmente vive el socialismo. Y que esas características sólo son posibles –en su materialización integral- cuando el mundo entre definitivamente en el sendero irreversible de la revolución proletaria internacional y, especialmente, en el campo del capitalismo altamente desarrollado. Por eso Fidel no confunde la fase socialista propiamente dicha con la transición del capitalismo al socialismo.
De allí que, para Fidel, el socialismo sea el triunfo definitivo de la propiedad social de los medios de producción sobre la propiedad privada de los mismos. Eso es lo que constituye el fundamento del régimen de la economía socialista. En otros términos, el socialismo globaliza la gran propiedad sobre los medios de producción que deja de ser privada capitalista y transforma la pequeña propiedad sobre los sostenes socialistas en propiedad social. Esta, sobre los medios de producción, garantiza a la sociedad los intereses y beneficios económicos esenciales para una digna existencia humana.
El socialismo, con la eliminación de toda propiedad privada sobre los medios de producción, hace desaparecer las clases sociales y, por consiguiente, la explotación y la opresión del hombre por el hombre. El motor de la historia ha sido y será hasta el triunfo definitivo del socialismo la lucha de clases. Al desaparecer éstas ya no existe ninguna necesidad de violencia social, de contradicciones antagónicas entre las personas, de egoísmo y desprecio ni necesidad de explotar a otros desde el punto de vista de clase ni de Estado.
En el socialismo, al no existir propiedad privada ni clases sociales, se extingue el Estado como expresión de aquellas; ya no se requiere como instrumento de poder político ni como método de represión para garantizar intereses económicos de clases o particulares. A la segunda fase de la sociedad comunista sólo llegan algunos vestigios del derecho burgués que con el desarrollo de las fuerzas productivas, de las ciencias, de la técnica y de la educación, es decir, con la cultura y el arte armónicamente universales, se extinguen para siempre y el Estado, como total esqueleto, pasará al museo de las antigüedades desde donde nunca más recobrará vida social. Dejará de existir toda expresión de opresión social.
En el socialismo, producto de la economía planificada y de la educación integral de los seres humanos esencialmente, desaparecen las contradicciones irreconciliables entre el campo y la ciudad como entre trabajo manual y trabajo intelectual. Contradicciones que en el capitalismo alcanzan un nivel de antagonismo tal que no hacen más que evidenciar la anarquía y la desigualdad social en perjuicio de la ley del desarrollo combinado. Esta, en el socialismo, supera con creces a la ley del desarrollo desigual.
En el socialismo avanzado y apto para pasar a la segunda fase de la sociedad comunista, producto de los niveles de igualdad y solidaridad que logra y de satisfacción de las necesidades y de la humanización del trabajo, desaparecen el dinero, el egoísmo, el desprecio, la usura, toda expresión de esclavitud material y espiritual. El socialismo prepara las bases para que en la segunda fase –llamada por Marx comunista- reine la libertad sobre la necesidad y cada quien trabaje según su capacidad y tome bienes según sus necesidades.
El socialismo es, como fin en sí mismo, el logro de la administración de la sociedad por todos sus ciudadanos organizados y educados, por lo cual ya no se requieren instrumentos que se tomen la atribución de dirigir haciendo uso de elementos burocráticos. Es, en fin de cuentas, el período histórico en que se abrazan los trabajadores con las ciencias y la técnica y aplastan con su abrazo fuerte todos los obstáculos sociales que se interpongan en el desarrollo de la humanidad.
El socialismo es un régimen de la solidaridad humana sin más interés supremo que el del bien común, el de amar al prójimo como a sí mismo. Se inscribe para siempre la consigna del imperio de la ternura, la alegría, la vida y la solidaridad entre todos y para todos. El mundo se hace humanidad. Eso, a mi juicio, es lo que Fidel entiende por socialismo, y eso es con lo que sueña la revolución cubana alcanzar algún día en este planeta junto al resto del mundo.
Fidel lo ha dicho con otros términos, con otras palabras, con otros análisis de verdadero contenido marxista. Dice, por ejemplo, lo siguiente: “Es preciso que el pueblo comprenda el socialismo, que el pueblo sepa qué es el socialismo y que el pueblo sepa cómo se llega al socialismo, sociedad en que la explotación del hombre habrá desaparecido por completo, y que al desaparecer la explotación de una clase por otra clase entonces sí llegaremos a un régimen de verdadera justicia y de verdadera igualdad entre los hombres, sin clases explotadoras y sin clases explotadas…”. Pero si alguien sabe que con sólo la eliminación de la explotación de clases y del hombre por el hombre no está garantizado para siempre el socialismo es Fidel, porque conoce también que el desarrollo de las fuerzas productivas, que superen el legado técnico y científico aportado por el capitalismo altamente desarrollado, tiene que conducir al aseguramiento de la economía de tiempo para la sociedad, para el trabajador socialista, lo cual redundará no sólo en la elevación de un nivel de vida, de satisfacción de las necesidades de la gente, sino también el disponer de tiempo para cumplir o disfrutar de otras actividades –especialmente espirituales- que se proponga el hombre y la mujer en su vida personal.
No sé si Fidel haya leído el libro “La revolución traicionada” de León Trotsky, no lo sé. Pero hubiese sido o sería muy interesante, ahora cuando está dedicado a sus valiosas reflexiones, leer o escuchar sus opiniones sobre el contenido de esa obra. Porque Fidel sí sabe que no sólo el socialismo no se puede construir aisladamente en ninguna parte o país; que el socialismo propiamente dicho –más allá de la transición- sólo es posible con la revolución a nivel internacional; y que además, entre muchas cosas, el “… éxito de una edificación socialista no se concibe sin que el sistema planificado esté integrado por el interés personal inmediato, por el egoísmo del productor y del consumidor, factores que no pueden manifestarse útilmente si no disponen de ese medio habitual, seguro y flexible, el dinero. El aumento del rendimiento del trabajo y la mejora en la calidad de la producción son absolutamente imposibles sin un patrón de medida que penetre libremente en todos los poros de la economía, es decir, una firme unidad monetaria…” (Trotsky).
Fidel siempre ha estado consciente y claro en que una transición del capitalismo al socialismo en una nación que no está a la altura del desarrollo de las fuerzas productivas de los países más avanzados del capitalismo, es mucho más difícil, más compleja, más enfrentada a los obstáculos de la economía y, no pocas veces, más violenta es la lucha de clases. Al tener necesidad imperiosa la transición del capitalismo al socialismo de incrementar al máximo desarrollo la circulación de mercancías, tropieza, choca abiertamente con las imposiciones de un mercado mundial dominado por las pocas naciones imperialistas, de capitalismo altamente desarrollado. Y nunca ha sido cierto, jamás lo dijeron Marx y Engels, que el socialismo tenga por principio que el hombre y la mujer trabajen según su capacidad ni recompensar a cada uno y a cada una según sus necesidades, de manera independiente del trabajo ejecutado. No, ese es el principio de la fase que Marx denominó comunista, es decir, la segunda luego de la fase propiamente socialista. En el socialismo existe la imperiosa necesidad de hacer crecer, desarrollar las fuerzas productivas por encima del nivel que logró el capitalismo desarrollado, y eso obliga a establecer las normas del salario que son habituales en el capitalismo, lo cual implica la distribución de bienes de acuerdo a la cantidad y la calidad del trabajo personal. Fidel sabe que es en el comunismo propiamente dicho donde desaparecen el último espectro de la necesidad y la desigualdad material. Y esto no significa nunca que todos los seres humanos tengan exactamente lo mismo, sino que todos tengan en base a sus necesidades bajo el reino de las libertades. Ni el socialismo ni el comunismo se proponen la igualdad anatómica, fisiológica y biológica de las personas. La igualdad de oportunidades, el nivel de cultura individual y colectivo, el desarrollo permanente de las fuerzas productivas, la propiedad social sobre los medios de producción, la conquista del principio de la economía de tiempo, la producción planificada, permitirán no sólo la desaparición de las clases, la extinción del Estado y todos sus aditamentos, la desaparición del dinero, la explotación del hombre por el hombre, sino también que al trabajar cada cual de acuerdo a su capacidad la persona adquiera un alto poder económico, el trabajo dejará de ser una carga pesada y un castigo, por lo cual la distribución –en permanente abundancia- de los bienes no requerirá más que el control de la educación, el hábito y la opinión pública.
Fidel entiende el socialismo como esa sociedad, aun cuando existan vestigios del derecho burgués, donde se desarrolla la fraternidad humana, la solidaridad humana en un elevado nivel de conciencia y de acción; una sociedad en que se ayudan unos a otros; una sociedad en que se unen las fuerzas para crear una riqueza colectiva educándose y trabajando con la más alta racionalidad y planificación la naturaleza. Si alguien sabe que lo máximo que se puede lograr en este mundo actual, mientras reine el capitalismo altamente avanzado en su expresión imperialista, es entrar a la transición del capitalismo al socialismo una vez tomado el poder político en una nación y que, por cierto, es mucho más fácil conquistarlo en un país subdesarrollado que en uno altamente desarrollado. ¿Acaso no lo ha demostrado la experiencia histórica vivida en países como la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Alemania Oriental, Yugoslavia, Polonia, Rumania, Checoslovaquia, Hungría…? ¡De allí la importancia de saber entender la grandeza histórica de Cuba y del pensamiento de Fidel en este tiempo!
Fidel y la oratoria
No lo sé, pero así lo creo que los dos mejores oradores políticos de habla hispana en América han sido Jorge Eliécer Gaitán y Fidel. Cada quién en su momento. Pienso, sólo lo pienso, que en el sentido del arte de hablar en público con elocuencia, Gaitán se elevaba un poco más que Fidel. Sin embargo, la oratoria no es sólo eso. Hay otros ingredientes que son dignos de tomar en consideración para el estudio de la globalidad de la misma. En eso, quiérase o no, Fidel era muy superior a Gaitán. Expliquemos eso.
Si algún orador ha sabido abordar el público ha sido Fidel. No describamos sus elementos físicos, porque Fidel con la mirada y las manos dice lo que muchos otros políticos, reunidos, no son capaces de decir ni con las palabras ni con todos sus movimientos juntos; y en la mirada y en las manos el público sabe descifrar lo que Fidel les está diciendo con las palabras. Sabe decir lo que requiere expresar; sabe qué quiere el público que le hable o que le diga; sabe cómo hacerlo, cuándo hacerlo, por qué hacerlo, para qué hacerlo. No se desvía de la esencia de la idea que trata; medita y coordina sus pensamientos de comienzo a fin, hasta que llega a su síntesis práctica; su pensamiento es tenso e imperioso, que desarrolla abriéndose paso de forma segura y de manera vigorosa.
Fidel es un orador que no reflexiona sólo para sí mismo, sino que también sabe ubicarse en el plano del público; sabe escalar los escalafones de sus ideas; se eleva de pronto cuando la síntesis la aprecia de manera muy clara y de urgente exposición por ansia de conocimiento del público. Y si no es comprendido en ese momento como se lo ha imaginado, sabe dar el salto atrás y comenzar de nuevo a escalar, pero más convencido que en la nueva explicación no habrá duda que las masas o el público quedarán conformes y habrán entendido la idea sintetizada como conclusión de todo un análisis objetivo anterior.
Fidel no es de ese género de oradores que habla para satisfacer su propio ingenio o talento. No bromea en el vacío; sabe que un chiste persigue un objetivo determinado. La característica fundamental de su discurso contiene una concreción de sus metas. No es ni tedioso ni mecánico en su oratoria. Sabe que existen públicos de diferentes niveles de conocimientos, con ansias distintas de escuchar un tema específico. Pudiéramos pedir prestado, para caracterizar su oratoria, lo que Trotsky dijo de Lenin: ”… Aborda a sus oyentes de distintas maneras: explica, persuade, cubre de vergüenza, bromea y de nuevo persuade, de nuevo explica. Lo que unifica su discurso no es el plan formal, sino un fin claro, rígido, que se ha marcado en cada ocasión concreta y que debe entrar como una espina en la conciencia del auditorio. A esto se subordina su humor. La broma es utilitaria. El dicho tiene su misión práctica: estimular a unos, contener a otros…”.
En Fidel, como orador, no existe un final definitivo de las ideas, sino una conclusión de un trabajo específico para un momento determinado. Creo, así ha sido la oratoria de Fidel. Las masas cubanas o el pueblo cubano, más que nadie, pueden hablar o escribir de la oratoria de Fidel. Y eso vale por el cien por ciento de la verdad.
Epílogo
Dios me va a perdonar y no el hombre, pero me atrevería a decir, parafraseando a Víctor Hugo y parafraseándolo con cierta dosis de locura mental, que en la historia de las revoluciones propiamente dichas en América Latina –y téngase creíble que Cuba (1959) fue la primera en alcanzarla- Fidel vino a ser el más completo personaje que cumplió las características esenciales sin restarle ni un solo ápice al valor de los pueblos, de las masas, del partido de vanguardia y de la dirección revolucionaria en la participación de los hechos que hacen culminar una revolución triunfante apoderándose del poder político. Para que se verificara la revolución cubana hubo necesidad en vez de un Montesquieu un Fidel que la presintiera, en vez de Diderot un Fidel que la predicara, en vez de un Beaumarchais un Fidel que la anunciara, en vez de un Condorcet un Fidel que la calculara, en vez de un Voltaire un Fidel que la preparara, en vez de un Rousseau un Fidel que la premeditara; y, muy importante, muy importantísimo, en vez de un Danton un Fidel que fuera audacia, más audacia, siempre audacia.
Solicito me disculpen nuevamente si eso fuese entendido por alguien como un gesto de zalamería, de lisonja, de crear un nuevo Dios, una nueva religión, una filosofía gemela de idealismo y materialismo, una nueva versión del papel de la personalidad en la historia. No, no es así, lo juro. Simplemente al César lo que es del César, pero en la historia hay César para la opresión y hay César para la libertad. Fidel es uno de la libertad y por eso, muchísimo más que otros César y que los filósofos de su tiempo igualmente de la libertad en América, Fidel ha sido más grande en enseñar, en ilustrar, en iluminar, en pensar alto, en hablar alto, en correr alegre hacia el vivo sol, en fraternizar con las plazas que son las muchedumbres de hombres y mujeres ansiosos de libertad y de justicia, en proclamar los derechos sagrados de la humanidad, en prodigar los alfabetos, en sembrar el entusiasmo, en anunciar las buenas nuevas sin esconder las malas del presente, en arrancar verdes ramas de la encina, en hacer del ideal revolucionario un torbellino. ¡He plagiado a Víctor Hugo!, no importa, vale la pena por Fidel y por la verdad. Y si me preguntaran en qué idioma quiero decir, en cuatro palabras, lo que pienso del comandante en jefe de la revolución cubana, diría esto simplemente: “¡Fidel, l’ami du peuple!”
Si un día se anunciara que Fidel ha muerto, no tendría por qué creerlo; pensaría que es una perogrullada más de sus enemigos; que sólo anda cumpliendo grandes misiones en un viaje largo, tan largo como el infinito, pero por respeto a Goethe en lo que todo lo que nace también muere, escribiría sólo en dos cuartillas el siguiente pensamiento bajo el título:
¡Se ha dormido el más grande!
¿Se ha marchado Fidel? No, mejor: ¡ha viajado Fidel! ¿Ha cerrado sus ojos Fidel? No, mejor creer que no hay silencio en el cielo, oran las estrellas, rezan juntos el sol y la luna, están cantando un himno los luceros, susurran los planetas en declamaciones universales. Los muertos por la vida se aprestan para recibir, entre poemas y canciones y flores y vivas, a Fidel como orador de orden en la plaza de los próceres y mártires y héroes. ¡Ha muerto, sólo físicamente, el más grande de todos los políticos y estadistas del siglo XX en la América entera!
¡Fidel va andando por el mundo ahora como comandante en jefe de refuerzo! El universo entero ha declarado un luto de no olvido o de memoria por el pensamiento y la obra de Fidel. Se escuchan las guitarras y los violines acompañando tambores y voces de pueblos rindiendo homenajes a Fidel. Frank País, tiene izada la bandera de julio en el cementerio de Santiago; Martí anda vivo en las calles de La Habana y escribe poemas de tierra brava; Camilo se reporta presente desde el mar; el Che avanza desde Santa Clara con su escuadra de guerrilleros de refuerzo; Celia Sánchez lleva en su pecho la flor de la revolución; Mella y Echeverría convocaron la presencia de los estudiantes; Ñico López camina descalzo hacia la plaza; Haydee Santamaría ya dio aviso del mensaje a Abel y al doctor Muñoz; el Titán de Bronce, Máximo Gómez y Céspedes con sus hombres de Yara y de Baire hacen una muchedumbre en la plaza y están ansiosos de conocer a Fidel.
Los santeros han llenado un templo de humo. Vaquerito anda abriendo una pica y que no quede una sola espina en el camino. Han bajado planetas y satélites con sus antorchas encendidas. Hay lágrimas vivas en los ojos grises de las nubes. El pecho del mar está inflado de dolor pero orgulloso mirando fijo el horizonte. Coronas de flores avanzan en columnas de victoria. Minutos de aplausos retumban testimoniando la admiración de miles de millones de hombres y mujeres por Fidel. Corren los maratonistas con banderas de unidad sin competencia. Hacen sus piruetas las gaviotas describiendo sus consignas. Un rocinante anuncia al Quijote la pronta llegada del distinguido visitante. Sancho le advierte que no es un gigante de largas manos, sino un hombre de idea universal. Los cantores ensayan para que se entone en coro armonioso el himno de la Internacional. Hay coloquios vivos de poetas muertos en todas las praderas del mundo. Neruda ya tiene escrito su poema para anunciar el futuro despertar de Fidel con el triunfo de la humanidad en libertad. Hay luz en todas las selvas y los cocuyos parecen guardianes eternos de la claridad. Túpac Amaru confirma que Fidel vive en millones de seres vivos que claman por redención social.
El túnel del tiempo parece un sendero de faros mineros y hay bruma en sus costados. Un arco iris de mil colores une la Tierra con el Cielo. Miles de combatientes han roto todos los silencios para la gran batalla del velorio universal. ¡Fidel no está muerto, sólo está comenzando a dormirse! Sudan sus manos de tanto haber creado el bien. Repican las campanas como cuando la victoria queda integralmente conquistada en la alegría de los niños y de las niñas sin distingos. Huele a tierra mojada. Hay rocío en todos los huertos del planeta. Miran los ojos de Fidel la dimensión del más allá. Acá están los pueblos para recordarlo con amor y alegría. Camilo Torres prepara la homilía vestido de guerrillero. Hay demasiada ternura en la sonrisa de Fidel. Por vez primera se encuentran Bolívar y Marx ya olvidado para siempre el mal episodio de una opinión efímera. Vallejo escribe su poema de vida eterna y Whitman poda la hierba que ha crecido con el tiempo. Hernández le pide a Lorca que resucite a la orilla de un río aunque no haya en la playa ninguna mujer mozuela. Rubén Darío ve en la vejez de Fidel el resplandor de la juventud. Guillén escribe “¡Fidel, camarada amigo!”. Machado ya tiene escrito "¡Bienvenido al caminante victorioso!”. Alí Primera compuso la canción “Fidel: el fuego que talló un sol”. Rafael Alberti anda declamando “Fidel: a galopar, a galopar con tus pasos de gigante que va dejando luz donde antes reinaba oscuridad…”. Y Salmerón, el loco, ha ofrecido su alma para que con Fidel siempre la lluvia no deje morir de sol a los bosques de la pradera. Y un anciano que se ha dedicado toda su vida sólo a parafrasear poesías, escribió lo que dice haberle nacido de su corazón: “¡Toquen suave, camaradas! No se olviden que Fidel sólo duerme. Se han callado los astros. La vida física se detiene. Su ideal continúa. ¡Hablen suave, camaradas! El canto de la luna y la poesía del sol han creado un himno universal para que la luz que va naciendo brille más y luzca más. ¡Toquen y hablen suave, camaradas! Fidel, simplemente, está dormido. Ya sembró el ideal que ilumina pueblos. Cosecharemos en su nombre, camaradas, victorias. Fidel ha reflexionado. Recojamos su legado. Es todo, camaradas”.
¡Fidel sigue siendo un arma cargada de futuro! Jara toca una guitarra vuelta sus manos luego de la muerte del tirano Pinochet. La Higuera hace una asamblea de árboles, quebradas y escuelas. Hay llovizna de luto en toda la Sierra Maestra. Santiago de Cuba asume todo el heroísmo de la obra de Fidel. Hay parada de pioneros con sus manos levantadas al sol. Marchan combatientes por los montes en reflexión continua de redención. Vuelan bajos los halcones y suben luego a las nubes donde descargan su llanto. Están en diálogo los dioses naturales con los hijos de lluvia y sol. ¡Fidel, se está durmiendo!
Hay alegría desbordada en los enemigos de la libertad. Creen, erróneamente, que Fidel ha muerto. Piensan que han vencido en la batalla de las ideas. Aseguran que con la muerte de Fidel han partido, para no volver, los conceptos ciertos de la historia. Están errados: ¡Fidel vive, sólo se está durmiendo!
Suenan los clarines. A Fidel no le gusta el silencio permanente. Quiere escuchar himnos y no lamentos. Sabe que aún hay millones de seres humanos infelices sobre la faz de la Tierra. Los combatientes de Martí siguen cultivando las rosas blancas. En las barricadas están cantando la Internacional y los comuneros recuerdan el espíritu de la Marsellesa. Ya no es tiempo de Lutero para reformas. De lo que se trata es de la Revolución. ¡Pa’lo que sea Fidel, pa’lo que sea!
¡Camaradas: ya Fidel está dormido! Por favor: que no hayan dolores ni despedidas; que ningún lamento se deje escuchar de la boca de un revolucionario; que ningún prólogo de lisonja se escriba sobre Fidel por alguna mano amiga y camarada; que ningún epílogo se dedique a lo que no pudo hacer en vida, sino a lo que falta por hacer siguiendo el ejemplo vivo de su presencia revolucionaria en la Tierra.
¡Está dormido, el camarada Fidel! Se mueve su barba guerrera con la brisa del pensamiento que hace su camino andándolo. Se le miran sus iris como observando un mundo entero a través de sus ojos dormidos. Que se agiganten los pechos de pueblos enteros por el ardor de la libertad. Que se inflen los corazones de combatientes y más pronto se conquiste el sueño que nació con la humanidad: su emancipación social.
¡Fidel, camaradas, se ha quedado dormido!, como si fuera una gran roca de la montaña o del mar, en silencio pero moviéndose. Eso no es una catástrofe. Es la razón última de la vida que lo ha visitado. Sólo está dormido el más grande.
¡Camaradas: Fidel, está dormido! Por ahora, no lo despierten, sólo está reflexionando. ¡Pa’lo que sea Fidel, pa’lo que sea!
Fidel supo ganarle al tiempo todos los estados del reposo para conocimiento del hombre y del mundo en beneficio de la humanidad.