En nuestro país usamos la palabra desahuciar cuando se sabe de alguien que irremediablemente va a morir sin que la ciencia médica pueda hacer algo por salvarla. En España, no. En España es empleada para desalojar a alguien de la casa en la que está viviendo.
El viernes pasado, Amaia Egaña iba a ser víctima de un desahucio en el país vasco. La mujer, de 53 años, fue concejal socialista entre 1998 y 2003. Acosada por las autoridades judiciales prefirió lanzarse al vacío "mientras la comitiva judicial subía por las escaleras para echarla de allí", como refirieron los cables.
España y Europa en general son víctimas del capitalismo, la peor plaga que pueda acosar al ser humano. Es indolente e implacable. Pagar primero y vivir después, es su consigna. Al carajo cualquier consideración por muy humana que pueda ser. La vida no vale nada frente a su maldita económica razón de ser.
Ante la posibilidad de perder su vivienda, Amaia había pedido un préstamo. La palabra "préstamo" suena bonita cuando se usa entre panas, pero cuando ese "pana" es el capitalismo se convierte en una guillotina para quien estuvo obligado a ir en su búsqueda, porque entonces entran en juego los intereses y todo tipo de artimaña y alimaña carente de sentido ético.
Todo indica que para ella y su familia fue imposible cumplir con el trato acordado. Eso, en capitalismo puro y salvaje, es cuasi pecado. La deuda ascendió a 214 mil euros (un euro es poco más de 5 bolívares) y la soga le llegó al cuello. Expirados los plazos legales, los verdugos defensores de la burguesía llegaron al edificio en procura del desahucio poco después de las nueve de la mañana, presencia detectada por la exedil, quien por supuesto no respondió al llamado que le hacían desde la puerta.
Al ingresar, los asalariados de la injusticia no la vieron. No estaba allí. Su cuerpo yacía sobre la acera, agonizante. Fue la segunda ciudadana que en 15 días decidió el suicidio presionada por las desigualdades y las injusticias que el capitalismo aplica a los más débiles.
