Permítanme los camaradas que hablan y escriben sobre fascismo en Venezuela que emita una opinión al respecto debido a la gravedad y lo tensionado del término o concepto ya que, debemos repetirlo las veces que sea necesario, las ciencias trabajan con categorías históricas y no con supuestos incompletos. No pretendo dictarle clase de ciencia o, más concretamente, de política y de conocimiento de fascismo a nadie pero nadie como el marxismo posee una inmensa riqueza de conocimientos sobre ese fenómeno político que antes de finalizar la primera mitad del siglo XX puso en jaque de muerte al mundo y que en la actualidad está nuevamente mostrando sus dientes y sus garras, especialmente, en los escenarios de Europa y Estados Unidos.
El término o palabra de moda en la lucha política actual –desde el punto de vista de teoría- no es otro que “fascismo”. En estos días fue publicado un artículo en aporrea muy interesante sobre el tema titulado “¿Qué se entiende por fascismo?” de Edgar Antonio Perdomo donde expone elementos para entender ese régimen político que tiene su propia ideología que no se confunde con otras aun cuando contiene elementos de bonapartismo, que es el escalafón que le antecede. Que el número de sus lectores, en comparación con la población que tiene acceso a internet, sea ínfimo es algo lamentable pero cierto. Pues, ya otros camaradas también se han incorporado al debate con sus opiniones y sus argumentos como, igualmente, intelectuales de la Oposición han expuesto sus opiniones y sus criterios sobre el tema en diversos medios de comunicación a su disposición.
Nadie en este planeta describió tan correctamente la sicología de un fascista como ese grande sicoanalista que terminó “loco” persiguiendo el orgón y supuestamente murió de un ataque al corazón en una cárcel de Estados Unidos, Wilhelm Reich, pero nadie ha escrito más científica y políticamente mejor de fascismo que el camarada León Trotsky. Todos los que tengan acceso a internet o a los textos publicados sobre la materia pueden comprobar esa verdad inobjetable.
Sin duda alguna es una necesidad que todo político y, especialmente, el revolucionario debe, por lo menos, tener un idea –aunque sea breve pero precisa- de lo que es fascismo o nazismo y que no es otra cosa en esencia que el afán del capitalismo de perpetuarse por siempre a través de los métodos políticos más salvajes, criminales, bestiales, monstruosos y perversos. Su ideología está sustentada en la horrible creencia que una raza aria ha sido predestinada para gobernar el mundo en nombre de Dios y la Santísima Trinidad Burguesa que es la altísima propiedad privada, es decir, el todopoderoso capital financiero.
Se puede creer en algo, se puede escribir sobre ese algo con los argumentos que uno considere le dan la razón, pero ello no indica que eso sea exactamente la verdad. No pocas veces la emotividad por una determinada tendencia del pensamiento social, creyéndose dueña de todos los conocimientos y de todas las verdades, lanza sus consignas sin que éstas tengan ninguna correspondencia con la realidad en que se desenvuelven. De esa manera a todo lo que le parezca como un adversario –no importa el tamaño o si sea verdad o mentira- lo acusan de fascismo o de comunismo o de terrorismo. Juzgar una realidad como fascista sin serlo es uno de los más terribles errores que pueda cometer una dirección política sea de la tendencia doctrinaria que sea. Es aceptable y hasta respetable, por no decir otra cosa, que un creyente le salga con una cruz a todo lo que considere Diablo, pero un marxista tiene que asegurarse que su táctica, su sistema de organización y su programa se fundamenten en la objetividad de la lucha de clases tanto en el plano nacional como en lo internacional. Hubo, por ejemplo, quienes antes de producirse la segunda guerra mundial acusaron al Estado Soviético de fascismo por la simple razón que detestaban a Stalin. El odio personal hizo que lanzaran una táctica equivocada, porque no se correspondía la acusación con la realidad o la verdad.
Si una hormiga confunde un oso hormiguero con un león, un cangrejo confunde un pulpo con un tiburón o un picaflor confunde un loro con un halcón, lo más seguro y hasta correcto –para ellos- es que salgan en velocidad argumentando que no tienen las armas ni están dadas las condiciones idóneas para hacerle frente y vencer al enemigo que no los perdona para comérselos si los encuentran solos. En ese sentido se justifica la salida o repliegue alegando que se va en busca de solidaridad para hacer su resistencia o lucha en condiciones que vayan permitiendo estar capacitados para el momento decisivo de poder enfrentar con éxito al enemigo. Si se confunde lo contrario, es decir, un león con un oso hormiguero, un tiburón con un pulpo o un halcón con un loro, lo más seguro es que se lancen al ataque prácticamente desarmados confiando en que su enemigo es tan débil e incapaz que nada evitará su victoria inmediata, sin darse cuenta que va derechito a un terreno desconocido donde lo espera su derrota inminente.
En política no es correcto ni acertado operar con la visión y el ficticio conocimiento del hechicero que cree ver en la orina todas las enfermedades que se producen en el cuerpo y en el alma. Para combatir con éxito un sujeto o un objeto es imprescindible conocerlo, y tratar de hacerlo lo más detallado posible para que los errores se reduzcan a la mínima expresión y se garantice la victoria. Precisamente el marxismo con su dialéctica, como guía para la acción, permite resguardar al analista de esas ficciones que hacen confiar más el triunfo de una causa en el milagro que en las propias fuerzas de los explotados y oprimidos por el capitalismo. Es necesario saber qué es el fascismo y por qué triunfó para que nunca más el mundo vuelva a vivir una pesadilla tan maligna como esa. Lo lamentable, es que el capitalismo más avanzado (el imperialista) nos está dando pruebas que sus últimos pataleos serán acompañados de régimen político fascista o nazista.
No pocas veces, incluyendo a muchos que sostienen el marxismo como su arma teórica, se confunde un objeto con otro objeto o un sujeto con otro sujeto. Se detienen, para ello, justo en el punto en que debe aplicarse la rigurosidad científica de la dialéctica para poder captar los elementos que diferencian lo uno de lo otro. De esa manera se ha creído que bonapartismo sea lo mismo que fascismo. Se mencionan estas dos formas de gobierno por ser las que diferenciándose bastante, en método pero no en objetivo estratégico de dominación, del gobierno burgués de democracia representativa, son las que llevan la utilización del método de la violencia a escalafones muy elevados y que, a la larga, resultan imposibles de consolidar por mucho tiempo aunque salven al capitalismo de caídas estrepitosas en un determinado momento de su existencia. El bonapartismo viene siendo un gobierno de una dictadura militar-policial que necesita mostrar un disfraz del parlamentarismo, es decir, hacer creer que ejerce el gobierno bajo un consenso del parlamento, pero en realidad éste está sometido de pies a cabeza a ese gobierno que se convierte en juez y árbitro de la nación. Es un gobierno, que como lo dice Trotsky, al “… erigirse políticamente por encima de las clases como su predecesor el cesarismo, representa en el sentido social, siempre y en todas las épocas, el gobierno del sector más fuerte y firme de los explotadores. En consecuencia, el actual bonapartismo no puede ser otra cosa que el gobierno del capital financiero, que dirige, inspira y corrompe a los sectores más altos de la burocracia, la policía, la casta de oficiales y la prensa” Si nosotros le metemos un lente a lo que fueron los gobiernos de Pinochet en Chile y de Fujimori en Perú, para no irnos tan lejos, veríamos con suma claridad la correspondencia de las ideas expuestas anteriormente con la realidad de lo que fueron e hicieron esas dictaduras militares-policiales. ¿Es cierto o no?
El fascismo (denomínese también nazismo o falangismo para efecto de este trabajo) no es una forma de gobierno político que cae del cielo por obra y gracia del señor Satanás como la expresión del mal y, mucho menos, una venganza de Dios por tantas desobediencias del hombre cometidas en la tierra contra sus designios. Es el resultado de graves crisis sociales del capitalismo en que se ve sumamente afectada la reproducción del capital, la acumulación “natural” del capital y, por lo tanto, se manifiesta la necesidad de una fuerza y una violencia capaces de crear condiciones en provecho de los grandes monopolios del capital financiero. El fascismo es la manifestación de poder político del capital financiero como una destilación químicamente pura de la descomposición cultural del modo de producción burgués.
El fascismo es un recurso político extremo del capital financiero, porque mientras exista lucha de clases debe entenderse que las situaciones sociales tienen solución es en el campo de la política. Trotsky dice con gran acierto, que:
“La fuerza del capital financiero no reside en su capacidad de establecer cualquier clase de gobierno en cualquier momento de acuerdo a sus deseos; no posee esta facultad. Su fuerza reside en que todo gobierno no proletario se ve obligado a servir al capital financiero; o mejor dicho, en que el capital financiero cuenta con la posibilidad de sustituir, a cada sistema de gobierno que decae, por otro que se adecue mejor a las cambiantes condiciones. Sin embargo, el paso de un sistema a otro implica una crisis política que, con el concurso de la actividad del proletariado revolucionario, se puede transformar en un peligro social para la burguesía…”
El fascismo es una forma de Estado burgués que se expresa como una dictadura autocrática abierta, fuerte, violenta, cuya misión no es sólo garantizar el enriquecimiento y el privilegio extremos al capital financiero, sino también garantizarle las condiciones de un orden de ‘paz’ y de esclavitud de la clase trabajadora sin que ésta cuente con mecanismos de autodefensa. Es el régimen político más agresivo y represivo del capital financiero para dominar todos los órdenes de la economía capitalista y de la vida social. Es una expresión política de salvajismo y barbarie del capital imperialista buscando salida económica a sus crisis de reproducción de capital monopolista, satisfacer su ansia de dominio y ensanchamiento de mercado, su necesidad agobiante de materias primas y de fuentes energéticas, y la imperiosa exigencia de un orden de desarme completo de la clase obrera, sectores sociales y organizaciones políticas que pongan en peligro la estabilidad de los supremos intereses económicos del capitalismo imperialista. El fascismo, como lo decía Trotsky, es la personificación de todas las fuerzas destructivas del capitalismo, es decir, la expresión más acabada de la voluntad imperialista de poder.
El fascismo se sustenta en la concepción anticientífica que la sangre es el sello de la identidad nacional-étnica y declara que las características innatas determinan biológicamente el comportamiento humano. Considera la valoración del ser humano no por su característica personal, sino integralmente por su pertenencia en una “nación-colectiva de raza”. Sin concepción de sangre pura no existe fascismo puro posible.
La historia de la lucha de clases marcha de manera cambiante y en zigzag, tiene en cada etapa sus contradicciones antagónicas que presentan la urgencia de su solución, lo nuevo exige suplantar a lo viejo, los cambios cuantitativos preparan el salto cualitativo, toda tesis tiene su antítesis. Esa es la lógica dialéctica de la vida y, especialmente, donde con mayor fuerza se nos presenta de veracidad es en la lucha de clases. Para que se imponga el fascismo es imprescindible se produzca una extrema agudización de las contradicciones entre las clases que indican, de un lado, la declinación de un sistema y, del otro, el avance de unas fuerzas que caracterizan la superación de las crisis y el pase a uno nuevo. Podemos decir que entrando en crisis el capitalismo imperialista, tal como sucedió en Alemania luego de la primera guerra mundial, los mayores oligarcas concentrando los grandes medios de producción (el monopolio, la ley del valor y el mercado) se mostraron incapaces para regular las relaciones económicas. En ese caso se hace una condición sine quo non la participación del Estado como el medio más fuerte y violento para cumplirle con las necesidades económicas al capital financiero. En un tiempo de crisis de producción con debacle financiera en un país imperialista, los amos del capital financiero apelan sin duda a un Estado extremadamente represivo para que los saque de tan mala racha.
Para que el fascismo se convierta en una alternativa inmediata de poder político para el capitalismo, éste tiene que entrar en conflictivas situaciones que se caracterizan por serias contradicciones entre las clases, y donde se destaca esencialmente un odio concentrado y terrible de la pequeña burguesía hacia el proletariado. ¿Saben por qué? Sencillamente porque el fascismo, lo dijo Trotsky y tiene razón, es un medio específico de movilizar y organizar a la pequeña burguesía en interés social del capital financiero. En esas circunstancias, el monopolio como expresión de clase burguesa imperialista, se fundamenta en las relaciones directamente contrarias entre la pequeña burguesía y el proletariado. Cuando la pequeña burguesía se convence que está depauperada y desclasada entra en un grado extremo de desesperación, comienza a dar patadas de ahogado, no quiere la cáscara de la nuez sino la pepita que lleva por dentro, y en ese trance, fracasado el parlamentarismo burgués para buscar solución a las crisis, se lanza a los brazos del fascismo y lo alimenta cuantitativa y cualitativamente. En una situación de tanta incertidumbre para una pequeña burguesía enloquecida, ansiosa de alcanzar riqueza y temerosa de quedar en las filas proletarias producto de su ruina, se alinea de muy buen agrado al lado del fascismo, ya que éste le representa la mejor iniciativa para superar su caótica situación, que no verá en manos del proletariado a quien cataloga como incapaz de buscarle una solución favorable a sus intereses en su lucha contra el capitalismo imperialista. Mandel Ernest, siguiendo las enseñanzas de Trotsky, señala que una condición primaria para el surgimiento del fascismo, es la siguiente:
“Un movimiento semejante sólo puede surgir en el seno de la tercera clase de la sociedad, la pequeña burguesía que, en la sociedad capitalista, existe al lado del proletariado y de la burguesía cuando la pequeña burguesía se ve tan duramente afectada por la crisis estructural del capitalismo maduro y se sumerge en la desesperación (inflación, quiebra de los pequeños empresarios, paro masivo de los licenciados técnicos, empleados superiores, etc.) entonces, al menos en una parte de esta clase, surge un movimiento típicamente pequeño-burgués, mezcla de reminiscencias ideológicas y de resentimiento psicológico, que alía a un nacionalismo extremo y a una violenta demagogia anticapitalista, al menos verbal, una profunda hostilidad con respecto al movimiento obrero organizado (<<ni marxismo, ni comunismo>>). En cuanto este movimiento, que se recluta especialmente entre los elementos desclasados de la pequeña burguesía, recurre a la violencia física abierta contra los trabajadores, sus acciones y sus organizaciones, ha nacido un movimiento fascista. Tras una fase de desarrollo independiente que le permite convertirse en un movimiento de masas e iniciar acciones de masas, necesita el apoyo financiero y político de importantes fracciones del capital monopolista, para llegar a la toma del poder”.
El fascismo fundamenta su accionar en la liquidación de las organizaciones obreras, en la destrucción de las reformas o reivindicaciones sociales y en la negación completa y con radicalismo violento de los derechos democráticos, con el fin de evitar el resurgir de la lucha de clases del proletariado. Alguien dijo y tiene razón, que “El Estado fascista legaliza oficialmente la degradación de los trabajadores y la depauperización de las clases medias en nombre de la salvación de la “nación” y de la “raza”, nombres presuntuosos bajo los que se oculta al capitalismo en decadencia”. Todas las realidades y estadísticas del capitalismo, en su fase imperialista, demuestran que la acumulación de capital en pocas manos va creando, al mismo tiempo, la depauperación de los sectores medios llevando a su mayoría hacia las filas de la proletarización. De esa manera absorbe a pequeñas y medianas industrias que son de su interés, y a la mayoría las degrada asegurándoles el camino de la miseria a sus propietarios. Alguien sostiene que también es cierto, que “… el desarrollo del capitalismo ha estimulado considerablemente un aumento en el ejército de técnicos, gerentes, empleados, médicos: en una palabra, la llamada “nueva clase media”. Pero ese estrato, cuyo aumento no tenía ya misterios para Marx, tiene poco que ver con la vieja clase media, que en la propiedad de sus medios de producción tenía una garantía tangible de independencia económica. La “nueva clase media” depende más directamente de los capitalistas que los obreros. En efecto, estos están en gran medida bajo la dominación de esta clase; además dentro de esta nueva clase media, se ha verificado una sobreproducción considerable con su correspondiente consecuencia: la degradación social”. Lo que sí es cierto es que el miedo terrible de los sectores de la pequeña burguesía hacia su proletarización les hace desplazar con la velocidad del relámpago en busca de su salvación, y de allí su fácil acomodo hacia la tendencia del fascismo, nazismo o falangismo.
Para el fascismo es esencial abatir al movimiento obrero y someterlo a su poder. Este es su gran compromiso con el capital financiero. En el caso del nazismo alemán, se vio favorecido enormemente por la ruina de los rentistas y los pequeños ahorristas, la creación de enormes tiendas que llevaron a la quiebra a la mayoría de los comerciantes, la concentración industrial que le hizo la vida imposible a los medianos empresarios. Eso hacía que la pequeña burguesía, muy heterogénea por cierto, se fuera proletarizando, y esto la asustaba demasiado. Era como su propia muerte. La experiencia histórica ha demostrado que la pequeña burguesía, repetimos muy heterogénea, no puede jugar un papel propio determinante en el curso de la historia, pero sí puede hacer mover el cauce de la misma y darle un sentido específico. Fue, precisamente, la pequeña burguesía ganándose a las masas del pueblo la que le completó la revolución francesa a la burguesía en los años finales del siglo XVIII. En definitiva, el sostén o el pilar de un régimen fascista para imponer su orden son los sectores medios, es decir, los pequeños burgueses.
Para que triunfe el fascismo es imprescindible que haya un desarrollo extremo de la demagogia social, que sea capaz, de un lado, atacar al capital financiero pero garantizándole todo el poder político para sus planes económicos y, por el otro, ofreciendo reivindicaciones sociales destruyendo todas las expresiones organizativas del proletariado, y de todos los movimientos políticos que son enemigos de los intereses del capitalismo. En concreto, la demagogia social, para triunfar el fascismo, debe ser extremadamente reaccionaria y ejecutar el terror pequeño burgués para poder amordazar a las masas que marchan detrás del ‘salvador’, y para eso lo único que vale es la utilización del poder del Estado. El fascismo, especialmente el nazismo alemán, supo seducir y atraerse a la pequeña burguesía colérica por la posibilidad de su ruina completa con consignas anticapitalistas, disfrazándolas de revolucionarias, aunque se cuidaron de no hartarlas de verdadero socialismo ya que sabían que eso, como la crisis, les asustaría. Reich dijo:
“En la medida en que el nacional-socialismo debía acentuar su carácter popular (antes de la toma del poder e inmediatamente después), era de hecho anticapitalista y revolucionario. En la medida en que se despojó poco a poco de sus aspectos anticapitalistas (con el fin de consolidar el nuevo régimen) y se mostró bajo su verdadero aspecto, llegó a ser el mejor aliado del imperialismo y del sistema capitalista”.
El fascismo necesita de una ideología que recoja las hipótesis más descabelladas y anticientíficas que se sustenten en un extremo odio racial, que justifique toda clase de criminalidad y de violencia para sostener la dominación de una raza pura (aria) sobre todas las demás que son consideradas inferiores y, al mismo tiempo, servirle con lealtad al capital financiero. Entre ellos podemos destacar: Gobineau, quien proclamó a los alemanes como la mejor y más hermosa raza, alegando que los eslavos tenían que ser pasivos y subalternos para siempre de los primeros. Nietzsche (alemán) decía: “La humanidad extenuada e indolente necesita no sólo las guerras en general, sino las guerras más grandes y espantosas; por consiguiente necesita volver a los tiempos de la barbarie”. Entonces recomendaba: “Sed violadores, ávidos, violentos, intrigantes, serviles, soberbios, y, según las circunstancias, incluso conjugad en vosotros estas cualidades”. Banze (fascista) recomendaba la guerra bacteriológica y química, la contaminación del agua con bacilos de tifus y propagación de epidemias en los pueblos enemigos. Lapouge propuso en un congreso eugenésico mundial celebrado en los Estados Unidos, que se exterminara gradualmente los pueblos coloniales y dependientes por medios de intervenciones biológicas. Para este genio de la muerte el desarrollo social se encuentra determinado por el choque de los braquicéfalos (cráneo redondo) con los dolicocéfalos (cráneo alargado). Campbell (autor de “Las teorías norteamericanas del problema racial”), señala que el racismo es el único principio posible de las relaciones humanas, donde el blanco es superior al negro por ser una ley natural y, por lo tanto, no debe lucharse contra esa naturalidad. Spearkman sostuvo que la posición geográfica de los Estados Unidos lo obliga a llevar su dominación sobre otras naciones y pueblos de América Latina y del mundo, siendo el mejor método para ello la guerra de rapiña. Huelles exige espacio vital para el capital norteamericano, argumentando como válido el principio de que el “hombre es un lobo para el hombre”. Eihuntington propuso la gran osadía que los demás pueblos deben renunciar a su soberanía nacional a favor y provecho de los Estados Unidos. Tarde consideraba que existe una ley universal de la vida, donde los seres inferiores tienen que ser siempre imitadores de los seres superiores. Malthus (sacerdote inglés que creía en Dios) era amante de la belicosidad del capitalismo, expuso que la miseria y el paro forzoso eran consecuencia del proceso biológico de procreación de los hombres. Justificó la explotación del hombre por el hombre y recomendó a los trabajadores el celibato. Proponía guerras para exterminar una buena parte de la población porque su crecimiento no se correspondía con la producción de bienes materiales. Worms explicó el desarrollo social por anatomía y fisiología. Recomendaba al proletariado que estudiara patología, terapia e higiene y se olvidara de por vida de las teorías revolucionarias. Dewey creía en la armonía que subordina siempre ideológicamente el proletariado a la ideología de la burguesía. Gidding sostiene que existe una clase superior (la burguesía) que piensa en la “unidad de la especie humana” y, por lo tanto, está destinada a dominar el mundo; existen los no sociales (sectores medios) que no comprenden o comprenden insuficientemente la unidad de la especie humana; los seudo-social (los pobres) que poseen desfigurada completamente la conciencia sobre la unidad de la especie humana; y los antisociales (los enemigos del régimen capitalista) que carecen casi por completo de conciencia sobre la unidad de la especie humana. Nance (estadounidense) propuso la guerra bacteriológica, empleo de gases mortales, uso de bombas atómica y de hidrógeno, lanzamiento de cohetes interplanetarios y no tener compasión con hospitales, escuelas, templos ni otros grupos de población civil; es decir, el exterminio al estilo de la ley de la selva para garantizar el dominio del capitalismo. No todos, ciertamente, fueron pensadores salvajes. Toda regla tiene su excepción. Hege l(notable pensador alemán) no más llegó a afirmar equivocadamente que el clima desempeña el papel principal en la historia, pero nunca a proponer exterminio de pueblos para favorecer a los ricos. Herbert Spencer (representante cabal de la sociología inglesa) no pasó de recomendar que hubiera que luchar contra el socialismo porque el proletariado era enemigo de la burguesía. Jhon Stuart Mill, no fue más allá de recomendar reformas que no perjudicaran y más bien fortalecieran al régimen burgués, porque (y es verdad en parte) el proletariado es responsable de que viva mal. Quetelet no se sobrepasó de invocar que la supremacía espiritual adquiere un papel mayor que la supremacía física en el capitalismo y, por lo tanto, éste es el reino de la razón. Sin ese desorden ideológico no es posible concebir ideas como la de que un líder se sienta predestinado por Dios para gobernar el mundo en su nombre. El fascismo de eso necesita alimentar su espíritu. El fascismo tiene que ser profundamente falso en su teoría o ideología, pero profundamente pragmático y cierto en su convicción o voluntad de poder, de dominio, criminalidad y de ultraje o pillaje.
El antisemitismo fue un elemento nutritivo para el fascismo. La ideología nazi se sustentó, entre tantos barbarismos, en que los judíos contaminaban la sangre germana, conllevaba al debilitamiento de la raza aria, de la disgregación moral, y de explotar y saquear a la nación alemana. El fascismo es capaz de inventar las mentiras más descaradas para justificar su criminalidad y su venganza. Esa política busca crear pánico en sectores nacionales contra los judíos pero también contra los comunistas, de verlos como socavadores de la moral y la cultura tradicionales de los pueblos ‘superiores’. La pequeña burguesía, por su papel de centrismo económico de no ser inmensamente rica ni tampoco ser muy pobre, cuida mucho de la disciplina, no congenia con el desorden pero siente profundo apego al egoísmo y se escuda detrás de una moral rígida para hacer valer su honor y su deber. De la misma manera, es ahorrista y le gusta un orden social de acuerdo con la concepción de vida pequeño burguesa. Reich decía que las capas medias –es decir, las pequeñoburguesas- es donde “… los lazos familiares están más cerrados, y donde la vida sexual se reprime más”. De allí surge esa nefasta idea, expuesta por el nazista Rosenberg, que el cruce de razas produce la degeneración de la progenitora. Un pequeño burgués convencido de tal falacia entra fácilmente en estado de angustia percibiendo que si se proletariza pierde la calidad de su moral autoritaria, sus valores y sus privilegios.
El nacionalismo falso y extremo es ideal para el desarrollo del fascismo. Reich, eminente sicoanalista, describe cómo es capaz la pequeña burguesía de perder su independencia para entregarse en cuerpo y alma a un salvador individual. Dice: “Los que le tienen miedo a la libertad están listos para entregarse a un jefe, ¡ese abandono es tan tranquilizador! Poner su destino en manos de un jefe prestigioso proporciona un alivio evidente: se renuncia a tomar responsabilidades y se espera que la solución de todos los problemas caiga del cielo. El personaje de Hitler, rodeado de un halo místico, se adecuaba perfectamente a las circunstancias. No perdía tiempo en argumentaciones, pero martilleaba a sus auditores con discursos que hacían vibrar cuerdas del inconsciente colectivo. Estaba dotado de capacidades excepcionales de oratoria y tocaba en un registro irracional: el chauvinismo, los sentimientos de inferioridad de los alemanes, su necesidad de dominio y rebeldía”. Ese tipo de nacionalismo incentiva el culto irracional de la familia por la patria, por el Estado, y a los jóvenes les impone el cultivo del militarismo. Promete, demagógica pero sofísticamente, la disolución de las clases en una idealizada identidad nacional. El fascismo es una expresión acabada del engaño adaptando su eclecticismo a la sicología de las masas: por un lado, habla de revolución a los proletarios y, por el otro, hace promesas que tranquilizan a los grandes del capital financiero. Cuando Reich comenzó a alertar sobre el peligro que iba representando el movimiento nazista en Alemania antes de tomar éste el poder, los comunistas alemanes no le hacían caso alegando que Hitler no era más que un agitador sin futuro y que pronto los nazis fracasarían por completo. Con creces se pagó tan reducida y errónea visión de la realidad.
La ausencia, por ejemplo en Estados Unidos y en Europa, de una dirección revolucionaria o de un partido verdaderamente revolucionario de vanguardia de la clase obrera es un elemento que contribuye, en un momento de grave crisis del capitalismo imperialista en que las condiciones objetivas plantean una solución radical a las contradicciones, al fortalecimiento y triunfo del fascismo. Mientras más se atrase un proceso revolucionario en una situación en que los de abajo no quieren que los sigan gobernando los de arriba, y éstos no puedan seguir gobernando como lo venían haciendo, más aliciente encuentra el fascismo para interponerse como el salvador de las crisis no a favor del proletariado sino del capital financiero.
En el caso venezolano si no se le pone coto a una polémica desproporcionada donde los verdaderos elementos de fascismo no se aclaran, podemos llegar a un momento en que miles de miles de personas se sentirán aterrorizadas y buscarán desesperadamente salidas de carácter violento a sus situaciones. Tal vez, contrariando lo que en este artículo se expone, se pudiera decir que el fascismo de hoy día, denominado por algunos como fascismo del siglo XXI, no se parece en nada al que se puso de manifiesto durante el siglo XX y que las nuevas características hacen inviable el fascismo al estilo de Mussolini o al nazismo al estilo Hitler. No lo sé. Pero el fascismo sin ideología de raza pura, por lo menos hasta ahora en el marxismo y en la realidad, no es fascismo ni nazismo. Otra cosa, debemos repetirlo, es que en países como el nuestro haya expresiones de fascismo. Eso no se niega pero creer que acá podrá imponerse un régimen político fascista o nazista es una contradicción entre la teoría y la práctica. Definitivamente, el régimen fascista o nazista sólo es posible instaurarlo en una nación imperialista y no en países llamados del Tercer Mundo, en vías de desarrollo o subdesarrollados. Claro, eso no niega el deber de denunciar y luchar contra todo lo que sea una expresión fascista e incluso bonapartista.