Los recientes acontecimientos sociales ocurridos en Brasil, pueden ser calificados como una erupción con toda la carga geológica que el término posee.
Brasil es un gigante. La sexta economía industrializada del mundo, la primera potencia tecnológica de Suramérica y segunda en el continente, y el quinto país en extensión territorial (poblacional) del planeta.
Lo que estamos presenciando es la brusca aparición en la superficie brasileña de todo el conjunto de angustias y sentimientos de una sociedad, que a pesar de su poderío, y de todo el esfuerzo social que han realizado los Gobiernos progresistas de Lula y Dilma, no han podido ser satisfechas.
Lula Da Silva, desarrollo un conjunto de programas sociales que permitieron a cerca de 40 millones de personas salir de la más espantosa pobreza. Sin embargo, todavía quedan más de 70 millones que viven en situación de dificultades económicas y sociales. La superación parcial de la pobreza no resolvió la enorme desigualdad que el sistema económico alberga, ni tampoco ha creado las condiciones necesarias para el despliegue del ascenso social de quienes superaron el umbral del hambre y las excesiva des primarias.
Brasil se encuentra atrapado en la contradicción de tener gobiernos progresistas preocupados por la erradicación de la pobreza, en medio de un sistema económico poderoso altamente exportador que limita las posibilidades de realización plena de las mayorías sociales.
Sumemos a lo anterior el hecho de que las políticas sociales exitosas aplicadas en los últimos años, no han sido acompañadas de un proceso de rupturas en el orden cultural, política e ideológicas, sino que han sido desplegadas en el marco de una visión economicista que ha terminado reforzando la lógica reproductiva del sistema desigual, en la cual se hace imposible la exacta comprensión de la naturaleza de los cambios producidos.
Distinto al proceso de la Revolución Bolivariana, en el cual las políticas sociales tienen una manifiesta orientación que apunta hacia la superación del injusto orden del capital, creando un espacio para el advenimiento de la conciencia crítica e impugnadora del sistema.
Sin embargo, la respuesta de la Presidenta Dilma, mujer de pensamiento progresista, ha sido la correcta al enfocar la solución inmediata de esta erupción hacia el campo de las reformas políticas, y de reivindicaciones sociales que satisfagan las necesidades más apremiantes de la población.
En el mediano plazo, el dilema que tendrá planteado este gigante suramericano, será acompasar su crecimiento económico-industrial con políticas estructurales que indiquen a las mayorías sociales discriminadas y excluidas por el Sistema, un cambio profundo en la distribución
permanente de los beneficios económicos, en el disfrute de mayores niveles de vida, y en la apertura de mayores condiciones para la plena realización ciudadana, en la perspectiva de quebrar la lógica reproductiva del industrialismo tradicional. De lo contrario, el volcán seguirá estando allí, y las nuevas erupciones serán inevitables.