Carentes de argumentos para justificar la felonía, los promotores de la apertura de la actividad energética a la inversión privada inventan ahora el de la competencia –supuesta panacea de moda- para acabar con los monopolios de Pemex y la CFE, en obediencia al dogma que los califica de aberración económica causante de los altos precios de combustibles y electricidad. Tal parece que ya se convencieron de que los argumentos de falta de capacidades financiera y tecnológica no resisten a las razones expresadas en contrario, entonces apelan a lo dogmático para tratar de evitar la confrontación y el debate: el monopolio es malo y el monopolio público es mucho peor; sólo la inversión y la actividad de los particulares ofrece calidad y precio adecuados en la oferta de bienes y servicios; el gobierno y sus empresas son corruptos por definición, además de ineficientes y riesgosos, etc. Con esta propuesta el PAN pone una pica en Flandes para jalar la negociación hacia su conveniencia, seguramente alentado por Peña, Videgaray & Co. interesados en llegar a una postura intermedia que permita la apertura a los particulares bajo la “rectoría del estado”, debidamente envueltos en el lábaro patrio.
Pero el tema no es asunto de dogmas ni tampoco de regateos entre posturas extremas, sino de razonamientos técnicos debidamente sustentados, por sí mismos y por el análisis comparativo internacional, como han quedado debidamente expuestos por los expertos en la materia tantas veces como ha sido intentada la privatización. Para el dogma de la competencia los razonamientos son inútiles, precisamente por ser dogma; en tal caso lo que puede proceder es el análisis de la viabilidad de los escenarios posibles. Aquí es útil anotar que las grandes empresas petroleras privadas sólo compiten por agenciarse el mayor número posible de campos petroleros y no en el mercado de sus productos. En esa competencia operan toda clase de armas, principalmente las de orden político; provocan guerras, imponen o deponen gobiernos, corrompen o castigan; los aspectos tecnológicos juegan un papel mínimo despreciable. Hoy están compitiendo por lograr la mayor tajada posible del desmantelamiento de Pemex; sus cabilderos andan sueltos para, de manera conjunta, pugnar por la apertura y, en lo individual, por las concesiones o contratos que se deriven. El mercado del petróleo está dominado por los productores, al grado de regular el volumen de la oferta para mantener los precios altos (OPEP). En esta circunstancia la competencia no existe entre productores; es una absoluta falsedad que Pemex deba abrirse a la competencia en este rubro.
Dicen que se requiere competencia en materia de ductos para la distribución. Otra falsedad. Ni modo que para que haya competencia se instalen dos o más oleoductos para los mismos origen y destino, de manera que gane el que cueste menos y ofrezca mayores ventajas; no hay inversión que acepte tal régimen. En todo caso sería una sola empresa la prestadora del servicio y eso, aquí y en China se llama monopolio y, dado el caso, es preferible que sea del estado a que sea de algún particular.
En lo que hace a la refinación y expendio de gasolina y diesel, dicen que la competencia permitirá bajar los precios y mejorar la calidad. También es falso. En primer lugar, hoy los precios los determina la SHCP con base en criterios de política económica, por el hecho de ser un elemento estratégico para el desarrollo. Para que haya competencia tal instrumento tendría que ser eliminado lo que, entre otras cosas, derivaría en precios diferenciados por la distancia en perjuicio de las zonas del norte y noroeste carentes de petróleo o entre empresas por la formación de consorcios de intereses. Puede haber una gasolinera diferente en cada una de las cuatro esquinas de un crucero pero el precio será el mismo, sólo competirán por imagen colocando lindas expendedoras en minifalda o desnudas, pero nada más que beneficie al consumidor, incluso el escenario más seguro es que cada uno tendrá que vender a un precio mayor al actual.
Señores tecnócratas vendepatrias: por favor, no se burlen de la inteligencia de la gente. Su afán de competencia los hace verdaderamente incompetentes.
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