“¡Apunte bien! ¡Va usted a matar a un hombre!”

“Sé que estás aquí para matarme. ¡Dispara, cobarde, que sólo vas a matar a un hombre!”, le dijo Ernesto Che Guevara al sargento boliviano Mario Terán, quien fue el autor del disparo fratricida que cegó su vida física.

Minutos antes del macabro suceso, el guerrillero heroico había escuchado las detonaciones que asesinaron a su compañero de armas, Simeón Cuba Sanabria, “Willy”, capturado el mismo día que él en la espesura de la selva, un 8 de octubre de 1967.

Al día siguiente, con la pierna derecha adolorida, producto de una bala de fusil que lo alcanzó en combate, El Che reposaba en una esquina que unía ambas paredes de adobe, en una precaria habitación que funcionaba como una escuela en el pueblo de La Higuera, al sur de la provincia de Vallegrande, en el departamento de Santa Cruz, Bolivia.

Los segundos transcurrieron mientras a las afueras del recinto los uniformados escogían al verdugo. De los siete presentes, dos ingresaron pero no tuvieron el valor suficiente de disparar. Sólo Terán, inhibido por el de licor, tuvo el “coraje” de halar del gatillo.

Una mirada paralizante

“¡Apunte bien! ¡Va usted a matar a un hombre!”, le ordenó El Che. Terán lo asentó en dos oportunidades pero se arrepintió. La mirada desafiante de Guevara congeló la decisión y la escasa conciencia del sicario.

Era cerca del mediodía. Terán cerró los ojos mientras la inercia hizo que una ráfaga de su ametralladora Garand saliera. Uno de los proyectiles impactó en el costado izquierdo. En una segunda descarga, lo logró alcanzar debajo del cuello. ¡Ésa bala lo arrasó!

La maestra Julia Cortez, quien habitaba en las adyacencias del lugar, cuando tenía 19 años, comentó que los soldados desaparecieron al poco tiempo de las detonaciones.

“Al rato se escuchó el helicóptero y vi que sacan (sic) el cuerpo en una camilla. Las piernas me temblaban. Quería correr hasta el lugar, pero las piernas se me quedaron paralizadas”, manifestó Cortez quien tiene 65 años en la actualidad.

“Yo ni siquiera sabía cómo se llamaba el preso. Lo que nos habían dicho desde meses atrás es que era un cubano comunista que venía a Bolivia a imponer sus ideales y a hacernos daño. Que era el jefe de unos guerrilleros que asaltaban y violaban”, contó a un diario español.

Paradojas de la vida

El dictador René Barrientos, bajo el tutelaje de la Casa Blanca, ordenó exhibir el cadáver del rebelde en un hospital cerca de la ciudad de Vallegrande, donde fue expuesto a los medios de comunicación de todo el mundo. “El mensaje era claro: quien intente levantarse contra el sistema, le ocurrirá lo mismo”. Estados Unidos, bajo la administración de Lyndon Johnson, no toleraría otra Cuba en el continente.

“Cuando me tocó la orden de eliminar al Che, por decisión del alto mando militar boliviano, el miedo se instaló en mi cuerpo como desarmándome por dentro. Comencé a temblar de punta a punta y sentí ganas de orinarme en los pantalones. A ratos, el miedo era tan grande que no atiné sino a pensar en mi familia, en Dios y en la Virgen”, confesó con los años Terán, quien paradójicamente recuperó la vista luego que médicos cubanos, radicados en Bolivia, le corrigieran, en el 2007, una patología ocular que sufrió por mucho tiempo.

“Cuatro décadas después de que Mario Terán intentara destruir un sueño y una idea, Che Guevara regresa para ganar otra batalla”, reseñó un párrafo de un editorial publicado en el diario Granma, con motivo de la conmemoración de los 40 años de aquel fatídico día.

“Ahora un anciano puede apreciar de nuevo los colores del cielo y el bosque, disfrutar de las sonrisas de sus nietos y ver partidos de fútbol”, culmina el artículo, titulado “Che vuelve a ganar otro combate”.

En la narrativa “Yo maté al Che”, escrita por el periodista y ensayista boliviano, Víctor Montoya, se describe cómo se ha sentido Terán después de haber perpetrado el crimen. Relata que mientras la sangre se esparcía por el suelo, mezclándose con el polvo de la tierra, salió del lugar atormentado como si millones de voces se concentrarán en su mente, de manera simultánea, para fustigar el cruento acto.

“El estampido de los tiros se apoderó de mi mente y el alcohol corría por mis venas. Mi cuerpo temblaba bajo el uniforme verde olivo y mi camisa moteada se impregnó de miedo, sudor y pólvora. Desde entonces han pasado muchos años, pero yo recuerdo el episodio como si fuera ayer. Lo veo al Che con la pinta impresionante, la barba salvaje, la melena ensortijada y los ojos grandes y claros como la inmensidad de su alma”, manifiesta Montoya, en esa misiva que reprodujeron algunos medios de comunicación.

El Che fue un pensador marxista en el discurso y la acción. Por eso, se propuso, luego del triunfo de la Revolución Cubana, el 1 de enero de 1959, la tarea de generalizar y sistematizar esa experiencia al resto de los pueblos que clamaban por su redención plena.

En estos momentos de cambios, sobretodo en Latinoamérica, su pensamiento está más vigente que nunca, a decir con José Martí, el apóstol cubano, “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”.


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Oswaldo López Martinez

Periodista de @CiudadVLC/ Moderador del programa #EnLaCumbre, por @RNVcentral 90.5 FM

 Siguels@gmail.com      @OswaldoJLopez

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