México: Y el extraño enemigo osó

Brutalmente atropellado y con los ánimos explorando en aguas ultra profundas, la reflexión me lleva a considerar que México sufre una grave deficiencia de instituciones y en ello estriba su condición refractaria al progreso y su incapacidad para procesar los conflictos de la sociedad. Una institución es una entidad de aceptación general, sea una idea, un pacto de convivencia, un organismo o un símbolo, entre otras, cuya característica fundamental es, precisamente, que sea de aceptación general, en la que la excepción sólo confirma la regla.

La idea de México como nación teóricamente es una institución, aunque en la práctica coexistan concepciones radicalmente diferentes: mientras que para unos se trata de la concreción pluriétnica y pluricultural del espacio físico y del entramado social comunes, para otros no deja de ser el país de los criollos que dominan a indios y mestizos. El pacto de convivencia, la Constitución General de la República, originado en una convención de los ejércitos triunfantes de la Revolución, jamás ha sido refrendado por la voluntad popular y fue asumiéndose como tal a base de mencionarla y celebrarla en público y violándola en lo privado; peor aún cuando, reformas mediante, ha devenido en un monumento a la contradicción. De los organismos, que son muchos, destaca el severo desprestigio del Congreso, senadores y diputados por igual; lo único en común a este respecto es el rechazo social tan general, que casi es una institución. De los símbolos son instituciones la bandera, el himno nacional, la Virgen de Guadalupe y los héroes patrios, estos últimos sometidos a una feroz campaña de desmitificación que arrasa con su condición de símbolos y, por tanto de institución; igual pasa con la guadalupana. Sólo se salvan la bandera y el himno.

Sin pretender ser un simple iconoclasta, me voy a referir al himno nacional, por ser, desde mi punto de vista, la expresión de la incongruencia y la obsolescencia que afecta al conjunto de la nación. Es incongruente por tratarse de un poema bélico en un país que jamás ha agredido a otro y que no ha podido repeler a los dos que lo han agredido: los Estados Unidos y la Francia imperial, que no fue vencida sino que se retiró por razones de geopolítica europea y ante la amenaza de conflicto con los mismos Estados Unidos; Maximiliano fue vencido cuando se quedó solo con el ejército conservador. La apabullante asimetría militar y económica con el vecino del norte ha recomendado e impuesto nuestra preferencia pacifista, diametralmente distante de la letra del himno: las invasiones mostraron que el cielo practicó la anticoncepción y muy pocos de los hijos fueron soldados, en cambio muchos fueron mansos traidores.

Aún por encima de lo anterior, el himno es obsoleto dado que hoy ya no hace falta que el extraño enemigo ose profanar con su planta el suelo patrio, bastan los misiles financieros y comerciales para doblegar al país de manera, si bien incruenta, mucho más efectiva y devastadora que la de las armas. Los gritos de guerra y los juramentos de defensa no tienen referente en la condición actual.

No obstante a todos nos emociona escuchar sus notas y entonar sus estrofas, frecuentemente sin entenderlas, como es el caso del famoso masiosare, vulgarización sustantiva de la advertencia “Mas si osare” al grado de que en versiones oficiales se acentúa la palabra mas, como si de adición se tratara. Es el colmo de la incongruencia y la ignorancia.

Los últimos y lamentables acontecimientos de reforma constitucional en materia de energía dan cuenta clara de la obsolescencia y la incongruencia del himno nacional mexicano: al extraño enemigo no sólo no se le rechazó con las armas de los soldados que en cada hijo el cielo dice que nos dio, sino que fue aclamado con el vergonzoso aplauso de las mayorías priístas, panistas y verdes en las cámaras y, además, felicitados y retribuidos por quien juró defender a la Patria. El extraño enemigo osó, no profanar con su planta el suelo (¿para qué enlodarse?) bastaron las recetas del FMI y del Banco Mundial para doblegar el más aguerrido (si lo hubiera) esfuerzo de defensa patriótica.

Disculpa, amable lector, mi escepticismo y recibe mis deseos para que en 2014 podamos reemprender el esfuerzo para la regeneración nacional; mientras, intenta ser feliz. Hasta pronto.




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Gerardo Fernández Casanova


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