Como era de esperarse, la reacción no se hizo esperar, pues quien no sabe que liberales o conservadores siempre han resultado la misma miasma. (Ambas hieden muy mal) Pero lo más triste de todo, y a cualquiera le causa indignación, es que algunos que se rasgan la vestidura simulando ser más papistas que el Papa, ahora se sumen al coro de voces que cuestionan el Estado de Excepción, que aunque tarde piaste pajarito se debió hacer mucho antes para evitarnos un mayor desangramiento de la economía, en momentos infortunados pues la masa no está para bollo en virtud de la abrupta caída de los precios del petróleo en el mercado internacional.
Negar que millares de colombianos ingresen a nuestro territorio, huyendo de la guerra interna y una espantosa miseria generalizada que gobiernos neogranadinos no han podido frenar, es como si quisiéramos tapar el sol con un dedo. Esa archisabido que nuestros vecinos llevan años pasando hambre, y que los únicos que comen tres veces al día son los politiqueros que llevan siglos eternizados en el poder, y los capos que viven del cultivo y tráfico de la droga. Entre tanto, el colombiano común que nació sin saber que conocería de cerca la penuria de vivir en pobreza extrema, a ese lamentablemente le paso lo de la chiva que pario tres: dos mamando y uno viendo.
Que esa oligarquía colombiana sea tramposa y más falsa que saludo de alcabala, eso lo saben hasta las piedras. Y porque de ingenuo no tenemos ni un pelo ni aceptamos que nos echen cuentos a quienes sabemos de historia, es que decimos que no debe sorprendernos que Juan Manuel Santo y Álvaro Uribe sean caimanes del mismo pozo, así en puritas apariencias monten comedia jalándose las greñas. O sea, son como esos amantes que prefieren confiar su intimidad únicamente a su alcoba.
Por ahora, nos toca calarnos la retahíla de la oposición fascista, a quienes por lo visto les duele más el bolsillo de los capos, que el pan de cada día de la familia venezolana. ¡Qué cosas!