La Organización de Estados Americanos fue concebida desde su nacimiento como un instrumento de control de los Estados Unidos sobre lo que consideran su "patio trasero". Sus primeras acciones en función de controlar el continente se reflejaron en la Conferencia Panamericana de 1954 que planificó la invasión a Guatemala y el derrocamiento del presidente constitucional Jacobo Arbenz, así como la intervención militar en República Dominicana en 1965, evitando así el triunfo del movimiento popular-militar del pueblo dominicano que encabezaba el insigne revolucionario Francisco Caamaño Deñó, presidente constitucional que fue derrocado por la invasión de los marines estadounidenses.
En ambos países fueron instalados gobiernos títeres, recetas de intervención que se repitieron una y otra vez en prácticamente todos los países de América Latina, aunque esas intervenciones no hayan necesitado de invasiones externas sino que utilizaron a los propios ejércitos nacionales para tumbar gobiernos nacionalistas y revolucionarios. De esa forma fueron derrocados Joao Goulart en Brasil en 1964; Juan Domingo Perón en Argentina en 1955 e Isabel Perón en 1976; Rómulo Gallegos en Venezuela en 1948 y Hugo Chávez en 2002; Salvador Allende en Chile en 1973; el golpe de Hugo Bánzer en Bolivia en 1971 contra René Barrientos; el golpe de Luis García Meza también en Bolivia en 1980 contra Lidia Gueiler; el golpe de Morales Bermúdez en Perú en 1975 contra Juan Velasco Alvarado, y sucesivamente en todos los países de Nuestra América.
La OEA ha servido siempre de mampara legal de todos estos golpes de estado, justificándolos en algunos casos o mirando para otro lado cuando el descaro no podía hacerse tan evidente. El control permanente de los representantes de los Estados Unidos sobre el resto de embajadores latinoamericanos fue una constante en todas estas décadas de oprobio inspirado en la Doctrina Monroe (América para los Norteamericanos).
Abandonar la OEA es un acto primario de todo gobierno revolucionario que tome el poder en América Latina. En el caso venezolano, debimos preparar nuestra salida de la OEA desde la misma Asamblea Nacional Constituyente de 1999, y aprovechar el triunfo sobre el golpe fascista de 2002 para ejecutar de manera definitiva ese retiro del panamericanismo gringo.
Salirse de la OEA implica reasumir la soberanía nacional, rompiendo los mecanismos de dominación que los Estados Unidos han construido a partir de su triunfo en la segunda guerra y su predominio en el mundo capitalista occidental. Junto con la OEA, otros organismos de los cuales deben retirarse los gobiernos nacionalistas y revolucionarios son el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y la Organización Mundial de Comercio.
Obviamente la salida de cada uno de estos organismos debe responder a una planificación inteligente, aprovechando las coyunturas propicias y los procesos históricos de auge de la lucha revolucionaria de los pueblos.
La revolución bolivariana esperó 18 años para salirse de la OEA. En sí mismo, que haya pasado todo ese tiempo no tiene ninguna lógica en cuanto a estrategia política. El momento en que Maduro decide salirse de la OEA no sólo no es el mejor, sino que pudiéramos decir que es el peor momento que ha atravesado el proceso bolivariano desde que Chávez ganó las elecciones en 1998. El respaldo popular a la revolución está considerablemente mermado, y el escenario internacional favorable se ha trocado en su opuesto.
Además, la política que viene adelantando Maduro, sobre todo su política económica, no concuerda con salirse de la OEA. Maduro avanza por una senda económica neoliberal donde desarrolla el extractivismo minero con grandes empresas multinacionales, sobre todo canadienses, una apertura petrolera donde reduce la participación del estado en las empresas mixtas, un financiamiento abierto y descarado hacia la rancia burguesía tradicional venezolana, una aprobación legal de zonas económicas especiales (zonas de producción de maquila en las cuales no existen leyes laborales y las formas de explotación de los trabajadores se elevan considerablemente), una liberación de precios que hunde a niveles históricos el salario real de los trabajadores, y una importación de alimentos, medicinas y otros productos de primera necesidad (medidas compensatorias tipo CAP II) con países que no son precisamente aliados, como México. La salida de la OEA dificulta todos esos negocios neoliberales que viene ejecutando el gobierno de Maduro.
Salirse de la OEA es una medida revolucionaria, pero está siendo tomada por individuos que sólo son revolucionarios en el discurso. Esta decisión es evidente que no responde a una política previamente discutida y planificada, sino que constituye una respuesta apresurada ante las presiones institucionales que dentro de la OEA se han venido ejecutando desde comienzos de año. Tan apresurada es, que la misma puede terminar saboteándole los negocios mineros y petroleros que viene montando Maduro en los últimos años, y puede generar una crisis dentro de la cúpula corrupta del PSUV-militares que se reparten el botín de la renta petrolera.
La improvisación y el oportunismo es lo que destaca en esta decisión de Nicolás Maduro de salirse de la OEA. El escenario internacional desfavorable no va a cambiar porque nos salgamos de la OEA. Como el bloque de países latinoamericanos que se han colocado en posiciones de enfrentamiento hacia Venezuela es prácticamente el mismo en todo el resto de instituciones regionales, esa mayoría que ha votado contra Maduro en la OEA puede hacerlo igualmente en la CELAC, en UNASUR y en otros organismos de integración. Cuidado si no nos llevamos una desagradable sorpresa en esas instituciones.
Que contamos con países "aliados" como Rusia y China, parece ser el único punto a favor, el único respiro que podemos tener a nivel internacional. Valoramos el relativo respaldo que en un momento dado podemos recibir de esas potencias, pero creemos que es inconveniente a futuro que nos enganchemos en el carro de guerra de esos países que están enfrentados con el bloque occidental encabezado por USA.
Las crecientes amenazas guerreristas de los Estados Unidos contra Corea del Norte, pero también contra Rusia y China, no pueden enfrentarse, tal como lo hacen esos países, desatando una carrera armamentista para ver quién tiene más bombas atómicas y quien podrá destruir primero al contrincante.
La única política revolucionaria ante el guerrerismo imperialista es el llamado a la lucha revolucionaria de los trabajadores y los pueblos del mundo. Eso no lo hacen ni los rusos, ni los chinos, ni los coreanos del norte. Engancharnos en el carro de guerra de esos países no es una política revolucionaria ni socialista. Es simplemente una política capitalista que se cuadra con el bando menos malo de la próxima guerra mundial.
Los trabajadores no tienen patria, y por tanto, no deben apoyar ninguna guerra en la cual se matan los trabajadores de un país contra los trabajadores de otro país, mientras la burguesía de ambos bandos no corre ningún riesgo y calcula sus ganancias sobre los miles o millones de muertos que caerán.
Precisamente la ruptura histórica de los comunistas bolcheviques con los socialdemócratas reformistas de Alemania y demás países europeos se produjo al momento de decidir en 1914 si se apoyaba a los gobiernos burgueses que iban a la guerra, o se luchaba contra ellos para hacer la revolución socialista.
Hoy en 2017, ante las amenazas de guerra mundial, Maduro se cuadra con el bando "menos malo" del capitalismo mundial, y abandona la política del internacionalismo proletario enarbolada en 1914 por los bolcheviques con Lenin a la cabeza. La conocida consigna bolchevique: "si la revolución proletaria no detiene la guerra, la guerra propiciará la revolución", ha sido sustituida por el deseo: "ojalá caigan primero las bombas rusas y chinas, que las norteamericanas".
Reiteramos, salirse de la OEA es una medida revolucionaria, pero está siendo tomada por un gobierno que ya no es revolucionario. Por tanto, introduce serias contradicciones internas además que no se encuadra en una política coherente de fortalecimiento del poder popular y de combate a la burguesía criolla y externa. Mientras no se retome el camino revolucionario que Chávez diseñó, este tipo de acciones desesperadas no conducirán a nada bueno para las esperanzas revolucionarias del pueblo venezolano. Para ser consecuente con la salida de la OEA, Maduro debe derogar el decreto del Arco Minero, rechazar las 80 leyes neoliberales aprobadas por él en la ley habilitante, modificar los mecanismos de participación de las multinacionales extranjeras en la explotación petrolera, asumir estrictos mecanismos de control de precios y de combate a la especulación cambiaria (acabando con la enorme disparidad en los tipos de cambio, fuente de toda clase de corruptelas y origen del desmadre económico que estamos viviendo).
Salirse de la OEA implica enfrentar por la calle del medio a la burguesía gringa y sus aliados criollos. No vemos hasta ahora ninguna medida económica que acompañe esa decisión. Maduro se sigue debatiendo en el reformismo socialdemócrata que teme a las decisiones revolucionarias, y concibe la política como un permanente engaño hacia el pueblo, al cual se le distrae con medidas efectistas que no persiguen otra cosa que mantener a una cúpula corrupta en el poder para continuar saqueando al país.
Maracaibo, Tierra del Sol Amada. 29 de abril de 2017.