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Redes y opinadores de oficio

Las autoridades europeas, velan por su reputación y en cierta forma han perdido la paciencia ante la desidia del poder judicial en controlar los mensajes de odio y, los contenidos inapropiados que se observan en las redes sociales, hay muchos posts que incitan a la violencia y el racismo, incluso, Yvette Cooper, del gobierno inglés, se refirió a casos concretos de videos e imágenes sexuales muy explícitas.

En los países nórdicos, también nace el descontento con la tolerancia, ante el abuso de grupos de derecha en el campo político que arropa a grupos raciales que fomentan fisuras entre los residentes de cualquier departamento o distrito. Algunos, solo acuden a la política del bloqueo y desactivan a las personas y, esto, se debe a la poca comprensión política y lo reducido en explicar con argumentos cualquier hecho notorio en la comunidad.

Venezuela, jamás puede ser la excepción. A diario, ejércitos de tuiteros pertenecientes a partidos políticos en todo el mundo inundan la red con trinos amenazantes, injuriosos y segregacionistas. Muchas veces, esta campaña se encuentra a mano de comunicadores y especialista en la radiodifusión. Bueno, hay muchas aceptaciones por la monetización y el gran negocio digital que llego hasta el sistema financiero mundial

Hoy, es claro que hay dos Trump: el que lee teleprónter y, el que se sale de todos los libretos para exacerbar a sus seguidores. El que lee comunicados de prensa y el que llena su cuenta de Twitter de ataques personales. O el que durante años criticó a sus antecesores por ese "terrible error" de la guerra de Afganistán, y el que el lunes prometió prolongar por el tiempo que sea necesario ese conflicto. "Desde ahora la victoria va a tener una definición clara", dijo en Virginia.

Tras el anuncio de Virginia, Trump pronunció en Arizona un discurso improvisado y lleno de rabia, en el que prometió cerrar el gobierno si no le aprobaban fondos para construir el muro con México, y se burló de quienes le exigieron condenar a los neonazis y a los miembros del Ku Klux Klan que arrasaron Charlottesville. Un día más tarde, sin embargo, leyó pausada y tranquilamente en Nevada un texto preparado de antemano en el que rechazó los ataques racistas e hizo votos por la reconciliación nacional.

Con tal fin, el magnate lanzó una "estrategia" muy vaga, con objetivos tan generales como "atacar a nuestros enemigos, arrasar con Estado Islámico (Isis), aplastar a Al Qaeda, evitar que los talibanes se apoderen del país y prevenir los ataques terroristas en Estados Unidos". De hecho, los puntos más sobresalientes de su estrategia fueron que no iba a hablar de planes militares, ni de número de tropas, ni de una fecha para la retirada. En concreto, su plan se resumió "a matar terroristas" con la ayuda del gobierno afgano.

El problema es que "matar terroristas" es justamente lo que Washington ha hecho desde que invadió el país en 2001, y los resultados son decepcionantes. Como dijo a SEMANA Thomas Johnson, profesor universitario y autor del libro Culture, Conflict, and Counterinsurgency, "los talibanes controlan hoy más territorio que en 2001. En su momento, Estados Unidos y la OTAN llegaron a tener 150.000 soldados en el terreno. Pensar que algunos miles de hombres suplementarios pueden cambiar algo es muy problemático, incluso delirante". Hay otras razones que justifican esa afirmación.

Desde la Antigüedad, Afganistán ha frustrado las aspiraciones coloniales de varios líderes, que han sufrido lo indecible con sus montañas escarpadas, sus desiertos y sus inviernos. Algunos estuvieron incluso cerca de encontrar su fin, como el propio Alejandro Magno, que en uno de sus valles recibió un flechazo que le perforó un pulmón. Hasta Genghis Khan y sus herederos mongoles tuvieron que hacerles concesiones inusuales a sus aguerridos pobladores, que nunca se integraron por completo a su imperio.

Con el paso de los siglos, a la intrincada geografía afgana se sumó una organización social particularmente compleja, con centenares de tribus compuestas por diferentes etnias que solo sostenían lealtades con los clanes afines. Esas situaciones encontraron los británicos a principios del siglo XIX, cuando disputaron tres guerras para apoderarse de la zona para evitar que el Imperio ruso amenazara sus posesiones en India. Los resultados fueron desastrosos, pues tras imponer un gobierno títere, el contragolpe fue una de las mayores humillaciones británicas, que perdieron casi 17.000 hombres cuando intentaron retirarse de Kabul.

Más de un siglo después, en plena Guerra Fría, la Unión Soviética (URSS) invadió Afganistán para defender un régimen comunista que había conseguido el poder en ese país musulmán. Sin embargo, su poderoso ejército no pudo doblegar a los combatientes islámicos (los muyahidines), que no solo expulsaron a sus tropas, sino colgaron de un poste a su gobernante, Najibullah. Más allá del apoyo armamentístico que recibieron de Estados Unidos, los afganos demostraron una vez más que quien quiera doblegar su territorio se enfrenta a un desastre. Muchos atribuyen a esa derrota, considerada el Vietnam de los rusos, el colapso del Imperio soviético.

Cada conflicto debe evaluarse con base en su contexto histórico, y el de la guerra que quiere continuar Trump está marcado por dos factores. El primero son las graves consecuencias sociales de los 16 años que han pasado desde que George W. Bush lanzó la invasión de 2002. "Pocos gobiernos occidentales están dispuestos a aceptar que el flujo de refugiados afganos se debe a la desestabilización que trajo esa guerra, y prefieren tratarlos como migrantes económicos. Pero lo cierto es que esa invasión lo único que hizo fue profundizar y prolongar una de las guerras civiles más violentas de los últimos tiempos", dijo Robert D. Crews, profesor de Historia de la Universidad de Stanford y autor de Afghan Modern: The History of a Global Nation.

El segundo factor es la situación de Asia Central, una de las regiones que más han cambiado en los últimos años y donde se están concentrando los intereses opuestos de varias potencias regionales y mundiales. Entre ellas India y Pakistán, que desde hace décadas sostienen un diferendo fronterizo que las ha llevado a acumular casi 300 bombas atómicas. "El riesgo de una confrontación nuclear siempre está latente en esa región, y el discurso guerrerista de Trump no ayudó para nada", dijo Crews. De hecho, la invitación que el magnate le hizo a India para que se uniera a la guerra y las críticas que formuló contra Pakistán por sus vínculos terroristas fueron muy mal recibidas por ese país. "Coger de chivo expiatorio a Pakistán no va a ayudar a estabilizar a Afganistán", dijo en un comunicado el poderoso Consejo Nacional de Seguridad.

Por lo tanto, la solución parcial de este nivel de conflictividad fue dejado a la guerra no convencional y a los mensajes por las distintas redes del país y las ofensas se han multiplicado, como sucede en Venezuela. Los opinadores de oficio, se han extendido para replicar negativamente el ejercicio de mando del presidente maduro y propagar guerras que no existen, lo que deja como resultado, una crisis de mensajes de textos que dañan la imagen del país, así que, a trabajar arduamente.

Ojala, la ANC, asuma sus veredictos, cuanto antes



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Emiro Vera Suárez

Profesor en Ciencias Políticas. Orientador Escolar y Filósofo. Especialista en Semántica del Lenguaje jurídico. Escritor. Miembro activo de la Asociación de Escritores del Estado Carabobo. AESCA. Trabajó en los diarios Espectador, Tribuna Popular de Puerto Cabello, y La Calle como coordinador de cultura. ex columnista del Aragüeño

 emvesua@gmail.com

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