Nos encontramos en un escenario peligroso, debido a que las últimas celebraciones de elecciones en América Latina, han manipulado a los ciudadanos mediante el populismo, sobre todo, las organizaciones de izquierda con sus tenebrosas alianzas en grupos oscuros y la delincuencia organizada internacional. Lo que implica, un nuevo desafío por las estrategias utilizadas por los candidatos para superar sus adversarios.
Ahora, todas las campañas vierten sus fuerzas en las Redes Sociales, fundamentalmente en el uso del WhatsApp. Los ultraderechistas han logrado mestizar las estructuras mediáticas de mercadeo y publicidad y, determinado el desafío de sufragios que incluye a candidatos presidenciales.
Lo más increíble, hay mucha información falsa o mentiras camufladas, como noticias y videos que intentan desmentir publicaciones negativas de la prensa, mensajes de desconfianza hacia las encuestas y al propio sistema electoral.
En veces, desde las cárceles públicas marcan las conversaciones que se deben tener entre personas, para luego, utilizar inteligencia artificial o robótica para otros entrevistados que sigan las tendencias similares.
Se le está haciendo un daño irreparable a la democracia y sistema político, que, ya se encuentra bastante desacreditado, donde consta que los partidos políticos son las instituciones que tienen menos credibilidad del Continente.
Es el momento de regular y de brindar certezas. Se debe penar duramente la utilización de bots y de fakes news. América Latina no puede permitirse que nuevos gobiernos se erijan sustentados en las trampas, las mentiras y el engaño. Salvadoreños, guatemaltecos, panameños, argentinos, uruguayos y bolivianos tienen la oportunidad histórica de ganar en transparencia y dar una lección de democracia. De nosotros depende. Sobre Venezuela, sabemos la necesidad de pasar a una transición cierto, un viraje completo y, donde la bota militar debe regresar a los cuarteles.
En Estados Unidos y en Europa vemos, para consternación de muchos, que propuestas políticas y gobiernos con características neofascistas están en aumento. Para los 90 del siglo pasado, esa tendencia derechosa del electorado no pasaba del 10 %; hoy representa una cuarta parte. Muchos países ya han optado por gobiernos centrales o parlamentos con una clara tendencia neofascista, profundamente racista y xenófoba. La tendencia parece ir en aumento. ¿Está de moda? En Latinoamérica, con sus características propias, también parece haber llegado esa ola. ¿Qué está pasando?
parece haberse invertido la cuestión: ofertas de mano dura, de ultraderecha, totalmente conservadoras –a lo que debería sumarse un mensaje de racismo, machismo, homofobia y xenofobia– parecen ser la clave para ganar.
Simplemente la izquierda ha fracasado.
Siempre en esta lógica de la derechización en la visión del mundo y de la política, y poniendo chivos expiatorios por delante como son los inmigrantes irregulares, en el Reino Unido de Gran Bretaña gana una propuesta como el Brexit, es decir, la salida de la Unión Europea (UE) en nombre de un acendrado nacionalismo conservador, viendo en la inmigración un peligro mortal. Y en Estados Unidos gana la presidencia (y probablemente pueda repetir) un ultra ortodoxo de línea dura como Donald Trump, con su xenofóbico llamado a construir el muro para detener a los "delincuentes hispanos", más un modo absolutamente autoritario y patriarcal que, en vez de repeler, gana votos. Además de estar asesorado por el presidente rus , Vladimir Putin, donde se sabe, influyó en que el empresario ganase las elecciones presidenciales ante Hillary Clinton quien junto a Barak Hussein Obama se vienen reuniendo con grupos colectivos de adhesión izquierdista.
Pareciera darse una fiebre de ultra derecha por doquier; también en Latinoamérica asistimos a estos procesos de derechización creciente (Mauricio Macri en Argentina, Sebastián Piñera en Chile, Iván Duque en Colombia), terminando con el militar retirado (y payanesamente ultra conservador) Jair Messias Bolsonaro en Brasil (quien pareciera haberse tomado en serio su segundo nombre).
Debería hacerse una diferenciación entre la ultraderecha del Norte y la de Latinoamérica. En los países desarrollados, Estados Unidos y los de la Unión Europea, puede hablarse de neofascismo. No es exactamente igual lo que sucede en Latinoamérica.
El rebrote neofascista o neonazi al que se asiste en el Primer Mundo tiene causas bien concretas, con actores claramente identificados. Las causas son materiales, económicas, a lo que se suman, por supuesto, factores psicológico-culturales que retroalimentan las anteriores. El nacional-socialismo alemán de entreguerras, preparatorio de la segunda conflagración mundial, tuvo que ver con la postración del pueblo teutón y su empobrecimiento tras la derrota en 1918. Fue un proyecto de reactivación económica, asentado en la loca creencia de ser una "raza superior" destinada a manejar el mundo, con lo que se logró movilizar a todo un pueblo: proletariado y clase media empobrecida. El orgullo alemán se movió con un mensaje quasi apocalíptico de un líder tremendamente carismático –Adolf Hitler– que pudo conducir ese descontento transformándolo en espíritu bélico y expansionista. El chivo expiatorio del caso fue, básicamente, la minoría judía (junto a otras, siempre vistas como "elemento a exterminar": gitanos, homosexuales, comunistas).
Esa composición, que habla de una situación de empobrecimiento, se repite hoy día. ¿Por qué el resurgir de las tendencias neofascistas en Europa y Estados Unidos? Porque la crisis sistémica del capitalismo que se arrastra desde hace una década, con el gran crack financiero del 2008, no se resolvió, ni da miras de hacerlo. A lo que se suma la globalización neoliberal imperante, que hace que muchas grandes empresas multinacionales muevan sus plantas fabriles desde sus países de origen al Sur (allí hay mano de obra más barata, sin sindicatos, no se respetan regulaciones medioambientales ni se pagan impuestos). Todo ello, aunado, contribuye a un empobrecimiento creciente de la gran masa trabajadora: el empantamiento del sistema y la pérdida de puestos de trabajo son una bomba de tiempo. El "malo de la película", para el caso, está dado por los inmigrantes (africanos y del Oriente Medio fundamentalmente en Europa, latinoamericanos para Estados Unidos), quienes, según el encendido y mentiroso discurso neofascista, "vienen a robar plazas a los trabajadores nacionales".
Siempre pareciera haber necesidad de chivos expiatorios (verdad que nos enseña la Psicología). "El infierno son los otros", sintetizó magistralmente Jean Paul Sartre. El inmigrante lleva esa carga: además de huir de sus países de origen por las condiciones pésimas en que vive, se encuentra con el desprecio racista de los ciudadanos de los países "desarrollados" (¿el racismo es de desarrollados? Pero… ¿qué es eso del desarrollo entonces? ¿La falta de solidaridad hace parte de él?)
El problema no son los migrantes; migraciones hubo siempre, en toda la historia humana. El mundo se pobló de humanos porque, inmemorialmente, hubo migraciones hacia todos los rincones del planeta, por lo que no existen "razas puras". Esa es una quimera supremacista que asienta y justifica una inmisericorde explotación económica. ¿Por qué "trabajar duro" se dirá "trabajar como negro"?
Ahora bien: el rebrote ultraconservador al que asistimos en Latinoamérica no tiene similares motivos. En todo caso, es parte de una "ola ideológica" universal, que complementa perfectamente las políticas neoliberales en curso, y que no parecen estar por extinguirse en lo inmediato. Como cada vez más la guerra ideológico-cultural se libra a través de los medios masivos de comunicación (la prensa hace tiempo dejó de ser el "cuarto poder"; ahora es parte medular del mismo poder), la prédica pro capitalista, privatista, anti Estado, y por supuesto visceralmente anticomunista, ha hecho mella. Si a eso se suma la caída de los primeros socialismos reales y el fracaso de los progresismos recientes en Latinoamérica (empantanados algunos, o salidos del poder ya a partir de las denuncias –exageradas fake news mediante– de corrupción otros), queda claro que al esclavo se le hace pensar con la cabeza del amo ("La ideología dominante es la ideología de la clase dominante", sentenciaban Marx y Engels hace más de 150 años, y no se equivocaban).
En estas tierras latinoamericanas ha habido, desde que existen como Estado-nación modernos, gobiernos autoritarios, dictaduras militares en muchos casos. Son fascistas en su modalidad política: no democráticos, verticales, sanguinarios con los disidentes. Pero no lo son en términos económicos, al menos no del mismo modo que lo son para los países del Norte. Lo que presenciamos ahora es una entronización de un discurso mediático que parece responder a una "moda", una generalizada tendencia que parece arrasar todo: "Ser de derecha está de moda", decía mordaz Pedro Almodóvar. La "moda" ha llegado también a América Latina. Como siempre, al menos hasta ahora, las tendencias las fija el Norte; el Sur repite con pálidas y deslucidas copias.
De todos modos, para el gran campo popular de cualquier lugar del mundo, esta ola es siempre una mala noticia: se cierran espacios, se criminaliza cualquier forma de protesta, se asiste a un verticalismo muy peligroso. Todo lo cual facilita la profundización de la explotación del trabajador (obrero industrial urbano, proletariado agrícola, ama de casa, trabajador en general, así sea profesional con doctorado), explotación y trabajo alienado que siguen siendo la piedra sobre la que asienta el capitalismo.
No está claro qué podrá suceder en el corto y mediano plazo. Lo que sí es evidente es que el sistema capitalista está trabado y no encuentra salida. A no ser, tal como pasó en la década del 30 del siglo pasado, luego de la gran crisis de 1929, que la salida (si a eso se le puede llamar tal) sea una nueva guerra global. Hay indicios preocupantes que eso pudiera llegar a ocurrir. Todos pensamos que la racionalidad habrá de primar, pues una guerra mundial hoy día, con armamentos nucleares, podría significar lisa y llanamente el fin de la especie humana. Pero las posibilidades de ese holocausto, lamentablemente, están dadas.
Pero, lo cierto es que ni la derecha, menos la izquierda desea cohabitar con un Nicolás Maduro Moros, como presidente de la República Bolivariana de Venezuela.
Ante esa avanzada de la ultra derecha (con machismo patriarcal, homofobia y retrógrados discursos conservadores incluidos), como campo popular, como izquierdas, como seres progresistas, debemos oponer la más férrea resistencia: denunciar, esclarecer, llevar otro mensaje ideológico, organizar, prepararse para la batalla. ¿Quién dijo la tremenda estupidez que la historia había terminado y no había más luchas de clases? No hay dudas que ahora los avances revolucionarios no se muestran muy posibles. El triunfo del neoliberalismo y del gran capital fue enorme, y la lucha ideológica, hoy por hoy, parece ir ganándola la derecha, ahora en su versión de ultraderecha. Para el campo popular la actualidad es, en todo caso, una época de resistencia y reorganización. Pero la larga lucha por el mejoramiento de la humanidad no ha terminado, en absoluto.
Escrito por Emiro Vera Suárez, Orientador Escolar y Filósofo. Especialista en Semántica del Lenguaje jurídico. Escritor. Miembro activo de la Asociación de Escritores del Estado Carabobo. AESCA. Trabajo en El Espectador, Tribuna Popular de Puerto Cabello, columnista del Aragüeño y coordinador cultural de los diarios La Calle y el Espectador- Valencia.