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EEUU deteriora su imagen de Estado ante el mundo

Donald Trump, el exitoso empresario norteamericano fue llamado a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica para poner orden en su país y activar las alianzas con países del área del Caribe y, recordarles a los cubanos que hay un pacto fiable que deben respetar, porque la población de la perla de las islas caribeñas se nutre de las divisas enviadas por las familias habaneras residentes en el Estado de Florida. En este sentido, se puede señalar el acuerdo de normalización de lazos con Cuba, salir del Acuerdo de Asociación Transpacífico o TPP, además de retirarse del acuerdo de París sobre cambio climático, y ahora que se retiró del acuerdo nuclear. Excepto el pacto con Cuba, que es de carácter bilateral, el resto de los tratados son internacionales.

Todo esto ha dado como resultado algo obvio: EE.UU. está deteriorando su imagen de manera muy acelerada. La actual Administración estadounidense está mostrando que EE.UU. no es un país fiable para temas de gran importancia, para cuestiones que requieren de un compromiso sólido, estable y duradero, y menos aún, que no tiene la mínima nobleza e interés de honrar los compromisos adquiridos. Por lo tanto, esta pérdida de credibilidad política, económica y moral, hará que poco a poco el país se quede aislado, a nivel internacional, y provoque una insistente crítica y paulatino rechazo de otros bloques o gobiernos que tenga posiciones diferentes.

De allí que Donald Trump debe acelerar el paso.

Pero, hay que desencadenar lo que enredó Barak Hussein Obama e Hillary Clinton.

Hillary Clinton lleva muchos años en la política estadounidense (como Primera Dama, Secretaria de Estado, Senadora…), lo que nos permite ir atrás en el tiempo y examinar cuáles han sido sus acciones y cómo han ido evolucionando sus posiciones. Evidentemente, en una carrera tan larga hay tiempo para luces y sombras, pero se puede apreciar un patrón de comportamiento que -reitero- dentro del contexto estadounidense nadie dudaría en calificarla como progresista. A escondidas, alimento el quehacer totalitarista y permitió que el terrorismo en el Medio Oriente hiciese estragos y fue muy puntual en las muertes de Sadam Hussein y el presidente de Libia Muhammad Gadafi.

De manera que, la administración Trump, debe enfocarse en acuerdos multilaterales y garantizar la satisfacción a los intereses del país persa. Bajar la presión y reaccionar ante los descontentos en el mantenimiento de lazos comerciales con países que, tienen una relación diplomática con Irán.

Hillary Clinton, dentro de su contexto y desde luego en comparación con Trump, busco una narrativa para la clase trabajadora estadounidense y desde un bloque político, luchó por los votos para allegarse a la Casa Blanca y, darle cumplimiento a su programa político para empatizar con los nativos y extranjeros que hacen de esos Estados progresistas un punto de la balanza, ante las campañas de corte específico para el enriquecimiento progresista sin lugar a dudas. La verdad que el magnate se ha enemistado con las mujeres, los hispanos (ambos decisivos) y los musulmanes (quizás determinantes) con sus manifestaciones machistas, su islamofobia y sus propuestas contra la inmigración. Sigue empeñado en un muro frente a México, aunque ha matizado algo la expulsión de 11 millones de "ilegales" que cumplen una labor esencial en la economía de EEUU. Pues últimamente se está intentado congraciar con los latinos, cuyo voto puede resultar crucial.

Es verdad que en algunos casos sus opiniones han evolucionado, notablemente con los derechos LGBT, por ejemplo, pero es que la sociedad estadounidense es muy conservadora comparada con otras. Y no es lo mismo 2016 que 1995. En algunas sociedades europeas o latinoamericanas nos puede parecer que los Demócratas son muy conservadores - pero es que luego tenemos que ver contra quién se enfrentan. Los Republicanos han evolucionado a un conservadurismo que ha llevado a la apoteosis de Donald Trump - aunque es verdad que ahora parece que hay muchos Republicanos que están arrepentidos con esta situación, porque Trump es demasiado extremo para ellos. Pero, aun así, es su presidente.

Las relaciones de Hillary Clinton con Wall Street pesan en su contra. No digamos las de su marido, Bill, que cuando era presidente dio rienda suelta a la desregulación bancaria que llevó a la financiarización de la economía y eventualmente a la crisis de 2008. Hillary Clinton está más próxima a la gran empresa, y Donald Trump a la pequeña.

El Reino Unido y Francia aseguraron que seguirán en el acuerdo y se esfuerzan por mantenerlo vigente. Así que una vez más, en los últimos dos años, EE.UU. pierde el respaldo de sus aliados y se queda aislado.

Trump, en la campaña de las primarias republicanas, no tuvo empacho en afirmar que, aunque no era un fan de Bernie Sanders (el candidato "socialista" en las primarias demócratas más a la izquierda contra Clinton), el senador por Vermont tenía "razón en un 100%". Era una táctica contra Hillary Clinton, y una manera de quitarle votos a ésta y atraerse a los jóvenes que estaban con Sanders, cuyo éxito forzó a Clinton a un cierto giro a la izquierda en su campaña en las primarias y en las presidenciales. Trump defiende la Seguridad Social y Medicare, el programa de cobertura sanitaria para los mayores de 65 o discapacitados, que no apoyan en general los republicanos. También está a favor de medicamentos más baratos en contra de los intereses de las grandes farmacéuticas.

¿Cómo fue posible que un candidato con una relación problemática con la clase dominante pudiera emerger y llegar a ser elegido presidente? Más aun teniendo en cuenta que, paradójicamente, siendo él mismo un capitalista, al tomar posesión del cargo en enero de 2017, tenía lazos mucho más débiles con la clase capitalista en su conjunto que Obama, Bill Clinton, George Bush padre e hijo, Ronald Reagan y Jimmy Carter.

La explicación se remonta al impacto que tuvo la crisis creada por la gran recesión económica de 2008. La recesión se sumó a los efectos duraderos de la creciente desindustrialización que los trabajadores estadounidenses sufrieron y frente a la cual el Partido Demócrata, ya sea bajo el ala de Carter, Clinton u Obama, no hizo gran cosa para mejorar la situación.

Un caso paradigmático fue el de Virginia Occidental, un Estado con hegemonía demócrata con una economía basada en la minería del carbón y sede del otrora poderoso sindicato United Mine Workers (UMW), cuando la industria del carbón entró en una recesión que, además de producir desempleo y subempleo, terminó reflotando al Partido Republicano. Los estados de Michigan, Ohio y Pensilvania siguieron un patrón similar en 2016. La pérdida de estos estados selló la derrota de Hillary Clinton en 2016.

Ya en 2016, en todo Estados Unidos, millones de familias que habían sido testigos del aumento de nivel de vida y de movilidad social durante los «treinta años gloriosos», entre 1945 y 1975, ya no esperaban que sus hijos –que en caso de llegar a la universidad terminarían ahogados por las deudas– tuvieran tanto éxito como ellos. Los empleos disponibles quedaron cada vez más restringidos a sectores no sindicalizados y de salarios bajos, como la logística, los call centers, la hotelería y atención de la salud, mientras que los trabajos de calidad, en general calificados, requerían en su mayoría formación de posgrado.

Los procesos sociales e ideológicos son de ineludible evolución y la sociedad estadounidense experimento una nueva crisis ocasionada, entre otros, por la erosión del estado de derecho, la corrupción, la concentración del poder y nuevamente la represión. Algo parecido, sucede en Honduras, Nicaragua y Venezuela. En USA, el partido demócrata se olvido de las comunidades fuertes que les favorecía en votos, nunca les atendió.

En realidad, la historia de Nicaragua es un proceso con momentos cumbres y grandes acontecimientos que han marcado su paso hacia nuevas formas de gobierno y organización social incompatibles con las políticas predecesoras, lo cual ha empantanado el desarrollo nacional y socavado la vida de los sectores sociales más vulnerables. Ojalá que de llegar el fin de la historia en el mundo y en nuestro país, este sea el fin de la violencia por el poder, independiente de las diferentes ideologías que deban convivir en una realidad concreta, por contradictorias que sean.

Sin embargo, hasta hace poco, la respuesta más común a esta crisis era la protesta social: espectacular y vívida, desde luego, pero de carácter harto efímero. Los sistemas políticos, en cambio, parecían relativamente inmunes, todavía controlados por funcionarios de partido y elites del establishment, al menos en los Estados capitalistas poderosos como los EE.UU., el Reino Unido y Alemania. Pero ahora las ondas electorales de choque reverberan por todo el planeta, incluidas las ciudadelas de las finanzas globales. Quienes votaron por Trump, como quienes votaron por el Brexit o contra las reformas italianas, se han levantado contra sus amos políticos. Burlándose de las direcciones de los partidos, han repudiado el sistema que ha erosionado sus condiciones de vida en los últimos treinta años. Los sorprendente no es que lo hayan hecho, sino que hayan tardado tanto.

Ahora, nos quieren decir que Obama y Hillary son comunistas, de verdad es asunto programado de las industrias provenientes del narcotráfico y guerrillas musulmanas ligadas al terrorismo de Estado y, la tarea de Putin y Trump es eliminar un aspecto de estas escorias en el mercado bursátil, de mercado y territorial, necesitan ganar espacios físicos.



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Emiro Vera Suárez

Profesor en Ciencias Políticas. Orientador Escolar y Filósofo. Especialista en Semántica del Lenguaje jurídico. Escritor. Miembro activo de la Asociación de Escritores del Estado Carabobo. AESCA. Trabajó en los diarios Espectador, Tribuna Popular de Puerto Cabello, y La Calle como coordinador de cultura. ex columnista del Aragüeño

 emvesua@gmail.com

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