Luego de la llegada de Vladimir Putin al poder, América Latina comenzó a ocupar un lugar más destacado entre las prioridades de la política exterior del Kremlin. Entre los países latinoamericanos que ocupan un mayor interés para la Cancillería rusa se encuentran Brasil, Chile, Venezuela, Argentina y México. Durante los últimos años se han mantenido intercambios políticos intensos y permanentes al máximo nivel con los países latinoamericanos; sin embargo, el intercambio comercial y la cooperación económica con estos Estados aún mantienen niveles discretos. Por ejemplo, el intercambio comercial de Rusia con Chile durante 2004 fue de poco más de 50 millones de dólares, cifra conservadora si la comparamos con el intercambio comercial de Chile con China que durante varios años ha superado la cifra de tres mil millones de dólares.
Por su parte, Brasil constituye el principal socio comercial de Rusia en la región —en 2004, el intercambio comercial alcanzó la cifra de dos mil millones de dólares—y se mantiene la intención de ambas partes de llegar a triplicar el volumen actual del comercio bilateral. Las relaciones con Brasil son estables y mantienen un nivel sostenido en el volumen de su intercambio comercial. La gran incognita es Jair B. En 2002 fue firmado el acuerdo BRIC por parte de Brasil, Rusia, China e India, cuyas economías disponen del mayor potencial de crecimiento económico en las próximas décadas del siglo XXI y el gobierno ruso aspira a lograr en un futuro que este mecanismo se convierta en un contrabalance al Grupo de los Ocho países más industrializados. Específicamente con Brasil existen amplios sectores de cooperación bilateral, tales como la energía, tecnología nuclear, sector aeroespacial, telecomunicaciones, esfera técnico–militar y de armamentos, entre otras. Sin embargo, los analistas consideran que el interés de Rusia hacia Brasil está más concentrado en las posibilidades de recuperar su papel de gran potencia global, más que en el fomento del comercio con el gigante sudamericano. El Kremlin desea construir alianzas geopolíticas con potencias claves en la región latinoamericana para evitar el predominio del unilateralismo en el orden internacional, a la vez que penetra el área de influencia tradicional de Estados Unidos en momentos en que existe una situación sin precedentes, luego del triunfo en los procesos electorales de partidos de tendencia de izquierda que buscan establecer un nuevo modelo de relaciones internacionales. Rusia también ha incrementado su exportación de armamentos hacia algunos países de América Latina, pero incluso en la esfera militar el intercambio no es significativo.
La dialéctica de la actual política exterior rusa radica en la defensa de sus intereses nacionales, pero evitando la confrontación con los países occidentales y fomentando la cooperación constructiva en las relaciones internacionales.
La mayor amenaza a Rusia ya no se deriva de la competencia sistémica, geoestratégica o nuclear con las potencias de Occidente. Como la causa principal de peligros potenciales se identifican las situaciones de inestabilidad y crisis política y económica en los Estados postsoviéticos. De ello se deriva el interés explícito del Kremlin por mantener relaciones estables, de buena vecindad y cooperación con todos estos países, pues vecinos inestables y guerras civiles cercanas pueden llegar a tener efectos desestabilizadores sobre Rusia, que afectarían también a Europa y la región de Asia Central. Las repúblicas ex soviéticas de Asia y Europa conforman un espacio estratégico–militar único, por lo que resultaba de vital interés para Rusia que ahí no existieran fuerzas armadas de terceros países, ni pertenecieran a bloques militares contrarios a Moscú. Estas circunstancias han variado en los últimos años con la entrada de varios de ellos a la OTAN. El gobierno ruso de la década de 1990 descuidó las relaciones con los países de la CEI y actualmente intenta recuperar este espacio geopolítico, al menos en su mayor parte.
El gobierno ruso cometió una grave equivocación al no ser capaz de reconocer en su momento que la principal prioridad de la política exterior del Kremlin, luego de la desintegración de la URSS, no debían ser las relaciones ni con Estados Unidos ni con las potencias occidentales ni con el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional ni la defensa de los derechos humanos a lo largo del mundo, sino las relaciones con Ucrania, Kazajstán, Georgia, Moldova, Tadjikistán y el resto de las repúblicas de la ex Unión Soviética. Esas relaciones, asumidas desde un inicio en su justa medida, hubieran sido un factor esencial no sólo para la protección de los intereses económicos, políticos y de seguridad rusos en el exterior, sino también un elemento catalizador en las relaciones de Moscú con Estados Unidos, Europa Occidental y los Estados fronterizos de Asia.
La Federación Rusa aún dispone de importantes cuestiones que la mantienen como una potencia influyente en el sistema internacional actual: sus importantes arsenales nucleares, su tecnología altamente desarrollada para la producción de armamentos y navegación espacial, su amplia infraestructura energética e importantes reservas de hidrocarburos, sus cuantiosos recursos naturales y humanos, su potencial defensivo y su privilegiada ubicación geográfica en la región de Eurasia le ameritan esta importancia en el sistema internacional contemporáneo. También el rotundo respaldo interno que gozan tanto el presidente como el primer ministro ruso y la ausencia de fuerzas de oposición al gobierno organizadas y con peso político en el escenario interno son factores que ayudan a la solidez y fortaleza del Estado ruso actual.
La Federación Rusa puede llegar a desempeñar un papel desestabilizador o de cooperación en el orden mundial, y ello estará en dependencia directa del desenvolvimiento de su situación interna en el orden político, económico y militar y también de la cooperación exterior para evitar su aislamiento. De tal forma, se lograría desalentar a las fuerzas extremistas y nacionalistas, que aún ocupan un lugar importante en el seno de la sociedad rusa.
Las elecciones de 2008 en el país confirmaron el mantenimiento del curso de la política de Putin en el plano interno y externo. Los vínculos con Estados Unidos se mantendrán como un factor prioritario para el Kremlin, si bien en los últimos meses se vislumbra un cambio de tono, más no de dirección. El gobierno ruso reconoce la importancia que reviste para su país mantener un intercambio estable, permanente y en todos los órdenes con su contraparte estadounidense, Más con Donald Trump, si bien a partir de 2006 se han intensificado las señales críticas y de censura por parte del Kremlin al desenvolvimiento de la política exterior de la Casa Blanca.
También Estados Unidos necesita de Rusia para solventar varios conflictos regionales que se mantienen en la etapa actual: el diferendo con Corea del Norte; la situación con Irán; la inestabilidad en Afganistán y en toda la zona de Asia Central, así como el conflicto en la región del Medio Oriente, entre otros. En todos estos casos, Estados Unidos necesitaría de Rusia para lograr una salida conveniente y menos costosa a los conflictos, pero debería inicialmente limar las fricciones y enviar señales conciliadoras a Moscú. La revisión a la política de ampliación de la OTAN en 2009 y al despliegue de los radares y escudo antimisiles en Europa del Este podrían ser algunas de ellas. Hasta el momento, el gobierno del presidente DT, se ha limitado a insistir en la negociación de las cuestiones de desarme, las cuales son sólo un asunto importante en la amplia gama de temas bilaterales pendientes entre Rusia y Estados Unidos. De todas formas, en cualquiera de los escenarios posibles la Federación Rusa no pasará inadvertida en los procesos globales internacionales de las primeras décadas del actual siglo XXI. Europa, según el propio Fedor Dostoievski, percibe a Rusia como uno de los enigmas de la esfinge. Y no sólo Europa, es por ello que se debe hacer un esfuerzo para tratar de conocerla, descifrarla y verla con realismo, tal como es y no tal como nos gustaría que fuera. Sólo así se podría llegar a definir el modo más preciso de entablar una relación estable, sólida y duradera con la Rusia contemporánea del tercer milenio.