Las generaciones de los años 20 y 30, que ya conocen la experiencia fascista, rehacen el camino del inconformismo. Así un Henri de Man, en 1938 presidente del partido socialista belga, uno de los grandes teóricos del socialismo en la época, seguido sólo ante Gramsci y Lukács, reemprende su propia revisión del marxismo y no será ilógico que, cuando su país capitule ante Alemania en 1940 llame a los militantes socialistas belgas a aceptar la nueva situación como un punto de partida para construir un nuevo orden: "La vía está libre para las dos causas que resumen las aspiraciones del pueblo: la paz europea y la justicia social". No muy diferente es en Francia el caso de Doriot.
Daniel Ortega Saavedra, aunque curó a Nicaragua de su languidez cuando gobernaba la dinastía Somoza, tomó un vértice equivocado hacia el futurismo y, se creyó en la figura única para dominar a Nicaragua y, aquella voz de orden tras las barricadas se convirtió en su propia opción política, cayendo en una dictadura que dio toques de irrealidad. El Orteguismo, luego de llegar a un punto de progreso, su decadencia por el modernismo se vio reflejada en su economía, la falsedad guerrillera se hizo patente y, los rasgos esenciales de esta revolución han venido desapareciendo paulatinamente, convirtiendo en un personaje antirromántico.
Descuido a las comunidades y escuelas, los padres y maestros de escuelas palparon que sus niños y niñas eran ya diferentes, no representaban ese gran campamento del cambio social, perdiéndose la estética y el perfil de los pueblos.
¿Cómo ha podido surgir el fascismo en la historia europea y mundial? La explicación coyuntural no puede sino desembarcar en trivialidades. Se debe comprender al fascismo primero como un fenómeno cultural. Es, de partida, un rechazo de la mentalidad liberal, democrática y marxista; rechazo de la visión mecanicista y utilitarista de la sociedad. Mas expresa también "la voluntad de verla instauración de una civilización heroica sobre las ruinas de una civilización bajamente materialista. El fascismo quiere moldear un hombre nuevo, activista y dinámico". No obstante presentar esta vertiente tradicionalista, este movimiento contienen en sus orígenes un carácter moderno muy pronunciado, y su estética futurista fue el mejor cartel para la captura de intelectuales, de una juventud que se agobia en las estrecheces de la burguesía. El elitismo, en el sentido de que una élite no es una categoría social definida por el lugar que se ocupa en el proceso de producción, sino un estado de espíritu, es otro componente mayor de esa fuerza de atracción.
¿El mito, como clave de interpretación del mundo; el corporativismo, como ideal social que da a amplias capas de la población el sentimiento de que hay nuevas oportunidades de ascenso y de participación, constituyen también parte del secreto del fascismo, porque el fascismo reduce los problemas económicos y sociales a cuestiones, ante todo, ¿de orden psicológico? Y, sobre todo, "servir a la colectividad formando un cuerpo con ella, identificar los propios intereses a los de la patria, comulgar en un mismo culto los valores heroicos, con una intensidad que desplaza al boletín de voto en la urna". Es por todo esto que el estilo político desempeña un papel tan esencial en el fascismo. El fascismo vino aprobar que existe una cultura no fundamentada en los privilegios del dinero o del nacimiento, sino sobre el espíritu de banda, de camaradería, de comunidad orgánica, de "Bund", como se dijo en Alemania en la misma época.
Daniel, tuvo la oportunidad de tener a su lado al comandante Fidel Alejandro Castro Ruz y en el transcurrir del tiempo a otro insigne hombre, como lo fue Hugo Chávez Frías, pero, no interpretó su propia historia y aprovechó esa gran oportunidad, como lo hicieron los derechitas, economistas Diego Arria y Carmelo Lauria con Carlos Andrés Pérez, aunque este último, invitó a su segunda posición de mando del país, al líder cubano.
Estos valores presentes en el fascismo tocaron la sensibilidad de muchos europeos. Poco conocido es que en 1933 Sigmund Freud saludaba a Mussolini como un "héroe de cultura". Si esto era así, ¿por qué Croce hubiera debido votar contra él en 1924, por qué Pirandello hubiera debido rehusar el asiento que el Duce le ofreció en la Academia Italiana? Las realidades de los países europeos entre las dos guerras no son de una pieza: la cultura italiana está representada por Marinetti, Gentile y por Pirandello no menos que por Croce, y por Croce senador no menos que por Croce antifascista, del mismo modo que por la cultura alemana pueden hablar tanto Spengler, Heidegger, o Moeller van der Bruck tanto como los hermanos Mann, y la cultura francesa es tanto Gide, Sartre o Camus tanto como Drieu la Rochelle, Brasillach o Céline…
Así, "El nacimiento de la ideología fascista" otorga a su objeto una dignidad que no siempre se encuentra en los variados estudios sobre el tema. Ello sólo puede ser saludable para la historia de las ideas. Hagamos por nuestra parte algunas observaciones. Primero, que, como es evidente, Sternhell trata en su obra del fascismo latino, esto es, de las corrientes inconformistas surgidas en Francia y en Italia. Un tema de discusión es ver si el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán son cosas totalmente diferentes (esta es la tesis de De Felice), o bien si el nacionalsocialismo es una especie dentro del fascismo genérico (tesis de Payne y Nolte). Del nacionalsocialismo se ha discutido si fue "antimoderno" o si presentaba rasgos de una radical modernidad, dado que el innegable que el movimiento desarrolló un radicalismo anti burgués operativamente muy atractivo para los militantes comunistas.
El fascismo nace a la izquierda, a partir de una revisión del marxismo. Este revisionismo se desarrolla y se constituye en una corriente intelectual y política independiente a la cual concurren otras tendencias que cohabitan con el socialismo: Nietzsche, Bergson, James, y el nacionalismo integral. Al respecto es interesante comparar las diferentes evoluciones del marxismo que siguió siendo tal y las diferentes ramas "apóstatas". El fascismo en una revisión del marxismo encontró que todos los partidos socialistas consideraban al marxismo una herencia a la que debían permanecer fieles. Sin embargo, en su evolución reciente todos esos partidos han renunciado a la herencia de Marx, acomodándose a la economía neoliberal. Siguen apegados, desde luego, a la matriz ilustrada, materialista e igualitaria. Al contrario, los fascistas, animados de otra cultura, mantuvieron siempre el espíritu revolucionario de ruptura con el orden burgués.
Sternhell insiste permanentemente en el respeto de los sindicalistas revolucionarios, de los socialistas nacionales, de los fascistas, por la propiedad privada y el capitalismo. ¿No habría que distinguir entre propiedad privada y capitalismo que, después de todo, históricamente no se identifican sin más? Todos los fascismos subrayaron siempre la diferencia entre la propiedad ligada al hombre y el gran capital financiero; entre el trabajo productivo y la servidumbre al interés del dinero (G. Feder).
Nicolás Maduro Moros y Daniel Ortega Saavedra, uno sindicalista y el otro guerrillero que aprendieron de la izquierda y el porque se dejaron arrastrar por el fascismo para convertirse en dictadores en Venezuela y Nicaragua. Sería interesante una respuesta.
Parece adecuado pasarla por alto. Quizás Payne ha sido el autor más justo en este sentido.
Finalmente, es verdad que una cosa es reconocer el componente irracional de la vida humana y otra hacer del antirracionalismo una política. Sternhell, que durante toda su obra se ha mantenido alejado de toda afección moralizante, al final nos advierte del peligro del irracionalismo: "Cuando el antirracionalismo deviene un instrumento político, un medio de movilización de las masas y una máquina de guerra contra el liberalismo, el marxismo y la democracia; cuando se asocia a un intenso pesimismo cultural a la par de un culto pronunciado por lo violencia, entonces el pensamiento fascista fatalmente toma forma". La cuestión sería si sólo los valores políticos de la ilustración y del liberalismo son legítimos; si solo el chato optimismo hedonista puede pasar por perspectiva cultural, si las masas han de ser movilizadas sólo en nombre del deporte."
Ambos, arrastran una serie de muertes de jóvenes y adultos en plena protestas, aunados a los fallecidos en los hospitales por falta de medicamentos, algunos se atreven a decirles genocidas, pero, deberíamos ir a la ley y la interpretación que da los DD.HH. Al respecto.
"Hay una guerra de clases, eso es un hecho; pero es mi clase social, la de los ricos, la que la está haciendo y la está ganando". Así se expresaba en 2006 el multimillonario norteamericano Warren Buffet en una célebre entrevista en el New York Times. A tenor de sus palabras, no hace falta ser un furibundo trotskista para admitir que, efectivamente, hay una creciente brecha social – si es que no se la quiere llamar "guerra"–, y que a la hora de analizar los problemas de la sociedad occidental el enfoque de clase es, hoy en día, tan o más pertinente que nunca.
¿Una nueva lucha de clases? Esa es una tesitura en la que la izquierda no está ni se la espera. ¿Qué hace, hoy por hoy, la izquierda culturalmente hegemónica? Embargada por la ideología arco iris y el multiculturalismo Benetton, la izquierda celebra la "diversidad", reivindica las minorías sexuales, radicaliza el feminismo, aboga por las fronteras abiertas, reescribe el pasado (la "memoria histórica") y persevera en su heroica lucha contra la "sociedad hetero–patriarcal", contra la iglesia que nos oprime y el fascismo que nos amenaza.
Claro que siempre habrá alguien que diga que todos estos temas son el sonajero que el capitalismo ha vendido a la izquierda, para mantenerla entretenida y tranquila. Pero también cabe pensar lo contrario: que la izquierda no necesita ayudas para equivocarse y que todos estos temas proceden de la propia izquierda; más en concreto: de la izquierda posmoderna, la gran encargada de suministrar al capitalismo los liftings ideológicos de temporada.
Y Daniel como Maduro lo calcaron en su memoria para eternizarse en el poder, pensando que se encuentran en la vieja Mesopotamia o con los Ayatolas de Irán, sin duda, son creyentes musulmanes y, junto a José Luis Rodríguez Zapatero, deben ser llamados por sus juzgados parroquiales para rendir declaraciones indagatorias. El mundo, sobre todo España y Venezuela están llenos de islamitas que profesan la religión mahometana y, algunos más radicales asumen la definición de terroristas, donde tanto en la Península Ibérica, como en el Continente Latinoamericano se han vistos actos de sangre, bajo una concepción terrorista.
¿Ha traicionado la izquierda a sus propios ideales? Cabe más bien pensar lo contrario. La conversión de la izquierda al posmodernismo (y por ende al neoliberalismo) es, en el fondo, un acto de coherencia histórica. Muerto definitivamente el socialismo real – entre la "revolución" de mayo 1968 y la caída del muro en noviembre 1988 –, la izquierda retornó a sus orígenes históricos, que no son otros que los de la burguesía acomodada, heredera y beneficiaria de la ideología de la Ilustración. Es preciso tener en cuenta –como lo ha hecho Jean–Claude Michéa en una serie de trabajos fundamentales – que el origen histórico de "la izquierda" se sitúa, no en el socialismo, sino en el "compromiso histórico" cerrado a fines del siglo XIX (la época del "caso Dreyfus") entre la intelligentsia progresista y la parte más institucionalizada del movimiento socialista. Pero en los albores del siglo XXI, liberada por fin de sus lastres obreristas, es del todo coherente que la izquierda comparta con el capitalismo, ya sin tapujos, una común esencia liberal, así como una fe dogmática en la religión del progreso.
Por de pronto, los temas "progresistas", agitados sin interrupción por la industria mediática y el show business internacional, garantizan a la izquierda su hiper–visibilidad y sobre–representación cultural. Pero también cabe preguntarse si, a la larga, la izquierda no estará procediendo con ello a su voladura controlada. Tal vez veamos cosas que hoy son difíciles de imaginar.
Es necesario resituar el enfoque de clase, adecuarlo a una era en la que los actores sociales son difíciles de identificar a primera vista