Cuando los países necesitan financiamiento, pueden endeudarse emitiendo bonos en distintas monedas. Por eso se habla de los "bonos bulldog" (que se emiten en libras esterlinas), los "bonos canguro" (en dólares australianos) o los "bonos panda" (emitidos en yuanes, la moneda local china). Cuando un gobierno coloca un bono panda, lo que está haciendo es emitir deuda en yuanes en el mercado local chino, con el objetivo de atraer inversionistas locales. A cambio, tendrá que devolver el capital más los intereses, los cuales se calculan según el nivel de riesgo que tiene cada país que emite la deuda.
Hace años, Portugal se convirtió en el primer país de la zona euro en emitir bonos panda. Polonia fue el primer país europeo en hacer lo mismo en agosto de 2016, seguido de Hungría en julio de 2017, y se esperó que Italia y Austria fuesen los siguientes. Pero, de repente, Venezuela está en el escenario.
Es un mercado que "es visto como una parte indispensable y crucial de la internacionalización del yuan", Desde una perspectiva más global, hay expertos que consideran que aún los bonos panda no han llegado a ocupar un lugar determinante en el avance de la Nueva Ruta de la Seda. "Los bonos panda no juegan un gran rol en el financiamiento de la mayoría de los proyectos, pero es posible que esto cambie en el futuro", señalaron Benjamin Della Rocca y Brad Setser, investigadores del centro de estudios estadounidense Council on Foreign Relations, al ser consultados por BBC Mundo.
China a menudo presiona a los países participantes en la Nueva Ruta de la Seda a contratar compañías chinas, las cuales pueden preferir pagos en yuanes por los proyectos de infraestructura. En esto, se encuentra incluida Venezuela.
La idea es que un bono soberano proporciona una referencia de precios para otros emisores del mismo país, explica Sinclair, pero "los pocos acuerdos gubernamentales no siempre han sido seguidos por otros solicitantes de fondos del mismo país".
Hay una sensación de que muchos bonos panda han estado más vinculados a un gesto político, que a la apertura de una genuina nueva fuente de financiamiento".
Por eso algunos analistas hablan de la "diplomacia panda", que puede tener un papel clave en las relaciones gubernamentales, pero no así en el mundo corporativo.
Veintiocho jefes de Estado de todo el mundo asistieron al primer "Foro Una Franja, Una Ruta", celebrado en Beijing el 14 y 15 de mayo de 2017. La iniciativa cuyo nombre completo es "Franja Económica de la Ruta de la Seda y la Ruta Marítima de la Seda del Siglo XXI" fue anunciada por el presidente Xi Jinping en 2013 durante una visita oficial a Kazajistán, una relevante nación de Asia Central, otrora miembro del Pacto de Varsovia y actualmente miembro, junto a Rusia, China y otras naciones de la región, de la Organización de Cooperación de Shangai (OCS), considerada como el equivalente euroasiático de la OTAN.
Se trata del proyecto más ambicioso en la historia hegemónica contemporánea de China, centrado en el renacer de la ancestral Ruta de la Seda, un corredor de comercio y de logística de distribución física de recursos energéticos y materias primas de proporciones ciclópeas, con un costo estimado de un millón de millones de dólares que serán aportados principalmente por China para el desarrollo de grandes y extensas obras de infraestructura en decenas de países periféricos, comenzando por Asia Central, pasando por África Septentrional y Oriente Medio, hasta llegar al corazón de Europa. Luego se iniciaría en Venezuela hasta el Estado Plurinacional de Bolivia.
Para hacerse una idea de la envergadura de esta iniciativa, la misma abarca seis corredores económicos: el Nuevo Puente Continental Euroasiático, el corredor China-Mongolia-Rusia, el corredor China-Asia Central-Asia Occidental, el corredor China-Península Indochina, el corredor China-Pakistán y el corredor Bangladés-China-India-Myanmar. Si bien el grueso del proyecto es por vía terrestre, también proyecta China expandir su hegemonía por vía marítima hacia América Latina, razón por la cual los presidentes de Chile y Argentina figuraron entre los asistentes al foro.
Desde su lanzamiento en 2013, la Ruta de la Seda cuenta con importantes logros consistentes en enormes proyectos de transporte, energía y comunicaciones ya ejecutados, tales como el puente Padma de Bangladés, para transporte rodado y ferrocarril, el Corredor Económico China-Pakistán y los trenes rápidos chinos a Europa:
Más de 100 países y organizaciones internacionales se han unido ya a la iniciativa y 40 de ellos han firmado acuerdos de cooperación con China (…) El comercio entre China y los países a lo largo de la Franja y la Ruta fue en 2016 de 6,3 billones de yuanes (unos 913.000 millones de dólares), más de un cuarto del valor comercial total de China. Las empresas chinas han invertido más de 50.000 millones de dólares en países que atraviesan la Franja y la Ruta y ayudado a construir 56 zonas de cooperación económica y comercial en 20 de ellos, lo que ha generado casi 1.100 millones de dólares en ingresos por impuestos y 180.000 empleos locales (…) China aportó 40.000 millones de dólares al Fondo de la Ruta de la Seda y creó en 2015 el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras para dotar de apoyo financiero a la mejora de infraestructuras en Asia. Hasta la fecha, el Banco sumo ya 70 miembros y ha financiado proyectos por un valor total superior a los 2.000 millones de dólares.
Sin lugar a dudas, no es una iniciativa cualquiera. Es un megaproyecto geoestratégico del siglo XXI a la china, es decir, a lo mayúsculo en todo sentido.
Ahora bien, ¿de qué se trata realmente?
De acuerdo con Tokatlian (2013), el eje principal de la geopolítica mundial se ha desplazado de Occidente a Oriente, particularmente acelerado este fenómeno a raíz de la Gran Recesión de 2008, cuyas repercusiones han dado una estocada definitiva a la relevancia de Europa Occidental en el concierto de los bloques de poder en el juego de las relaciones internacionales, caracterizado ahora por un incuestionable crecimiento económico y la capacidad científica, tecnológica y productiva del continente asiático. Frente a un (Nor)Occidente cada vez más ocioso, especulativo y despilfarrador, que ha ido perdiendo su dinámica creativa, ha surgido con gran fuerza un Oriente industrial e industrioso). De allí el abaratamiento de la mano de obra.
El surgimiento de Asia como actor geopolítico central de las relaciones internacionales actuales, ha conducido a autores como Lilli (2012), a plantear la tesis del resurgimiento de la bipolaridad mundial, en esta ocasión ya no entre Estados Unidos y la ex Unión Soviética, sino entre los que dicho autor denomina el "bloque oriental" (polo Ártico-Pacífico-Índico) y el "bloque occidental" (polo Atlántico-Mediterráneo-Pacífico). "El primero integrado por Rusia, China e India (más Irán) y el segundo formado por América del Norte, Europa Central y Japón (más Israel).
En la bipolaridad previa entre Estados Unidos y la ex Unión Soviética, cuya expresión geopolítica fue la Guerra Fría, surgieron dos acuerdos de cooperación militar y política representativos de cada eje de poder planetario, como fueron, en el caso del polo de Estados Unidos, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y en el caso del polo de la ex Unión Soviética, el Pacto de Varsovia.
El primero se creó ante la supuesta amenaza del avance soviético-comunista sobre Europa occidental, y el segundo para contrarrestar el supuesto rearme de la República Federal Alemana, a la que los acuerdos de París le permitían reorganizar sus fuerzas armadas. No solo que ninguna de las dos amenazas se concretó nunca, sino que con el correr del tiempo, y disuelta la Unión Soviética, el Pacto de Varsovia perdió su razón de existir y la OTAN debió reformular sus objetivos, alcances de los mismos, actividades y lista de países miembros de modo tal que al día de hoy se ha adueñado de la seguridad de todo el hemisferio norte.
El Pacto de Varsovia fue un mecanismo diseñado para contrarrestar la ventaja comparativa que había obtenido EE. UU. con su participación en la creación de la OTAN, dejando por fuera a los países de tradición socialista. En términos generales, el Pacto de Varsovia fue una especie de OTAN socialista.
De hecho, más que un verdadero pacto militar, el Pacto de Varsovia estaba dirigido a preservar la hegemonía militar y política de la URSS sobre los países del centro y este de Europa. Cuando Hungría, en 1956, trató de abandonar el Pacto y declararse neutral, el Ejército Rojo, sin mediar ninguna consulta previa con sus aliados, ni respetar los artículos del Pacto que hablaban de no injerencia en los asuntos internos de cada país miembro, procedieron, el 20 de agosto de 1968, a invadir Checoslovaquia con un ejército de 500.000 hombres de todos los países del Pacto, excepto Rumania, siguiendo una simple orden de Moscú y sin consulta previa al Comité Político de la organización. La doctrina Breznev que proclamaba el derecho de intervención cuando el socialismo estuviera en peligro en alguno de estos países, venía a confirmar la hegemonía soviética. El golpe de Jaruselzski en Polonia en 1981 se produjo para adelantarse a una intervención del Pacto de Varsovia similar a la que había sufrido Checoslovaquia en 1968.
Este carácter policial e impuesto del Pacto de Varsovia se vio claramente cuando la perestroika de Gorbachov negó la doctrina Breznev. Tras la caída del Muro de Berlín y de los sistemas comunistas en Europa Oriental, el Pacto no tenía razón de ser. En septiembre de 1990, la Alemania comunista lo abandonó poco antes de la reunificación. En marzo de 1991, antes de la disolución de la URSS, se disolvió la estructura militar y en julio la estructura política. Fue el inicio de la repatriación de los más de medio millón de soldados soviéticos desplegados en estos países: Hungría y Checoslovaquia, en 1991, Polonia en 1993 y Alemania finalmente en 1994, según lo establecido en el acuerdo "2+4" de reunificación.
Ahora, Venezuela es un encaje más de estos ejes geopolíticos y territoriales, ahora, nos preguntamos donde esta la verdad del asunto y porque al presidente lo acosan algunas tendencias que miran al Oriente.
Por su parte, la OTAN ha continuado operando y ganando posiciones estratégicas en la escena internacional, constituyendo el brazo ejecutor que respalda el denominado Proyecto Gran Oriente Medio (Lilli, 2012), cuya finalidad geopolítica es minar el espacio de influencia de Rusia, China e India, al tiempo que facilite a Occidente el acceso a los recursos naturales (principalmente energéticos) y el control de la producción y rutas de tránsito de estupefacientes existentes en la ancha faja que va desde Marruecos, pasando por todos los países de la Liga Árabe y las naciones del Golfo Pérsico, hasta Asia Central (la Ruta de la Amapola). "Para tal fin, Estados Unidos de Norteamérica y sus aliados instigaron hábilmente dos procesos sociopolíticos conocidos con el nombre de Las Revoluciones de Colores en Asia Central y La Primavera Árabe en África Septentrional" (Lilli, 2012, p. 144). Destacan al respecto las siguientes jugadas geopolíticas conducidas por el polo occidental en esta nueva y cada vez más clara bipolaridad mundial: Revolución de las Rosas (Georgia, 2003), Revolución Naranja (Ucrania, 2004), Revolución de los Tulipanes (Kirguistán, 2005), Revolución de los Jazmines (Túnez, 2010), Revolución de los Jóvenes (Egipto, 2011), Rebelión Libia (2011) y Rebelión Siria (2011).
"Con respecto a ésta última, cabe recordar que, así como las guerras del siglo XX fueron por control del petróleo, las del siglo XXI están siendo por el control del gas. Las cuencas del Mar Caspio, Cuenca del Caribe y del Mar Mediterráneo encierran las mayores reservas gasíferas del planeta y es precisamente en Siria donde se hallan las más importantes. Esto da la idea de que quien tenga el control de Siria podrá controlar Medio Oriente y a partir de ahí, Occidente que es Venezuela, entrar a Asia y controlar a Rusia y China, a través de la famosa Ruta de la Seda.