La violencia, no se refleja en conflictos sociales o armados, dentro de cada país. sino también en las muchas por los pueblos del mundo, donde observamos más a presidentes que desean perpetuarse en el poder por varios países consecutivos y sumen a sus repúblicas a ciclos de deprimencia económica y esto, lo venimos observando desde el sur. Nuestro conflicto viene desde hace veinte, (20), años, ya deja más de cinco, (5000), mil muertos y cientos de heridos y desaparecidos. la violencia, sin embargo, no solo se refleja en conflictos sociales o armados dentro de cada país. otro tipo es la intrafamiliar hacia las mujeres y hacia los niños, que, según el informe, ha venido en aumento en los últimos años. la primera se tasó en 68 % y la segunda en 66 %. además, la violencia en las calles llegó a 39 % en la categoría de tipos de violencia que más se presentan en los lugares en los que viven las personas.
Independientemente de este antecedente, el gran problema es la corrupción en cada país, que no cede ante nuestra realidad. la percepción de aumento de la corrupción en la región no cede. Mientras en 2017 un 62 % de los latinoamericanos decían que la corrupción había aumentado, en 2018 es 65 %. Y la tendencia indica que la cosa seguirá subiendo. Al revisar los datos por país, el informe encontró que en 17 de los 18 países la percepción de aumento de la corrupción es superior al 50 %, llegando a más de 70 % en seis países. Solo en Honduras está por debajo del 50 %. Sin embargo, al ser el Latinobarómetro una encuesta de percepción ciudadana, los resultados no necesariamente indican que los índices de corrupción hayan o no aumentado en cada país. Este repunte, según el informe central y regional, se explica "porque el tema de la corrupción está en el radar de los ciudadanos como un tema en aumento, no en disminución".
Hay siete países donde la corrupción está en primer y segundo lugar de importancia como problema principal: Colombia, Venezuela, Perú, Brasil, México, Paraguay, República Dominicana y Bolivia.
Aunque algunos afirman que el mundo se ha vuelto mucho más pacífico, la forma de violencia simplemente ha cambiado. Mientras que hace cien años pensábamos en la violencia en términos de un conflicto masivo organizado, ahora adopta una forma menos colectiva y quizá menos organizada. El origen de la violencia tal vez ya no adquiera el aspecto de un combatiente enemigo, pero eso hace que resulte más difícil identificar las amenazas y enfrentarse a ellas. Cuando los camiones de alquiler se convierten en armas de destrucción masiva, ¿cómo se controla todo el tráfico? Cuando las fuerzas o el orden se ven sobrepasados, ¿cómo se garantiza el cumplimiento de la ley? Con las interacciones humanas volviéndose globales y teniendo lugar unos cambios culturales rápidos, ¿cómo creamos y aprendemos nuevas reglas y normas que mitiguen los conflictos cotidianos?
De hecho, el mundo tiene mucho por lo que sentir inquietud. Hemos construido un estilo de vida para muchos (pero ciertamente no para todos) que rivaliza con el de los aristócratas del siglo XIX. Pero, de forma muy parecida a ellos, tememos que las normas del mundo estén cambiando y nos preguntamos cuánto cambio podemos aceptar y cuánto del statu quo puede (o debería) conservarse.
En ningún caso los justifica, pero ésta es una realidad que explicaría los recelos raciales y xenófobos de los estadounidenses hacia "el Sur". México, concretamente, registra una de las tasas de violencia más altas de la tierra y aloja a las organizaciones criminales más sanguinarias del planeta. Sin embargo, dedica solo un 1,92% del PIB para acabar con el narcotráfico y el crimen organizado. Es posible que el muro que quiere reforzar Donald Trump tenga que ver con la inactividad de algunos ex presidentes como Peña Nieto que parece más preocupado en gastar en ideología de género y en promoción del matrimonio homosexual, antes que en extirpar de la vida pública la corrupción que inutiliza hasta al ejército en su enfrentamiento con los cárteles de Sinaloa, Juárez, el Golfo, etc. Actualmente, la DEA, agencia federal antidroga de EEUU, persigue al cártel de Sinaloa en 48 de los 50 estados por causa de un gobierno sin medios o sin voluntad de destruir las mafias del narcotráfico. Claro que, llegados a este punto, no faltará quien recuerde que históricamente, los EEUU han sido también responsables en gran medida de la inestabilidad política de la región gracias a las actividades de la CIA y la NSA.
En definitiva, existe un problema y no es justo acusar del mismo a los hispanos honrados que cumplen las leyes y que quieren permanecer en sus países con seguridad y trabajando por el futuro de sus familias. El problema radica en un modelo administrativo ineficaz que ha engendrado las tasas de corrupción más altas del planeta en nombre de Simón Bolívar y compañía.
Hablar de la literatura centroamericana es hacerlo de las novelas de Horacio Castellanos Moya, de libros como «El asco», «El arma en el hombre» o «Insensatez». Obras a través de las cuales el escritor salvadoreño describe el ambiente de horror y de violencia que se vive en esa zona (donde los estertores de la guerra civil de El Salvador conviven con la matanza de indígenas, los sicarios con los delincuentes y las bandas parapoliciales y las maras con el narcotráfico) desde sus entrañas más profundas, con un estilo preciso y contundente, capaz de combinar, en una misma novela, el estilo excitado y furioso de Thomas Bernhard con el estilo sobrio, seco, de Ernest Hemingway.
Es en ese mismo ambiente de violencia donde Castellanos Moya sitúa la acción de esta novela, solamente que el escenario ahora ya no es un país de Centroamérica, sino Estados Unidos. Allí es donde vive José Zeledón, el protagonista de «Moronga» (término que, literalmente, significa morcilla), un salvadoreño que se ha acostumbrado a la vida americana, más allá de que la congoja de la pasada guerra civil aún persiste y le atormenta como un sueño pesado. Ha participado en combates, ha matado adversarios, ha visto morir amores y amigos, y sabe, es consciente, de que la violencia siempre está allí, al alcance de la mano, dispuesta a despertarse.
Hemos construido un estilo de vida para muchos, pero ciertamente no para todos.
En parte producto de la globalización y en parte herencia de diez mil años de vida colectiva, la desigualdad se ha convertido en un problema mayor para todas las sociedades. La desigualdad entre sociedades no solo es una preocupación ética, sino que hace que la cooperación global en asuntos como el cambio climático resulte muy difícil. A su vez, esta injusticia provoca un flujo de seres humanos en busca de una vida mejor en regiones donde quizá no sean bienvenidos. La desigualdad a escala nacional también hace que incluso gobernar territorios menores resulte difícil, ya que los costes y los beneficios de las decisiones no están distribuidos homogéneamente. La desigualdad es un reto singular, ya que es, en parte, un asunto de percepción. Pese a que los últimos cincuenta años han sido testigos de un enorme aumento en la esperanza de vida en todo el planeta, también han hecho que las desigualdades entre las sociedades y dentro de ellas sean más visibles. Además, en la actualidad, los mecanismos tradicionales empleados por los estados nacionales mediante los cuales las sociedades redujeron la desigualdad resultarían ineficaces, por no decir contraproducentes.
El monopolio de la fuerza física y el aumento de la seguridad son sin duda dos variables que se han tenido en cuenta por las ciencias sociales y humanas para evaluar el proceso de construcción del estado nacional. La definición clásica dada por Weber para definir el Estado como "aquella comunidad humana que dentro de un territorio determinado –esto, el ‘territorio’ es la clave– ha logrado (con éxito) el monopolio del uso legítimo de la fuerza física", ha sido fundamental para entender la entidad nacional; sólo hasta finales del siglo pasado se aceptó por la comunidad científica integrar al paradigma el monopolio fiscal propuesto por el sociólogo alemán Norbert Elías. Autores como Anthony Giddens han cuestionado el protagonismo del control de la violencia en la formación del Estado Nación, para este autor el monopolio de la fuerza física es un resultado de la construcción estatal pero no necesariamente una característica fundamental de la estatalidad. En su concepción, Giddens define al estado en términos de su capacidad de movilizar los medios de violencia e imponer sus reglas por un territorio determinado.
El proceso de formación estatal en Europa está relativamente bien estudiado para el centro del continente, según la visión sintética de Charles Tilly el continente europeo habría experimentado la construcción de monarquías centralizadas que gradualmente disminuyeron e incluso eliminaron el poder local y regional durante los siglos XV al XVIII. El siglo XIX presenció la consolidación del proceso, específicamente la burocratización del poder político y el control interno, el desarme de la población civil y el vuelco hacia la conquista exterior. Esto ha llevado a autores a considerar que el incremento de la violencia en América es el resultado de un proceso de democratización muy rápido y radical, tal como lo planteó el historiador holandés Pieter Spierenburg al referirse a Estados Unidos: "el continente norteamericano se movió hacia el mundo moderno casi de la noche a la mañana, sin atravesar por el extenso desarrollo que caracterizó a las sociedades europeas."
Trabajos recientes desde una perspectiva comparada reducen el peso dado al poder político en la construcción del Estado latinoamericano, en cambio se brinda mayor importancia a las instituciones, tal es el caso de Marcus J. Kurtz, quien se pregunta cuál es la capacidad de las instituciones públicas para imponer sus políticas (impuestos, redistribución de ingresos, proveer bienes públicos, imponer estrategias de mercado o desarrollo, entre otras), en especial en sociedades cuyos actores tienen un interés particular y se resisten a dichas imposiciones ejerciendo ellos mismo un poder político o económico. La consolidación del poder político y fiscal es factor de análisis importante desde esta perspectiva, pero ya no se encuentra limitado al "monopolio de la violencia" sino al "control del territorio" (aspecto muchas veces obviado en la definición weberiana), que no es resultado de un proceso unívoco sino fruto de una tradición histórica que construye el estado a partir de lo posible, lo deseable y lo realizable, y por ende involucra la acción del estado no sólo a nivel de legitimidad sino además de acciones económicas, de extensión de su dominio, de la capacidad de imposición de políticas y finalmente del ejercicio del poder simbólico.
Frank Safford señala que ha persistido el prejuicio que considera que las naciones latinoamericanas no han sido capaces de ejercer la autoridad y el poder requeridos para construir Estados nacionales, sin embargo, los análisis a partir de perspectivas comparadas con fundamentos teóricos más amplios que los weberianos (o los estructuralistas marxistas, dependientitas o de otro tipo unicausal) muestran que, a pesar de la variabilidad de experiencias de formación estatal, los estados americanos decimonónicos en general funcionaban de manera poco menos que óptima, de hecho afirma que no encuentra "un solo factor que permita o inhiba el desarrollo de los estados decimonónicos latinoamericanos, sino en todo caso un conjunto de factores, no todos ellos de la misma importancia o que operen de la misma manera."
Teniendo en cuenta esta perspectiva que complejiza la construcción del Estado Nación el ejercicio de la guerra también adquiere una nueva dimensión, no porque sea una condición necesaria para la formación estatal, sino porque se complejiza su papel que "acompaña" los proyectos de las élites en la construcción de la nación posible. Si bien los conflictos internos fueron una constante en la mayoría de naciones durante el siglo XIX, la construcción del Estado nacional fue en buena medida el resultado no planeado de la construcción institucional que se vio enfrentada casi de manera permanente con desafíos no sólo de las élites sino, además, de los grupos insurgentes y las regiones rebeldes, por lo cual no se reduce a la dualidad "ejército-fiscalidad". En ese mismo sentido, las guerras civiles no pueden entenderse limitadas como desafíos al monopolio de la fuerza ya que éste fue resultado de la formación del estado y no precedente a la construcción del mismo.
Las guerras civiles son expresión del proceso de construcción del estado y la nación mas no evidencia de la incapacidad o negligencia del estado para consolidar el proyecto nacional, de hecho, como señaló el sociólogo alemán Wolfgang Knöbl los Estados americanos del siglo XIX no deben ser considerados como casos "atípicos" ya que "incluso en los más exitosos casos de Europa la construcción de la nación y el estado fue un proceso lento y desigual.". Las naciones decimonónicas europeas también enfrentaron una herencia de desigualdad, de poderes locales que enfrentaron la institucionalidad cuyas elites promovieron el liberalismo desde arriba, incluso, a pesar de tener los ejércitos más poderosos de la época, los estados europeos también contaron con serias dificultades para consolidar un ejército nacional. Así mismo "el hecho que los estados europeos se volvieran enormemente poderosos en el siglo lógico que las guiara hacia la construcción sucedido en el Estado Plenipotenciario de Bolivia es responsabilidad de su presidente Evo Morales quien desea ser por cuarta, 4ta, vez presidente de esta República, cuando su Constitución es clara porque determina tres períodos, lo acontecido
Entonces, quien genera violencia en su matriz natural. El Estado o los ciudadanos. En Venezuela desde hace cuatro o cinco años se viene generando un nivel de violencia que se específica en el campo de los Derechos Humanos
Chile a nivel latinoamericano es un caso excepcional ya que logró una pronta centralización después de la independencia tras la derrota de los federalistas en 1830 y la posterior constitución de 1833 que determinó un gobierno centralizado con un ejecutivo fuerte. A pesar de las confrontaciones internas (aunque menores que en los demás casos latinoamericanos) fue el único país que logró sostener su constitución, a pesar de las consecutivas modificaciones, hasta su reemplazo en 1925. La fortaleza militar no fue óbice para dos levantamientos entre 1837 y 1851, ni para el reemplazo del gobierno conservador por uno liberal en 1876 que no fue hecho por la fuerza sino por un acuerdo para reducir las facultades extraordinarias del ejecutivo. De esta manera, como lo interpretó Safford, Chile evitó las tensiones y rupturas que ocurrieron en México entre 1830 y 1850, de cierto modo acortó el camino que llevó hacia un ejecutivo fuerte que de manera gradual debilita su poder en pos del equilibrio con el legislativo y el judicial.
Hoy, nadie quiere a Sebastián Piñera.