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Unidas Podemos presiona a Sánchez para desarticular partidocracia latina y caribeña

No me explico, porque el nuevo socialismo de una manera xenofóbica quiere colgar el teléfono e incendiar las calles buscan un punto de encuentro para favorecer más a Cuba y degradar la vida en los países latinoamericanos y, ahora apoyado por fuerzas externas a nuestros principios ideológicos. Cuando el comunismo implica organización y trabajo social. Cualquiera, ahora, puede tomar los micrófonos y ser recibido como un héroe en su comunidad y desde cualquier tribuna ofrecer mítines bajo el plácet de las autoridades locales que reflejan el mismo historial de delitos.

Aquellos que cometieron el delito contra España desean regresar al poder de mano con Pedro Sánchez y facilitar la llave del Generalitat para avanzar con un conjunto de votantes hacia el Sur y seguir reincidiendo en los cargos que se les faculta en delitos menores. Es el mundo al revés en política y el socialismo, debe hacerse campo abierto para tener una nueva oportunidad de avanzar.

Hace solo cuatro meses que Junqueras fue condenado a 13 años de cárcel y otros tantos de inhabilitación. La respuesta del separatismo fue, literalmente, incendiar las calles. Hoy la justicia española inhabilita a Torra y apenas arden cuatro contenedores. Resulta evidente que la violencia callejera está teledirigida desde la cúpula separatista de despacho y traje, que modula el frente borroka según va el pulso con Madrid. Ahora toca bajarles el volumen a los CDR y los Tsunamis, porque Sánchez es una bicoca: el primer presidente de España capaz de mercadear con la unidad nacional a cambio de aguantar en su poltrona. En realidad, la etapa de Felipe González fue un raro oasis y el PSOE vuelve a su ser. En su congreso de 1976 todavía defendía «la República federal de trabajadores» con «una Constitución que garantice el derecho de autodeterminación». Tal vez Sánchez no esté haciendo más que recuperar la verdadera alma de su partido, históricamente siempre más cercano a los nacionalismos centrífugos que a lo que llamaba con desprecio «la oligarquía centralizadora».

El populismo menosprecia el Estado de Derecho y el libre intercambio internacional, y practica el clientelismo. Estados Unidos tiene un populismo de derecha, más nacionalista que redistributivo, pero también de izquierda, con el énfasis contrario. En América Latina predomina el de izquierda y en Europa sucede lo contrario, con excepciones como Grecia, España y Eslovaquia, donde el de izquierda es poderoso.

Por su capacidad a lo Zelig para apropiarse de elementos de diversas doctrinas, el populismo hace difícil una alternativa clara. Las políticas populistas a veces coexisten, en un gobierno o líder, con lo razonable. Trump comprende la importancia de cobrar impuestos más bajos y aligerar la regulación de la economía. Pero su Gobierno acaba de superar un déficit fiscal de un billón de dólares, y piensa que los intercambios globales son un juego de suma cero y que los inmigrantes amenazan a su país. Los populistas de derecha en Hungría (Viktor Orbán) y Polonia (el partido de Jaroslaw Kaczynski) han erosionado el Estado de Derecho y practican el clientelismo con programas sociales, pero mantienen unos impuestos horizontales (flat tax) atractivos y codician el capital extranjero. En la República Checa, el presidente Milos Zeman y el primer ministro Andrej Babis persiguen objetivos diferentes: el primero quiere aliarse con Rusia y un referéndum sobre la pertenencia a la odiada Unión Europea, mientras que el segundo prefiere permanecer en Europa, pero coquetea con Polonia y Hungría.

En Estados Unidos, muchos votantes liberal-conservadores incómodos con Trump temen que la alternativa sea el socialismo o el populismo anti empresarial que muchos adversarios de Trump defienden. En Italia, una coalición de populistas de derecha (la Liga) y populismo izquierdizante (el Movimiento 5 Estrellas) cayó por disputas internas, pero el nuevo Gobierno, del Movimiento 5 Estrellas y el Partido Demócrata, mantiene una carga populista. La Liga, ahora oposición, lidera los sondeos. Un populismo alimenta el otro, canibalizando el espectro político.

No pocos europeos pro libre empresa aceptan el populismo de derecha porque lo ven como antídoto contra el de izquierda y el separatismo. Muchos españoles pro mercado apoyan al nacionalista Vox porque la alternativa es el populismo de Podemos, hoy en el poder, que simpatiza con el nacionalismo catalán y el chavismo.

La extrema derecha de Europa atrae, además, a votantes de extrema izquierda, como Le Pen, cuya prédica contra las élites globales suena a música a oídos de muchos desfavorecidos (a juzgar por su oposición al intento de Macron de reformar las pensiones, ignoran que el estatismo es culpable de su situación). Cuando líderes importantes como Angela Merkel han pedido una respuesta internacional al populismo, el populismo les ha estallado en casa: Alternativa para Alemania tiene unos noventa escaños. No hay (aún) una mayoría de gobiernos occidentales en manos del populismo. Pero los no populistas lucen débiles, carcomidos por pulpar a los electores de los problemas de la dirigencia de un país es generalmente un recurso simplón que sirve para que los responsables de su conducción política y social se laven las manos. Pero hay ocasiones en que no responsabilizar a los votantes, sobre todo cuando están muy bien informados, de los desaguisados, o sea catástrofes, desovadas por su comportamiento en las urnas es escamotear parte de la verdad. La grave tesitura en que se encuentra España, y para colmo cuando los motores de la economía empiezan a toser, se pudo haber evitado si los votantes hubiesen tenido en cuenta muchas cosas, pero dos muy en particular.

La primera, en el caso de aquellos situados a la izquierda del centro, es que, si querían un Gobierno zurdo (y no digo socialdemócrata sino zurdo porque el PSOE lleva una deriva populista desde el año 2000), tenían cómo obtenerlo privando a Unidas Podemos de más de tres millones de votos y a Más País de casi seiscientos mil, y concentrando en el socialismo la inmensa mayoría de los sufragios con vocación populista. Que más de tres millones y medio de votantes de izquierda juzguen que el actual PSOE es demasiado de derecha da una idea de la confusión ideológica, en algunos casos, y de la radicalización, en otros, que hoy impera en un sector importante de quienes no están en el centro-derecha. Ellos tienen una parte importantísima de responsabilidad en el hecho de que hoy el independentismo catalán esté jugando, y haciendo jugar al PSOE, un papel tercermundista.

España, le espera una ardua tarea política e ideológica que cubre a todos los centros políticos escudados en partidos, Zapatero viene escudándose en Unidas Podemos para avanzar en el casco de España desde una afirmación centrista de derecha y teniendo bajo la manga una carpeta con un historial de izquierda, lo importante es el metal expresado en pesetas o dólares, porque el euro es trivial, todos cobran obviando a los sectores populares.

Hay que tener un verdadero sentido común para demostrar a los distintos segmentos sociales una posición ideológica que se ocupe del espectro que esta de la derecha a la izquierda, tomando en cuenta la fragmentación de los electores, que sabían muy bien el riesgo de que, en ausencia de una mayoría de centro- derecha, todo quedara en manos de un PSOE aliado con la extrema izquierda y a merced del chantaje del nacionalismo.

Pero hay una segunda cosa que los votantes debieron tener en cuenta, y en este caso me refiero a los situados a la derecha de la izquierda, incluyendo lo que se conoce como «centro». Las elecciones de abril habían demostrado a ese enorme segmento de españoles que la fragmentación del voto podía lograr la alquimia inversa de convertir el oro en un simple metal, privando de la mayoría parlamentaria a quienes podían sumar votos suficientes para ello. Por eso, al margen de si está o no con el PP y de qué posición ideológica se ocupe en el espectro que cubre todo lo que está a la derecha de la izquierda, la idea de Casado de no disputarse entre tres agrupaciones los mismos escaños tenía un sentido lógico. Pero los votantes de ese espectro no tenían por qué depender de que los dirigentes de los distintos partidos tomaran decisiones para facilitar la obtención de una mayoría: bastaba con que emplearan el sentido común para concentrar su voto en quienes tenían la mayor opción, en el espectro que va del centro a la derecha, de gobernar España. La fragmentación que no evitaron los dirigentes la podían haber evitado los electores, que sabían muy bien el riesgo de que, en ausencia de una mayoría de centro-derecha, todo quedara en manos de un PSOE aliado con la extrema izquierda y a merced del chantaje del nacionalismo.

Ya sabemos de los resultados para España, allí están los países del Sur influenciados por Pablo Iglesias, me refiero a Argentina, Bolivia y Venezuela y buscando destabilizar al Perú y Colombia, mediante la asesoría de un comunista burgués, quién es su vocero. Me refiero a Gustavo Petro.

Cuando dicen que lo volverán a hacer no engañan a nadie; tardarán lo que el Estado tarde en desarmarse de autoridad, de presencia institucional y de instrumentos legales. El caso típico es Venezuela,

El 155 de Rajoy fue una oportunidad perdida, un disparo de intimidación al aire del que encima Sánchez quiere retractarse. Está muy dicho que desde entonces sólo la justicia ha estado, y no siempre, a la altura de sus responsabilidades, y en agradecimiento la van a mandar al desguace.

En condiciones de normalidad, una nación fuerte tomaría medidas para evitar la repetición del experimento. Pero la altanería con que el secesionismo promete persistir en el empeño cuenta con el margen de tolerancia de un Gobierno decidido a legitimar la sedición con un indulto encubierto que dejará a los insurrectos manos libres para retomar su esfuerzo. Sin esa expresa voluntad de indulgencia, ningún convicto se atrevería a sabotear su propia defensa negando el arrepentimiento que podría justificar un alivio de pena. Y eso es exactamente lo que hace Junqueras: declararse no reinsertarlbe, orgulloso del delito y dispuesto a la reincidencia, a sabiendas de que ni jueces ni fiscales podrán impedir que el Parlamento anule de facto su condena con una reforma legislativa de retroactividad inmediata y directa.

Igual que desde el Estatuto impulsado por Zapatero hasta la declaración de independencia pasaron diez años, el siguiente acto del procés tampoco será inmediato. No ocurrirá mañana ni pasado. Pero la volatilidad de la política actual ha acortado mucho los plazos y las concesiones sanchistas dificultan que el soberanismo aprenda a digerir su fracaso. Al contrario, minimizan el impacto de la única e insuficiente demostración de fortaleza del Estado. El líder republicano fue ayer tajante y claro: «es un paso adelante y hay que aprovecharlo». En torno al problema de Cataluña se ha vuelto todo tan raro que el presidente parece más arrepentido que los presidiarios. Sólo falta que les pida perdón y los indemnice por daños.

* Escrito por Emiro Vera Suárez, Profesor en Ciencias Políticas. Orientador Escolar y Filósofo. Especialista en Semántica del Lenguaje jurídico. Escritor. Miembro activo de la Asociación de Escritores del Estado Carabobo. AESCA. Trabajo en los diarios Espectador, Tribuna Popular de Puerto Cabello, y La Calle como coordinador de cultura. ex columnista del Aragüeño



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Emiro Vera Suárez

Profesor en Ciencias Políticas. Orientador Escolar y Filósofo. Especialista en Semántica del Lenguaje jurídico. Escritor. Miembro activo de la Asociación de Escritores del Estado Carabobo. AESCA. Trabajó en los diarios Espectador, Tribuna Popular de Puerto Cabello, y La Calle como coordinador de cultura. ex columnista del Aragüeño

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