La pandemia mediatizada

Esta pandemia actual tiene una parte real y otra mediatizada. Al margen de la cuestión sanitaria, la virulencia del virus ha sacado a la luz algunas mentiras y demasiadas evidencias. En cualquier caso, ciertas posiciones han quedado claras para quien quiera verlas. Entre las evidencias, lo que trasciende es que el poder aprieta las clavijas sin miramientos a sus respectivos súbditos haciendo uso de la doctrina oficial y, si se le apura, de la represión dura. En cuanto a lo que se entiende como asociado a la mentira, el bulo ha acabado por ser la simple discrepancia de la ortodoxia oficial, que en ocasiones no pasa de ser heterodoxia, que en todo caso debe ser silenciada.

El soporte intelectual de la tesis impuesta como oficial es el de siempre, trasladado al momento actual para ser utilizado en interés de las elites políticas, es decir, la supuesta minoría de edad de las masas que obliga a unos pocos selectos a conducir el rebaño. Sus actuaciones, como mayor o menor discreción giran en torno al mismo punto de referencia. Hoy ya se habla a las claras para quien quiera escuchar. Trump ha sabido expresar, cuando le cogieron en renuncio y se vio obligado a enseñar las cartas, esa idea de fondo que llevan a la práctica los políticos. Se trata de no decir la verdad sobre la situación o, cuanto menos, en suavizarla para no provocar el pánico de las masas. De esta manera todo parece justificado, dicho sea para dar cumplimiento al mal llamado interés general. Por otra parte, también se trataba de aliviar lo que se tenía delante, en el caso del susodicho ofertaba desinfectantes y otros productos inoperantes al auditorio para curar el mal, mientras se reservaba para su persona el verdadero remedio. Sirva esto de referencia sobre el papel que desempeñan las elites políticas en lo que atañe al estado de la cuestión.

Ya en el terreno doctrinal se trata de trasladar al plano general lo de no alarmar a las masas pero haciéndolo en términos de poder. Con este propósito, la doctrina se configura como instrumento para suavizar tensiones, ofreciendo a las masas mentiras con vaselina para que resbalen mejor e invocando la falacia del interés general, que en realidad no siempre coincide con el de la sociedad, sino que se escora del lado de las elites gobernantes. En definitiva, la doctrina de lo que trata es de hacer más fuerte al poder y a las masas más dependientes del mismo. A tal fin, en la era de la comunicación, los medios, la propaganda y la publicidad son determinantes. Por tanto, no es extraño que, aprovechando la pandemia, la estrategia de acoso a las masas se libre en el terreno mediático, teniendo en cuenta que aquello que no está en los medios no existe.

Suele haber una línea mediática fiel al gobernante de turno y otra que se coloca en posición contradictoria, para que se pueda hablar de pluralidad informativa. Tales posturas responden a ofrecer un espejismo de libertad al auditorio, porque en ambos casos todos están bajo control. Los situados en estas posiciones son los medios de altos vuelos, servidos por profesionales de reconocido prestigio, que se conducen por la ley del dividendo, en la que juegan dinero, intereses y poder de influencia. Hay otros que, excluidos del juego principal, van tirando al aire de internet, vendiendo en definitiva lo mismo, pero en un mercado con menos clientela rentable. Allí se refugian los proveedores que no cumplen los requisitos de profesionalidad exigidos. Se dice que van por libre, asociados a etiquetas como de izquierdas, anticapitalistas, libertarios o simplemente rebeldes, porque tales nombres venden mejor el material entre los críticos del sistema. A menudo puro marketing, porque se conducen por los mismos principios, aunque a escala menor dado que el dividendo escasea, y están igualmente controlados. En todo caso, la función mediática se traduce en algunos de ellos en servir a las consignas del poder, procurando entretener a la ciudadanía, pero sin entrar en contradicción con esa otra parte de la doctrina general que habla de la existencia colectiva en el marco de los llamados estados de derecho y en democracia.

La actitud de los medios ante la pandemia, siguiendo la doctrina oficial, permite que se les vea el plumero a unos y a los otros en su labor de colaborar para que las cosas no se desborden y las masas no tomen conocimiento real del tema. Ejerciendo el derecho a la libertad en general a través del personal afín a cada uno, se proponen la tarea de tener contenidas a las masas para que no cunda el pánico. Lo que no incluye que se eleven globos sonda de cuando en cuando para dejar constancia de que la libertad de papel existe. No obstante, se trata de experiencias inofensivas, que sueltan ocurrencias descabelladas por principio, ya que si resulta que el producto no cumple los cánones doctrinales no se sirve al espectador. Este es el caso de lo que puede poner en aprietos al sistema, en ese supuesto basta con condenarlo al silencio. Cualquier postura discordante queda excluida, reduciendo la libertad a las divagaciones de los profesionales asalariados del medio y de quienes cumplen con los cánones establecidos. Con lo que la libertad bajo control existe, mientras que la llamada otra verdad alternativa desaparece de la escena. De ahí que todas esas verdades del personal de prestigio al servicio de la causa oficial, debidamente encauzadas y engalanadas, no admitan competencia. Cuando algo se escapa por las rendijas de la presa de contención, entra en escena el recurso de etiquetarlo como noticias falsas.

Habría que tener en cuenta que, a menudo, pocos de los llamados bulos deberían calificarse de absurdos o radicalmente infundados —por aquello de cuando el río suena—, lo que sucede es que resulta fácil desautorizarlos a conveniencia, potenciando su parte anecdótica o mítica, ya sea real o inventada al efecto. Esta labor es la que se viene realizando por una gran parte de los dedicados a la comunicación mercantilizada y debidamente oficializada. La cuestión de fondo es que no hay interés real en separar el grano de la paja en eso de las llamadas noticias falsas, acaso para no llevarse sorpresas. Basta con dejar caer lo simplemente absurdo del asunto. Básicamente porque resulta más rentable no complicarse la vida y promocionar esa otra realidad prefabricada a conveniencia del dirigente ocasional. Lo es, ya que, además de conservar las buenas relaciones con quien manda, resulta que, a base de tejer y destejer la parte irrelevante del bulo, cualquier noticia de tales características puede proporcionar abundantes titulares, lo que, cuanto menos, mejora la cuenta de resultados empresariales del medio. De ahí que todo lo referente a esta pandemia, con sus verdades y mentiras, se haya mediatizado, para que a las masas solo llegue lo aparente, mientras resulta que las toca convivir con la dura realidad.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

 anmalosi@hotmail.es

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