- Nos hemos batidos como soldados en primera línea, silenciosos, en resistencia permanente, sobrellevando toda clase de privaciones, sin pedir ayudas sino más bien dando lo que hemos podido en cada frente de batalla. Han sido millones nuestros soldados, los que no han rehuido sus deberes para con la salvación de la patria, que no han buscado excusas para dejar su puesto de batalla y coger hacia Colombia, Perú, Ecuador o Chile. Lo primero para ellos ha sido la patria.
- Muchos de estos soldados desconocidos, de estos guerreros anónimos, perecieron dando la cara en tantos frentes. Algunos fueron arrastrados por la deriva de la carencia de medicinas, los asedios y bloqueos, la pandemia, la guerra económica.
- En la tragedia de la escasez de alimentos, estos guerreros se fueron al campo a producir, o se fueron a la calle a reinventarse: de la noche a la mañana, se volvieron caficultores o plomeros, tejedores o cocineros, electricistas, buhoneros o herreros.
- Se produjo uno de los hechos más gloriosos como fue el trueque. Se intercambiaban toda clase de productos para la sobrevivencia. Al que le sobraba limones los cambiaba por cambures; al que ya no le hacía falta una chaqueta la truequeaba por unos zapatos. Hubo un momento en que prácticamente, producto de la feroz guerra económica, en que la moneda de cambio se convirtió únicamente en productos, mercancías, el propio trabajo, los alimentos o medicinas.
- La gente vino a descubrir montañas de objetos que tenía hacinados en sus closets y maleteros, sin ningún uso, y los hubo de poner a la venta o mediante el mismo mecanismo del trueque, lo usaron para paliar los duros trances de la situación que hemos vivido. La gente se fue así despojando de lo que no usaba y descubriendo esa barbaridad bestial que resulta el aberrante consumismo. La gente comenzó a tener un poco más de conciencia de lo que verdaderamente importa, de lo que verdaderamente vale la pena, y a la vez de lo estúpido que se ha sido, llenándose uno de tantas bagatelas inservibles en los que perdimos mucho tanto dinero y tiempo.
- Llegamos a conocer más en profundidad nuestra propia idiosincrasia e historia, a la que vez que pudimos desvelar ese carácter criminal, abominable, de la cultura europea, esa que se cree fina, delicada, culta, exquisita y profunda. Venimos a descubrir que tanto los europeos como los estadounidenses, en el fondo, son tan nazis como el propio Hitler.
- En esta batalla que ha sido tan ardua, las caretas se vinieron cayendo una a una, y la oposición quedó totalmente en cueros con todas sus desvergüenzas al aire. Muchos de los más enardecidos opositores vinieron a caer en la cuenta de que sus dioses o líderes no los iban a llevar a ese sueño de paraíso democrático que anhelaban. Que todos ellos no son más que unos pérfidos ladrones y farsantes que lo único que siempre han perseguido es su propio bienestar, sus propios y viles intereses personales. Esa ha sido en parte las batallas que hemos tenido que dar en esta Segunda Guerra de Independencia, dura, terrible, trágica, pero plena de grandiosas enseñanzas.