La cicuta y el puñal en contra de Nariño…, ¡una historia espeluznante!…

 

  1. Las maquiavélicas artes de los Borgias, comenzaron a manifestarse, con artera precisión por parte de don Francisco de Paula Santander, apenas éste se encargaba de la Vicepresidencia de la República de Colombia. Comenzaron a ser eliminados altos oficiales venezolanos con grandes posibilidades de disputarle sus ambiciones. Santander tenía en su mente, una lista de los que necesitaba sacar del juego político (principalmente a todos los Generales en Jefe venezolanos): a Páez, Sucre, Urdaneta, Soublette, también a personajes con el don fustigante de la palabra, como don Antonio Leocadio Guzmán y el doctor Miguel Peña. Algo que causó conmoción entre los venezolanos, fue la sorprendente muerte en Pamplona (a sus treinta años de edad) del más destacado general en la Batalla de Boyacá: José Antonio Anzoátegui. Las glorias de la Batalla de Boyacá, por ley, por justicia, las debía encarnar un neogranadino, no un venezolano, dado que había que crear una figura que produjese un equilibrio político entre Venezuela y la Nueva Granada. Bolívar consideraba que los patriotas venezolanos, aunque lo mereciesen no podían ni debían acaparar todos los altos cargos de la república. Bolívar procurando encontrar ese punto de equilibrio en la organización de la naciente república, propugnó porque los máximos laureles de la Batalla de Boyacá recayesen en parte en Santander (en la única de valor en la que participó). En el parte de aquella batalla a Santander se le concedieron honores y reconocimientos que no merecía en absoluto, en cambio Anzoátegui por su valor, por su extraordinaria lucidez y capacidad de mando y organización, puede decirse que sólo Bolívar lo superó en aquella gloriosa batalla.
  2. José Antonio Anzoátegui fallece a dos meses apenas de la Batalla de Boyacá. En el parte de la Batalla de Boyacá, Santander no aparece de manera destacada, insistimos, se puede decir que su figuración fue prácticamente nula o mejor dicho, deplorable. Leonardo Infante cuando lo vio que se escondía debajo del famoso puente, tuvo que ir y sujetarlo por las solapas exigiéndole que fuera a ganarse las charreteras tal como lo estaba haciendo los venezolanos. Además de los gloriosos venezolanos, también resultaba harto peligroso para Santander dos destacados personajes de su propio país, Francisco Antonio Zea (quien presidió el Congreso de Angostura y fue Vicepresidente de la Gran Colombia en el Departamento de Venezuela, botánico y de los más destacados intelectuales neogranadino) y el otro, EL PRECURSOR ANTONIO NARIÑO, militar de elevado prestigio en la Nueva Granada, culto y con una trayectoria revolucionaria muy superior a la de Santander, y quien ya le había disputado a Santander la Vicepresidencia en la elección que se hizo en el Congreso de Cúcuta.
  3. Antonio Amador José Nariño y Álvarez del Casal, fue quien realizó la primera traducción para la América española de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en el año 1793. Estuvo más de 16 años preso, tanto en Cartagena como en Cádíz (España).
  4. El 20 de febrero de 1821 llega Nariño al Puerto de Angostura, y de aquí pasa a Achaguas a verse con Bolívar; éste, por decreto del 4 de abril de aquel mismo año nombra aquel famsoso precursor, Vicepresidente provisorio de Colombia. Medida que la sintió Santander como una inesperada puñalada, que lo puso en guardia ante las futuras decisiones de Bolívar, considerando que su destino podía encontrarse en medio de grandes nubarrones si Bolívar encontraba en la Nueva Granada a alguien que superase sus méritos. Muy mal signo le parecía esta decisión de encumbrar tanto a Nariño, porque le hacía sentirse no muy bien protegido por la seguridad que le daba entonces Bolívar.
  5. Poco después, el afamado botánico e intelectual Francisco Antonio Zea, habrá de oponerse severamente al fusilamiento por parte de Santander del general Barreiro y sus treinta y nueve oficiales españoles, aquellos que cayeron prisioneros en la Batalla de Boyacá. Zea ante sus críticas, será agriamente atacado por Santander. Hay que reconocer que la agudeza de los ataques de Santander constituía un arma muy poderosa, más mortal que cualquier ejército.
  6. En 1823, Santander se muestra enemigo de la Federación tan sólo porque él es el eje del gobierno central y porque Nariño y algunos venezolanos la sugieren como una forma de gobierno, apropiada para las circunstancias que se estaban viviendo. Santander -obcecadamente ambicioso- se propone destruir a Zea y a Nariño, porque sigue calculando y avizorando que la vicepresidencia es forzosamente un cargo para los neogranadinos más distinguidos. Siendo Bolívar, Presidente de la República y procurando éste la creación de la Gran Colombia -aunque contaba con venezolanos de altas luces como Pedro Briceño Méndez, Mariano Montilla, Rafael Urdaneta, Miguel Peña, Carlos Soublette y el propio Sucre-, no podía, por elementales razones de política, dejar todos los altos cargos en manos de sus paisanos. ¡Qué afortunado Santander, que nació en el Rosario de Cúcuta, a pocos kilómetros de la frontera con Venezuela! Sólo ese hecho, ese azar, forjó su ambición y todo su destino político. De otro modo -ya que sus triunfos eran básicamente militares- en Venezuela habría estado por debajo de Páez, Mariño, Sucre, Bermúdez, Arizmendi, Soublette, Urdaneta.
  7. A partir de 1823, los ataques de Santander a Zea y Nariño llegan a un desbocado frenesí, a una obstinación enervante. Bolívar no sospecha que detrás de ese carácter legalista y sutilmente venenoso del vicepresidente, se encuentra su propia ruina moral, la anarquía y la catástrofe de Colombia. Algunos se lo advierten, pero el Libertador no es hombre de intrigas, de cálculos miserables no puede concebir que Santander se entregue a bajezas inconcebibles, como a la postre habrá de darse. Santander, pretendiendo defender al presidente de los cargos que él mismo inventa, no busca otro motivo que limpiar el camino de quienes le puedan cerrar el paso hacia la gloria definitiva que es coronarse jefe máximo de la República aunque sea sobre un tajo que le arranque a la Gran Colombia. Nariño -que hacía poco le había disputado la vicepresidencia- por sus dotes de patriota y su resplandeciente pasado político-, había terminado convirtiéndose en enemigo nato de sus pretensiones. Zea, por su parte, había cometido el inexcusable error de criticarle públicamente el fusilamiento de los treinta y nueve oficiales españoles tomados en Boyacá.
  8. La frecuencia con que Santander se queja en sus cartas al Libertador tanto de Nariño como de Zea evidencia en sí una crisis de estado, por cuanto que Santander lo hace de manera pública, a través de la prensa, por anónimos y con la ayuda de diputados inescrupulosos como lo son dos terribles panfletarios como Francisco Soto y Vicente Azuero. Finalmente, estos ataques comienzan a darle buenos frutos a los intereses personales del Vice, porque Zea y Nariño llegan a ser vistos por los diputados del Congreso como enemigos de Bolívar. ¡Con Azueros y Sotos Santander acabará montando su partido "liberal", su Republiquita!
  9. Cualquiera que hubiese analizado en frío aquel odio de Santander contra Zea y Nariño se le hubiese hecho incompresible esa manera suya, tan absurda, de amar las glorias del Libertador. Estaba el pobre Nariño desesperado, cansado de insultos y calumnias; decepcionado de los sacrificios hechos a la patria, de sus cicatrices, de sus canas, de sus desvelos. No hay un lugar de paz para sus huesos, ni ningún respeto para con sus abnegadas luchas por la patria. Bolívar no ha tenido tiempo para aconsejarlo, para atenderle, y el Vicepresidente -temiendo que Nariño pueda vivir muchos años más- se exaspera. Se encuentra Nariño incomunicado y ofendido por el chismorreo, por los habladores de pasillo, que en aquellos días se concentraban en Bogotá. Y el centro de aquellas habladurías sangrantes en su contra las coordina el propio Vice, quien en cadena se las transmite al Libertador. Bolívar a mil de kilómetros de distancia contempla con horror lo que puede traer aquella guerra infame de insultos personales, de dimes y diretes, y en ella comienza a ver su propio infernal final, la maldición desintegradora que traerán los partidos. Fue una de las razones por la que siempre despreció las oficinas de gobierno, el partidismo, las ambiciones rastreras de los que querían levantar sus propias taifas el día que fueran destruidos los españoles.
  10. Desde el Sur, trajinando con pastusos, traidores de toda calaña en Ecuador y Perú, el Libertador sabe que la campaña contra Nariño -con todos los aperos de las más burdas y bajas pasiones- está basada en una supuesta defensa de su propia reputación. Con determinación debe pararle el trote a aquel caballo loco. Recapacita sobre su anterior conducta en la que llegó a criticar a Nariño creyendo todas las mentiras que le escribía Santander y procura llamarlo a la cordura. Fastidiado, por tener que hablar de tales mezquindades y rabietas pueriles, le escribe a Santander: "No he leído ni encontrado los papeles insultantes -se refiere a los que el Vicepresidente dice que Nariño escribe contra él- de que usted hace mención; tampoco he leído los números del Patriota del 13 en adelante. Lo único que puedo decir a usted es que, en el caso que usted está, debe mostrar moderación y generosidad de principios. Rousseau decía que las almas quisquillosas y vengativas eran débiles y miserables y que la elevación del espíritu se mostraba por el desprecio de las cosas mezquinas. Yo he ganado muchos amigos por haber sido generoso con ellos, y este ejemplo puede servir de regla. Si esos señores son justos, apreciarán los talentos y los servicios de usted, y si no lo son, no merece que usted se mate por ellos... Recorro muy velozmente la comparación que usted hace de Nariño y yo; ya esto es llegar a las manos, y ya también es tiempo de ir parando el trote del caballo por una y otra parte."
  11. Insiste el Libertador en darle consejos y le dice que trate de ganarse a todo el mundo, para que haya quietud y fuerza; de otro modo -le advierte- "no habrá sino disensiones, contradicciones y penas, y después flaqueza y más flaqueza de ánimo y de medios." ¿Pero qué hace Santander ante estos consejos? Realmente no comprende o no quiere comprender el alma grande del Libertador. Se queda siempre en los huesos raquíticos de las ideas, en las formulaciones legalistas de sus visiones, en la testarudez degradante de sus abstracciones leguleyéricas. Responde a Bolívar con un prurito y una afectación odiosa, profundamente amanerada: "Por mi parte jamás le diré (a Nariño) ni indirecta ni nada que pueda ofenderle -pero aclarando-, mientras su Señoría no me toque."
  12. El propio Bolívar había dicho una vez que luchar contra los elementos de partido era como luchar contra lo imposible. "Yo no puedo -decía- luchar contra la naturaleza de esta tierra ni variar el carácter de los hombres débiles." Así pues, que comprendiendo Bolívar que el odio de Santander a Nariño es enfermizo, no puede en absoluto identificarse con sus quejas personales; persiste en seguir aconsejándolea moderación, que domine su carácter. Que no le conviene -le dice- que siga escribiendo panfletos y anónimos, porque eso no es propio de uno de los primeros magistrados de la República. Al mismo tiempo el Libertador se siente adolorido y hasta culpable por la situación moral de Nariño, quien recientemente le había escrito diciéndole que quería irse de Colombia o llegarse hasta él, en Guayaquil. Aquella carta debió haberle impresionado mucho, porque Nariño vivía una resignación angustiosa y humillante; era que se moría -porque estaba enfermo en una cama- sin gloria, hundido en la ingratitud de sus compatriotas y abandonado de la patria que tantos servicios le debía. Horrenda pudo haber sido la visión que entonces tuvo Bolívar de su propio destino al ver la insidia, la inquina incontrolable de Santander para despedazar a sus críticos. La canalla que le reservaba, a él, el mismo fin.
  13. Las últimas imploraciones de Nariño en su lecho de muerte es querer ver a Bolívar, y estos lamentos llegan al Sur, y el le responde que él también quiere verle y ayudarle, para sacarle del laberinto de la capital. Al mismo tiempo -con remordimiento de culpa por haberlo atacado (a Nariño), influenciado por las tirrias de Santander- le escribe al Vicepresidente las siguientes líneas: "NADIE PUEDE HABLAR DE SÍ SIN DEGRADAR DE ALGÚN MODO SU MÉRITO (era muy propio de Santander alabarse en demasía cuando atacaba a sus enemigos). ES TAN FUERA DE PROPÓSITO EL QUE EL PRIMER MAGISTRADO SEA REDACTOR DE UN PAPELUCHO, QUE NO PUEDE IMAGINARSE EL MAL QUE SE HACE." Le pide que no siga utilizando ese procedimiento, aunque sea para defender a Colombia o aterrar a sus enemigos, porque ese sistema, aunque produce bienes, hace odiosos a sus creadores. Le asegura que muchas cosas son útiles y los que lo ejecutan quedan para siempre aborrecidos, desahuciados de sí mismos y de la sociedad.
  14. Nariño no tuvo tiempo de ver al Libertador y murió repentinamente en un abandono parecido al que habría de sufrir el padre de la Patria y tantos otros forjadores de nuestra libertad. Unos historiados como José María Samper dice que se suicidó, pero lo más seguro fue que lo envenenaron.


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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