La semana pasada abordé el tema de la revocación del mandato como comentario al libro de Porfirio Muñoz Ledo, hoy quiero hacerlo a la luz del resultado del ejercicio democrático desarrollado en Bolivia el pasado domingo. Lo considero de una enorme riqueza, no sólo porque confirmó a Evo Morales y a Alvaro García Linera como presidente y vicepresidente de esa república hermana, sino porque confiere un muy alto grado de legitimidad al proceso de transformaciones que allá se están registrando y, en consecuencia, expresa el rechazo a las intenciones golpistas mostradas por la oposición derechista. Ya antes había yo hecho referencia a la sabiduría indígena con la que Evo Morales conduce el proyecto reivindicatorio que, lejos de expresarse como una venganza histórica, se plantea como una fórmula de integración incluyente. Con el respaldo de dos terceras partes del electorado, Morales convoca a los prefectos opositores que también fueron confirmados en sus cargos (no todos) a sumarse al esfuerzo de la construcción de una Bolivia digna y justa, donde todos quepan, donde no se busca destruir la riqueza sino incrementarla a base de compartirla, siempre en beneficio de la nación y de sus nacionales.
Me sorprende el gran paralelismo que observo entre las figuras de Benito Juárez y de Evo Morales, no sólo por ser ambos indígenas puros, sino por sus afanes de justicia ante una ominosa realidad de concentración de la riqueza en unas cuantas manos, atentatoria contra la posibilidad de un verdadero desarrollo de la economía y la cultura nacionales. Juárez enfrentó a los privilegios de quienes consumaron la independencia como instrumento para mantenerlos, particularmente los auspiciados por la Iglesia Católica y por las monarquías europeas; lo hizo siempre bajo el amparo de la legalidad y a la defensiva, con una desventajosa correlación de fuerzas, pero contando siempre con el respaldo de la población. Así Juárez venció, en primera instancia a la oligarquía criolla, para luego enfrentar la invasión francesa y la imposición del imperio de Maximiliano de Habsburgo. El resultado final fue la emergencia de México como Nación la que, si bien desgastada por la lucha sangrienta, pudo avanzar sobre la base de una burguesía nacional identificada. Se cumplió la etapa, luego vendrían nuevas contradicciones por resolver.
Aunque definida como socialista por su contenido humanitario, la lucha en Bolivia es profundamente liberal, no es un simple eslogan la convocatoria de Evo a conformar un capitalismo andino, con la participación de un empresariado nacionalista que, bajo el marco de una legislación redistributiva de la riqueza y protectora de los recursos nacionales, genere la dinámica de progreso que el país requiere. Tal concepción del progreso reclama la eliminación del latifundismo y de las formas de explotación y exclusión de la mayoría de la población indígena, así como de las nuevas formas de apropiación privada de los recursos naturales y los servicios básicos, como son el agua y los energéticos.
Lamentablemente, la oligarquía boliviana parece ciegamente aferrada a la protección de sus privilegios y, con el auspicio del régimen de Bush, intentará defenderlos por la vía de la segregación autonómica, así lo anunció el prefecto de Santa Cruz al celebrar su triunfo en el referéndum. No es posible confiarse de los estertores de los últimos cinco meses del gobierno de Bush, la cordura no ha sido su compañera y ahora menos.
Como Juárez topó con las monarquías europeas, Evo topa con el régimen de Washington. Como Juárez contó con la simpatía de los Estados Unidos –a la sazón la vanguardia de la libertad mundial- Evo cuenta con la solidaridad de la mayoría de los países de América del Sur, de enorme significado en ambos casos.
En estas condiciones, el resultado virtuoso del referéndum legitimador, consiste en la eliminación de cualquier suerte de argumento de antidemocracia. Cualquier intervención externa para derrocar al gobierno sabe que el pueblo está decidido a protegerlo. El propio ejército boliviano, que ha guardado hasta ahora una actitud ejemplar de institucionalidad, tiene hoy muy clara la lectura y no parece dispuesto a correr aventuras contra su propia gente. Una democracia en que el pueblo realmente toma su papel de soberano es la mayor garantía de paz o, en su defecto, de triunfo en caso de que se suelte la violencia.
Que la paz juarista, la del respeto al derecho ajeno, prive en la hermana república de Bolivia.
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