Parece una paradoja, pero
los argumentos oficiales de Israel para aniquilar a los habitantes de
Gaza justifican de retruque la existencia del Gueto de Varsovia.
Alguien en la Knéset debería darse cuenta de esta verdad auto evidente
¿Los nazis, acaso, no se defendían “preventivamente” del peligro que
“representaba” la resistencia judía? ¿Puedo yo caerle a patadas a un
parapléjico postrado en su silla de ruedas, so pretexto de que éste
“haría lo mismo” si no fuese parapléjico? Estas son las aberraciones
lógicas y éticas que la propaganda sionista nos obliga a pensar. Ya
sólo por estas “explicaciones”, la situación palestina es insoportable
e indigna para cualquier tipo de inteligencia. Cada vez que el Estado
de Israel “explica” sus “razones” el mundo entero es insultado en lo
que le queda de su facultad de pensar.
Pero como si esto fuera
poco, en medio de esta inacción mundial ante lo obvio, aparece por
todas partes el murmullo de una extraña pregunta: “¿Cómo puede ser tan
inicua la víctima perpetua?” El cálculo del mal es imposible, pero el
sionismo hace tiempo que lo resolvió con un ingenioso silogismo:
“Nosotros fuimos la víctimas del mal absoluto (el Holocausto), por más
daño que infrinjamos a un pueblo inocente nunca será tan horrible como
lo que sufrimos nosotros; luego, tenemos el legítimo derecho de arrasar
con los palestinos (la Nakba).” Según estas cuentas, dignas de un
personaje shakespeariano como Shylock, el mundo entero no puede
reclamarle la “módica” cuenta de la Nakba a Israel ya que le adeuda la
cuenta infinita del Holocausto.
De allí la culpa impagable. O,
más bien, una doble culpa que no se puede expiar y que impide tomar una
decisión justa. La triste moral del liberalismo romántico de nuestros
tiempos es que todo se hace para que nada digno pueda crearse. Tampoco
una carreta se mueve si es tirada por dos caballos que miran en sentido
contrario: “me siento culpable por los judíos como me siento culpable
por los palestinos, por ello no puedo hacer nada, sino un llamado a
/las partes/ en conflicto”, concluye el atribulado espíritu
“comprometido” de la supuesta comunidad internacional. No se entiende
otra explicación, pues, como observa Jean Bricmont en un excelente
artículo, no existe ninguna razón táctica ni estratégica de este orden
mundial capitalista que deba ceder por fines geopolíticos o económicos
al atroz castigo de Israel a la población civil de Gaza.[1] De hecho, al capitalismo mundial le conviene más
venderle hamburguesas a los niños palestinos que dejar al sionismo
hacer de ellos carne molida.
Entonces, ¿qué chocante secreto
encubre esta inacción del mundo ante el dolor de Gaza? ¿Por qué todas
las cadenas trasnacionales de la información nos muestran este horror
con tanto entusiasmo? ¿Qué se nos está queriendo vender? Para no darle
la razón a todos aquellos paranoicos que defiende la autenticidad de
los /Protocolos de los Sabios de Sión/, los gobernantes de Israel nos
obligan a tratar de explicar por ellos lo inexplicable.
Postrados,
vemos el bombardeo inclemente del mayor campo de exterminio del
planeta. Mientras debemos escuchar al cinismo, ya fuera de sus goznes,
perorar incansable sobre el “derecho a la autodefensa” y la “lucha
contra el terrorismo”. Estos argumentos son irrefutables. Son los
dogmas de fe de un tiempo cuya única certeza es la estupidez. Nada tan
imbécilmente argumentado tiene una respuesta lógica. Por ello no
perderemos el tiempo con el “debatismo”, tan inútil como maldito, de
las maneras “políticamente correctas” de esta época oscura. La masacre
de Gaza, la matanza de niños y mujeres, el castigo inclemente a las
escuelas, hospitales y hasta los centros de refugiados amparados por la
cómplice ONU, sobrepasa cualquier ámbito moral del discurso. Israel ha
caído fuera de toda esfera moral y hablar de lo que este Estado –
supuesto obsequio de la humanidad al pueblo judío– realiza impunemente
implica también el uso de un entendimiento que sobrepase todo chantaje
moralista.
Se nos quiere vender el horror. Así se compra luego a
buen precio la pasividad del orbe. Es un juego especulativo más
fraudulento que los negocios de Madoff. Asistimos al negocio sucio
entre dos clases de infames. Por un lado la matanza en Gaza y por otro
el desfile de muertos vivientes, zombis inanes, esperpentos cretinos,
autómatas movidos por una mano invisible en que se han convertido los
lideres políticos y la gran prensa del mundo “desarrollado”. El estado
actual del discurso mediático y político supone un nivel de
embrutecimiento y languidez que presagian a corto plazo el advenimiento
del más horrible de los despotismos que haya hasta ahora conocido la
humanidad: El reino de la impotencia total.
Lo que demuestra
Gaza, después de Iraq, es esencialmente que las democracias
capitalistas han llegado a la apoteosis de su proyecto secular:
asimilar la libertad humana a la impotencia liberal. Mientras sólo
cinco o seis malparidos disfrutan de un poder de decisión que ni faraón
ni rey persa ni soberano absolutista alguno se imaginó capaz de tener
para sí.
Erst Jünger decía que al hombre había que dejarle
siempre una salida. El marasmo asesino se ha consolidado en un orden
mundial absolutamente asfixiante y sin salidas. Todo se ha vuelto
mentira, inacción, retórica maldiciente y burocracia. La política ha
muerto en occidente y sólo queda la administración de los restos de una
civilización que ha perdido todo sentido vital de justicia. La crueldad
llegó a su nivel máximo de abstracción y la mortificación humana ha
encontrado en este siglo que comienza zonas seguras, bien
administradas, de aniquilamiento. En Gaza, la destrucción de los
cuerpos; en el resto del mundo, la pérdida del alma: Una y otra muerte
son complementarias, una se hace en favor de la otra. Por ello, a
diferencia de los nazis, las barbaridades que cometen hoy los sionistas
no son secretas, pero se difunden por todos los medios posibles. Los
nazis mataban en cámaras oscuras, casi clandestinas, esperando que su
imagen de hombre superior no fuera manchada por la ignominia. Los
sionistas matan a propósito ante las cámaras de televisión, para que
todos veamos y nos sintamos inferiores. ¡Hasta se ufanan de ello y
proponen en público lanzar bombas atómicas!
Estamos en
presencia del más funesto de los terrores: el miedo proyectado siempre
en el rostro del otro, el peligro sin causas aparentes, la amenaza que
nunca termina de cruzar la puerta de nuestras casas. Vivimos tranquilos
esperando no toparnos con la imagen del horror sobre el semblante del
prójimo. Lahcen Ikassrien, ex prisionero de Guantánamo, confesaba que
la peor de las torturas que sufrió fue presenciar el suplicio de algún
compañero, aguardando con impotencia su eventual tortura; la cual a
veces no llegaba porque ya no hacía falta.[2] Este es el
nuevo imperativo del poder: “Anonado a tu amigo ante ti para que tú te
paralices de terror, y te sometas a mi máquina infame de dominación,
sin necesidad de que pierdas la salud.” A los palestinos los torturan
para someter al resto del mundo. Ese y no otro es el /Summun/ del
terrorismo. Este es el nuevo despotismo nihilista que emerge en el
horizonte de la nueva era. Ante esto, el fascismo histórico queda, como
lo afirmaba Deleuze, como un simple hecho del folklore europeo. El
orden actual de las cosas prefiere la muerte del mundo antes que su
propia muerte. Y esa muerte nos atormentará por mucho tiempo antes de
que le toque a cualquiera de nosotros. Es la cercanía del cadáver
descuartizado de un niño que vive lejos.
Un nuevo orden de
gobierno ha comenzado a develarse. Es un orden que se revela implacable
si prendes un cigarrillo en un aeropuerto, mas aplaude la acción
impúdica de todos los genocidas de la democracia liberal. El proyecto
para matarnos a todos está en marcha. Pero no moriremos de una manera
cualquiera. Se trata de una forma de muerte muy específica en la cual
no necesariamente perderemos la “salud”: la muerte de la voluntad, la
muerte en vida, la muerte de la dignidad humana, mientras, saludables,
presenciamos impotentes el triste devenir de las cosas en un televisor
y tomamos el asqueroso café de /Starbucks/, después de hacer nuestras
compras de rebajas, en sitios “libre de humo”.
Adorno esperaba
que después del 45 la poesía muriera para siempre. Pero los palestinos
aún hacen sus poemas. Por eso quizá también destrozan sus cuerpos, pues
ellos, a diferencia de gran parte del mundo, no conocen la muerte
moral. La verdadera muerte es permanecer impasible ante el espectáculo
de ver sufrir al otro sólo porque existe. Quizá el camino hacia esta
muerte ha cruzado un umbral irreversible, o quizá aún podemos
liberarnos de un temor sin límites y de la esclavitud perpetua. Quizá
todavía quede un punto de hombre en todos nosotros. Quizá si exista el
juicio final. Quizá hay otro mundo posible después de este mundo
enfermo y caduco. Quizá las campanas del Apocalipsis sean de fósforo
blanco.
*Erik Del Bufalo*
*ekbufalo@gmail.com*