Es generalmente fácil distinguir las teorías conspirativas falsas de las verdaderas. Sabemos, por ejemplo, que el libro Los protocolos de los sabios de Sion es una falsificación enfáticamente grosera, probablemente zarista y en todo caso antijudía, publicada en Rusia en 1903. En cambio sabemos que el Pacto de Puerto Rico en enero de 2009 sí es cierto y certísimo, por lo que dejan ver los propios complotados en el vídeo transmitido por Venezolana de Televisión y por Globovisión. Es que no es difícil desbaratar las teorías falsas, pues casi nunca pasan de ser leyendas urbanas bastante pánfilas.
En el caso de las Torres Gemelas, por ejemplo, las teorías conspirativas son una más estrafalaria que la otra, pero ninguna es más estrambótica que la versión oficial. Solo echo de menos en todas ellas la genialidad de Jorge Luis Borges, tan incondicional en su literatura a sociedades secretas, bastante más interesantes, aunque, ellas sí, campechanamente ficticias.
Igual me pasa con el magnicidio de John Kennedy. Luego de 46 años sin informaciones concluyentes, presumo que había varias conspiraciones en curso y que una de ellas coronó. Nadie sabe cuál, me parece, porque ni siquiera sus autores pueden discernirlo con certeza. Ese tipo de atentados no se hace contratando directamente a unos sicarios: Mira, asesino, toma este revólver y esta foto y me matas a este gobernante. No, más bien se rodean de inagotables anillos de seguridad, para que sea difícil y más bien imposible identificar al conspirador principal. A lo más a que pueden llegar los altos confabulados es a conjeturar si fue su propia conjuración o si fue alguna otra la que dio en el blanco aquella tarde en Dallas.
La adulteración de los Protocolos ha sido reiterada y ampliamente comprobada, empezando por su plagio del Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, del panfletista francés Maurice Joly en el siglo XIX, para vilipendiar a Napoleón III. También hay en esos Protocolos estelas de la novela Biarritz, del ultraderechista alemán Hermann Goedsche. Cada quien fue adaptando el asunto como le fue conviniendo, porque en los textos originales ni siquiera se menciona a los judíos, que fueron añadidos al gusto de los antijudíos que forjaron esta estafa histórica.
Uno de ellos, Henry Ford, fundador de la Ford Motor Company, difundió ampliamente esos Protocolos, según los cuales hay una conspiración judía internacional para apoderarse del mundo. Tengo un amigo judío que se queja en broma de que a él lo dejaron fuera de esa conspiración, porque siempre anda pelando. Es una falsificación grotesca, tan al gusto de los nazis, quienes la difundieron e hicieron de obligatoria inculcación en las escuelas alemanas y en las Juventudes Hitlerianas. Busca las palabras “protocolos de los sabios de Sion” en la Wikipedia y verás un buen esbozo de esta pamplina.
Parte de la resistencia contra el colonialismo israelí ha desenterrado lamentablemente esos Protocolos y los difunde como revelación supuestamente astuta de una infamia supersecreta.
No es así, hermanos islámicos. Es una falsificación bastante tosca que debilita su justa causa al distraer la atención que merecen componendas más cercanas bien comprobadas y altamente peligrosas, como las que urden la CIA, el Mossad, los paracos de Uribe y demás aliados por aquí cerquita, como la que culminó en el Golpe de Abril y el Paro Patronal, para no hablar de Gaza. O más bien para sí hablar de Gaza.
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