“Que el fraude electoral jamás se olvide”
De verdad que, de no ser tan dramática la crisis actual, su tratamiento por el régimen del fraude sería cosa de dar risa. Resulta que ahora el usurpador se preocupa por tratar de infundir confianza a base de negar la realidad. Sin mencionarlo, pero con claro destinatario, Calderón enfila sus baterías contra López Obrador acusándolo de agorero catastrofista por la advertencia que ha venido haciendo desde hace varios años, en el sentido de cambiar de raíz el modelo económico neoliberal, en atención a sus efectos perniciosos sobre el desempeño del país. Esta renovada actitud de ataque directo, reforzada a partir del reconocimiento por el New York Times de la capacidad de convocatoria del Presidente Legítimo, apunta a la esquizofrenia foxista. Hoy la tormenta de la descalificación calderonista se ensaña también contra el pobre hombre más rico del mundo, el inocente Carlos Slim quien, sin dejar de advertir que no es catastrofista, delineó con precisión la catástrofe que ya estamos viviendo. Ni tardo ni perezoso, el celoso guardián de la prosperidad nacional, encargó a su sedicente secretario del trabajo, Javier Lozano, para desmentir al muy pesado agorero del desastre. Carente de argumentos sólidos para desmentir, acudió al expediente fácil de la descalificación personal, aduciendo que el dueño de Telmex no tiene autoridad para criticar al modelo que lo convirtió en el magnate que ahora es y que, si formula críticas al modelo, es porque pretende presionar para lograr mayores prebendas en su beneficio. Desde luego que el ariete calderonista acierta en la descripción del megamillonario, pero nada dice que contradiga sus aseveraciones.
A Carlos Slim se le podrá acusar de todos defectos del mundo, excepto de ser tonto. Con relación a sus congéneres empresarios privados, les supera con creces por el simple hecho de mirar más allá de su nariz. En vez de asumir la posición patronal que pretende descargar los efectos de la crisis sobre las espaldas de la maltrecha clase trabajadora, su postulado va en el sentido de proteger la masa salarial, única vía para sostener un proyecto de desarrollo moderno; insiste en que la solución está en el fortalecimiento del mercado interno y que, en este afán, el estado juega el papel de ser el detonador por la vía del gasto público. Solamente le resta pronunciar el lema de que “por el bien de todos, primero los pobres” para que su discurso sea el del Proyecto Alternativo de Nación enarbolado por AMLO (conste que sólo me refiero al discurso). La única diferencia consiste en la resonancia que este tan trillado tema adquiere si, como es el caso, sale de la voz del mayor beneficiario de la política privatizadora de los regímenes neoliberales. Para no confundir las posiciones habrá que aclarar que le doy la razón a Slim en lo tocante a mantener el monopolio de las telecomunicaciones, la única diferencia es que, como tal, tendría que ser operado por el estado y no en beneficio de particulares.
Lo anterior contradice a los postulados de un sector importante de los que han participado en el foro convocado por el Congreso de la Unión bajo el tema “¿Qué hacer para crecer?” quienes han privilegiado el tema de la competencia como instrumento indispensable para el desarrollo. Por ejemplo, la señora Dresser propone que debe romperse el duopolio televisivo mediante la autorización de una tercera cadena nacional y tiene razón, el duopolio dejará de existir, pero para convertirse en un flamante triopolio con las mismas aberraciones que hoy se reparten en exclusiva dos empresas, o tal vez peor. En el caso, la competencia sólo sirvió para acentuar la vulgaridad del contenido de la programación, en el simple afán de lograr mayor audiencia. Sobran ejemplos de la inoperancia de la competencia, la banca, el campo, los fertilizantes y muchos otros más. Dice quien funge como jefe de la oficina encargada de la regulación de la competencia que, para no ir más lejos, su objetivo es abatir el costo de los bienes y servicios al consumidor. En efecto, la competencia en el comercio de las subsistencias ha permitido que en los grandes centros comerciales se registren algunos precios menores que en sistema tradicional, con la única salvedad de que esto se ha logrado a base de quebrar a la producción nacional. No sirve de mucho tener productos baratos que la gente no puede comprar porque no tiene empleo, y no tiene empleo porque la fábrica tuvo que cerrar por la competencia arrasadora. El fenómeno Wall Mart es claro ejemplo a nivel mundial.
Dicen los que dicen saber que lo importante para superar la condición de subdesarrollo es la inversión y que, a falta de la nacional, es imprescindible la extranjera, la que también produce el efecto de equilibrar la balanza de pagos y sostener el valor de la moneda. Yo, que definitivamente no sé, digo que lo verdaderamente imprescindible es que el volumen del mercado interno genere utilidad a la inversión y, por lo tanto, que eso es lo que hay que proteger y promover mediante una eficaz política de fomento industrial, que no quede al simple juego de las fuerzas del mercado y la competencia. En mi ignorancia creo que es preferible equilibrar la balanza de pagos mediante la reducción de las importaciones y el aumento de la producción nacional, que andar mendingando por el mundo por inversiones que, a la corta o a la larga, me van a significar nuevas fugas de recursos. En último término, es preferible una moneda devaluada que desaliente las importaciones y favorezca las exportaciones, respecto de una paridad sostenida a base de drenar las reservas de divisas del país.
Para terminar, quiero dejar sentado que yo tampoco quiero ser catastrofista, aunque estamos ante una verdadera catástrofe que no es otra que la derivada del fraude electoral. La presidencia de la república, principal baluarte en la defensa y la promoción de los intereses nacionales, está ilegítimamente ocupada por el gerente promotor de los intereses ajenos y contrarios. Esa es la madre de todas las catástrofes
gerdez999@yahoo.com.mx