Hoy estoy nostálgico. El frío de la noche me enmorriña y pienso mientras ojeo la prensa. En la página 3 del periódico Granma del martes 17 de febrero me encuentro con las cuatro fotos de Fidel en su encuentro con Michele Bachelet. Al igual que en ocasiones anteriores, ante fotos similares, me asaltaron los mismos pensamientos.
Se me agolpan los recuerdos en avalanchas porque hay hechos que son partes imprescindibles de la historia y de la vida de los hombres y los pueblos, y uno no puede olvidarlos ni eludirlos.
Por eso recuerdo, por ejemplo, aquella definición temprana, en los inicios del triunfo revolucionario, de que la revolución cubana era una revolución verdeoliva. Era, sin duda, una manera convincente de asociar su naturaleza al color del uniforme del Ejército Rebelde que, a la cabeza de Fidel y del pueblo, la condujo al triunfo el primero de enero de 1959.
Recuerdo también la reacción de Fidel cuando le propusieron, hace cincuenta años, que asumiera el cargo de Primer Ministro, lo cual implicaba, en aquel entonces, por normas legales, dejar de vestir su querido uniforme verdeolivo y por el cual sentía un apego superior a cualquier cargo. Entonces fue necesario que el Presidente de la República dispusiera la normativa de que los funcionarios gubernamentales que ostentaban cargos en el Ejército Rebelde podrían conservar el uso del honroso uniforme libertario.
Rememoro sus confesiones en cuantas entrevistas abordaron el asunto del uniforme y su barba, en que enfatizaba el simbolismo que entrañaba esa vestimenta de guerrillero unido a otras ventajas prácticas que ello tenía según él.
Recuerdo la primera vez que le vimos vestido de civil, de guayabera, después de vencer, seguramente, su natural resistencia al cambio de su vestimenta tradicional del uniforme verdeolivo. Aquello debió significar un sacrificio inmenso y fue un gesto de cortesía acceder a la petición hecha a todos los mandatarios a fin de que vistieran la criolla guayabera.
Más tarde le vimos vestido de civil y de saco y corbata, ocasionalmente y según las circunstancias, especialmente en sus viajes al extranjero, aunque casi siempre alternando con su uniforme verdeolivo.
Después del proceso de su enfermedad y período de recuperación, en una de las ocasiones en que Chávez informó sobre su estado de salud, el líder de la Revolución Bolivariana se refirió a que Fidel estaba mejor y ya a cada momento echaba una mirada a su uniforme. Y en un gesto de confianza y de anhelo profundo, instaba a Fidel, en una especie de reto fraterno, de que ya era hora que se pusiera el uniforme. En ese momento le debió salir a Chávez la conciencia de la necesidad de verle enhiesto en su uniforme cargado de tanto simbolismo, a pesar del periodo lento de recuperación, o tal vez tuvo un brote espontáneo de nostalgia por verle su figura más cerca de lo normal posible con su uniforme verdeolivo de Comandante en Jefe.
En fin, mirando estas fotos de Fidel con Bachelet, traté de imaginarlo vestido con su uniforme verdeolivo. Por eso digo que si me dijeran que pidiera un deseo, diría que ver a Fidel de verdolivo. Y estoy seguro que un día ocurrirá. ¿No siente Ud. igual nostalgia?
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