No fue una conquista del movimiento de los trabajadores el asunto de los fueros como tampoco como el que cada dirigente recibiese un bono especial por encontrarse en la dirección de algún sindicato. Todo lo contrario, eso relajó profundamente el movimiento sindical. En la revolución rusa, como en la Alemania anterior a Hitler y como en la tragedia de la Guerra Civil española jamás los revolucionarios cobraron por una locha por su trabajo social, por la lucha a favor de la causa obrera. Vino la cobradera de viáticos, el uso abusivo de prendas, el negocio con el tema de la contratación a espaldas de la clase obrera y se jodió todo. Por eso la CTV a partir de 1959 se convirtió en un antro de magnates hasta con zoológicos en sus casas como luego lo habrían de tener los narcotraficantes en Colombia. José González Navarro se pudrió en dólares y por eso se volvió loco perdido en París. La lista es horrible y quizá el más emblemático de todos sea el caso de Eleazar Pinto quien estafó el Banco de los Trabajadores y a la final compró una casa en el Country Club donde vive todavía jugando golf todos los días. Y quiérase no, de aquella gente maleada, vilmente corrompida, entregada al negocio con Fedecámaras, surgió casi toda la dirigencia del movimiento sindical actual.
Poco duraban las esperanzas del pueblo, con traidores tras traidores: 1958 nació pletórico de grandes cambios, que a la vuelta de pocos meses se tornó en tenebroso, de tal modo que ya en 1959 se consuma la mayor estafa: Las manifestaciones populares de los desempleados y las protestas estudiantiles, eran ametralladas, en tanto que la Universidad Central fue tomada militarmente por orden del Presidente Betancourt. A diferencia de Hugo Chávez, quien en absoluto ha sido un Presidente represivo, veamos lo que Betancourt dijo a la Nación en aquellos primeros meses de su gobierno: “En lo que a política nacional se refiere, ninguna duda puede caber de que el Gobierno será respetuoso en las libertades públicas y garantizará su ejercicio; nadie será coartado por la exteriorización de sus ideas por todos los medios de expresión hablada o escrita, con la sola restricción de las que establecen las leyes de la República para quienes irrespeten a las instituciones que el pueblo libremente se dio o que pretendan, al amparo de las libertades, promover subversiones o motines. El orden y la democracia son perfectamente conciliables; el irrespeto y la agresión contra las autoridades legítimas no pueden ser toleradas y no serán toleradas”. Pero Betancourt no respetó libertades públicas alguna, cerró periódicos, coartó la libertad de prensa y muchos actos culturales, por ser “subversivos” fueron suspendidos en todo el país, y la CTV de entonces apoyó todas estas vagabunderías. Rómulo fue implacable aplicando las mismas medidas de orden del gobierno perejimenista: las cárceles se llenaron de presos políticos, y comenzaron a aparecer verdaderos dirigentes sindicalistas asesinados que nunca cobraron por su trabajo social, y se vivía en un permanente estado de sitio.
Poco antes, se tuvo presente la inminencia de un golpe de Estado. Para evitarlo, el nuevo Presidente puso de relieve su inclinación hacia los sectores más poderosos de la sociedad venezolana. A diferencia de lo que ocurrió en el año 2002, Betancourt recelaba profundamente de la defensa que podía hacer de su gobierno los sectores populares. De modo que sus contactos fueron con lo altos jefes militares, con los capitanes de la industria, del comercio, de la banca y con los grandes propietarios de la tierra, así como con el alto clero. Sus visitas a las organizaciones obreras o campesinas brillaron por su ausencia[1]. Exactamente los grupos que se volcarán cuarenta años más tarde, para intentar derrocar el gobierno de Chávez.
Lo más horrible fue, nos lo recuerda Juan Bautista Fuenmayor, que siguiendo los pasos de los gomecistas, de López Contreras y de Pérez Jiménez, el gobierno de Rómulo Betancourt reinició la práctica de remitir a trabajos forzados en regiones remotas, lotes de personas acusadas de agitadores, capturados por la policía en las grandes ciudades, en especial en la de capital de la República. Añade: “Así, con fecha 14 de enero de 1960, la prensa dio la noticia de haber sido enviado a Guayana, cerca de la frontera con la República de Brasil, un grupo de 97 hombres, bajo la acusación de ser agitadores, con el fin de que trabajaran en la construcción de la carretera que conduce a Santa Elena de Uairén, de las poblaciones situadas muy cerca de la frontera sur de Venezuela. Se trataban de hombres del pueblo, trabajadores sin empleo, la mayor parte de ellos, y, posiblemente, algunos hampones o vagos maleantes”.
Esta historia continuará.
[1] Véase “Historia de la Venezuela Política Contemporánea 1899-1969”, Tomo X, Juan Bautista Fuenmayor.
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