En conversación informal con un distinguido perredista, militante de la izquierda vestida de moderna, a quien le reconozco virtudes políticas de gran valentía y compromiso, le hice el reclamo por la actitud beligerante contra Andrés Manuel, que él y su corriente política han asumido. Su respuesta no me dejó lugar a dudas; me dijo que no me preocupara, que las encuestas colocan a AMLO muy por debajo de las preferencias de votación para el 2012. Independientemente de que –le reviré- si tal cosa sucede se debe, en gran medida, al desgaste provocado por el pleito dentro de las filas del PRD. Pero lo inaceptable de la respuesta, es la tremenda degradación de la política que significa el empleo de las encuestas de opinión como factor de decisión. Aquí sucede como en las especialidades médicas; el especialista busca la forma de provocar la necesidad de sus servicios, incluso mediante la exageración y el engaño. Así, las empresas encuestadoras (el que esto escribe participó en la fundación del IMOP, que fue la primera que en México practicó la demoscopía para uso político) han propalado una fórmula que pretende anticipar o hasta reemplazar los instrumentos electorales constitucionales o, por lo menos, influir de manera determinante en ellos, sin contar con elemento alguno que valide su probidad. “Lo dijo Mitofsky”, reza la publicidad de un medio impreso que se presenta como el de mayor circulación, luego entonces debe ser cierto. No hay tal; el resultado de una encuesta es tan manipulable como cualquier otra variable de la propaganda comercial.
A los partidos, cuyo principal problema ha sido la designación de sus candidatos, les ha resultado fácil resolverlo mediante el uso de las encuestas de popularidad, en términos de asegurar la selección de candidatos ganadores. De ahí que vemos cada vez más caras bonitas actuando en política y, correlativamente, menos definiciones o propuestas. En general, para los políticos que operan en términos de las encuestas, lo importante es no dar lugar a descalificaciones; es preferible pasar desapercibido ante los conflictos, que verse obligados a la definición. Por otra parte, si un partido político formula su propuesta electoral con base en el resultado de las encuestas de opinión, estará faltando a su principal función que es la de convencer a la ciudadanía de la bondad de su propuesta, a base de formularla con apego a sus principios e ideología.
Para algunos, la implantación del sistema demoscópico aporta un avance de la democracia dado que, según ellos, es la voluntad popular la que se refleja en sus resultados y eso aleja el riesgo del autoritarismo; pretenden identificarlo como una forma de democracia participativa y de ciudadanización de la política. En realidad no es otra cosa que una grave mercantilización de la voluntad popular, por lo menos en tanto que es aplicada por entes particulares no sujetos a normatividad alguna; en tal caso, la proliferación de las encuestas sólo contribuye a la confusión, la manipulación y la charlatanería. Para ser válido el instrumento como forma de democracia participativa, tendría que ser aplicado por la autoridad electoral y fundarse en una legislación idónea.
No dudo que la popularidad de Andrés Manuel registre bajo perfil en las encuestas; primero, por razón de la denodada campaña de difamación y desinformación de que ha sido objeto; segundo, por el sesgo tramposo de las encuestas a modo y, tercero, porque, como él mismo lo ha declarado, está dando una lucha frontal contra el sistema político corrupto que nos domina, sin importar el costo político y de imagen que le pueda significar. Si la intención fuese la de acomodarse para aparecer mejor calificado en las encuestas, estaría muy cómodo en su casa o haciendo cabildeos en los mentideros políticos, para hacerse el aparecido y, muy modosito, mostrarse inocuo. En tal caso, sería inocuo, pero además anodino. Ser líder cuando las encuestas apuntan al triunfo resulta fácil; los buscachambas se pegan como moscas y hacen buen bulto. Lo difícil es conservar el liderazgo en la adversidad, cuando el fraude aleja la oportunidad de empleo a quienes para eso hacen política; ellos son los primeros en abandonar el barco. AMLO conserva el liderazgo de la gente del llano, los que buscan vivir en un país distinto, que responda a sus expectativas de bienestar y que no necesariamente aspiran a emplearse en el gobierno ni medrar en torno a los asuntos públicos. Son, además, los que nunca son abordados por los encuestadores, sea porque no tienen teléfono en la casa, o porque están trabajando cuando se hacen las encuestas o, peor aún, los que andan en la calle buscando el empleo perdido y que algún tramposo les ofreció en campaña electoral.
Para concluir, los bueyes se colocan delante de la carreta o, para decirlo sin que nadie se de por aludido, la fuerza de tracción se coloca al frente del vehículo. Regir la actividad política por las encuestas es, precisamente, ponerla al revés. Que no se confundan, la propuesta transformadora va por delante y por abajo; nada se va a resolver con los que están en las alturas y con los ojos en la nuca.
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