Cuando se leen las obras dedicadas a la vida revolucionaria de Marulanda, especialmente las escritas por don Arturo Alape, a través de los detalles el lector se va adentrando en la globalidad para llegar a la formación de una idea cabal del líder guerrillero. En ese trajinar, no pocas veces, se aligeran los pasos en los detalles para asumir la grandeza de la generalidad. Y eso hace que algunos detalles, de carácter decisivo para la continuidad de la globalidad, sean olvidados con frecuencia o dejados de lado porque de pasada sólo refrescaron la lectura y –así se llega a creer erróneamente- no tendría importancia destacarlos.
No juzgo, entre otras cosas por carecer de conocimientos sobre crítica literaria, lo que Marulanda tenía por concepto de literatura. Para él ésta era ficción, por lo cual no era realidad. Creía que la literatura sólo maquilla la verdad histórica, y ésta funciona como una sucesión lógica de acontecimientos. Dice don Arturo Alape lo siguiente: “ Para Marulanda la realidad no puede convertirse en literatura, pues si se hace esa transfiguración, lo escrito no tiene una relación directa con la verdad. Su verdad es en lo esencial, en la forma en que la expresa; defiende su forma de hablar, como autenticidad de su pensamiento. En este sentido la imaginación es un contrasentido de la realidad. Lo mismo sucede con la historia. La historia para él y sus compañeros, es la historia escrita como la han vivido al ser ellos los protagonistas. El peso sobre los hombros, de haber sido activos protagonistas, de pronto les impide adentrarse en las otras miradas sobre la misma historia, cuando esa historia es la conjugación de actitudes y reflexiones, fracasos y éxitos de muchas vidas ”. Ese párrafo queda para ser analizado por los verdaderos críticos de la literatura y hasta para los historiadores. Si lo hacen bien, generan beneficios a los lectores.
Sin embargo, en la larga vida de Marulanda, como revolucionario y guerrillero y que no sé si es mejor para la historia o para la literatura, hay un hecho, un detalle extraordinario, singular pero de magnífica dimensión que es digno, así lo creo, de estudio por historiadores, biógrafos y literatos. Detalle, por lo demás, que demuestra no sólo la enorme capacidad de estratega de Marulanda sino del táctico, en esos hechos sin los cuales lo grande queda sujeto casi exclusivamente a merced de la casualidad del destino sin que la mente humana se ocupe de ningún vestigio de las realidades.
Hubo un momento, en los inicios de la guerrilla, en que ésta requería de triunfo en algunos combates, hacerse de pertrechos, ganar influencia en sectores de la población, crear un clima de respeto en los adversarios. Eso lo sabía muy bien Marulanda y por ello se dedicó a preparar lo mejor posible sus pocas fuerzas para esos combates. Pero resulta que organizaban emboscadas y el enemigo nunca caía en ellas; daban pruebas de existencia para generar la persecución y el adversario no los seguía. Algo estaba pasando, porque el ansia del ejército era acabar lo más pronto posible con los guerrilleros o bandoleros como les decían. Marulanda se dedicó a buscar o descubrir el misterio del por qué el enemigo no se movía o desplazaba hacia donde se tendían las emboscadas. Descubrió que el ejército tenía como guía un excelente conocedor de los terrenos, que poseía una visión de águila pero con la capacidad de detectar los detalles que sólo está permitido al ojo humano, tenía un olfato como el del perro pero manteniendo la facultad de diferenciar los elementos de sabor o precisión que no está dado al cerebro del animal, y, además, un instinto de conservación como el río que aunque lo desvíen mil veces de su cauce natural en cada recodo de su ruta lo vuelve a buscar para llegar con vida al mar. Desde allí, como lo narra don Arturo Alape, se le metió entre cejas, a Marulanda, un hombre que era identificado como “El Gringo”. Este era, como lo define el mismo Marulanda, un verraco. El Gringo sabía burlar las emboscadas haciendo gala de su experiencia de unos veinte años de trabajar exitosamente como contraguerrillero. El Gringo se convirtió en una sombra para los guerrilleros y, especialmente, para Marulanda hasta el punto que se convenció y lo manifestó: "Si le damos al Gringo le damos al ejército y nos ganamos la población".
Con Marulanda, andaba segundo al mando, el comandante Balín que conocía al Gringo, habían crecido juntos. El Gringo había sido como un militante de la causa del general Peligro, y éste fue muerto luego de la amnistía concedida por el presidente Lleras Camargo. La mayoría de los seguidores de Peligro, por carencia de ideología y ambiciones desmedidas de beneficio personales, se dedicaron al bandolerismo. El Gringo se ocupó de perseguir a bandoleros y terminó trabajando para el ejército colombiano en contraguerrilla. Marulanda recogió todos los datos que pudieran servir sobre el Gringo. Muy cerca de Palmira se enteraron que ya el ejército tenía conocimiento que Marulanda andaba por esos lares. Un amigo de la guerrilla subió e informó a ésta que la contraguerrilla andaba en comisión por la zona y en sus filas iba el Gringo. La población civil estaba ansiosa que liquidaran al Gringo, porque éste había cometido demasiadas atrocidades en la región. Por ello la población empezó a dar detalles de la vida del Gringo que valían un mundo para la guerrilla.
Para la guerrilla se presentó el momento propicio de darle al Gringo. El problema estaba en que cómo podían distinguirlo físicamente para no fallar si generalmente caminaba en la mitad de la fila de los soldados. Era muy astuto, se escondía de la muerte, lo describe así don Arturo Alape. Marulanda, para no tener dudas sobre la identificación del Gringo, envió a un guerrillero que no tenía ningún problema de seguridad y andaba con sus papeles en regla hacer una vuelta por el Valle y de regreso caminara por el lugar donde se había asentado la patrulla del ejército con el Gringo de guía. Eso hizo el guerrillero, y dejemos que sea don Arturo Alape que describa como se lo contó Marulanda: “… en una fonda compró golosinas, panes y sardinas. Le dimos instrucciones de que apenas lo viera la patrulla se presentara muy formal. Y como era un camino real no había problemas ni mucho menos sospechas. Le dijimos, compre un paquete de dulces bien grande para que les ofrezca a los soldados. Vieron al tipo con cara de marrano, que pare ahí, ¿pa dónde va, qué quién es usted? Que voy pa Herrera. ¿Qué lleva en ese morral? Que llevo unas sardinitas, que llevo unos dulces, que llevo unos panes... El hombre que estaba haciendo el registro era un cabo y el hombre exclama muy alto: Oiga Gringo, venga a ver si usted conoce a este tipo... Sale el Gringo por entre la tropa y en pose de muy importante, dijo: yo no lo he visto por aquí. ¿Vos de dónde sos, que no te he visto por aquí? Yo trabajo por allí cerca de Florida y voy para Herrera, donde fulano para ver si consigo trabajo. Me aburrí de jornalear y vengo a Herrera a buscar suerte. Entonces le llegó propiamente el Gringo. El guerrillero lo vio de cuerpo entero, lo identificó en detalle. Como para demorar la conversación le dijo al Gringo: A ustedes no les provoca chupar una banana. Y claro preste, dijo el Gringo. El guerrillero sacó la chuspa y comenzó a llamar a los soldados. El Gringo le preguntó, ¿qué llevás para darle a mi teniente? Llevo un pan. Dijo el Gringo, es el pan que le gusta a mi teniente. El teniente un poco molesto, dijo, este Gringo sí que le gusta meterse en lo que no le importa. De todas maneras el guerrillero les pasó el pan y las golosinas. El guerrillero no le quitaba la mirada al Gringo. Luego les ofreció cigarrillos y todos recibieron. El guerrillero le preguntó al teniente, como sin preguntar: Bueno, mi teniente, ¿me puedo retirar? Claro, dijo el teniente. Más adelante lo alcanzamos. ¿Cuándo?, preguntó inocente el guerrillero. Contestó el teniente, con desgano, libre de preocupaciones: por la tarde o posiblemente mañana en la mañana. Entonces nos vemos luego...", así describe Marulanda de cómo obtuvieron la información precisa para esperar con cierta seguridad al Gringo. Eliminando al Gringo, se golpearía al enemigo. El Gringo eran los ojos y los oídos del ejército en la zona. El hombre de confianza no sólo para los desplazamientos de la tropa, sino el hombre necesario para mantener el control estricto sobre la población. De sus ojos y de sus oídos se codificaba la información de inteligencia militar. Ningún movimiento de la población pasaba inadvertido por el Gringo; nadie extraño que cruzara por la zona se volvía extraño para el Gringo, pues él finalmente con sus métodos identificaba al extraño. Se decía que el Gringo sentía la honda y profunda respiración de la población, y luego comenzaba a respirar por sus pasos. Nadie como él conocía la geografía de la región, en todos sus secretos y sus cruces, en sus latitudes y distancias, en sus formaciones y características, incluso en la totalidad del paisaje. Lo olfateaba todo, lo caminaba todo, todo lo recuperaba y nada se perdía en su memoria visual…”
El Gringo era la tasita de oro del ejército, lo cuidaban como a la niña de los ojos del mando. ElDorado, se podría decir. El ejército también quería ganarse a la población civil como si ésta fuese el agua para los peces. La guerrilla igualmente. La diferencia era que el ejército, y de primero el Gringo, cometían desmanes bochornosos. El ejército cuidaba al Gringo y la guerrilla quería matarlo. Allí estaba la clave para ganarse un buen sentimiento de la población. Y ésta ansiaba la muerte del Gringo. Una enorme ventaja para la guerrilla.
Se montó la emboscada, se seleccionaron los guerrilleros que tenían que dispararle al Gringo. No había que fallar. Era cuestión de vida o muerte para la guerrilla. El día en que se produce la emboscada el Gringo, astuto como era, escogió el lugar, sin quererlo, más apropiado para que le dieran muerte: el puesto de vanguardia de la patrulla. La emboscada resultó un éxito casi completo para la guerrilla del comandante Marulanda. Sólo unos dos o tres quedaron con vida de la patrulla enemiga y el primer muerto fue el Gringo, y ya eso en sí mismo garantizaba el mérito y triunfo de la operación guerrillera. Los pobladores no aplaudieron, pero se regocijaron por dentro; no gritaron, pero en su interioridad rieron; no se reunieron en público para el festejo por la muerte del Gringo, pero de que festejaron lo hicieron aun en el silencio de las venideras noches sin el Gringo que nunca más volvería a sus correrías de atrocidades contra la gente buena. Los militares no habían terminado de festejar su éxito sobre el ELN en Anorí (Antioquia) cuando recibieron el golpe dado por Marulanda y sus guerrilleros.
El Tiempo, el más importante diario de la oligarquía colombiana, reseñó la acción diciendo entre otras cosas: "Los sobrevivientes de la patrulla emprendieron inmediatamente el contrataque y dieron de baja a dos de los antisociales, que aún no han sido identificados". Mentiras, tan sólo mentiras para desinformar a la opinión pública colombiana. Sólo unos 25 minutos duró la emboscada y la guerrilla salió completamente ilesa llevándose casi todo el parque que portaba la patrulla. Pero, además, el ejército hubiese preferido perder a todos los soldados y mando de la patrulla con tal que el Gringo hubiera quedado con vida como la guerrilla, a la hora extrema de un resultado, hubiese preferido que los soldados quedasen con vida siempre y cuando el muerto fuese el Gringo. Tal vez, la operación Sonora que se desarrolló a partir de la acción señalada anteriormente, estando vivo el Gringo hubiese tenido otras consecuencias (posiblemente muchas negativas) para la guerrilla, pero sin el Gringo fue un éxito para Marulanda y sus camaradas insurgentes.
En fin, en cosas de detalles y de generalidad, Marulanda es como lo describió un día un sacerdote: “Es el hombre del análisis concreto de la realidad concreta. Como dice el refranero colombiano, no da puntada en falso, ni deja cabos sueltos.”